Lectio Divina – Viernes I de Tiempo Ordinario

¡Jamás habíamos visto una cosa semejante!

Invocación al Espíritu Santo:

Señor infinitamente perfecto y bienaventurado en sí mismo, que has creado al hombre para hacerle partícipe de su vida bienaventurada, ya que enviaste a tu hijo como Redentor y Salvador de los hombres caídos en el pecado, convocados a tu Iglesia, y haciéndolos hijos suyos de adopción por obra del Espíritu Santo ayúdanos a comprender tu palabra, y haznos herederos de su eterna bienaventuranza.

Lectura. Marcos capítulo 2 versículos 1 al 12:

Cuando Jesús volvió a Cafarnaúm, corrió la voz de que estaba en casa, y muy pronto se aglomeró tanta gente, que ya no había sitio frente a la puerta. Mientras Él enseñaba su doctrina, le quisieron presentar a un paralítico, que iban cargando entre cuatro. Pero como no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente, quitaron parte del techo, encima de donde estaba Jesús, y por el agujero bajaron al enfermo en una camilla.

Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”. Algunos escribas que estaban allí sentados comenzaron a pensar: “¿Por qué habla este así? Eso es una blasfemia. ¿Quién puede perdonar los pecados sino solo Dios?”. Conociendo Jesús lo que estaban pensando, les dijo: “¿Por qué piensan así? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’ o decirle: ‘¿Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa’? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados -le dijo al paralítico-: Yo te lo mando: levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa”.

El hombre se levantó inmediatamente, recogió su camilla y salió de allí a la vista de todos, que se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: “¡Nunca habíamos visto cosa igual!”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

Jesús aparece como quien tiene la potestad de perdonar a los pecadores, los maestros de la ley se escandalizan porque saben que ese poder es exclusivamente divino. Jesús les demuestra que su poder es auténtico y pone en juego su poder de sanar. El perdón y el milagro son la revelación de la potestad divina que tiene Jesús. Y estas dos acciones son un signo de salvación completa que Jesús trae y a la que el hombre está designado.

Meditación:

No basta con tener salud o alivio en la vida; es necesario experimentar la reconciliación. Quizá, por eso, Marcos ha colocado este pasaje después de la curación del leproso y antes de narrar que Jesús comía con pecadores ( Marcos 2, 13- 17); y curiosamente aquí, se abordan ambas situaciones de manera complementaria: la curación y el perdón.

Podemos señalar la constatación sorprendente de que Jesús primero perdona los pecados y, sólo después, realiza la curación. Esto significaría que el alivio, la curación, es muestra de que Dios quiere perdonar. Ante la actuación de Jesús, los escribas se escandalizaban de que la misericordia y el perdón estén al alcance de los que ellos consideraban -además de pobres- lejos de Dios, por el solo hecho de padecer cierta enfermedad.

Desde esto podemos sostener que, con este milagro, se deja entrever la grandeza del perdón de los pecados, es decir, de la reconciliación. Claro que es importante gozar de salud y alivio físico; pero también es igual, o más importante, vivir con la salud interior que sólo proporciona la experiencia del perdón de Dios y de los demás.

Agradezcámosle a Dios el don de la salud; pidámosle que esto mismo nos ayude a vivir en permanente reconciliación con nosotros mismos, con los demás y con él. Busquemos un compromiso.

Oración:

Señor ayúdanos a ser portavoces de tus enseñanzas que dan vida en medio de la muerte del mundo. Queremos ser testigos de tus obras y palabras, auxílianos para descubrir los motivos que tenemos en nuestra vida para alabarte y glorificarte Señor nuestro. Amén.

Contemplación:

El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo, quiso que su Iglesia continuase, en la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación, incluso en sus propios miembros. Esta es finalidad de los dos sacramentos de curación: del sacramento de la Penitencia y de la Unción de los enfermos (Catecismo de la Iglesia Católica numeral 1421).

Oración final:

Solo Tú puedes devolver a nuestras vidas el estado de gracia. Solo Tú curas nuestras heridas con el bálsamo de tu amor. ¡Qué afortunados somos, pues no tenemos que desmantelar tejados para obtener tu perdón!

Nosotros mismos podemos acudir sin que nadie tenga que llevarnos…

Propósito:

En mi oración, pedir a Dios que aumente mi fe.

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Homilía – Viernes I de Tiempo Ordinario

En el Evangelio de la Misa de hoy, San Marcos nos dice que Jesús llegó a Cafarnaún y en seguida se supo que estaba en casa, y se juntaron tantos que no había más sitio.

