Liturgia – San Hilario

SAN HILARIO, obispo y mártir, memoria libre

Misa de la memoria (blanco)

Misal: 1ª oración propia y el resto de común de pastores (para un obispo) o de doctores; Prefacio de la memoria.

Leccionario: Vol. III-impar

  • Heb 4, 1-5. 11. Empeñémonos en entrar en aquel descanso.
  • Sal 77. ¡No olvidéis las acciones de Dios!
  • Mc 2, 1-12.El Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados.

O bien: cf. vol IV.


Antífona de entrada          Ez 34, 11. 23-24
Buscaré a mis ovejas, dice el Señor, y suscitaré un pastor que las apaciente: yo, el Señor, seré su Dios.
Monición de entrada y acto penitencial
Siendo aún laico, Hilario fue elegido obispo de Poitiers, hacia 350. Por defender en forma decidida contra los arrianos la divinidad de Jesús, proclamada por el Concilio de Nicea, fue deportado al Oriente durante cuatro años. Cuando volvió a Poitiers, favoreció mucho la restauración de la vida monástica.

• Tú que eres alimento para los débiles. Señor, ten piedad.
• Tú que eres Pan partido para dar vida al mundo. Cristo, ten piedad.
• Tú que vives entre nosotros y nos reúnes en el amor. Señor, ten piedad.

Oración colecta

CONCÉDENOS, Dios todopoderoso,
conocer y confesar adecuada y fielmente
la divinidad de tu Hijo,
que el obispo san Hilario defendió con celo infatigable.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Reflexión
La intervención de Jesús sobre el paralítico combina su interés por la situación espiritual del pecador y por la salud física del enfermo. La idea de una salvación “integral” se expresa así en plenitud. La prioridad dada a la remisión de los pecados pone de manifiesto que no basta el bienestar material si éste no va acompañado, además, de una auténtica «vida en el Espíritu». Esto es, de una relación con Dios que, en Cristo, se hace real y presente. Después de su Resurrección Cristo transmitirá a los suyos este poder de perdonar los pecados (Cfr. Jn 20, 23).

 

Oración de los fieles
Dirijamos ahora nuestras oraciones a Dios Padre todopoderoso, que se compadece de nuestra debilidad.

1.- Por toda la Iglesia, por el Papa, los obispos y los sacerdotes, por todos aquellos que quieren seguir a Jesucristo. Roguemos al Señor.

2.- Por el aumento de vocaciones a los diferentes estados de la vida cristiana, sobre todo a la vocación sacerdotal y religiosa. Roguemos al Señor.

3.- Por todos los países del mundo, especialmente por aquellos que sufren las consecuencias de una riqueza mal repartida. Roguemos al Señor.

4.- Por los ancianos, los enfermos y los que se encuentran solos, por aquellos que trabajan por el bien de sus hermanos. Roguemos al Señor.

5.- Por los que ahora estamos reunidos en esta Eucaristía, y que necesitamos ser limpiados de la lepra del mal. Roguemos al Señor.

Dios de bondad y de misericordia, escucha la oración de tus hijos, y límpianos de todas las lepras del pecado que nos esclaviza. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
MIRA con bondad, Señor,
las ofrendas que presentamos en este santo altar
en la fiesta de san Hilario,
para que glorifiquen tu nombre y nos obtengan el perdón.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión         Jn 15, 16
No sois vosotros los que me habéis elegido, dice el Señor, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca.

Oración después de la comunión
REANIMADOS por estos sacramentos
te rogamos, Señor,
humildemente que, a ejemplo de san Hilario,
nos esforcemos en dar testimonio
de aquella misma fe que él profesó en su vida
y en llevar a la práctica todas sus enseñanzas.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

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Lectio Divina

La limpieza del corazón

Invocación al Espíritu Santo:

Ven, Espíritu Santo creador, a visitar nuestro corazón, repleta con tu gracia viva y celestial, nuestras almas que tú creaste por amor.
Tú que eres llamado consolador, don del Dios altísimo y Señor, vertiente viva, fuego, que es la caridad, y también espiritual y divina unción.

En cada sacramento te nos das, dedo de la diestra paternal. Eres tú la promesa que el Padre nos dio, con tu palabra enriqueces nuestro cantar.
Nuestros sentidos has de iluminar, los corazones enamorar, y nuestro cuerpo, presa de la tentación, con tu fuerza continua has de afirmar.

