Para ser conocido

No ha nacido Jesús para permanecer indefinidamente en el frío pesebre. Mucho menos para quedarse entre los aromas del incienso, en la debilidad simbolizada en la mirra o la realeza que resplandece en el oro. No ha descendido, Dios en nuestra carne, para contentarse con los agasajos de los humildes pastores, la visita regia de los Magos o el destello de la estrella que guía a los que buscan.

1.- El Dios desconocido, en las lecturas de hoy, comienza a revelarse y a dejarse conocer. ¿Realizamos algún esfuerzo por llegarnos hasta el corazón de Dios? ¿Podemos decir que “hemos conocido al Señor en Navidad” o, por el contrario, “ha pasado desapercibido en medio de tantas luces”? ¿Dónde ha quedado Dios en estos días santos que hemos celebrado? ¿Dónde hemos dejado a Dios?

Ha venido el Señor para acampanar junto a nosotros. Para recordarnos que, en el camino del amor, es donde mejor le podemos encontrar, conocer y servir.

Y es que, a veces, nos puede ocurrir como aquel funcionario que –aún teniendo datos de las personas a las que atiende- no conoce nada de lo que acontece en el interior de esas personas. ¿Y nosotros? Sí; tal vez de lejos o de cerca poseamos algunas reseñas o antecedentes sobre el Señor (se hizo hombre por salvarnos, nació en Belén, padeció, murió, resucitó….) ¿Pero sabemos de verdad quién es Jesús?

2.- Conocer a Dios es sumergirnos en sus entrañas. Tener experiencia de su presencia y, por lo tanto, fecundar toda nuestra vida con su Palabra y su soplo divino. ¿Qué ocurre entonces? Pues que, tal vez, tenemos conceptos de Dios y, tal vez, no poseemos a Dios.

En cuántas ocasiones, ante un amigo, hemos exclamado: ¡Cuánto me alegra el haberte conocido! ¡Qué fortuna tengo al tenerte como amigo! Esa es, entre otras por supuesto, la asignatura pendiente de todos los cristianos: conocer, sentir y amar a Dios con todas nuestras fuerzas y sin medida. Y, a continuación, tenerlo como el mayor capital en nuestro vivir.

Cuando nos avergonzamos de ciertas actitudes personales o amorales que se dan en nuestra vida, en el fondo, es porque no hemos conocido totalmente al Señor. Porque, Dios, no es el centro de nuestro vivir y de nuestro pensar. Dios, que se nos ha revelado humildemente en Belén, está al alcance de todos aquellos que intentan (que intentamos) buscarlo con toda sinceridad desde el corazón y con el corazón.

3.- Es en la intimidad y en la oración donde el Señor se nos muestra tal y como es: con amor. Es en la búsqueda, como lo hicieron los Magos, donde encontramos un sendero marcado por la luz de la estrella para dar con Jesús. Es, en el desprendimiento –como lo hicieron los pastores- donde damos muestras de que, el Señor, ha tocado lo más hondo de nuestras entrañas y lo ponemos en el lugar que le corresponde: en el todo de nuestro existir. Es en la tiniebla y en el poder, como aconteció en el pensamiento de Herodes, donde se encuentran los mayores escollos para no arrodillarnos ante el Señor.

Para ello ha venido: para amar y ser amado. Para conducirnos y seducirnos con palabras de ternura y de comprensión. Acompañemos ahora a Aquel que, más que hablar, nos mostrará con su ofrecimiento personal y radical lo que vale el amor de Dios. Para eso….ha venido y para eso ha nacido. ¡Conozcámoslo!

4.- HAS VENIDO POR MI, SEÑOR

Para que, conociéndote,
sepa que no existe alguien mayor que Tú
cimientos más sólidos que los tuyos
(la fe y la esperanza, el amor y la vida)
Has venido por mí, Señor
Para que, viéndote, te ame y me fíe de Ti
Para que, amándote,
ame y me confíe a los que me necesiten
Has venido por mí, Señor;
y te doy las gracias y te bendigo
y te glorifico y te busco
y, buscándote, pido que reines en mí
Para que, siendo Tú el Rey de mi vida
no me rinda en las batallas de cada día
ni me eche atrás a la hora de defenderte
ni oculte mi rostro
cuando, a mi puerta, llamen los dramas humanos
Has venido por mí, Señor
Para que, mis dolores, siguiéndote
se sientan aliviados por tu presencia
Para que, mis pecados, llorando ante Ti
sean perdonados por tu mano misericordiosa
¡Has venido, por mí, Señor!
¡Gracias Señor!

