1Cor 1,10-13.17 – 2ª lectura Domingo III de Tiempo Ordinario

¡Es necesario recuperar la concordia y la comunión en la comunidad!

Os ruego en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos. Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir. Se trata de una situación histórica ocurrida en una comunidad concreta y por unas motivaciones concretas. La comunidad de Corinto, por la procedencia de sus miembros y por los dones del Espíritu recibidos, podía ser un modelo ejemplar de cómo Dios elige a los humildes y desposeídos de este mundo y los transforma en una familia suya sobre la que derrocha muchos de sus dones. Pero la experiencia real es que se produjo una profunda brecha en la misma. El abuso o mal uso de los dones recibidos la condujo a una situación lamentable. La exhortación de Pablo corresponde a una respuesta directa, real y urgente. Los dones de Dios son para constituir una comunidad, para el bien común de todos y no para el bien particular de nadie. Esta es una constante que encontramos en las cartas paulinas y en los escritos del Nuevo Testamento. La comunidad se salvará sólo si fomenta la comunión. Y sólo puede ofrecer un signo creíble de Jesús si recupera la unidad (así lo había pedido Jesús en la última Cena, según el testimonio de Jn 17). La recuperación de la unidad no es cuestión de pactar una tregua o un recurso fácil a la unidad externa. La unidad y la comunión sólo es posible, recuerda Pablo en esta carta a los miembros de la comunidad (y se convierte en un modelo para toda la historia de la Iglesia), a través de tres actitudes fundamentales y que alcanzan la hondura de cada miembro de la comunidad: ponerse de acuerdo mediante un diálogo mutuo y entre todos iluminado por la palabra y el ejemplo de Jesús; tener un mismo pensar en la verdad del Evangelio y compartir unos mismos sentimientos de fraternidad. Los tres elementos remiten a la interioridad del hombre, al corazón en términos bíblicos. Y esto exige un cambio decisivo que no es nada fácil. ¡Los mensajeros son servidores no líderes que capitanean partidos diferentes! Ayer como hoy la comunidad cristiana está formada por hombres y mujeres que tienen sus capacidades humanas y sus riquezas humanas así como sus flaquezas, pero que son invitados a vivir en comunión verdadera contando con la diversidad. Unanimidad, no necesariamente uniformidad, pide el Evangelio para la comunidad cristiana. Sólo desde esta aceptación de lo diverso con el empeño de formar una sola comunidad se convierte en un signo visible y creíble de la presencia viva de Jesús que anima a todos a la búsqueda del bien común. Y precisamente esto lo necesita hoy el mundo tanto o más que nunca. En un mundo dividido por las guerras y enemistades, es más urgente que nunca la recuperación de la comunión como una oferta creíble y coherente a este mismo mundo que es en el que desarrolla su historia la Iglesia.

Fray Gerardo Sánchez Mielgo