Lejos al enemigo rechaza, tu paz danos pronto, sin tardar, y siendo tú nuestro buen guía y conductor, evitemos así toda sombra de mal.
Concédenos al Padre conocer, a Jesús, su hijo comprender, y a ti, Espíritu de ambos por amor, te creamos con ardiente y sólida fe.

Al Padre demos gloria, pues es Dios, a su Hijo que resucitó, y también al Espíritu consolador por todos los siglos de los siglos, honor. Amén.

Lectura. Marcos capítulo 1, versículos 40 al 45.

Se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: sana!”. Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.

Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”.

Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a Él de todas partes.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

El tema central del evangelista es tratar de expresarnos la identidad de Jesús, porque él es consciente y sabe que muchos de los seguidores no saben quién es Jesús.
Nos quiere presentar a Jesús como el mesías esperado, por eso la insistencia en los milagros.
La comunidad de los cristianos comenzaba a desfallecer y Marcos viene con estas palabras alentadoras: Cristo sana nuestras necesidades, además de que sigue llamando a los que él quiere.

Marcos hace realce al discipulado y la misión de los seguidores de Cristo.

Meditación:

Las personas, a veces, estamos más preocupadas por la buena reputación que por la solidaridad con nuestros hermanos que más sufren. En el pasaje de hoy, Marcos presenta a Jesús priorizando la cercanía solidaria ante un leproso, antes que la observación de ciertas normas de buena imagen.

Recordemos que el leproso (Lev 1 3, 45), además de andar con las vestiduras desgarradas, desgreñado, con la barba tapada e ir gritando que era impuro, tenía que vivir en las afueras del pueblo. Esto lo convertía, automáticamente, en excluido; cualquier persona que lo tocara, quedaba impura de acuerdo a las leyes judías.

Jesús prefiere ser solidario con aquel leproso, lo purifica, y, además, asume las consecuencias de su actitud: ahora tiene que andar como si fuera un leproso, en lugares solarios y afuera del pueblo (Mc I, 45). Sin embargo, «la gente seguía acudiendo a él de todas partes»

La buena reputación nos preocupa a todos; sin embargo, convenzámonos de que no debe ser la preocupación principal de nuestra vida. Lo primero es la fidelidad a los principios, que debe generar solidaridad con las personas más excluidas.

Como cristianos, como Iglesia, no debería preocuparnos la buena reputación. Al ocuparnos de la fidelidad a los valores del Evangelio, puede que perdamos poder, pero ganaremos en autoridad moral y sobre todo en fidelidad al proyecto de Jesús.

Oración:

Gracias, Padre, porque Jesús, curando los leprosos, nos mostró que el amor no margina a nadie, sino que regenera la persona, restableciéndola en su dignidad. Cada sanación de Cristo nos habla de su corazón compasivo y nos confirma en la venida de tu amor y de tu reino. Gracias también por tantos hombres y mujeres entregados a la fascinante tarea de amar a sus hermanos y liberar a los pobres y marginados de la sociedad. Sacia su hambre de justicia y sostenlos en su empeño; y a nosotros impúlsanos a seguir el ejemplo de Jesús.

Contemplación:

“[…] También por ello, los oprimidos por la miseria son objeto de un amor de preferencia por parte de la Iglesia […]” (Catecismo de la Iglesia Católica numeral 2448).

Oración final:

Jesús, ¡cuánto podrías hacer conmigo si me dejara transformar por Ti! ¡Sería un instrumento que Tú podrías usar para comunicar a los hombres tus tesoros y tus gracias! Jesús, ayúdame a vivir tu Evangelio y a sentir el apremio de cumplir con tu mandato misionero.

Propósito:

Revisar mi programa de vida espiritual para concretar medios que me acerquen más a Cristo.

Homilía – Jueves I de Tiempo Ordinario

Llama la atención en el pasaje del evangelio de la misa de hoy, la sencillez del leproso, que en forma simple le dice a Jesús, ¨si quieres puedes limpiarme¨

Y la respuesta de Jesús, también simple: ¨quiero, queda limpio¨

La lepra antiguamente era signo del pecado, por eso, cuando Jesús le dice al leproso, quiero, queda limpio, también nos lo dice a nosotros, que pecamos muchas veces contra Dios.

Cuando nosotros pedimos al Señor, con la sencillez y la fe del leproso: Señor, si quieres puedes limpiarme, Jesús nos limpia, Jesús nos perdona.