Javier Leoz

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Lectio Divina – Sábado I de Tiempo Ordinario

Él se levantó y lo siguió

Invocación al Espíritu Santo:

Señor todopoderoso, salvador nuestro, danos la ayuda del Espíritu Santo, para que siempre deseemos las obras de la luz y realicemos todo en tu nombre, así los que hemos nacido del bautismo demos testimonio verdadero ante los hombres. Amén.

Lectura. Marcos capítulo 2 versículos 13 al 17:

Los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos le enviaron a Jesús unos fariseos y unos partidarios de Herodes, para hacerle una pregunta capciosa. Se acercaron, pues, a Él y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa lo que diga la gente, porque no tratas de adular a los hombres, sino que enseñas con toda verdad el camino de Dios. ¿Está permitido o no, pagarle el tributo al César? ¿Se lo damos o no se lo damos?”. Jesús, notando su hipocresía, les dijo: “¿Por qué me ponen una trampa? Tráiganme una moneda para que yo la vea”. Se la trajeron y Él les preguntó: “¿De quién es la imagen y el nombre que lleva escrito?”. Le contestaron: “Del César”. Entonces les respondió Jesús: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Y los dejó admirados. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

Los fariseos se consideraban pecadores y los menospreciaban públicamente a los que ejercían profesiones despreciables como era el caso de los recaudadores de impuestos que son señalados como los que robaban al pueblo, y con esta clase de personas los llama Jesús a que los sigan y con ellos se sienta a la mesa. Y les pide que reconozcan a los enfermos y se abran con humildad y fe a la acción salvífica de Dios.

Meditación:

El hecho de Comer con pecadores y publicanos es un dato indudable en la vida de Jesús. Compartir la mesa con gente mal vista a causa de la estigmatización religiosa y social, que era considerada impura y despreciable, fue el signo más claro y provocativo de que el Reino de Dios, que pedía inclusión fraterna, estaba llegando.

Jesús actuaba así porque tenía muy clara la convicción de que habría que hacer presente a un Dios misericordioso, que se acerca a todo para ofrecer su amor; abolía con todo esto la marginación religiosa de unos y la superioridad religiosa de otros. Y no es que el Dios de Jesús no sea exigente; Io es, y mucho más que el dios legalista de ciertos grupos. Pero primero es incluyente, y solo después exigente, pero nunca tiránico.

Marcos aprovecha para hacer una distinción crucial: el médico no es para los fuertes, sino para los enfermos. Es la lógica de Dios, aunque no necesariamente la de ciertos individuos o grupos religiosos. Dios se acerca al pecador, en lugar de alejarse; lo acoge primero, en vez de condenarlo de manera inmediata; lo procura, nunca lo abandona.

No tengamos miedo de sacrificar todos los prejuicios o juicios equivocados que impiden que imitemos la actitud de Jesús hacia los que fallan; incluyámonos, con honestidad, nosotros mismos entre aquellos que fallan y necesitan de la compasión de Dios y de los demás.

Oración:

Te damos gracias, Señor Dios todopoderoso, porque has permitido que lleguemos a este día, en el que queremos ser tus testigos ante a las personas que más lo necesitan, y que esta acción de gracias sea nuestra ofrenda.

Contemplación:

Deber de los ciudadanos es cooperar con la autoridad civil al bien de la sociedad en espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad. El amor y el servicio de la patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad. La sumisión a las autoridades legítimas y el servicio del bien común exigen de los ciudadanos que cumplan con su responsabilidad en la vida de la comunidad política (Catecismo de la Iglesia Católica numeral 2239).

Oración final:

¡Señor!, gracias por recordarme cuáles son las prioridades en mi vida. Señor, que no dude darte generosamente el tiempo que te mereces. Señor, ilumíname cuando me exceda con las cosas de este mundo, con el César tirano, para que pueda escapar de sus garras y tener claro los límites entre lo tuyo y mis demás ocupaciones. Gracias por enseñarme con tu ejemplo a dar al César lo del César y a Dios lo que es de Dios.

