¿A quién damos testimonio? ¿De qué?

En aquel tiempo, bastantes años después de la muerte de Jesús, el grupo de seguidores de Juan Bautista seguía creciendo. Con espíritu misionero habían extendido la doctrina de su maestro por muchos lugares. En Éfeso habían bautizado a una parte de la población “con el bautismo de Juan”. En esa ciudad no se conocía el bautismo de Jesús.

Para muchas comunidades cristianas la situación era preocupante. La figura del Bautista, tras ser decapitado por Herodes, se había ido agrandado, hasta el punto de que en algunas zonas eclipsaba a Jesucristo, muerto y resucitado. ¿Qué podían hacer?

El autor del cuarto evangelio puso su granito de arena. En su relato, dejó a un lado la infancia de Jesús y comenzó su evangelio con un himno muy significativo para las primeras comunidades. En ese himno se afirmaba que el Verbo no solo estaba junto a Dios, sino que era Dios; ese Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.

Sin embargo, Juan Bautista solo era testigo. Por eso, a continuación del prólogo, el evangelio comienza con la frase: “He aquí el testimonio de Juan”.

El Bautista no era la luz, sino que daba testimonio de la luz. No era el Cristo, ni Elías, ni un profeta. Con eso se aclaraban bastantes confusiones. Como Isaías, era voz que clamaba en el desierto, pero no era la Palabra hecha carne.

El cuarto evangelio pasa de puntillas sobre el bautismo de Jesús y no quiere resaltar la figura del Bautista en ningún lugar de su evangelio; al contrario, Jesús debía crecer, y Juan debía menguar (Juan 3, 28-30).

Tras el prólogo, el evangelista va presentando lo que pudo ocurrir en el interior de Juan Bautista, su proceso vital y espiritual. Es como si el evangelio nos metiera “en las entrañas del Bautista”, para ayudarnos a comprender su proceso interior.

En primer lugar, el sentido de su vida: ha venido para dar a conocer a un hombre -a Jesús- al que ha bautizado con agua. Es decir, no tiene sentido que el Bautista fuera el centro de atención y consiguiera más y más discípulos, sino que viene a realizar una misión que conduce a Jesús. Y el Bautista le deja paso, consciente de que Jesús ha venido después, pero, en realidad, es el primero.

El evangelio nos presenta también la vocación y misión del Bautista: ha recibido la inspiración de que mientras él estuviera bautizando con agua, conocería a quien eracapaz de bautizar en el Espíritu. Y dar testimonio de que ese es el Hijo de Dios.

¿No se saludaron Jesús y el Bautista? ¿No se produjo un encuentro familiar entre los dos, puesto que eran primos y los lazos familiares se cuidaban en Israel?

Lo que importa no es lo que pudo ocurrir, o no, desde el punto de vista histórico, sino el testimonio de Juan sobre Jesús: “Este es el Cordero de Dios”.

Pero ¿cómo pudo decir esa frase, que se formuló muchos años después? Es como si nos dijeran que alguien habló del COVID, hace 50 años. Imposible. Llamar a Jesús “Cordero de Dios” es una confesión de fe que las comunidades cristianas acuñaron tras la experiencia de Pascua, en un proceso lento y muy elaborado.

El evangelista no nos ha querido engañar. Simplemente ha dejado a un lado la perspectiva histórica para ofrecer una catequesis, que desemboca en los versículos siguientes en un relato de vocación. Dos discípulos de Juan le abandonan para seguir a Jesús. Dan testimonio de que merece la pena seguirle y animan a otras personas a hacerlo.

Con esta perspectiva se comprende mejor el texto del evangelio de hoy. Juan Bautista es un hombre de Dios que está a la escucha. Ve y oye. Capta los signos y da testimonio. Y, gracias a su testimonio, quienes seguían a Juan pasan a ser discípulos del Maestro.

Hoy vemos y oímos. Captamos signos y los interpretamos. ¿Damos testimonio? ¿De qué o de quién? ¿A dónde conduce nuestro testimonio?

Marifé Ramos

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Cómo construir un Mesías

Aunque escasos, existen testimonios que parecen apuntar al enfrentamiento que vivieron los discípulos de dos maestros contemporáneos entre sí: Juan el Bautista y Jesús de Nazaret. Los textos evangélicos muestran la habilidad de estos últimos, no solo para presentar a Juan como mero “precursor”, sino para poner en su boca afirmaciones que, en realidad, pertenecían al credo de los seguidores de Jesús.

Se produce así lo que constituye la trampa teísta, en virtud de la cual, una comunidad da por probados contenidos de fe que ella misma creó y a los que concedió el carácter de “revelados”. La conclusión es fácil de ver: “Jesús es el Mesías e Hijo de Dios, porque así lo testificó el propio Juan”. La realidad, sin embargo, es bien diferente, por cuanto fue esa misma comunidad la que puso tales declaraciones solemnes en boca de Juan.

La trampa teísta consiste precisamente en eso: en considerar el texto revelado -Dios, en definitiva- como la fuente que garantiza la verdad absoluta de las propias creencias, sin advertir -u ocultando- el círculo vicioso -o petición de principio- en que se incurre, tal como queda plasmado en el conocido cuento judío:

“Todos en la comunidad sabían que Dios hablaba al rabino todos los viernes, hasta que llegó un extraño que preguntó: —¿Y cómo lo sabéis? —Porque nos lo ha dicho el rabino. —¿Y si el rabino miente? —¿Cómo podría mentir alguien a quien Dios habla todas las semanas?”.