El Señor nos espera para limpiarnos cuando recurrimos a la confesión. Pero así como el leproso mostró su mancha y pidió a Jesús que lo sanara, así también debe ser nuestra actitud cuando recurrimos al sacramento de la reconciliación. Tenemos que dejar de lado la vergüenza para que así podamos iluminados por el Espíritu Santo, ver todo lo que nos aleja de Dios, y pedirle a él sinceramente y humildemente perdón.

El Señor, siempre nos va a decir, como al leproso, quiero, queda limpio. Pero nuestra actitud, debe ser como la del leproso. Debemos recurrir al Señor con arrepentimiento, con humildad.

Y también como el leproso, cuando el Señor nos cura, cuando nos perdonas, deberíamos tener la necesidad de proclamar la maravilla que el Señor obró en nosotros, deberíamos agradecer a Dios sus favores.

En este evangelio, Jesús le pide al leproso que se presente al sacerdote. Jesús respeta la autoridad religiosa de la época y nos enseña a nosotros, la actitud que debemos tener ante nuestros sacerdotes.

En esa época, las enfermedades de la piel hacían que las personas fueran consideradas impuras, y no podían habitar en las ciudades, se las apartaba. Y la lepra era la peor de esas enfermedades. Por eso Jesús le pide que se presente ante el sacerdote, porque así se acostumbraba. El sacerdote, avalaba su curación y la persona podía volver a hacer una vida normal.

Esta actitud de Jesús de respeto hacia la autoridad del sacerdote, es un ejemplo para nosotros, que muchas veces, vemos en el sacerdote, sólo las limitaciones que tiene como persona y no reconocemos en él que es el representante de Jesucristo.

Cada uno de nosotros, debe ver en los sacerdotes a los representantes de Cristo. El sacerdote actúa en nombre de Jesús y tiene en sus manos los tesoros de la gracia.

Debemos acudir a ellos en todas nuestras necesidades espirituales con fe, sin olvidar que el sacerdote es un hombre y que como tal tiene necesidad de compañía, de amistad, de comprensión.

No debemos olvidar que los sacerdotes son hombres como nosotros, pero que consagraron su vida, y sus necesidades al amor de Jesucristo.

Hoy vamos a pedirle al Señor, humildad, para recurrir con frecuencia al sacramento de la reconciliación donde Jesús en la persona del sacerdote, nos espera para ofrecernos su perdón.

Comentario – Jueves I de Tiempo Ordinario

Marcos 1, 40-45

a) Se van sucediendo, en el primer capítulo de Marcos, los diversos episodios de curaciones y milagros de Jesús. Hoy, la del leproso: «sintiendo lástima, extendió la mano» y lo curó. La lepra era la peor enfermedad de su tiempo. Nadie podía tocar ni acercarse a los leprosos. Jesús sí lo hace, como protestando contra las leyes de esta marginación. 

El evangelista presenta, por una parte, cómo Jesús siente compasión de todas las personas que sufren. Y por otra, cómo es el salvador, el que vence toda manifestación del mal: enfermedad, posesión diabólica, muerte. La salvación de Dios ha llegado a nosotros. 

El que Jesús no quiera que propalen la noticia -el «secreto mesiánico»- se debe a que la reacción de la gente ante estas curaciones la ve demasiado superficial. Él quisiera que, ante el signo milagroso, profundizaran en el mensaje y llegaran a captar la presencia del Reino de Dios. A esa madurez llegarán más tarde. 

b) Para cada uno de nosotros Jesús sigue siendo el liberador total de alma y cuerpo. El que nos quiere comunicar su salud pascual, la plenitud de su vida. 

Cada Eucaristía la empezamos con un acto penitencial, pidiéndole al Señor su ayuda en nuestra lucha contra el mal. En el Padre nuestro suplicamos: «Líbranos del mal». Cuando comulgamos recordamos las palabras de Cristo: «El que me come tiene vida». 

Pero hay también otro sacramento, el de la Penitencia o Reconciliación, en que el mismo Señor Resucitado, a través de su ministro, nos sale al encuentro y nos hace participes, cuando nos ve preparados y convertidos, de su victoria contra el mal y el pecado. 

Nuestra actitud ante el Señor de la vida no puede ser otra que la de aquel leproso, con su oración breve y llena de confianza: «Señor, si quieres, puedes curarme». Y oiremos, a través de la mediación de la Iglesia, la palabra eficaz: «quiero, queda limpio», «yo te absuelvo de tus pecados». 