Propósito:

El día de hoy rezaré un padrenuestro al iniciar mi trabajo o estudio para recordarme que necesito dar al César lo del César y a Dios lo de Dios.

El Cordero de Dios que nos perdona y nos transforma

1.- Una salvación ofrecida a todos. La primera lectura es del 2º cántico del Siervo de Yahvé del Deutero-Isaías. La misión del Siervo es reunir a todo el pueblo. Reunir, pacificar, consolar… siempre la humanidad ha tenido necesidad de estos valores. Y hoy, como nunca, necesitamos a alguien como el Siervo que traiga esa luz a este mundo dividido, en guerra, hambriento y desorientado. No hay nada comparable a la misión que el Señor le encomienda: te haré luz de las naciones; ¿para qué?, para que “mi salvación alcance hasta los confines de la tierra”. Esta misión la vieron los primeros cristianos realizada en la misión de Jesús de Nazaret, luz de salvación para todos los pueblos, para toda la humanidad. El Siervo demuestra su disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios (Salmo). Sufrirá el olvido y el menosprecio, será traicionado hasta por los suyos, será como una oveja llevada al matadero. El Siervo viene a restablecer, viene a reunir, se convierte en luz y salvación no solo para Israel sino para todos los confines de la tierra.

2.- Pecadores y, sin embargo, santos. La Primera Carta a los Corintios nos acompañará durante todos los domingos hasta la Cuaresma. Es Cristo quien le nombra apóstol, es decir, “enviado”. Pablo sabe que su misión es importante en medio de la comunidad que él ha engendrado en su Señor. Es una comunidad que le dará muchos quebraderos de cabeza, pero a la que no niega el título de salvación y santificación. Por eso les llama “santos”, pues han sido consagrados y santificados por el Bautismo. Pablo era un hombre de personalidad fuerte y muy consciente de su misión como apóstol, pero reconoce que nada es sin Cristo, su Señor.

3.- Nos libera de nuestros pecados. La presentación de Jesús, como «Cordero de Dios», quizá a nosotros no nos diga mucho, porque no pertenecemos a una cultura pastoril. Es conveniente que nos detengamos un poco para tratar de descubrir qué es lo que significó esta expresión para todos aquellos que escucharon al Bautista. Aquella gente conocía perfectamente el sentido metafórico y simbólico del “cordero mudo conducido al matadero». Este es el cordero «que será sacrificado por nuestros pecados, molido por nuestros crímenes, y por cuyas llagas nosotros somos curados». Ante la realidad de nuestros pecados personales y de nuestros pecados sociales, podemos caer en un doble peligro. En ocasiones nos resistimos a reconocer nuestros pecados y nuestros males. Embriagados por nuestra soberbia, creemos estar más allá del bien y del mal. Queremos convencernos a nosotros mismos de que vamos por el camino correcto, cuando hay tantas cosas que urge enderezar en nuestra vida y en la vida de nuestra sociedad. Uno de los peores males de nuestro mundo es la eliminación de la “conciencia de pecado”. Recordemos que no hay peor ciego que aquel que no quiere ver….Reconozcamos que estamos necesitados de salvación, porque las salpicaduras del pecado del mundo nos llegan a cada uno en lo personal y a nuestra sociedad. Pero hay otro peligro en nuestros días: reconocer nuestros pecados y nuestros males para exhibirlos, para caer en la depresión, para llegar a quitarnos y quitar a los demás la esperanza. Este no es el camino del Evangelio: el Siervo de Yahvé, el Cordero de Dios, viene restablecer, viene como luz, viene a curar, viene a darnos salvación y no angustia y desesperación. Tenemos que aprender a perdonarnos también a nosotros mismos como Dios nos perdona.

José María Martín OSA

Comentario – Sábado I de Tiempo Ordinario

Marcos 2, 13-17

a) La llamada que hace Jesús a Mateo (a quien Marcos llama Leví) para ser su discípulo, ocasiona la segunda confrontación con los fariseos. Antes le habían atacado porque se atrevía a perdonar pecados. Ahora, porque llama a publicanos y además come con ellos.