En síntesis, la trampa puede resumirse de este modo: “Lo que yo creo es la verdad. ¿Cómo sabes que es verdad? Porque lo dice mi creencia (o religión)”.

Cada cual es libre de construir sus propias creencias -toda creencia es un constructo mental-, siempre que no hagan daño ni sean impuestas por la fuerza. Pero no parece honesto presentarlas como recibidas directamente de Dios y, por tanto, identificadas con la verdad misma.

Conocemos bien los estragos que puede llegar a hacer una creencia a partir del momento mismo en que es absolutizada. No es de extrañar que aquel exceso de absolutización haya conducido, por revancha, según la “ley del péndulo”, a la era de la posverdad, que produce igualmente estragos no menores.

Todo ello nos habla de la importancia de aprender a vivir en la incertidumbre y en el no-saber, conscientes de que la mente no puede atrapar nunca la verdad. Paradójicamente, es esta actitud humilde la que -por ser verdadera- podrá abrirnos la puerta de la comprensión.

¿Tiendo a absolutizar mis creencias? ¿Por qué?

Enrique Martínez Lozano

Cordero de Dios

El cuarto evangelio se escribe muy tarde y pone en boca del Bautista la cristología desarrollada en las comunidades joaneas a lo largo de ese tiempo. En el texto de hoy, Juan presenta a Jesús como el Cordero de Dios; como el Hijo amado alentado por su Espíritu, pero la teología posterior retuerce la imagen del cordero —víctima que se sacrifica a Dios— para elaborar una horrenda doctrina de la redención que ha prevalecido a lo largo de mucho tiempo (y que todavía persiste).

Jesús —el Bueno— carga con nuestros pecados para ofrecerse como víctima vicaria al Padre —el Justo—, que de esta forma ve zanjada la ofensa que le hemos infringido y puede reconciliarse con el género humano. Pero esta interpretación contradice al propio evangelio de Juan, que más adelante nos dice que en Jesús hemos visto al Padre; es decir, que si Jesús es misericordioso es porque el Padre lo es, y que si es capaz de comprometerse hasta el final con el Reino, es porque Dios también está comprometido hasta el final con el género humano… En Jesús hemos visto que Dios es nuestro aliado contra el mal, y él, Jesús, su instrumento para librarnos del pecado: «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».

Pero esta expresión nos suscita tres preguntas importantes. La primera, ¿cuál es la naturaleza del pecado?… Hoy tendemos a rechazar la noción de culpa y creer que el pecado, el mal, es básicamente error y debilidad. Nos apetece lo que en realidad no merece la pena: nos fascina lo que nos perjudica… Pero el hecho de no considerar el pecado como ofensa a Dios no le quita entidad, pues sigue siendo nuestra peor lacra, porque nos esclaviza, socaba la convivencia y destroza nuestra vida.

La segunda pregunta es, ¿cuál es el origen del mal?… porque si el mal no procede del Dios creador de todas las cosas ¿de dónde procede?… Argumentos como el de Epicuro para ligar la existencia del mal a la inexistencia de Dios son muy convincentes, pero faltos de rigor, porque lo único que demuestran es que el problema del mal es inasequible a nuestra razón. Y nada más.

La tercera pregunta es quizá la más importante para nosotros: ¿Cómo puede Jesús quitar el pecado del mundo; cómo puede librarnos del pecado?…

Pues, en primer lugar, desculpabilizándonos. A lo largo del evangelio, Jesús no trata a los “pecadores” como culpables, sino como necesitados de Dios y amados por Él. Jesús no nos considera malvados por estar sometidos a la ley del pecado, sino sus víctimas, porque el pecado, más que cometerse, se padece. En segundo lugar, Jesús nos libra del pecado encendiendo su luz para que no tropecemos en las trampas de la vida. Los seres humanos somos propensos a equivocarnos; a tropezar, y Jesús nos presta su luz para mostrarnos el camino.

Finalmente, Jesús nos propone una forma de vida, a la que compara con un tesoro, y nos dice que quien lo encuentra vende todo para comprarlo; lo demás deja de tener valor para él… incluida la atracción que sobre nosotros ejerce el pecado.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Comentario – Domingo II de Tiempo Ordinario

(Jn 1, 29-34)

Este texto da testimonio de la intensa experiencia espiritual de Juan Bautista, porque lo muestra completamente extasiado ante la figura de Jesús.

Toda su existencia tiene sólo un sentido: anunciar al Mesías, dar lugar al Salvador, señalarlo para que las miradas se dirijan al único Señor.

Y Juan presenta a Jesús como el Cordero que quita el pecado del mundo, el que existía desde antes, el que tiene el Espíritu Santo y lo comunica.

Los judíos podían entender qué significaba eso de ser el “Cordero”, ya que ellos ofrecían corderos en sacrificio para implorar el perdón de Dios por sus pecados. Jesús, el Cordero, venía a entregarse a sí mismo por nosotros, para que ya no fuera necesario ofrecer animales en sacrificio, sino simplemente recibir el perdón que él trae generosamente; porque se entregó a sí mismo por nosotros, él fue el cordero que se inmoló en el altar de la cruz por los pecados de todos.