También cuatro amigos fueron a la casa llevando a un paralítico, pero el gentío les impidió entrar. Entonces llegaron hasta el techo y descolgaron la camilla delante de Jesús.

El apostolado es algo parecido: poner a los amigos y conocidos delante de Jesús, a pesar de las dificultades que puedan aparecer. Dejaron al amigo delante de Jesús. Después el Señor hizo el resto, lo realmente importante: curó el alma y el cuerpo del paralítico.

Los cuatro amigos ya conocían al Señor, y su esperanza era tan grande que Jesús hace el milagro precisamente por la confianza que demostraron. La fe de los amigos suple y completa la fe del paralítico. El Evangelio nos dice que al ver Jesús la fe de ellos, realizó el milagro. No se menciona explícitamente la fe del enfermo, se insiste en la de los amigos. Vencieron obstáculos que parecían insuperables: debieron convencer al enfermo. Debían tener una gran confianza en Jesús, pues sólo el que está convencido, convence. Cuando llegaron a la casa, estaba tan repleta de gente que, al parecer, ya nada se podía hacer en ese momento. Pero no se dieron por vencidos. Superaron este inconveniente con decisión, con ingenio y un poco de audacia. Lo importante era el encuentro entre Jesús y su amigo; y para que se realice ese encuentro ponen todos los medios a su alcance.

El Evangelio de hoy nos deja una gran enseñanza sobre el apostolado que nosotros debemos hacer. También nosotros encontramos dificultades más o menos grandes. Pero si tenemos el propósito firme de poner a nuestros amigos y conocidos frente al Señor, contaremos con su ayuda para lograrlo.

Santo Tomás dice que este paralítico simboliza al hombre que está alejado de Dios; lo mismo que el paralítico no puede moverse. Los que llevan al paralítico representan a los que, con su consejo, con su apostolado, lo acercan a Jesús.

El Señor se alegró con la audacia de estos cuatro amigos que no se echaron atrás ante las primeras dificultades ni lo dejaron para una ocasión más oportuna.

Pidamos a María que nos ayude a poner el mismo interés y decisión que los cuatro amigos del Evangelio para acercar a todos y ponerlos delante del Señor.

Comentario – Viernes I de Tiempo Ordinario

Marcos 2, 1-12

a) Es simpático y lleno de intención teológica el episodio del paralítico a quien le bajan por un boquete en el tejado y a quien Jesús cura y perdona. 

Es de admirar, ante todo, la fe y la amabilidad de los que echan una mano al enfermo y le llevan ante Jesús, sin desanimarse ante la dificultad de la empresa. 

A esta fe responde la acogida de Jesús y su prontitud en curarle y también en perdonarle. Le da una doble salud: la corporal y la espiritual. Así aparece como el que cura el mal en su manifestación exterior y también en su raíz interior. A eso ha venido el Mestas: a perdonar. Cristo ataca el mal en sus propias raíces. 

La reacción de los presentes es variada. Unos quedan atónitos y dan gloria a Dios. 

Otros no: ya empiezan las contradicciones. Es la primera vez, en el evangelio de Marcos, que los letrados se oponen a Jesús. Se escandalizan de que alguien diga que puede perdonar los pecados, si no es Dios. Y como no pueden aceptar la divinidad de Jesús, en cierto modo es lógica su oposición. 

Marcos va a contarnos a partir de hoy cinco escenas de controversia de Jesús con los fariseos: no tanto porque sucedieran seguidas, sino agrupadas por él con una intención catequética. 

b) Lo primero que tendríamos que aplicarnos es la iniciativa de los que llevaron al enfermo ante Jesús. ¿A quién ayudamos nosotros? ¿a quién llevamos para que se encuentre con Jesús y le libere de su enfermedad, sea cual sea? ¿o nos desentendemos, con la excusa de que no es nuestro problema, o que es difícil de resolver? 

Además, nos tenemos que alegrar de que también a nosotros Cristo nos quiere curar de todos nuestros males, sobre todo del pecado, que está en la raíz de todo mal. La afirmación categórica de que «el Hijo del Hombre tiene poder para perdonar pecados» tiene ahora su continuidad y su expresión sacramental en el sacramento de la Reconciliación. Por mediación de la Iglesia, a la que él ha encomendado este perdón, es él mismo, Cristo, lleno de misericordia, como en el caso del paralítico, quien sigue ejercitando su misión de perdonar. Tendríamos que mirar a este sacramento con alegría. No nos gusta confesar nuestras culpas. En el fondo, no nos gusta convertirnos. Pero aquí tenemos el más gozoso de los dones de Dios, su perdón y su paz. 

