El Evangelio no quiere recordarnos hoy simplemente el mérito que asistió al Bautista, al identificar en Jesús al «Cordero que se entrega a la muerte para borrar el pecado», «al hombre sobre el que descendió el Espíritu» y «al Hijo de Dios»; pretende, más bien, llamarnos la atención sobre la necesidad del testimonio cristiano para que Jesús pueda ser reconocido.
¡De bien poco hubiera servido que Dios se hubiese encarnado en María, si Jesús no hubiera sido aceptado como Hijo de Dios!.
Si Dios no hubiera contado con la disponibilidad de Juan Bautista, Jesús no habría sido presentado como el «Cordero», «el hombre del Espíritu», «el Hijo de nuestro Dios».
De entre todos los que acudieron a Juan para recibir su bautismo de agua, Juan identificó a quien él estaba esperando: «al Salvador del mundo».
Y tuvo el coraje suficiente para decirlo en público: afirmando la misión de Jesús renegó de la suya; señalando en Jesús al Cordero que quita el pecado, envió hacia Jesús a todos los que habían acudido a verle a él.
No es fácilmente comprensible, no es ni siquiera del todo lógico, pero es un hecho innegable: Jesús necesitó del Bautista para darse a conocer; la presencia de Dios en el mundo hubiera pasado desapercibida, nadie habría valorado su voluntad de cercanía con los hombres, la encarnación habría sido un fracaso, de no haber sido descubierto Jesús entre la muchedumbre por el Bautista.
Como en los días del Bautista, hoy sigue Dios necesitando de hombres que lo testimonien sólo porque saben que Dios insiste en ser un Dios cercano al hombre.
Uno de los males del mundo del hoy es precisamente que muchos hombres no sienten a Dios cerca suyo.
Y esto ocurre porque faltan creyentes que se dediquen a vivir testimoniando cuanto creen: siempre hay que señalar a Dios. Dios se ha hecho preceder por precursores: se necesita de personas que descubran a Dios, que lo hagan cercano y creíble, próximo y familiar. Sólo así nacerá en la gente las ganas de seguirlo.
El cristiano hoy, como el Bautista ayer, ha de vivir para señalar la presencia de Dios en el mundo, para no permitir que se le ignore o se le arrincone, para no dejar que se lo silencie o se lo olvide. Aunque personalmente no perdamos nunca de vista a Dios, si lo pierde nuestro mundo por causa de nuestro silencio, lo estaremos perdiendo todos: la mejor manera de sentir la presencia de Dios hoy, es dedicarse como el Bautista, a proclamarlo presente; el testigo defiende su experiencia cuando la pública: ¡defendamos nuestra fe en Dios proclamándolo presente en el mundo!; ¡y ayudemos a quienes nos rodean a identificarlo!.
Para hacer esta labor de precursores de Dios, estamos sobre este mundo los creyentes.
Que María, nuestra Madre nos ayude a ser precursores del Señor.