Y su sacrificio tiene valor infinito, porque él no es un cualquiera. Si bien Juan el Bautista fue engendrado antes que Jesús, sin embargo Juan dice que Jesús existía antes que él (v. 30); Juan da testimonio de que “él es el Hijo de Dios” (v. 34).

Al mismo tiempo, se muestra que, a diferencia del bautismo de Juan, el bautismo de Jesús no derrama sólo agua, sino el mismo Espíritu Santo. El bautismo de Juan es sólo signo y preparación, pero el de Jesús es fuente de vida eterna.

Jesús es el que bautiza con el Espíritu Santo, nos sumerge en la vida nueva, en la luz, en el poder del Espíritu Santo para que entremos en otra dimensión y nuestra vida llegue a transformarse completamente.

Oración:

“Concédeme Señor, que mis gestos, mis palabras y mis actitudes puedan dar testimonio de tu presencia; que todo mi ser sea como un anuncio para que los demás puedan reconocerte y encontrarte”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

¡Tanto para tan poco!

1.- No os voy a volver a explicar como es el lugar donde ocurre la escena que se cuenta en el evangelio del presente domingo, mis queridos jóvenes lectores. Os he hablado de él en tantas otras ocasiones anteriores, que no es preciso repetirlas. Os añado hoy únicamente, que por el lado jordano, el lugar precisado por el texto, continúa pudiéndose visitar. Parece que por el lado oeste, debido a la gran contaminación y suciedad que arrastran sus aguas, las autoridades no permitirán el acceso, ni siquiera el último jueves de octubre, como venían haciéndolo hasta ahora.

Lo que sí quisiera es que reflexionaseis sobre una realidad histórica. Juan nace “en la montaña de Judá”, dice el texto, hoy nadie duda de que se trata de Ein-Karen. Se retira al desierto, llevando vida anacoreta. Hemos de suponer que esto, a lo más tardar, lo hizo en llegando a los doce años, su mayoría de edad o, como se expresa en judío, cuando el hombre se hace esclavo de la Ley. El Precursor reflexiona, se interroga, trata de oír y descubrir el sentido que debe dar a su vida. Más tarde, pasados los treinta años, abandona la soledad, para proclamar su mensaje: hay que prepararse, vestirse con elegancia anímica, librarse de de la roña espiritual, para hacerse presentable, cuando llegue el Mesías. No espera él de Él, ningún favor o predilección. Sabrá que de Él se trata, por la misteriosa apariencia de paloma, que verá posarse sobre su cabeza. Será la señal de que su misión ha terminado, será la prueba de que ha sido fiel a su elección. Podrá entonces retirarse discretamente, disminuir el protagonismo alcanzado en el breve tiempo de su actuación pública. La manifestación no debe quedársela para él solo. Deberá darle publicidad, y es lo que se nos cuenta en el fragmento que leemos hoy.

2.- Lo hará, no sin antes despojarse de los que a su alrededor se habían hecho discípulos y admiradores suyos. Pero este es el tema del próximo domingo.

Sí, tanta dedicación interior, tan intensa y tan duradera, para tan minúscula actuación publica. Es algo así como el mensaje que nos trasmite la película que estos días se estrena entre nosotros, “Des hommes et des Dieux”.

Degollaron a los monjes, pero su testimonio todavía admira a la gente de bien, conmueve e invita a cambios radicales, explicado en libros o en este film. Ganará premios en certámenes internacionales, será vista por muchos o ignorada. No os inquietéis, nada de calidad espiritual pierde valor. El tiempo no la daña. Igual que el oro en lo económico, es un valor de reserva, y mucho más en tiempo de crisis como el nuestro. El sacrificio lo es en todo tiempo, en el ámbito de lo Trascendente. El mensaje de Juan, resuena en el comportamiento de tantos hermanos nuestros que estos días mueren, por ser fieles a sus enseñanzas.

No sabía yo, la noche del 31 de diciembre, cuando solitariamente, a caballo del 2010 al 1011, celebraba misa, lo que estaba decidiendo un hombre suicida. Empecé a las 12.04. Los hermanos coptos de Alejandría, hacia las 12.15 sufrieron el atentado. Ellos en su iglesia se jugaron la vida, mi plegaria los acompañó sin saberlo. Espero que un día, en el concierto sublime del final de la historia, nos encontremos y celebremos, nuestra actuación, que, no se olvide, importante y espectacular fue la de ellos, importante, silenciosa y sin acechanzas la mía. Importante porque, gracias a mi liturgia, el Señor Jesús se ofrecía al Padre Dios, enriquecieron el mundo y que en aquel momento fragmentaba la medida del tiempo.

Pedrojosé Ynaraja

Lectio Divina – Domingo II de Tiempo Ordinario

Doy testimonio de que este es el Hijo de Dios

Invocación al Espíritu Santo:

Dios misericordioso, que has iluminado las tinieblas de nuestra ignorancia con la luz de tu palabra: acrecienta en nosotros la fe que Tú mismo nos has dado; que ninguna tentación pueda nunca destruir la energía de la fe y de la caridad que tu gracia ha encendido en nuestro espíritu. Amén.