¿En qué personaje de la escena nos sentimos retratados? ¿en el enfermo que acude confiado a Jesús, el perdonador? ¿en las buenas personas que saben ayudar a los demás? ¿en los escribas que, cómodamente sentados, sin echar una mano para colaborar, sí son rápidos en criticar a Jesús por todo lo que hace y dice? ¿o en el mismo Jesús, que tiene buen corazón y libera del mal al que lo necesita? 

«Empeñémonos en entrar en el descanso de Dios» (1ª lectura, I) 

«Que pongan en Dios su confianza y no olviden las acciones de Dios» (salmo, I) 

«Dichoso el pueblo que camina a la luz de tu rostro» (salmo, II) 

«Hijo, tus pecados quedan perdonados» (evangelio)

«Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (evangelio)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 4

Inicio de un tiempo evangélico

Son tantas y tantas las veces
que has pasado a mi vera
silbando tus canciones,
rozándome con tu brisa,
haciéndome guiños y risas,
deteniendo tu presencia…,
que me siento sin respuesta.

Y son tantas y tantas las veces
que he visto bajar al Espíritu
y posarse en personas anónimas
que caminan por este mundo
buscando la verdad a tientas,
a solas o en compañía fraterna…,
que me avergüenzo de mi inercia.

Por eso, al escuchar de nuevo
esa voz que anuncia tu presencia,
hago un alto en mis sendas,
abro mis entrañas yermas,
me despojo de toda pertenencia
y permanezco atento por si llegas…
y quieres hacerme de tu cuadrilla nazarena.

Florentino Ulibarri

Misa del domingo

En el Antiguo Testamento es frecuente designar al pueblo de Israel como “siervo de Dios” y a sus miembros como “siervos de Dios”. Israel ha sido liberado por Dios de la servidumbre y esclavitud y ha sido invitado a servirlo libremente: «si no os parece bien servir a Dios, elegid hoy a quién habéis de servir, o a los dioses a quienes servían vuestros padres más allá del Río, o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis ahora» (Jos 24,15). De este modo increpa Josué a los israelitas una vez que entran finalmente en la tierra prometida, luego de haber sido liberados de la esclavitud de Egipto y marchar cuarenta años por el desierto. Hacerse siervo de Dios implicaba ser fiel a la Alianza sellada por Dios con Israel, ser fiel a la Ley dada por Dios a Moisés, aceptar libre y amorosamente su divino Plan.

El profeta Isaías (1ª. lectura) se reconoce a sí mismo como siervo de Dios. Ésa es su identidad más profunda, una realidad grabada por Dios en lo más profundo de su ser en el momento mismo de su concepción: «desde el vientre me formó siervo suyo». Identidad y vocación (del latín “vocare”, que se traduce como “llamado”) van de la mano. El haber sido hecho por Dios para ser su siervo implica un llamado por parte de Dios para cumplir una misión. El elegido es libre de aceptar o rechazar ese llamado, para bien de muchos o para perdición del pueblo. Ese llamado Isaías lo aceptó con docilidad y generosidad: «Percibí la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré? ¿Y quién irá de parte nuestra”? Dije: “Heme aquí: envíame”» (Is 6,8). De la aceptación y fiel cumplimiento de su misión depende la reconciliación del Israel con Dios. Más aún, de la fidelidad a su vocación —que no es otra cosa que la fidelidad a su propia y más profunda identidad— y a su misión depende también que la salvación de Dios «alcance hasta el último extremo de la tierra».

En este importante pasaje aparece clara una teología de la vocación: cada cual nace con una vocación, sellada por Dios en lo más profundo de su ser. Esta vocación, este “estar hecho por Dios para algo”, implica una misión y tarea que cumplir en el mundo. Su aceptación trae la realización humana al llamado y la salvación para todos lo que dependen de su fiel respuesta al Plan de Dios. En cambio, la rebeldía y rechazo de la propia vocación y misión dada por Dios traen al llamado un profundo desgarro interior, falta de paz, sufrimiento, así como un vacío que nadie podrá llenar en el mundo.

