Homilía – Miércoles I de Tiempo Ordinario

El pasaje del evangelio de hoy nos presenta a Jesús haciendo numerosas curaciones. Y después de todo el trabajo apostólico, nos dice el evangelio, salió y se puso a orar.

Con esto nos enseña que el poder de Jesús sobre las enfermedades y los demonios proviene de su constante e ininterrumpida comunión con el Padre a través de la oración, de la conversación personal con El.

Nos enseña también que Jesús ha venido a salvar a todos los hombres; cura a los enfermos toda clase de males, sin exceptuar a los mismos poseídos del demonio.

Pero detengámonos en el mensaje del evangelio que veíamos al principio:.

La búsqueda del Señor.

Los apóstoles, no sin una íntima y mal disimulada satisfacción, le dicen a

Jesús unas breves pero significativas palabras: Todos te andan buscando.

Esta frase tiene hoy la misma vigencia que hace dos mil años.

También hoy todos tenemos hambre de Dios. Continúan siendo actuales las palabras que San Agustín escribió al comienzo de sus Confesiones: Nos has creado, Señor, para tí y nuestro corazón no encuentra sosiego hasta que descansa en Ti.

El corazón del hombre está hecho para buscar y amar a Dios.

Y el Señor facilita ese encuentro, pues El busca también a cada persona.

Han habido y habrán muchos hombres y mujeres en el mundo, pero ni a uno solo de ellos lo deja de llamar el Señor.

Han pasado unas pocas semanas desde que hemos contemplado al Niño-Jesús en la gruta de Belén, pobre e indefenso, habiendo tomado nuestra naturaleza humana para estar muy cerca de los hombres y salvarlos.

Nosotros, como Jesús nos lo enseña en el Evangelio, vayamos a su encuentro en la oración, que es nuestro diálogo personal con El.

Busquemos a Jesús en todos los momentos de nuestras vidas. Busquemos conocer más a Jesús. Busquemos servirle cada vez con mayor entrega. Busquemos amarlo con toda nuestra alma, porque si lo buscamos, lo encontraremos, y con Él encontraremos su gracia, su paz y la infinita felicidad.