La vida que se rige por los principios del mundo es el odre viejo y gastado.
La vida cristiana es una vida nueva, con nuevos principios de valoración de las cosas y con nuevas metas para conseguir.
Por eso no podemos pretender ser cristianos, si seguimos los principios del mundo, las normas de conducta del mundo y las costumbres del mundo.
No podemos pretender ser cristianos si aplicamos la escala de valores del mundo.
En ese caso, aparentamos un cristianismo que no hacemos vida. Nuestra vida es en realidad pagana.
En ese caso, dice Jesús, estamos echando el vino del Evangelio en un odre viejo, porque nuestra mente y nuestra forma de vida, no responden a Jesús.
El cristiano debe ser, en el mundo egoísta, el que sabe amar al prójimo.
El cristiano debe ser, en un mundo malintencionado, el que lleve una vida transparente.
El cristiano debe ser, en un mundo violento, paciente.
En este evangelio, se le reprocha a Jesús que sus discípulos no hagan ayuno, como hacían los discípulos de Juan.
Y Jesús probablemente les recordaría el sentido que en los profetas tiene el ayuno que Dios quiere.
A Dios le gusta la misericordia, una vida limpia y comprometida con la justicia más que sacrificios de animales como se hacía en esa época o abstenerse de la comida o la bebida.
Por eso hoy a nosotros, que vivimos en un mundo consumista y materialista, la palabra del Señor hoy, nos cuestiona.
Si abriéramos los ojos a las necesidades de los demás, no podríamos seguir sin hacer nada.
El mejor ayuno, el más agradable al Señor, es la solidaridad con nuestros hermanos necesitados, nuestro compromiso por la justicia, el poner por obra esas acciones concretas en favor de la comunidad que vayan ayudando a la implantación del Reino de Dios.
En cada persona que sufre está Jesús, y el Señor nos pide que seamos solidarios.
Se cuenta que Diego en su camino hacia el colegio, veía siempre al mismo hombre todas las mañanas. Tirado en el suelo, sobre unos diarios y rodeado de bolsas, en invierno y en verano.
Diego siempre lo miraba medio de reojo, sobre todo por curiosidad.
Un día, en catequesis, le hablaron del rostro de Jesús, le dijeron que tenía que descubrirlo en el pobre, en el enfermo, en el que estaba solo… pero no prestó mucha atención a lo que decía el catequista. Incluso pensó, que en realidad era una pavada, porque los rostros de Jesús que veía en las estampitas, eran lindos, prolijos, mostraban a un Jesús limpito y bien alimentado.
Un día, a la salida del colegio, iba jugando con un compañero a las corridas, y ni siquiera vió al hombre de siempre, pero tampoco vió un auto que venía muy rápido cuando Diego se lanzó a cruzar tras su compañero.
Y sintió de pronto una mano fuerte que lo sujetaba y lo tiraba hacia atrás.
Diego se dio vuelta a ver quién lo había salvado…
En ese momento, por primera vez en su vida y sin necesidad de que se lo dijera su catequista, vio al hombre de harapos y reconoció el verdadero rostro de Jesús.
Hoy vamos a pedirle al Señor, que prepare nuestros ojos para descubrirlo en nuestro prójimo.