Hasta ahora, Jesús había llamado a discípulos de Juan el Bautista y judíos piadosos para seguirlo y convivir con él. Ahora va a llamar a un pecador, a Leví o Mateo, quien era un recaudador de impuestos para el poder extranjero de Roma y de su aliado, el rey Herodes.
Como tal, estaba excluido del pueblo. Ni aún los mendigos judíos aceptaban sus limosnas.
El pasaje se desarrolla en Cafarnaún y probablemente Mateo ya había oído a Jesús de Nazaret hablar sobre los pecadores que había venido a salvar. O tal vez sus amigos le habían hablado del maestro. En su corazón había, pues, un puesto para Jesús. Y cuando el maestro pasa junto a su negocio y le dice: «sígueme», no duda, se para y lo sigue.
Y no solamente hace esto, sino que, como despedida celebra una fiesta e invita a ella a sus amigos, pecadores y cobradores de impuestos como él a festejar con Jesús.
Y Jesús no dijo que no.
A Él le agrada «el que da» con alegría y más el que «se da» con alegría.
Cuando el Señor llama a seguirlo, no sólo hay que dejarlo todo, sino hacerlo con alegría, como lo hizo Mateo.
Si a los escribas y a los fariseos los escandalizaba el que los pecadores invitaran a Jesús y éste aceptara, les escandalizaría aún más el que Jesús aceptara como discípulo, y aun le llamara, a uno de los pecadores más conocidos en el pueblo.
Leví, como otros muchos pecadores excluidos por eso del pueblo de Dios, encuentra en Jesús no sólo perdón sino una nueva vida, una nueva esperanza.
Cuando Jesús llama a un pecador, las cosas no siguen igual, el pecador se convierte, como sucedió con Leví.
Todos somos pecadores, y si no le creemos así, es que todavía somos demasiado orgullosos, para reconocerlo.
Este llamado a Leví, aviva en nosotros la fe en el amor misericordioso de Jesús y nos enseña que Jesús puede lograr esa conversión que necesitamos, y nos enseña también a adoptar con nuestros hermanos rechazados, tan mal vistos muchas veces por los buenos…, la misma actitud e Jesús, el Buen Pastor.
No debemos considerarnos mejor que nadie. Sólo Dios juzga. Nosotros no debemos excluir a nadie de nuestro trato, todos nuestros semejantes deben interesarnos. Dios es paciente, siempre espera, desea y busca que el pecador se convierta y viva.
Pidamos hoy a María, nuestra madre que seamos capaces de dejar todo y seguir al Señor como Mateo y que nos alegremos sinceramente cuando alguien que está en apariencia lejos de Jesús, se convierte y lo sigue.