Es interesante ver cómo Jesús no aprueba las catalogaciones corrientes que en su época originaban la marginación de tantas personas. Si leíamos anteayer que tocó y curó a un leproso, ahora se acerca y llama como seguidor suyo nada menos que a un recaudador de impuestos, un publicano, que además ejercía su oficio a favor de los romanos, la potencia ocupante. Un «pecador» según todas las convenciones de la época. Pero Jesús le llama y Mateo le sigue inmediatamente.

Ante la reacción de los fariseos, puritanos, encerrados en su autosuficiencia y convencidos de ser los perfectos, Jesús afirma que «no necesitan médico los sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar justos, sino pecadores».

Es uno de los mejores retratos del amor misericordioso de Dios, manifestado en Cristo Jesús. Con una libertad admirable, él va por su camino, anunciando la Buena Noticia a los pobres, atendiendo a unos y otros, llamando a «pecadores» a pesar de que prevé las reacciones que va a provocar su actitud. Cumple su misión: ha venido a salvar a los débiles y los enfermos.

b) A todos los que no somos santos nos consuela escuchar estas palabras de Jesús. Cristo no nos acepta porque somos perfectos, sino que nos acoge y nos llama a pesar de nuestras debilidades y de la fama que podamos tener.

El ha venido a salvar a los pecadores, o sea, a nosotros. Como la Eucaristía no es para los perfectos: por eso empezamos siempre nuestra celebración con un acto penitencial.

Antes de acercarnos a la comunión, pedimos en el Padrenuestro: «Perdónanos». Y se nos invita a comulgar asegurándonos que el Señor a quien vamos a recibir como alimento es «el que quita el pecado del mundo».

También nos debe estimular este evangelio a no ser como los fariseos, a no creernos los mejores, escandalizándonos por los defectos que vemos en los demás. Sino como Jesús, que sabe comprender, dar un voto de confianza, aceptar a las personas como son y no como quería que fueran, para ayudarles a partir de donde están a dar pasos adelante.

A todos nos gusta ser jueces y criticar. Tenemos los ojos muy abiertos a los defectos de los demás y cerrados a los nuestros. Cristo nos va a ir dando una y otra vez en el evangelio la lección de la comprensión y de la tolerancia.

«La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo» (1ª lectura, I)

«Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón» (salmo, I)

«Le concedes bendiciones incesantes, lo colmas de gozo en tu presencia» (salmo, II)

«Ojalá escuchéis hoy su voz» (aleluya)

«No he venido a llamar justos, sino pecadores» (evangelio)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 4

Recibamos el Espíritu del Señor

1.- Todos hemos visto alguna vez, o en fotografía o en película, o quizás personalmente, esas multitudes de indios bajando lentamente por las orillas a las aguas del Ganges para purificarse en las aguas sagradas. El agua siempre ha tenido en todas las civilizaciones el significado de purificación antes de entrar en contacto con la divinidad. En el recinto exterior de todo templo shintoista hay una fuente o depósito hecho de piedra con cuya agua se purifican las manos y los pies o se bebe un poco en señal de purificación antes de proceder al interior del templo

2.- Juan el Bautista también tocó el agua, como era costumbre en esos tiempos, como medio de purificación, pero exigía al mismo tiempo la conversión del corazón, sabiendo que el solo meterse en el agua no cambia nada en el interior del hombre si este no ha cambiado a sí mismo. Pero aún así Juan sabía que su bautismo no era lo que debía de ser. Purificarse y morir a la mala vida es un paso aún negativo. Cuando el hombre sale del agua necesita comenzar a vivir una nueva vida.

Y Juan señala a Jesús y le define con aquellas palabras: “ese es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo”. No basta morir bajo el agua es necesario renacer, como dijo Jesús a Nicodemo: “Yo te aseguro que si no renace el hombre del agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el Reino de los Cielos”.

3.- Todos nosotros estamos bautizados, y vosotros habéis bautizado a vuestros hijos. ¿Y tenemos conciencia de lo que eso fue y lo que es? Renacer: ese niño que acaba de nacer y tiene un principio humano que le hace actuar como ser humano, todavía, tiene que nacer otra vez. Sobre ese principio de actos humanos, necesita otro principio para que sea capaz de amar a un Dios que “nadie jamás ha visto”, para que sea capaz de admitir un ser que sus ojos no ven, ni sus manos van a palpar. Y ese principio nuevo, sobrenatural, es el Espíritu Santo. Nosotros, vuestros niños en el bautismo, reciben el Espíritu de Jesús, que les va a hacer moverse en un sentido sobrenatural, hacia Dios.