Lectura. Juan capítulo 1, versículos 29 al 34:

Vio Juan el Bautista a Jesús, que venía hacia él, y exclamó: “Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo he dicho: ‘El que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí, porque ya existía antes que yo’. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua, para que él sea dado a conocer a Israel”.

Entonces Juan dio este testimonio: “Vi al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y posarse sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja y se posa el Espíritu Santo, ese es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo’. Pues bien, yo lo vi y doy testimonio de que este es el Hijo de Dios”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

El evangelista presenta a Juan como un testigo cualificado de Jesús. Él mismo se reconoce como testigo excepcional al presentarse realizando en su persona el anuncio de Isaías: Yo soy la voz que clama en el desierto… Es el precursor o mensajero. No es ni el Mesías, ni Elías, ni el profeta. Su testimonio presenta a Jesús como el Cordero de Dios, como el auténtico poseedor de Espíritu, y como el Hijo de Dios. Estos títulos de Jesús en boca del Bautista solo son pensables una vez que ha tenido lugar la pascua y se ha completado el acontecimiento cristiano.

Meditación:

Una de las convicciones más importantes que, según el evangelio de juan, debe tener el discípulo, es que Jesucristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (v. 29).

Esto tiene como consecuencia que el discípulo está convencido de que sigue al Orientador por excelencia. Y es que «pecar», desde los datos que ofrece el Antiguo Testamento, además de significar «hacer algo malo»‘ guarda relación con «no dar con el blanco», «no acertar»; de este modo, el pecado tiene relación con la maldad pero también con la desorientación. Si el cordero quita el pecado del mundo, significa entonces que el discípulo no sólo debe evitar el mal, sino que tiene que vivir en orientación permanente. Para el evangelio de Juan no sólo es arrepentirse de un pecado, sino, sobre todo, quien recapacita para que, en la medida de lo posible, ya no vuelva a suceder. Por eso, no es casualidad que posteriormente el mismo evangelio de Juan diga que Jesús «es la luz del mundo» y de que quien lo siga «no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (8, 12) y »la verdad los hará libres» (v. 32).

Creamos en Jesucristo que quita el pecado del mundo; convenzámonos de que esto implica hacer un esfuerzo por vivir en orientación, con horizontes claros; pero también con una disponibilidad permanente para recapacitar de manera oportuna.

Oración:

Ilumina, Señor, nuestros corazones y fortalece nuestras voluntades, para que sigamos siempre el camino de tus mandatos, dando testimonio de tu palabra para que nos liberes como al pueblo de Israel, reconociéndote como nuestro guía y maestro. Amén.

Contemplación:

Como todos los cristianos hay que tener presente nuestro compromiso a ser testigos de la misión profética de Cristo, cuando tenemos que acoger cada vez mejor en la fe la Palabra de Cristo y la anuncian a todo el mundo mediante la evangelización y la catequesis (Catecismo de la Iglesia Católica numeral 190).

Oración final:

Señor Jesús, para tenerte como compañero de mi vida necesito conocerte más, de manera directa, en la Eucaristía, en el Evangelio y en la oración. No quiero quedarme en la superficialidad de quienes solo “oyen” hablar de Ti, pero no tienen una relación personal para conocer tu voluntad. Solo en el contacto asiduo contigo se podrá formar mi corazón de discípulo y misionero de tu amor.

Propósito:

Hay que recordar que en nuestro Bautizo Dios nos dijo estas palabras al hacernos sus hijos: “Este es mi hijo muy amado…” Y cada día nos acompaña como Padre bueno.

El Bautista nos muestra a Jesús y otras muchas cosas

1.- Hay muchos temas, hoy, que merecen nuestro comentario. E intentaré referirme a todos ellos. Sin duda, el más atractivo es el de Juan Bautista. Su figura, su imagen, su conducta, su talante ha llamado siempre mucho la atención. Digamos que no deja indiferente a nadie. Y eso que nos ocurre hoy, ya acontecía en tiempos de Jesús, en la Palestina ocupada por los romanos. En ese tiempo, la fama de Juan el Bautista fue muy grande. Muchos pensaban –lo dicen las Escrituras—que él era el Mesías, Elías u otro cualquier profeta vuelto a la vida. Debería sorprender su humanidad fuerte, su austeridad permanente, su sinceridad hiriente. Es obvio que cuando Juan aparece, el pueblo judío vive días de espera, de tensión, de incertidumbre, de alegría contenida y, sobre todo de esperanza por la llegada del Mesías. Ese personaje mal definido por los judíos de entonces, que iba a ser quien sacara al pueblo de sus calamidades. Se esperaba un gran jefe militar y político que terminase con la dominación romana, pero también a un mago, a un taumaturgo, a alguien que todo lo podía hacer para salvar a su pueblo. Relacionar a Juan con el esperado Mesías no era –parece—muy adecuado con esas ideas preconcebidas de entonces, pero lo extraordinario de su figura llevaba a algunos a pensar que él era el esperado. Por eso le preguntan directamente si él es el Mesías. Y Juan, inequívocamente, dice que no, que él anuncia la llegada de Aquel que tenía que venir. No fue ambiguo. No podía serlo según su carácter. Despejadas las dudas –ante fariseos y saduceos—de que él no era el Mesías dejó claro que el Esperado estaba ellos, entre la multitud que esperaba y escuchaba anhelante. Añade que el que va a venir bautizará con fuego y Espíritu…