Además del llamado particular que Dios hace a cada uno, existe un llamado universal: todo ser humano es el llamado a ser santo (2ª. lectura). La santidad es realizar en sí mismo el amoroso proyecto divino que es cada cual. Dios crea al ser humano en vistas a su propia realización, que se da en la participación de su comunión divina de amor. Mas cada cual debe responder desde su libertad si acepta o no esta invitación de Dios, si confía en Él o prefiere confiar en ídolos vacíos, si lo sirve a Él y su amoroso Plan de Reconciliación o si prefiere servir a los ídolos del poder, del placer y del tener. Estos ídolos, aunque prometen la felicidad al ser humano, no hacen sino llevarlo al fracaso existencial, a la propia destrucción. La santidad es respuesta afirmativa a Dios y a su amor, es un “sí” dado por la criatura al Creador, pero también y ante todo es un don recibido por Cristo: quienes están llamados a ser santos han sido también «santificados en Cristo Jesús». Es a ese don al que cada cristiano deberá responder desde la propia libertad rectamente ejercida.

También el Señor Jesús tiene una vocación y misión que cumplir en el mundo. Él está llamado a realizar plenamente aquello que Dios revela a Isaías: «No basta que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el último extremo de la tierra». Él, el Hijo del Padre, es el Siervo de Dios por excelencia que proclama con toda su vida y su ser: «Aquí estoy… para hacer tu voluntad» (Salmo), para cumplir tu Plan, para llevar a cumplimiento tus amorosos designios reconciliadores.

Juan el Bautista da testimonio de Jesús y lo presenta ante el pueblo de Israel como Aquel que es el Cordero de Dios que ha venido a quitar el pecado del mundo. Juan revela de este modo Su identidad y misión. Al señalar al Señor Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo trae a la memoria aquel macho cabrío que luego de ser “cargado” con los pecados de Israel debía ser enviado a morir al desierto, expiando de ese modo los pecados del pueblo (ver Lev 16,21-22). También hace referencia a los corderos que eran continuamente ofrecidos como expiación por los pecados cometidos por los israelitas contra la Ley de Dios (ver Lev 4,27ss).

Por otro lado es interesante notar que la palabra hebrea usada para designar a un cordero puede significar también “siervo”. El Cordero de Dioses también el Siervo de Dios por excelencia, y justamente en la medida en que como Siervo responde a su vocación y cumple amorosamente con la misión confiada por su Padre llega a ser el Cordero que se inmola a sí mismo en el Altar de la Cruz para quitar el pecado del mundo, para reconciliar a la humanidad entera con Dios (ver 2Cor 5,19). De este modo la salvación de Dios alcanza «hasta el último extremo de la tierra», a los hombres y mujeres de todos los pueblos y tiempos.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Ha pasado ya el tiempo intenso de Navidad. Empezamos un nuevo tiempo litúrgico llamado “tiempo ordinario”. El cambio en el color de la casulla que utiliza el sacerdote lo indica visiblemente. La casulla blanca usada en el tiempo de Navidad quiere simbolizar la luz radiante que brota del Niño, «Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9). En el “tiempo ordinario” se utiliza la casulla verde, color que significa esperanza y vida, porque las enseñanzas del Señor que escucharemos Domingo a Domingo son justamente fuente de esperanza y vida eterna para nosotros.

Al decir tiempo ordinario no hay que entender que se trata de un tiempo común y corriente, sino de un tiempo en el que Domingo a Domingo se va avanzando ordenadamente en la lectura del Evangelio correspondiente (este año es el de San Mateo) para meditar en las enseñanzas y obras del Señor Jesús a lo largo su ministerio público. Quien va acompañando al Señor en su predicación y lo escucha para procurar poner en práctica sus enseñanzas en la vida cotidiana, descubrirá en Él la fuente de una profunda esperanza y de la vida verdadera, vida que se prolongará por toda la eternidad: «el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna» (Jn 4,14).

Este Domingo escuchamos a Juan dar testimonio del Señor Jesús, que luego de ser bautizado se dispone a iniciar su ministerio público. El Bautista presenta al Señor Jesús como el Mesías prometido por Dios para que sea acogido y escuchado por todos aquellos que anhelantes esperaban su venida.

También a mí en el hoy de mi historia y en las circunstancias concretas de mi vida Juan el Bautista me señala al Señor Jesús como el Enviado del Padre, Aquel que Dios ha enviado para perdonar mis pecados y reconciliarme con Él, conmigo mismo, con mis hermanos humanos y con toda la creación. El Señor Jesús no es un profeta más, un gran sabio como otros: Él es el Hijo del Padre, Dios de Dios, Dios que por nosotros se hizo hombre para reconciliarnos y elevarnos a nuestra verdadera grandeza humana. En Él el ser humano se comprende a sí mismo, su misterio, su grandioso origen y su glorioso destino. Es, por tanto, a Él a quien hay que conocer y escuchar, a Él a quien hay que amar y seguir confiada y decididamente.