La lectura de hoy nos invita también a examinarnos sobre cómo tratamos nosotros a los marginados, a los «leprosos» de nuestra sociedad, sea en el sentido que sea. El ejemplo de Jesús es claro. Como dice una de las plegarias Eucarísticas: «Él manifestó su amor para con los pobres y los enfermos, para con los pequeños y los pecadores. El nunca permaneció indiferente ante el sufrimiento humano» (plegaria eucarística V/c). Nosotros deberíamos imitarle: «que nos preocupemos de compartir en la caridad las angustias y las tristezas, las alegrías y las esperanzas de los hombres, y así les mostremos el camino de la salvación» (ibídem). 

«Hoy, si oís su voz, no endurezcáis los corazones» (1ª lectura, I) 

«Animaos los unos a los otros» (1ª lectura, I)

«Ojalá escuchéis hoy su voz» (salmo, I) 

«Despierta, Señor, ¿por qué duermes? ¿por qué nos escondes tu rostro?» (salmo, II) 

«Si quieres, puedes limpiarme» (evangelio) 

«Él manifestó su amor para con los pobres y los enfermos, para con los pequeños y los pecadores» (plegaria eucarística V, c)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 4

Jesucristo, víctima inmolada y Señor glorioso

1.- EL ORGULLO DIVINO.- El profeta va dibujando la figura del Siervo de Yahvé, y a través de diversos poemas va trazando los perfiles de ese personaje, que ha de salvar al pueblo de Dios. Hoy nos refiere que ese Siervo es el orgullo de Yahvé, su mayor motivo de gloria… Se refiere a Cristo, al Verbo encarnado, a Jesús de Nazaret. Él es, efectivamente, el mayor reflejo de la grandeza de Dios, es su imagen perfecta, es la manifestación mejor conseguida del amor divino, que nos tiene el Padre eterno.

Y nosotros, los cristianos, hemos de plasmar en nuestras vidas la figura entrañable de Cristo. Ser también manifestación del amor de Dios y motivo de orgullo para el Señor. Para conseguirlo sólo tenemos un camino, el de identificarnos con Cristo. Hemos de esforzarnos para imitarle, para vivir como él vivió, para morir como él murió, para ser como él es: reflejo de la bondad de Dios, orgullo del Padre eterno.

El Siervo de Yahvé congregaría al resto de Israel, a lo que había quedado de la casa de Jacob, aquellos hombres desperdigados por el mundo entero, aquellos que habían conservado en sus corazones la sencillez y la esperanza. Son los que la Biblia llama «pobres de Yahvé». Pero Cristo no se limitaría a reunir a ese «resto» preanunciado por los profetas. Él vino con una misión universal, él será, es la luz para todas las naciones. Y entre todos los pueblos habrá muchos que sigan a Cristo, atraídos por la luminosidad de su palabra.

También en esto hemos de asemejarnos a Cristo. Siendo como luces encendidas en medio de nuestro oscuro mundo. Y es que la misión de Cristo se prolonga en los que le siguen. Los que creemos en él somos, hemos de ser, una llamada a la esperanza. Y así cada cristiano que viva seriamente sus compromisos será como un punto de luz. De esta forma, todos encendidos, construiremos un mundo mejor, iluminado por el resplandor del amor de Cristo.

2.- EL CORDERO DE DIOS.- Las orillas del Jordán bullían de muchedumbres venidas de todas las regiones limítrofes. La fama del Bautista se extendía cada vez más lejos. Su palabra recia y exigente había llegado hasta las salas palaciegas, hasta el castillo del rey a quien recriminaba públicamente su conducta deshonesta. Al Bautista no le importó el peligro que aquello suponía. Por eso hablaba con claridad y con valentía a cuantos llegaban. A veces eran los poderosos saduceos, en otras ocasiones fueron los fariseos pagados de sí o los soldados que abusaban de sus poderes. Para todos tuvo palabras libres y audaces que denunciaban lo torcido de sus conductas y que era preciso corregir. Qué buena lección para tanto silencio y tanta cobardía como a menudo hay entre nosotros.