2.- Dice el Bautista en el Evangelio de san Juan que acabamos de escuchar: “He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo’. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.” Está dicho todo, ¿no? Y si en el evangelio de Mateo de la semana pasada se narraba, igualmente, la impresionante teofanía trinitaria que explica una de las realidades más importantes de nuestra fe, tendremos que aceptar que el Bautismo del Señor es otro de los “hechos estrella” de los evangelios. Y con esa presencia del Dios Trino en la historia, en la vida cotidiana de los hombres, teniendo a Juan el Bautista como testigo, y con la presencia de cientos y cientos de judíos que iban a bautizarse, Jesús de Nazaret comienza su formidable recorrido por la vida de los hombres y mujeres de todos los tiempos a la búsqueda de la paz y de la reconciliación con Dios, que eso es, en definitiva, la Redención, el camino de Salvación.

3.- Quiero referirme ahora a esta primera etapa del Tiempo Ordinario. Iniciábamos el lunes pasado, tras la fiesta del Bautismo del Señor, este Tiempo fuerte que se parte en dos… Es el espacio litúrgico que aplica al relato evangélico una velocidad media, una velocidad de crucero. Vamos a completar muchos domingos más de este Tiempo Ordinario. Hasta el noveno, porque el 9 de marzo es ya Miércoles de Ceniza y comienza la Cuaresma. Este año el recorrido el de la primera etapa del este tiempo es muy larga. Recordemos por ejemplo, que en el año 2008, que celebrábamos, asimismo, el Ciclo A, sólo tuvimos tres semanas y tres días de espera ante la Cuaresma. Pero este año Cuaresma, Semana Santa y Pascua nos llegan muy tarde. Y todo relacionado con el método astronómico de acuerdo con los cálculos habituales para la determinación de estas fechas santas. Costumbre que nos viene de tiempos de Jesús y que también realiza, con alguna diferencia, la religión judía. El día de Pascua de este año 2011 será el 24 de abril. Luego, tras el tiempo de Pascua y Pentecostés volveremos nuevamente al Tiempo Ordinario el lunes 13 de junio. Y, en fin, este correr de las fechas, con sus diferentes ubicaciones en el calendario civil y el desarrollo de los acontecimientos de la vida de Jesús es lo que mantiene viva la Liturgia, que no es otra cosa que un santo instrumento para mejor mostrar la Palabra de Dios.

4.- Volvamos a comentario de las lecturas. Y así este domingo segundo del tiempo ordinario, como no podía ser de otra forma, tiene su continuidad y paralelismo con el domingo pasado, con el último de la Navidad, con la fiesta del Bautismo del Señor. Es Isaías hoy, como el domingo anterior, quien nos describe la misión de Cristo en una profecía bella y certera que, sin duda nos llena de alegría. La espera de Jesús por el Pueblo de Dios se adentra en el tiempo pasado. Era una gran esperanza. Pero el pueblo judío lo olvidó, o no supo verlo con exactitud. Pero lo profecía está ahí, como esperándonos, superando tiempo y espacio. La Palabra de Dios es eterna porque se hizo bajo la inspiración del Espíritu.

5.- Comenzamos la lectura de la primera carta del apóstol Pablo a los fieles de Corintio. Es una carta muy interesante, pues San Pablo con ella quiere devolver la paz y el orden a una comunidad que había tenido muchos problemas. Escrita desde Éfeso en, probablemente, el año 57, Pablo recrimina el mal comportamiento de algunos miembros de una Iglesia que había fundado el mismo y por la que, sin duda, siente un gran cariño. Hoy, para nosotros, el mensaje de ese primer fragmento es el ofrecimiento que hace el apóstol de gracia y paz en nombre de nuestro Señor Jesucristo. Y, en definitiva, está claro que eso es lo que tenemos que buscar: nuestra santificación dentro de una paz interior que nos haga mejores. Es cierto que los tiempos actuales no son fáciles, y que comportamientos deleznables son acometidos por algunos de nuestros hermanos, pero eso no es nuevo, ya sucedía lo mismo en el Corinto de hace casi 20 siglos. Y será la bendición permanente que nos llega del Cielo lo que nos ayudará a superar todos los problemas.

6.- Otro de los grandes temas de este domingo es la Jornada Pontificia y Mundial sobre las Migraciones, que este año tiene el slogan, marcado por el Papa Benedicto que dice: “Una sola familia humana”.La Iglesia universal celebrará en este día un apoyo generalizado a que este fenómeno tan difícil, tan duro y con tantos problemas, se convierta en alegría y progreso y deje los tintes trágicos que tiene en muchas ocasiones. No hay más que pensar en la llegada a las costas españolas de los cayucos (barquillas) con inmigrantes ilegales africanos. En ellos, muchas veces, llegan cadáveres. La inmigración sigue llegando a pesar de la crisis económica que tanto no afecta un hecho frecuente y muy dramático. Y la jornada de hoy es para dar a ese grave problema una dimensión cristiana, un posicionamiento de acuerdo con los consejos de nuestro Maestro, Jesús de Nazaret, que él fue también emigrante siendo niño. Recapacitemos, de manera muy especial, sobre este gran problema.