4.- Y ese venir del Espíritu Santo hace que ese niño quede consagrado, dedicado a Dios, como al consagrar un cáliz queda dedicado solamente al culto divino. Ese niño que tenéis en brazos, por ser templo del Espíritu Santo es un ser santificado y consagrado por Jesucristo como dice hoy San Pablo. “Separemos de las tinieblas a la luz.

** A) Esos niños y cada uno de nosotros somos elegidos por Dios desde el vientre de nuestras madres y consagrados, es decir, separados, apartados del mal del mundo (llámesele Satanás), de todo lo que nos aparta de Dios, apartados de odios, y envidias, de egoísmos e injusticias, de violencias y materialismo, de todo lo que nos haga olvidarnos de Dios como puede ser el placer desenfrenado, el dinero o el poder.

** B) A todo esto renunciamos en las promesas del bautismo. Y para significar nuestra dedicación a Dios por el Espíritu que acabamos de recibir se unge al niño con el Crisma, como se ungen los cálices con óleo sagrado para dedicarlos a Dios. Y en ello se simboliza esa separación que hace del cristiano, de todo cristiano, un sacerdote, un profeta y un rey. “Pueblo regio y sacerdotal”, que nos dice San Pedro.

5.- Pero todo esto nos viene de que el Espíritu del Señor vive en nosotros, de que vivimos la misma vida interna de Dios, que por eso nos hace realmente hijos suyos, y por tanto hermanos entre nosotros. Por eso es mucha verdad de que por el bautismo el niño comienza a ser hijo de Dios, por recibir la misma vida de Dios.

Por eso el bautismo no se reduce a que el cura eche agua y a tomar chocolate con churros. En los niños es una semilla que los padres y padrinos tienen que cuidar. Y en nosotros es una elección, una llamada de Dios a la que cada uno de nosotros tiene que responder libremente. Todo esto es totalmente distinto de unas abluciones externas en el Ganges, o un lavado de manos en un templo shintoista, Aquí hay una misteriosa realidad interior por la que es Dios quien transforma al hombre en hijo suyo de verdad.

José María Maruri, SJ

El pecado del mundo

1.- Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El “pecado del mundo” es más amplio y profundo que los pecados personales que cometemos individualmente cada uno de las personas humanas. El pecado del mundo es un pecado social y estructural que afecta a comunidades enteras de personas: las guerras, el hambre, la injusticia, la desigualdad económica y social, la discriminación, el egoísmo y la ambición sin límites… Es verdad que, aunque no son la misma cosa, sí hay una relación íntima entre los pecados individuales y el pecado del mundo, porque el pecado del mundo se concreta y realiza en y a través de nuestros pecados individuales. Si no hubiera pecados individuales no habría pecado del mundo. Cristo vino a quitar los pecados individuales y vino también a quitar el pecado del mundo. El pecado del mundo es siempre, en definitiva, un pecado contra el amor, contra el mandamiento nuevo que Jesús nos mandó. San Juan, en su primera Carta, lo dice y lo repite por activa y por pasiva. Me limito a repetir algunas de las frases de esta Carta que hemos leído en las eucaristías del día en el que estoy escribiendo esto: “En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni el que no ama a sus hermanos. Pues este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros… quien no ama permanece en la muerte; no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad”.

2.- Lo que Cristo quiere es que cada uno de sus seguidores, cada uno de nosotros los que nos llamamos cristianos, luchemos contra el pecado del mundo, contra el desamor, individual y socialmente. Que amemos nosotros de verdad, con obras, a nuestros hermanos, y que luchemos, con amor y por amor, contra el pecado social y estructural del mundo en el que vivimos. Los cristianos no podemos conformarnos con ser nosotros individualmente buenos, debemos luchar activamente contra el gran pecado estructural, contra el pecado del mundo, contra el pecado del desamor. Sí, sabiendo que yo no voy a cambiar definitivamente al mundo, pero sabiendo también que mi lucha es necesaria para que el mundo cambie. De muchos buenos granos de arena se hace una buena playa y de muchas acciones buenas individuales se hace una sociedad buena. Debemos hacerlo todo movidos por el Espíritu Santo, por el Espíritu que Juan vio que se posaba, como una paloma, sobre Jesús de Nazaret. Así también nosotros daremos testimonio de Jesús y así también nosotros, por Él y con Él, estaremos contribuyendo a quitar el pecado del mundo.