Juan fue fiel a la misión que se le había encomendado: preparar el camino al Mesías. Ello supuso el fin de su carrera, dar paso a quien venía detrás de él, ocultarse de modo progresivo para que brillara quien era la luz verdadera. Sí, el Bautista aceptó con generosidad su papel secundario y chupando llegó el momento se retiró, no sin antes señalar con claridad a Jesús como el Mesías anunciado, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Desde entonces su figura ha quedado vinculada a la del Cordero. Un título cristológico que encierra en sí toda la grandeza del Rey mesiánico y también su índole kenótica o humillante. El Cordero es, en efecto, la víctima inmolada en sacrificio a Dios que Juan contempla en sus visiones apocalípticas desde Patmos. Así en más de una ocasión nos presenta sentado en el trono a ese glorioso Cordero sacrificado, ante el que toda la corte celestial se inclina reverente, y canta gozosa y agradecida.

Por tanto, es a Jesucristo, víctima inmolada y Señor glorioso, al que se representa con el Cordero. Todo un símbolo que se repite una y otra vez, sobre todo en la liturgia eucarística, para que en nuestros corazones renazca el amor y la gratitud, el deseo de corresponder a tanto amor como ese título de Cordero de Dios implica. Es, además, todo un programa de vida, un itinerario marcado con decisión y claridad por los mismos pasos de Jesús. Aceptemos, pues, la parte de dolor y de sacrificio que nos corresponda en la vida y en la muerte. Ofrezcamos nuestros cuerpos como víctima de holocausto que se quema, no de una vez sino día a día y momento a momento, en honor y gloria de Dios. Si vivimos así, la esperanza renacerá siempre en medio de las dificultades, nos sentiremos vinculados al sacrificio de Cristo y, por consiguiente, asociados también a su triunfo.

Antonio García-Moreno

Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo

Señor Jesús,
fue Juan, el Bautista,
quien dijo de Ti que eres
“El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
A cuantos Juan les mostró tu identidad
seguro que la comprendieron perfectamente,
ya que conectaba con lo que vivían:
la Pascua, el cordero,
el recuerdo de la liberación de Egipto…
la historia del pueblo de Dios.

Nosotros tenemos que reconstruir
situarnos en aquellos tiempos para entender
un poco las palabras de Juan.

Tú, Señor Jesús,
eres el Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo.
Tú eres el que se ofrece voluntariamente
para rehacer la nueva y definitiva Alianza.
Ahí está tu acción salvadora:
Quitar los pecados del mundo
pero sin condenar a los pecadores
sino sentándote a su mesa,
llamando a alguno de ellos
para que fuera tu discípulo
dejándote lavar tus pies por una de ellos.

¡Cuánto me cuesta, Señor Jesús, condenar el pecado
sin condenar al pecador!
No es fácil, mantener el equilibrio.
Y por tanto es imprescindible.
¡Con cuánta facilidad, Señor Jesús, condenamos,
metemos en el mismo saco pecado y pecador.

Tú, Señor Jesús, has venido al mundo
para quitar el pecado del mundo.
Pero también, y sobre todo,
para salvar a los pecadores.
Tú decías de Ti mismo
que eres como el médico;
o sea Tú eres para los pecadores
lo que es el médico es para los enfermos

Gracias, Señor Jesús,
porque quitas mis pecados,
porque me perdonas.

Perdón, Señor Jesús,
por todos mis muchos pecados
que has cargado sobre tus hombros.

¿No podría yo ayudarte… empezando
por tratar de no caer en el pecado?
¿No podría yo ayudarte
haciendo que en mi mundo
haya menos pecado:
menos egoísmo,
menos mentira,
menos avaricia,
menos injusticia,
menos olvido de Dios,
menos consumismo…
y más amor a Dios
y más amor a los hermanos,
a todas las personas?

Por otra parte el Bautista dice también
con un tono de gran solemnidad:
“Yo he visto y doy testimonio que este
es el Hijo de Dios”

Tú, Señor Jesús,
que estos días te hemos recordado
naciendo en un portal,
envuelto con unos pañales
y recostado en el pesebre
porque no había sitio para Ti…
TÚ ERES EL HIJO DE DIOS.
Así como suena.
En medio de la humildad
grande del mundo
tenemos al Hijo de Dios y de María.

Gracias, Señor Jesús,
por tu manera de hacer las cosas,
tan diferente a como las solemos hacer nosotros.

Notas para fijarnos en el Evangelio

• Juan Bautista da testimonio de Jesús y le da dos títulos que nos ayudan a responder a la pregunta ¿quién es Jesús?

• En primer lugar dice de Jesús que es “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.” (29)

• Esta expresión “Cordero de Dios” nos resulta familiar ya que está incorporada a la celebración de la Eucaristía. Pero, por otra parte, nos es difícil de comprender.