7.- Y quiero terminar ya este largo comentario de hoy con el Bautismo. Este domingo, como el anterior, contemplamos el Bautismo del Señor y nos debe traer una valoración fuerte de nuestro propio bautismo. Es verdad, que aquel bautismo nuestro se llevó a cabo “sin permiso”. Nadie nos preguntó. Pero el efecto del Espíritu en nuestro cuerpo y nuestra alma nos ha ayudado, nos preservado hasta ahora. Y ha sido la semilla indeleble para que comprendiéramos que estábamos consagrados a Dios. Hemos tardado en entenderlo. Unos lo habremos hecho más tarde. Otros, antes. Tanto da. La cuestión es que Dios no nos abandona. Y solo habrá que decir, como el salmo “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”. El Espíritu debe estar presente en nosotros si hemos aprovechado los dones que comunican en el bautismo. Y se me ocurre que ello nos viene especialmente bien hoy. Mañana lunes, día 18, comienza el Octavario por la Unidad de los Cristianos, jornadas de oración por la unidad que se hacen, igualmente, en todo el mundo y que cumplen 103 años. Oremos unidos para que sólo haya un rebaño y un único Pastor: Cristo Jesús.

Ángel Gómez Escorial

Homilía – Domingo II de Tiempo Ordinario

El Evangelio no quiere recordarnos hoy simplemente el mérito que asistió al Bautista, al identificar en Jesús al «Cordero que se entrega a la muerte para borrar el pecado», «al hombre sobre el que descendió el Espíritu» y «al Hijo de Dios»; pretende, más bien, llamarnos la atención sobre la necesidad del testimonio cristiano para que Jesús pueda ser reconocido.

¡De bien poco hubiera servido que Dios se hubiese encarnado en María, si Jesús no hubiera sido aceptado como Hijo de Dios!.

Si Dios no hubiera contado con la disponibilidad de Juan Bautista, Jesús no habría sido presentado como el «Cordero», «el hombre del Espíritu», «el Hijo de nuestro Dios».

De entre todos los que acudieron a Juan para recibir su bautismo de agua, Juan identificó a quien él estaba esperando: «al Salvador del mundo».

Y tuvo el coraje suficiente para decirlo en público: afirmando la misión de Jesús renegó de la suya; señalando en Jesús al Cordero que quita el pecado, envió hacia Jesús a todos los que habían acudido a verle a él.

No es fácilmente comprensible, no es ni siquiera del todo lógico, pero es un hecho innegable: Jesús necesitó del Bautista para darse a conocer; la presencia de Dios en el mundo hubiera pasado desapercibida, nadie habría valorado su voluntad de cercanía con los hombres, la encarnación habría sido un fracaso, de no haber sido descubierto Jesús entre la muchedumbre por el Bautista.

Como en los días del Bautista, hoy sigue Dios necesitando de hombres que lo testimonien sólo porque saben que Dios insiste en ser un Dios cercano al hombre.

Uno de los males del mundo del hoy es precisamente que muchos hombres no sienten a Dios cerca suyo.

Y esto ocurre porque faltan creyentes que se dediquen a vivir testimoniando cuanto creen: siempre hay que señalar a Dios. Dios se ha hecho preceder por precursores: se necesita de personas que descubran a Dios, que lo hagan cercano y creíble, próximo y familiar. Sólo así nacerá en la gente las ganas de seguirlo.

El cristiano hoy, como el Bautista ayer, ha de vivir para señalar la presencia de Dios en el mundo, para no permitir que se le ignore o se le arrincone, para no dejar que se lo silencie o se lo olvide. Aunque personalmente no perdamos nunca de vista a Dios, si lo pierde nuestro mundo por causa de nuestro silencio, lo estaremos perdiendo todos: la mejor manera de sentir la presencia de Dios hoy, es dedicarse como el Bautista, a proclamarlo presente; el testigo defiende su experiencia cuando la pública: ¡defendamos nuestra fe en Dios proclamándolo presente en el mundo!; ¡y ayudemos a quienes nos rodean a identificarlo!.

Para hacer esta labor de precursores de Dios, estamos sobre este mundo los creyentes.

Que María, nuestra Madre nos ayude a ser precursores del Señor.

¿Lo conocemos?

Como decíamos el domingo pasado, en Valencia se está llevando a cabo una Misión Diocesana para realizar un Primer Anuncio del Evangelio. Y, puesto que todos somos discípulos misioneros, la Misión no se va a realizar por “misioneros especializados”, especialmente preparados para ello, sino por laicos de la parroquia. Y se va a realizar “de tú a tú”, de persona a persona, compartiendo su propia experiencia de fe. Pero una de las dificultades que plantea esta Misión es encontrar quien esté dispuesto a ser “misionero”. La mayoría de la gente, a pesar de participar habitualmente en las celebraciones y actividades parroquiales, no se atreve a hablar de su fe a otros.

Tras las fiestas de Navidad hemos vuelto al “tiempo ordinario”, a la rutina de nuestra vida… y corremos el riesgo de que también nuestra fe “vuelva a la rutina”. Por eso, en este domingo toda la Palabra de Dios es una llamada a anunciar, a compartir con los demás el tesoro que supone la fe en el Hijo de Dios hecho hombre.

