Hoy es martes II de Tiempo Ordinario.
La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 2, 23-28):
Un sábado en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar. Entonces los fariseos le dijeron: «¡Mira! ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?»
Él les respondió: «¿Ustedes no han leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus compañeros se vieron obligados por el hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en el tiempo del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió y dio a sus compañeros los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes?»
Y agregó: «El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado.»
Pongámonos como nos pongamos, no tenemos otra GARANTÍA que Dios mismo y esto viene avalado por el mismo Jesús, Sumo Sacerdote para siempre (Hb 6,20)
Si esto es así, ya está todo dicho…¡Ay!, lo que resulta evidente e inamovible a todas luces –«queriendo Dios demostrar a los beneficiarios de la promesa la inmutabilidad de sus designio, se comprometió con juramento…no teniendo a nadie mayor por quien jurar, juró por sí mismo» (vv. 17.14)- se trueca en problema por la baraja con que jugamos los seres humanos, que no es otra -la mayoría de las veces- que cartas que tienen como denominador común un desordenado amor y por ello, instrumentalizado, donde sobresale la vena caprichosa según mi voluntad y no la del Creador. Y, poniendo estas reglas de juego, pasa que no suelen besarse las voluntades y con ello se desinfla la esperanza, que dicho sea de paso, es la que se articula de tejas hacia abajo, la puramente humana con estrechísimos horizontes, sirviendo un plato de abundante zozobra.
No es planteamiento agorero, ni muchísimo menos, porque resulta que encontrarse en este posición, si la utilizamos como trampolín y no sofá, se convierte en punto de inflexión para cobrar ánimo y fuerza, aferrándonos a la esperanza que tenemos delante (v. 18), a saber, la prometida por Dios y manifestada en Cristo, el Señor.
Desde esta orilla, el Maestro nos invita a conjugar el hoy con señorío, a saber, siendo señores del sábado, que no señoritos, lejos de esa actitud farisaica que se mueve y remueve en el continuo «lo que está permitido vs. lo que no está permitido». Y si bien es verdad que el hombre necesita de un conjunto de normas, reglas para llevar a buen término su estar en el mundo, cuando éstas se han cosido con el hilo egótico, lejos de orientar nuestras actitudes para un buen hacer y un buen estar, se convierten en rémora por la toxicidad que llevan en su ADN, el del fatídico cumpli-miento: la hipocresía está servida, la doble moral. Jesús es implacable ante esto: No hagáis lo que ellos hacen.