(Jn 1, 29-34)
Este texto da testimonio de la intensa experiencia espiritual de Juan Bautista, porque lo muestra completamente extasiado ante la figura de Jesús.
Toda su existencia tiene sólo un sentido: anunciar al Mesías, dar lugar al Salvador, señalarlo para que las miradas se dirijan al único Señor.
Y Juan presenta a Jesús como el Cordero que quita el pecado del mundo, el que existía desde antes, el que tiene el Espíritu Santo y lo comunica.
Los judíos podían entender qué significaba eso de ser el “Cordero”, ya que ellos ofrecían corderos en sacrificio para implorar el perdón de Dios por sus pecados. Jesús, el Cordero, venía a entregarse a sí mismo por nosotros, para que ya no fuera necesario ofrecer animales en sacrificio, sino simplemente recibir el perdón que él trae generosamente; porque se entregó a sí mismo por nosotros, él fue el cordero que se inmoló en el altar de la cruz por los pecados de todos.
Y su sacrificio tiene valor infinito, porque él no es un cualquiera. Si bien Juan el Bautista fue engendrado antes que Jesús, sin embargo Juan dice que Jesús existía antes que él (v. 30); Juan da testimonio de que “él es el Hijo de Dios” (v. 34).
Al mismo tiempo, se muestra que, a diferencia del bautismo de Juan, el bautismo de Jesús no derrama sólo agua, sino el mismo Espíritu Santo. El bautismo de Juan es sólo signo y preparación, pero el de Jesús es fuente de vida eterna.
Jesús es el que bautiza con el Espíritu Santo, nos sumerge en la vida nueva, en la luz, en el poder del Espíritu Santo para que entremos en otra dimensión y nuestra vida llegue a transformarse completamente.
Oración:
“Concédeme Señor, que mis gestos, mis palabras y mis actitudes puedan dar testimonio de tu presencia; que todo mi ser sea como un anuncio para que los demás puedan reconocerte y encontrarte”.
VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día