El Señor nunca tendrá un lugar central en mi vida si no lo amo con todo mi ser, incluso más que a mi propia vida y más que a los que más amo (ver Dt 6,5; Mt 10,37). Este amor al Señor se nutre, crece y madura en el trato diario con Él, en la oración perseverante, y se expresa en los sacrificios que estoy dispuesto a asumir por Él.

Por otro lado, nadie ama a quien no conoce. Para amar al Señor es necesario conocerlo, y para ello la Iglesia «recomienda insistentemente a todos sus fieles… la lectura asidua de la Escritura para que adquieran “la ciencia suprema de Jesucristo” (Flp 3,8)» (Catecismo de la Iglesia Católica,2653). No podemos olvidar que «ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo» (San Jerónimo).

Quien conoce y ama a Jesucristo verdaderamente, quien lo escucha, quien le cree y confía en Él, quien se abre a la fuerza transformante de su Espíritu, buscará en lo cotidiano hacer lo que Él le diga (ver Jn 2,5), buscará ser siervo o sierva de Dios, buscará responder a su llamado a la santidad, buscará responder a su vocación particular cumpliendo la misión que Dios le encomienda realizar en el mundo, para bien de muchos.

Comentario al evangelio – Viernes I de Tiempo Ordinario

El misterio de la persona de Jesús sigue desvelándose a través de sus acciones de sanación. Estas ya no suscitarán solamente asombro y admiración. Ahora van a suscitar también repulsa y obstinación. La revelación progresiva de Jesús hace que las personas tengan que pronunciarse a favor o en contra de su persona. Ante Jesús nadie queda indiferente.

En estos textos Marcos reúne cinco controversias con los más fuertes opositores de Jesús y de las primeras comunidades cristianas: los escribas, los fariseos, los discípulos de Juan, los herodianos. La Buena Noticia que alegra a los marginados, asusta a las autoridades religiosas y políticas.

El texto destaca la solidaridad y la fe de cuatro amigos de un paralítico que a toda costa buscan estar cerca de Jesús, pues si él lo ve, él lo curará. Aquí se cumple el dicho que la fe mueve montañas y ¡tejados! Nada es imposible para el que cree: “Viendo Jesús la fe que tenían”, dice el texto. La generosidad de estos amigos logra la salud y el perdón para el enfermo: nada de miedo al ridículo, al qué dirán. Es como si le dijeran al enfermo: ¿Quieres sanar? Ahí está la fuente de la vida, Jesús, vamos a acercarnos a él sin miedo.

¿Por qué antes de sanar al paralítico Jesús le perdona los pecados? La razón es sencilla: de nada sirve tener el cuerpo sano, pero el corazón paralizado por la codicia y el egoísmo. Jesús quiere empezar por dentro: para caminar bien el paralítico necesita primero un corazón perdonado. El perdón y la curación física revelan el poder divino de Jesús. Ambas acciones demuestran que la salvación es completa cuando cuerpo y alma se llenan de vida.

“Levántate” significa iniciar una vida nueva alejada de toda maldad. La camilla que se lleva a casa a la vista de todos le recordará los males que tuvo que soportar. Volver a casa significa el apoyo y la fuerza que debe brindar con su testimonio a su familia, a su comunidad.

Hoy al meditar esta acción sanadora de Jesús, el salmo nos invita a no olvidar las acciones de Dios en favor de sus hijos y confiar sin desfallecer en su bondad.

Ciudad Redonda

Meditación – Viernes I de Tiempo Ordinario

Hoy es viernes I de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 2, 1-12):

Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa. Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siguiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra.

Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados.»

Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: «¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?»

Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: «¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o Levántate, toma tu camilla y camina? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.»

 Él se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto nada igual.»

El evangelio de Marcos nos invita a entrar en la casa de Jesús en Cafarnaúm. Nadie quiere quedarse fuera y se agolpa el gentío en la puerta. Cuando una puerta se bloquea, se abre una ventana. En este caso, la ventana se abrió por el tejado y la abrieron quienes creían que Jesús podía curar a un amigo. Admiramos la fortaleza del amor y su determinación en la búsqueda del bien que nos orienta más allá de la razón, transformándonos en seres hábiles y creativos. La audacia del amor es esa energía de alta frecuencia que traspasa muros y techumbres.