En la 1ª lectura hemos escuchado: Es poco que seas mi siervo… Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra. Es poco que nos conformemos con una vida de fe basada en el simple cumplimiento, en el seguimiento de unas normas morales, en el mantenimiento de lo que tenemos, conformándonos con ser “buenas personas”. Estamos llamados a ofrecer la luz del Dios-con-nosotros que hemos recibido. Cada miembro de la Iglesia tiene que sentirse, como Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios (2ª lectura). Podemos poner nuestro nombre en esta frase, porque es Dios mismo quien nos llama a ser apóstoles. Dios cuenta con nosotros para dar testimonio de su luz, esa luz que en Navidad hemos celebrado que ha empezado a brillar.

La fe en Jesús conlleva la misión, anunciarlo a otros, dar testimonio como Juan el Bautista: Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Pero, como hemos dicho, nos frena el hecho de no saber cómo dar razón de nuestra fe, no sabemos cómo dar ese testimonio. Y una de las causas de ese freno es lo que Juan el Bautista ha repetido dos veces: Yo no lo conocía… Aunque participemos habitualmente en las celebraciones y actividades parroquiales, nos damos cuenta de que nos falta conocer aspectos a veces muy básicos de nuestra fe, porque los hemos aceptado pero sin preguntarnos por ellos, sin interiorizarlos y, por tanto, no sabemos dar razón de su sentido.

Por eso la formación en un Equipo de Vida es un elemento indispensable para conocer a Jesús, y fundamentar nuestra fe, que la fe realmente vertebre nuestra vida en todas sus dimensiones, e ilumine las circunstancias y realidades que vivi-mos, para aprender a discernir la presencia y acción del Espíritu y entonces podamos dar un testimonio creíble de que éste es el Hijo de Dios.

Pero, con toda la importancia que tiene la formación, ésta no puede consistir en un puro intelectualismo, en una simple adquisición de saberes; la formación es un instrumento que nos debe llevar al encuentro con Jesús para conocerle y reconocerle, para ser apóstoles en nuestra vida ordinaria, como miembros de la Iglesia, llevando adelante la misión de compartir con otros nuestra experiencia de fe, sin miedo, porque no nos anunciamos a nosotros mismos, ni proclamamos nuestras ideas, sino que hablamos de Alguien a quien conocemos.

¿Me siento llamado por Dios a ser discípulo y apóstol? ¿“Conozco” al Señor, o sólo sé cosas de Él? ¿Formo parte de algún Equipo de Vida que me ayude a encontrarme con el Señor?

Dios no quiere para nosotros una vida de fe mediocre, empequeñecida. Es poco que nos conformemos con un puro cumplimiento de normas y preceptos. Dios cuenta con nosotros para una misión: ser “apóstoles de Jesucristo”. Y nuestra misión es la misma que la de Juan el Bautista: señalar la presencia de Jesús Resucitado en nuestro mundo. Eso requiere por nuestra parte un conocimiento cada vez más personal y profundo del Señor. No podemos ser apóstoles si sólo sabemos datos del Señor, necesitamos “conocerle” personalmente, ser discípulos mediante la oración, la formación y la celebración de los sacramentos, para poder responder a su llamada, ser apóstoles y decir de modo creíble: yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

Comentario al evangelio – Domingo II de Tiempo Ordinario

EL CORDERO QUE QUITA EL PECADO DEL MUNDO


             El domingo pasado asistíamos al comienzo de la actividad misionera de Jesús, en la escena del Bautismo. Antes de que le veamos en acción -hablando, curando, acogiendo, anunciando…- el Bautista nos hace una presentación de Jesús dándonos su testimonio personal sobre él. Y usa una expresión que conocemos bien, pues la repetimos en cada Eucaristía: «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». ¿Por qué la Iglesia ha querido situar estas palabras del Bautista precisamente antes de comulgar? Vamos a repasar el significado y trasfondo de esta expresión del Bautista, para que vivamos con más profundidad y sentido cuando nos acerquemos a recibir la Eucaristía.

      Ø Nunca en todo el Antiguo Testamento una persona había sido llamada “cordero de Dios”. El Bautista podría haber usado otros términos más familiares para sus oyentes: pastor, rey, juez… Pero sabía que alc nombrar al cordero, recordarían inmediatamente al «cordero pascual», cuya sangre sobre los dinteles de las casas en aquella noche de Pascua en Egipto había librado a sus padres esclavos del Faraón de la masacre del ángel exterminador de la décima plaga.
El Bautista intuye el destino de Jesús: un día sería inmolado como aquel cordero, y su sangre quitaría a las fuerzas del mal la capacidad de hacer daño. Su sacrificio libraría al hombre del pecado y de la muerte.