3.- Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.Esa fue la vocación del “siervo de Yahvé”, esa fue la vocación de Cristo, esa debe ser la vocación de cada uno de los cristianos. No podemos encerrarnos ni en nosotros mismos, ni en nuestro propio barrio, ciudad o Estado; nuestra vocación es universal, católica, como fue la vocación del siervo de Yahvé. Porque el pecado del mundo nos supera y nos trasciende, está en cualquier lugar del mundo donde un ser humano sufre el pecado del desamor. Si actuamos así, también Dios podrá decirnos a nosotros que somos sus siervos, de los que Él se siente orgulloso.

Gabriel González del Estal

Celebramos nuestra liberación

1. Cordero de Dios.- Cuántas veces hemos escuchado la expresión “cordero de Dios”, pero que poco nos hemos parado a profundizar en su significado. Es la oración que rezamos antes de comulgar, pero no se puede entender si no conocemos el sentido del “cordero pascual” en la vida judía. ¿Qué quiere decir Juan el Bautista con esta expresión? El cordero era el animal que se ofrecía en los sacrificios que hacían los judíos. Era la ofrenda que hacían las personas pobres. Un cordero fue sacrificado en la liberación de los judíos de Egipto, señalando con su sangre las casas de los liberados. Desde ese momento y para celebrar la liberación de la esclavitud de Egipto, todas las familias se reunirán en la noche de la Pascua, y sacrificarán un cordero en conmemoración de aquel día. El cordero se convirtió así en el símbolo de la Pascua, de la liberación.

2.- Los cristianos celebramos otra Pascua, otra liberación. Celebramos la liberación de algo que nos esclaviza y a lo que llamamos pecado. En esta Pascua hay un paso de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la Vida. Y también un “cordero” va a ser sacrificado para perdonar el pecado del mundo. Jesús es ese “cordero”. Pero además es el cordero “de Dios”, porque tiene la plenitud del Espíritu. Su sacrificio en la cruz nos ha “marcado” para siempre como personas libres del pecado. Con la entrega de su vida ha quitado el pecado que da la muerte, y todo lo que ello conlleva, para que vivamos como hombres y mujeres libres, como hijos de Dios, miembros de su gran Familia.

3. Jornada mundial de las migraciones.- Precisamente ese sentido de unidad de la gran familia humana es el que quiere resaltar el lema de una jornada que estamos celebrando este fin de semana en toda la Iglesia: la Jornada mundial de las migraciones. Su lema es “una sola familia humana”. Nos parece obvio que Jesús, al sacrificarse por nosotros como el “cordero de Dios” no hace distinción en los que salva, ni por su clase social, ni por el color de su piel, ni por en lugar en el que han nacido. La salvación es universal. El gran deseo de Dios está expresado en la primera lectura del Profeta Isaías: “Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”, para que todas las personas por las que Jesús se sacrificó como “cordero de Dios” podamos formar “una sola familia”.

Entre nosotros, y también en nuestra Iglesia, sigue habiendo “pecado que quitar”, mucho racismo, xenofobia, intolerancia hacia lo diferente, hacia los que no piensan o viven como nosotros. El gran reto de todos es reconocernos hermanos, no sólo en este aspecto de la relación con los inmigrantes, sino en todos los aspectos de nuestra vida, también en las relaciones de cada día entre nosotros. La Iglesia nos propone todos los años esta jornada para recordarnos estas claves fundamentales, y para seguir manteniendo la tensión por construir el Reino de Dios desde las claves de la fraternidad y la igualdad. Todos somos hermanos, todos somos iguales ante Dios. Jesús es el “cordero de Dios que quita el pecado del mundo” para todas las personas por igual.