• Hemos de situar la expresión en el contexto del tiempo de Jesús. La noche de Pascua (Éx 12) en la que era inmolado el cordero, signo y expresión de la libertad que Dios dio a su pueblo con la salida de Egipto, tra su paso por el Mar Rojo. Dios le dio a su pueblo la libertad y una tierra donde habitar.

• El profeta Jeremías cuando se ve perseguido se compara a un manso cordero llevado al matadero. (Jr 11,19)

• O como anuncia el profeta Isaías del futuro Mesías: que lleva nuestras enfermedades y había tomado sobre él nuestros sufrimientos. (cf. Is 53)

• En el Apocalipsis el cordero (que representa a Jesucristo) es tema central “El cordero que está degollado merece todo poderío y riqueza, saber y fuerza, honor y alabanza” (Ap. 5, 12).

• Jesús es el nuevo cordero que nos da la verdadera libertad de las hijas e hijos de Dios, el cordero que se ofrece a Dios Padre. Cordero que extirpa, quita de raíz el pecado.

• Con todo ello, Dios nos está llamado a cooperar con Él para arrancar el pecado del mundo.

• Motivo este de acción de gracias, Jesús ha sufrido por nosotros, ha cargado sobre sus hombros las penas que merecen nuestros pecados.

• Sobre Jesús, nos dice el texto, se ha posado el Espíritu Santo (33) que le acompañará a lo largo de su vida pública. También la Iglesia y cada uno de nosotros somos morada del Espíritu Santo. La Iglesia es conducida por el Espíritu Santo.

• El segundo título sobre Jesús que nos ofrece san Juan es “Hijo de Dios”, que ya aparece en el momento del Bautismo. Un poco como haciendo una solemne proclamación de fe san Juan nos dice: ”Y yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios” (34).

• El Evangelio de san Marcos empieza diciendo: “Comienzo de Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1,1) y casi al final de este mismo Evangelio aparece la misma afirmación: “Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expiado de esta manera, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39). Entre esta afirmación del principio y la del final trascurre todo su Evangelio.

Comentario al evangelio – Jueves I de Tiempo Ordinario

La primera lectura bíblica y el salmo nos invitan hoy con estas palabras: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».

Sólo así es posible entender las palabras y acciones de Jesús. La curación de leprosos fue una de las acciones más incomprendidas y más revolucionarias de Jesús. Sabemos que el leproso era el marginado por antonomasia: la lepra era la mayor muralla social -algo así como el sida hoy día- y, al mismo tiempo, una enfermedad que sólo Dios podía curar.

En la tierra de Jesús y en aquella época el enfermo de lepra era un muerto viviente, aislado, despreciado y condenado a estar lejos de los hombres y de Dios. El leproso no podía acercarse y Jesús no podía tocarlo. La fe del leproso expresada en el grito: «Si quieres, puedes limpiarme» y el amor de Jesús, hacen realidad la Buena Noticia de salvación para todos sin excepción. Jesús, “sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó”. No se conforma con estar cerca, con mirarle y hablarle, pasa a transformar una realidad de marginación sanando al leproso.

Ante la petición humilde del impuro leproso, Jesús no espera, no repara en tocar al “intocable” y, en lugar de quedar él contaminado, como afirmaban los maestros de la ley, comunica su propia pureza al enfermo, una fuerza de vida que desborda los deseos más atrevidos y exigentes. Así el segregado queda integrado en la comunidad y mediante la salud recibida, quedan abolidas las fronteras que dividen a los hombres en puros e impuros.

“No se lo digas a nadie”, le insiste Jesús. Pero quién puede guardar por mucho tiempo escondida tanta felicidad. El leproso curado se convierte en un evangelizador que propaga con entusiasmo desde su experiencia las acciones y palabras de Jesús: “empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones”.

Detrás de la insistencia de Jesús a los curados para que guarden silencio, se esconde, según Marcos, la clave de comprensión de su proyecto y de sus milagros, que sólo pueden ser correctamente comprendidos después de su muerte y resurrección.

Ciudad Redonda

Meditación – Jueves I de Tiempo Ordinario

Hoy es Jueves I de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 1. 40-45).

Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificarme.» Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado.» En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.

Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: «No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio.»

Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.