Jesús admira el esfuerzo, conoce a los que irrumpen de esta manera y ofrece al enfermo el perdón, volviendo a desconcertar a los presentes. Solo puede perdonar el que ama y es el poder del amor el que se materializa en la curación del paralítico, el milagro que todos presencian quedando nuevamente confundidos.

Me pregunto si el perdón está a nuestro alcance, si podemos realmente perdonar o solo acoger el perdón. Acoger el perdón es vivir la propia fragilidad con esperanza. El amor es paciente, no vengativo, es audaz y fue la audacia del amor la que permitió que el paralítico recobrara la salud. También permitió que recuperaran el sentido, momentáneamente al menos, todos los descreídos que presenciaban el acontecimiento. Se trata de recuperar esa capacidad de asombro y la lucidez que nos hacen estar activamente presentes ante el milagro cotidiano que nos ofrece la Vida.

A todos nosotros, como a los escribas, nos da Jesús la oportunidad, no solo de contemplar, sino de dejarnos arrastrar por la extraordinaria experiencia del amor que perdona.

Dña. Micaela Bunes Portillo OP

San Hilario, obispo y doctor de la Iglesia

Su nombre significa «sonriente», nació en Poitiers, Francia, hacia el año 315. Sus padres eran nobles, pero gentiles. Ávido de saber, cultivó las letras y la filosofía. Después dio con los libros sagrados, y el Evangelio de San Juan iluminó su espíritu. En el año 345 recibió el bautismo. Desde entonces vivió con tanta honestidad y virtud que, al fallecer el obispo de Poitiers, fue escogido para ocupar aquella  sede. Era el año 350.

 El siglo en que vivió Hilario estaba convulsionado por contiendas dogmáticas, sobre todo por la herejía arriana, que afirmaba que el Verbo no era Dios, sino sólo la primera de las criaturas creadas por Dios. Hilario sostenía, de acuerdo con la ortodoxia, la unidad de las tres personas, y que el Verbo divino se había hecho hombre para convertir en hijos de Dios a los que lo recibiesen. Los seguidores de Arrio consiguieron que el emperador Constancio, inficionado de la herejía, desterrase a Hilario a Frigia, provincia romana de Asia, situada en la extremidad del Imperio. Hacia allí  se dirigió a fines del 356.

Durante cuatro años recorrió las ciudades de Oriente, discutiendo. «Permanezcamos siempre en el destierro -repetía- con tal que se predique la  verdad». Al mismo tiempo enviaba a Occidente su tratado de los Sínodos y en 359 los doce libros Sobre la Trinidad, que se consideraba su mejor obra.

Llamado por una orden general del emperador, asistió al concilio que se realizó en Seleucia de Isauria, ciudad del Asia Menor, en la región montañosa de Tauro. Allí trató Hilario sobre los altos y dificultosos  misterios de la fe. Después pasó a Constantinopla, donde en un escrito presenta al emperador como Anticristo.

Considerado como un agitador e intimidados por su intrepidez, sus mismos enemigos trabajaron para echarlo de Oriente. Así volvió Hilario a Poitiers.  San Jerónimo refiere el júbilo con que fue recibido por los católicos.

Allí  realizó una profunda labor de exégesis, en los tratados que escribió sobre los divinos misterios, sobre los salmos y sobre san Mateo. Compuso también himnos y algunos le atribuyeron el «Gloria in excelsis». Según Isidoro de Savella, Hilario fue el primero que introdujo los cánticos en las iglesias de Occidente.

Vuelve a la lucha. En Milán está el arriano Auxencio. Hilario lo combate con su característica intrepidez y es condenado a abandonar Italia bajo pretexto de introducir la discordia en la Iglesia de esa ciudad.

 Tuvo Hilario numerosos discípulos, el más ilustre de ellos san Martín de Tours, y muchos fueron los herejes que convirtió. Murió el 13 de enero del año 368. Sus reliquias reposaron en Poitiers hasta el año 1652, en que fueron sacrílegamente quemadas por los hugonotes. Se le ha dado el título de Atanasio de Occidente. San Jerónimo y san Agustín lo llaman gloriosísimo defensor de la fe. Por la profunda influencia que ejerció como escritor, el papa Pío IX, a petición de los obispos reunidos en el sínodo de Burdeos,  declaró a san Hilario doctor de la Iglesia.