4.- Semana de oración por la unidad de los cristianos.- En esta misma línea, la Iglesia también nos propone la próxima semana que recemos por la unidad de los cristianos. Del 18 al 25 de Enero celebraremos el octavario de oración por la unidad de los cristianos. Las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales se han ido incorporando a esta larga marcha de plegarias y oraciones por la recuperación de la unidad visiblemente perdida de la Iglesia, y la oración intensa y ferviente del Octavario es hoy patrimonio de todas las confesiones cristianas. Dios tiene una misión para su “ungido”: reunir, convocar, sanar, recuperar, reconciliar… La misión del profeta es “reunir a Israel”. La misión del “cordero de Dios” es quitar el pecado del individualismo, de la división, del odio, de la falta de unidad.

En el fondo, todo nos lleva a lo mismo. La Eucaristía de cada domingo nos convoca a celebrar con alegría que somos una gran familia, la familia de los hijos y las hijas de Dios, que no conoce fronteras, en la que cabemos todos, y en la que Él, el “cordero pascual”, se ofrece una y otra vez para hacernos libres del pecado. En nosotros está acoger esa salvación. En nosotros está valorar ese “sacrificio” redentor. Para nosotros Él está ahí, en la Mesa, convocándonos, animándonos, llamándonos a la unidad, ofreciéndose por nosotros, por nuestra salvación. Proclamemos juntos nuestra fe en el Dios sin fronteras, en el Dios de todos y todas, en el Dios de la unidad, en el “cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

Pedro Juan Díaz

Homilía – Sábado I de Tiempo Ordinario

Hasta ahora, Jesús había llamado a discípulos de Juan el Bautista y judíos piadosos para seguirlo y convivir con él. Ahora va a llamar a un pecador, a Leví o Mateo, quien era un recaudador de impuestos para el poder extranjero de Roma y de su aliado, el rey Herodes.

Como tal, estaba excluido del pueblo. Ni aún los mendigos judíos aceptaban sus limosnas.

El pasaje se desarrolla en Cafarnaún y probablemente Mateo ya había oído a Jesús de Nazaret hablar sobre los pecadores que había venido a salvar. O tal vez sus amigos le habían hablado del maestro. En su corazón había, pues, un puesto para Jesús. Y cuando el maestro pasa junto a su negocio y le dice: «sígueme», no duda, se para y lo sigue.

Y no solamente hace esto, sino que, como despedida celebra una fiesta e invita a ella a sus amigos, pecadores y cobradores de impuestos como él a festejar con Jesús.

Y Jesús no dijo que no.

A Él le agrada «el que da» con alegría y más el que «se da» con alegría.

Cuando el Señor llama a seguirlo, no sólo hay que dejarlo todo, sino hacerlo con alegría, como lo hizo Mateo.

Si a los escribas y a los fariseos los escandalizaba el que los pecadores invitaran a Jesús y éste aceptara, les escandalizaría aún más el que Jesús aceptara como discípulo, y aun le llamara, a uno de los pecadores más conocidos en el pueblo.

Leví, como otros muchos pecadores excluidos por eso del pueblo de Dios, encuentra en Jesús no sólo perdón sino una nueva vida, una nueva esperanza.

Cuando Jesús llama a un pecador, las cosas no siguen igual, el pecador se convierte, como sucedió con Leví.

Todos somos pecadores, y si no le creemos así, es que todavía somos demasiado orgullosos, para reconocerlo.

Este llamado a Leví, aviva en nosotros la fe en el amor misericordioso de Jesús y nos enseña que Jesús puede lograr esa conversión que necesitamos, y nos enseña también a adoptar con nuestros hermanos rechazados, tan mal vistos muchas veces por los buenos…, la misma actitud e Jesús, el Buen Pastor.

No debemos considerarnos mejor que nadie. Sólo Dios juzga. Nosotros no debemos excluir a nadie de nuestro trato, todos nuestros semejantes deben interesarnos. Dios es paciente, siempre espera, desea y busca que el pecador se convierta y viva.

Pidamos hoy a María, nuestra madre que seamos capaces de dejar todo y seguir al Señor como Mateo y que nos alegremos sinceramente cuando alguien que está en apariencia lejos de Jesús, se convierte y lo sigue.