Un hombre desahuciado, herido por la lepra, era socialmente marginado y civilmente muerto. Su vida, una situación desesperada, un callejón sin salida: ni curación ni vida social. Se comprende así su actitud provocativa ante Jesús, poniéndose  de rodillas ante Él: “Si quieres, puedes limpiarme”.Y se comprende también la respuesta de Jesús: “Quiero”,y vete al sacerdote para que certifique la curación y ser reintegrado a la sociedad.

Cuando Jesús ordena al leproso presentarse al sacerdote le está indicando que debe caminar por la nueva vida mirando al futuro, y no olvidar las perspectivas del pasado. Y llama su atención pidiéndole silencio: “No se lo digas a nadie”.No quiere Jesús crear dos personajes famosos, sería una desviación de lo que nos conviene a cada uno de los que nos decimos salvados por Él.

Nosotros también corremos a veces cierto peligro de andar reclamando la atención del público, cuando la raíz de nuestra salvación y de la de los demás es continuar en la escucha de lo que Jesús nos vaya diciendo día a día.

Fr. Carlos Oloriz Larragueta O.P.

Liturgia – Jueves I de Tiempo Ordinario

JUEVES DE LA I SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de la feria (verde)

Misal: cualquier formulario permitido. Prefacio común.

Leccionario: Vol. III-impar

  • Heb 3, 7-14. Animaos los unos a los otros mientras dure este “hoy”.
  • Sal 94. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
  • Mc 1, 40-45. La lepra se le quitó, y quedó limpio.

Antífona de entrada             Cf. Sal 77, 23-25
El Señor abrió las compuertas del cielo; hizo llover sobre ellos maná, les dio un pan del cielo; y el hombre comió pan de ángeles.

Monición de entrada y acto penitencial
Nuevamente, el Señor Jesús nos invita a acercarnos al altar, la mesa fraterna del amor, para celebrar el banquete de la Eucaristía escuchando su palabra y alimentándonos con su Cuerpo y su Sangre. Dispongámonos pues, a celebrar estos sagrados misterios y, en silencio, pongámonos ante Dios y reconozcamos humildemente nuestros pecados.

• Tú que eres alimento para los débiles. Señor, ten piedad.
• Tú que eres Pan partido para dar vida al mundo. Cristo, ten piedad.
• Tú que vives entre nosotros y nos reúnes en el amor. Señor, ten piedad.

Oración colecta
SEÑOR,
que por el misterio pascual de tu Hijo
realizaste la redención de los hombres,
concédenos avanzar por el camino de la salvación a quienes,
celebrando los sacramentos,
proclamamos con fe la muerte y resurrección de Cristo.
Él, que vive y reina contigo.

Reflexión
Entre todas las enfermedades la lepra era una de las más devastadora, pues se interpretaba como signo evidente del pecado. Ella hacía del enfermo un «impuro», un marginado social y religiosamente. Jesús –sin preocuparse de las prescripciones de la Ley mosaica– toca con su mano al leproso y lo sana. Tal afortunado encuentro pone en contraste la confianza total con la total misericordia, la mezquindad de los prejuicios con la libertad de Alguien que, no buscando ningún género de reconocimiento, no duda en ordenarle con severidad: «No se lo cuentes a nadie».

Oración de los fieles
Dirijamos ahora nuestras oraciones a Dios Padre todopoderoso, que se compadece de nuestra debilidad.

1.- Con todos los que buscan perdón y reconciliación, te pedimos a gritos, Señor. Y por todos los que han encontrado perdón, te alabamos, Señor.

2.- Con todos los que gimen y se lamentan, día y noche, en su soledad y miseria, te pedimos a gritos, Señor. Con todos los que han encontrado amigos que les ayuden, te alabamos, Señor.

3.- Por todos los que ocultan su sufrimiento, clamamos a ti, Señor. Por todos los que comparten con hermanos afligidos y así los levantan de su postración, te alabamos, Señor.

Dios de bondad y de misericordia, escucha la oración de tus hijos, y límpianos de todas las lepras del pecado que nos esclaviza. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
AL celebrar el memorial de nuestra salvación,
suplicamos, Señor, tu clemencia,
para que este sacramento de piedad sea para nosotros
signo de unidad y vínculo de caridad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Cf. Jn 6, 51-52
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.

Oración después de la comunión
TE rogamos, Señor,
que nos santifique nuestra participación en esta Eucaristía,
para que, en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo,
se estreche cada vez más la fraternidad universal de todos los hombres.
Por Jesucristo, nuestro Señor.