      Ø Hay una segunda alusión en las palabras del Bautista. Todo israelita conocía bien las profecías del libro de Isaías, donde se describe el castigo y el fin vergonzoso del Siervo del Señor – hoy hemos leído uno de sus fragmentos-. De él dice el profeta: “fue llevado como cordero al matadero,  como una oveja que permanece muda cuando la esquilan…ha sido contado entre los pecadores, cuando llevaba sobre sí el pecado de muchos e intercedía por los pecadores” (Is 53,7.12). En este texto la imagen del cordero es asociada a la destrucción del pecado.
Jesús –profetiza el Bautista– tomará sobre sí todas las debilidades, todas las miserias, toda la maldad de los hombres, y con su mansedumbre y con la ofrenda de su vida, las aniquilará. No se trata de un simple perdón, o de unas curaciones, o de unos arreglos parciales por las meteduras de pata (o pecados) que a menudo cometemos los seres humanos, unas más graves que otras. Sino que introducirá en el mundo un dinamismo nuevo, una fuerza irresistible –su Espíritu– que llevará los hombres al bien y a la vida. Es un cambio radical: el mal, el sufrimiento, el pecado, la muerte ya no tendrán nada que hacer con nosotros, quedaremos definitivamente liberados, como aquella noche pascual en que Israel pudo escapar de tanto dolor y tanta penuria en su esclavitud.

      Ø Hay una tercera resonancia bíblica en las palabras del Bautista: el cordero del sacrificio de Abraham. Isaac mientras caminaba junto a su padre hacia el monte Moria, pregunta: “he aquí el fuego y la leña, pero ¿dónde esta el cordero para el sacrificio? Abraham responde: “Dios mismo proveerá el cordero” (Gn 22,7-8).
¡He aquí el cordero de Dios!” –responde ahora el Bautista– es Jesús, entregado por Dios al mundo para ser sacrificado. Como Isaac (Gn 22,1-18), él es ahora Hijo único, el bien Amado, aquel que lleva la leña dirigiéndose al lugar del sacrificio, pero es Jesús quien, libremente y por amor, se entrega al Padre para ser amarrado sobre el altar de la cruz.

De estas muy breves y resumidas anotaciones, podamos extraer algunas consecuencias:

      ¥ Al comulgar es como si nos «untáramos» con la sangre de Cristo para que nos defienda, proteja y salve de tantos males como nos acechan, en los que nos metemos, y en los que otros nos meten. Necesitamos que alguien más poderoso que el mal, que el pecado, que la muerte… nos libere de nuestras esclavitudes, nos «marque» (con su propia sangre/vida) para que podamos ponernos en camino hacia la tierra de la libertad, para que seamos realmente hijos de Dios (Jn 1, 12).
     ¥ En segundo lugar está el tema del «pecado del mundo». No se habla de «pecados» en plural, no se refiere a esos actos, comportamientos, actitudes personales en las que caemos con mayor o menor frecuencia, y de las que solemos confesarnos o pedir perdón. Está hablando de algo mucho más relevante: El «pecado del mundo». Para Juan Evangelista sólo hay un pecado: la oposición del mundo que rechaza a Dios, que rechaza la plenitud de vida que Dios propone a cada persona. «El mundo no le conoció. Vino a los suyos y los suyos no le recibieron. a cuantos le recibieron les dio poder para hacerse hijos de Dios…» (1, 9-12).
Dios quiere que cada hombre, acogiendo su amor y poniéndolo en el centro de su vida, alcance la plena realización de sí  mismo, que se haga hijo de Dios. El Concilio Vaticano II en la “Gaudium et Spes” ya dijo que el pecado constituye «una disminución del ser humano que le impide alcanzar la propia plenitud». ¡Y hay tantas cosas que nos lo impiden! No sólo nuestros errores, fallos y limitaciones… Jesús fue un verdadero “cordero de Dios” que liberó a los más desprotegidos de las grandes inhumanidades, es decir, curó enfermos, dio dignidad a los que no la tenían, se compadeció de los que sufrían, liberó a los que padecían todo tipo de esclavitudes, hizo comidas abiertas sin distinción de clases sociales. Éste era el modo que Jesús tenía de quitar el pecado, la gran inhumanidad de su mundo, plagado de numerosos pobres y desvalidos: poniendo remedio a los efectos negativos y dolorosos que los contravalores más importantes para aquel mundo (hambre, discriminación de todo tipo, enfermedades) causaban en las personas indefensas.

    ¥ ¿Y cómo hace Jesús para eliminar este pecado? Juan Bautista señala: “he aquí aquel que bautiza en el Espíritu Santo”. Bautizar significa sumergir, impregnar, mojar en agua a la persona. «Espíritu» es la misma presencia, energía de Dios, su Amor. Y«Santo» es el efecto sobre nosotros de ese amor de Dios que nos purifica, nos santifica, nos consagra, nos libera.
Jesús liberará a las personas que lo reciban de todo aquello que los limita, que los reduce, que los aprisiona, que los encierra y bloquea, incluidas las injusticias, las desigualdades económicas, sociales, estructurales… y la misma muerte. Será, pues, el triunfo del amor y de la vida, el triunfo de Dios.

Esto significa que la Eucaristía se nos ofrece para que no nos cansemos ni desesperemos en nuestra lucha por ser lo que estamos llamados a ser santos, plenos, luminosos, hijos de Dios y felices. Ése es el pecado que Cristo aniquila, o «quita» como solemos decir. Y lo hace entregándose libremente, amando sin condiciones y permitiendo que el Padre lo rescate del altar del sacrificio (como pasó con Isaac), convirtiéndolo en vida para todos. «Yo he venido para que tengáis vida, y vida en abundancia» (Jn 10,10)

Que estas sencillas reflexiones nos ayuden a vivir con mayor profundidad nuestras Eucaristías y nuestras relación con el Siervo/Cordero de Dios.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen inferior de Kiko Argüello