Dejarnos bautizar por el Espíritu de Jesús

Los evangelistas se esfuerzan por diferenciar bien el bautismo de Jesús del bautismo de Juan. No hay que confundirlos. El bautismo de Jesús no consiste en sumergir a sus seguidores en las aguas de un río. Jesús sumerge a los suyos en el Espíritu Santo. El evangelio de Juan lo dice de manera clara. Jesús posee la plenitud del Espíritu de Dios, y por eso puede comunicar a los suyos esa plenitud. La gran novedad de Jesús consiste en que Jesús es «el Hijo de Dios» que puede «bautizar con Espíritu Santo».

Este bautismo de Jesús no es un baño externo, parecido al que algunos han podido conocer tal vez en las aguas del Jordán. Es un «baño interior». La metáfora sugiere que Jesús comunica su Espíritu para penetrar, empapar y transformar el corazón de la persona.

Este Espíritu Santo es considerado por los evangelistas como «Espíritu de vida». Por eso, dejarnos bautizar por Jesús significa acoger su Espíritu como fuente de vida nueva. Su Espíritu puede potenciar en nosotros una relación más vital con él. Nos puede llevar a un nuevo nivel de existencia cristiana, a una nueva etapa de cristianismo más fiel a Jesús.

El Espíritu de Jesús es «Espíritu de verdad». Dejarnos bautizar por él es poner verdad en nuestro cristianismo. No dejarnos engañar por falsas seguridades. Recuperar una y otra vez nuestra identidad irrenunciable de seguidores de Jesús. Abandonar caminos que nos desvían del evangelio.

El Espíritu de Jesús es «Espíritu de amor», capaz de liberarnos de la cobardía y del egoísmo de vivir pensando solo en nuestros intereses y nuestro bienestar. Dejarnos bautizar por él es abrirnos al amor solidario, gratuito y compasivo.

El Espíritu de Jesús es «Espíritu de conversión» a Dios. Dejarnos bautizar por él significa dejarnos transformar lentamente por él. Aprender a vivir con sus criterios, sus actitudes, su corazón y su sensibilidad hacia quienes viven sufriendo.

El Espíritu de Jesús es «Espíritu de renovación». Dejarnos bautizar por él es dejarnos atraer por su novedad creadora. Él puede despertar lo mejor que hay en la Iglesia y darle un «corazón nuevo», con mayor capacidad de ser fiel al evangelio.

José Antonio Pagola

Comentario – Sábado I de Tiempo Ordinario

Los fariseos consideraban pecadores y malas personas a quienes menospreciaban públicamente la ley de Dios y a los que ejercían profesiones despreciables. Este era el caso de los llamados “publicanos” , recaudadores de impuestos, a quienes consideraban tramposos además de traidores a la patria. Los impuestos que recaudaban se enviaban al emperador de Roma, que tenía dominada la tierra santa de Israel.

Pues bien, a esta clase de persona llama Jesús para que sea su discípulo. Con él y sus amigos se sienta a la mesa para celebrar una gran fiesta. Lo único que les pide es que se reconozcan enfermos y pecadores y se abran con humildad y fe a la acción salvífica de Dios: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»

Con la llamada de Leví, el de Alfeo, Jesús rompe las barreras de todo tipo de segregación y hace realidad la universalidad del evangelio para “buenos y malos”.

Levantarse después de estar sentado representa la ruptura de Leví con su pasado y el compromiso con una nueva vida. La casa es como el símbolo de la nueva familia que forman los llamados por Jesús a seguirle. Y juntos se sientan a la misma mesa para compartir la alegría de una nueva vida. Jesús es el centro de la comunidad y preside la mesa.

Los letrados y fariseos pensaban que los “publicanos” no podían salvarse, porque no sabían cuánto habían robado y, por tanto, tampoco sabían cuánto debían restituir. Para Jesús las cosas son muy diferentes: cuando hay un cambio profundo del corazón, todos sin distinción somos invitados al banquete, que el Padre ha preparado para sus hijos en su reino.

La primera lectura de hoy nos recuerda que “la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón”. Esa palabra es la que nos lleva a los pies de Jesús para descubrir su proyecto sobre nuestra vida. El mismo texto nos invita: “acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente”.

Ciudad Redonda