La mirada de Jesús

1.- La pintura religiosa del Renacimiento creó muchas piezas interesantes en las que se reflejaba el momento en que Jesús de Nazaret llamaba a uno de sus futuros discípulos para que le siguiera. Casi siempre el pintor intentaba poner rostro de sorpresa al llamado, y actitud de paso, de no parar, al Maestro. Ya había llamado a su discípulo y seguía caminando hacia delante, sin apenas volver el rostro. ¿Y que era lo que producía esa obediencia inmediata, que provocaba el dejarlo todo para seguirle? Pues probablemente su mirada. Y sobre esa mirada también se ha escrito mucho. Si leemos con atención del Evangelio de hoy nos damos cuenta que Mateo –que también fue llamado de la misma forma y mientras estaba en el mostrador de los impuestos—no marca pausa. El Maestro no para. Sigue. Se encuentra a otros dos los mira, les dice: “sígueme” y continúa su camino. Tal vez, cuando los tiene reunidos a Pedro y Andrés, a Santiago y Juan, les marca una misión: “Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres”. La frase guarda concordancia con lo que el evangelista dice de los llamados: eran pescadores.

¿Y como sería esa mirada? Ya he dicho que se ha escrito muchas veces sobre la mirada de Jesús de Nazaret, que lo decía todo, sin pronunciar palabra alguna. Todo creyente ha querido imaginarse el rostro de Jesús, sus ojos, su voz, sus manos con las que bendecía habitualmente el pan o tocaba a los enfermos para curarlos. Pero la voz también. Se ha querido, asimismo, suponer como sería la voz del Maestro. Es indudable que todo creyente, adorando, sin duda, la divinidad de Jesús, busca comprender y contemplar su humanidad, aquello que le hace igual a nosotros, de nuestra especie, de la raza humana. Y esa humanidad es la que, en definitiva, ha terminando convirtiendo a muchos. Ese es el caso, por ejemplo, de Teresa de Jesús. Imaginar el aspecto físico de Jesús es algo que subyuga, impresiona, paraliza. Y eso que no hemos visto nada. Tal vez, algún místico sí. Pero no lo sabemos.

2.- Y como puede apreciarse, la humanidad de Jesús me ha movilizado, especialmente a mi otra vez, a la hora de escribir el presente texto, porque, en realidad, el comentario al fragmento del evangelio de Mateo de hoy debería ir por la primera parte del mismo. Donde se nos dice que tras el arresto de Juan, Jesús se retiro a Galilea y se instalo en Cafarnaún. Realmente, el fragmento que habla del llamado de los cuatro apóstoles aparece en el leccionario entre corchetes rojos y puede omitirse. Y si se omite por parte del sacerdote que proclama el evangelio, el comentario huelga. Pero es difícil que se omita ante su belleza. Pero hay que concretar: la realidad que busca mostrar la liturgia de hoy es que Jesús comenzó a predicar en Galilea y que allí, según la profecía Isaías, aparecería esa luz grande del Mesías. Y en los tiempos de Cristo, para los habitantes de Judea, todavía Galilea y los galileos tenían algo de gentiles, de infieles. Seguía siendo, casi, la Galilea de los Gentiles de la que hablaba el profeta. En definitiva, Mateo –cuyo evangelio vamos a leer continuadamente durante este ciclo A—lo que pretende es mostrar la condición de Mesías de Jesús y marcar el inicio de su predicación con la proclamación del Reino de Dios. Y, claro, en el inicio de su actividad procede a convocar a sus primeros discípulos.

3.- Hemos escuchado a Pablo de Tarso decir en su Primera Carta a los Corintios como ya se iniciaban las “pertenencias” y las “capillitas”. Parece como si los movimientos contrarios a la unidad y la búsqueda de una misma identidad hayan aquejado a los cristianos desde el primer momento. Ser de Apolo, de Pablo, de Pedro, de Cristo pretendían los fieles de Corintio buscando y proclamando diferencias. Hemos terminado el pasado día 25, festividad de la conversión de San Pablo, el octavario para la unión de los cristianos. Y esa falta de unidad nos aqueja y rezamos para que desaparezca. Pero ahí está. El mismo Pablo dice: “poneos de acuerdo y no andéis divididos”. Pero no nos ponemos de acuerdo y es el pecado de soberbia el que nos tiene a cada uno por un lado. Personalmente, siempre que se reflexiona sobre la desunión de los cristianos, a mi me gusta decir que cualquier movimiento de unidad habría de comenzarlo por la unión verdadera de los católicos, la cual, a veces, es puramente nominal.

Jesús iniciaba su ministerio en Galilea y reclutaba a sus primeros colaboradores. Proclama el Reino de Dios que no es otra cosa que un reino de justicia, de amor, de fraternidad. Hemos dicho que la fuerza de su mirada, la atracción que producía su humanidad llevaba a muchos a seguirle sin decir nada, sin pronunciar palabra. Está claro que ya en esos primeros momentos, Jesús de Nazaret les encarga una misión: ser pescadores de hombres. Atraer a hombres y mujeres al Reino de Dios, que, sin duda, es un gran ideal, aunque posible. No es una utopía imposible, aunque nos cueste mucho trabajo construir el espacio de ese Reino. Pablo ya nos advierte sobre las divisiones. Y esas divisiones, esa fragmentación del único rebaño de Cristo, ha traído mucha desgracia, mucha sangre… Hoy parece que el ecumenismo acerca a las diferentes confesiones cristianas y que, entre ellas, se ven muestras de amistad y de diálogo, aunque parezca lejana la vuelta a la Unidad. Pero, probablemente, no sea el peor momento. Hemos de seguir orando al Padre para que disuelva con su amor el pecado de la desunión, de la soberbia de creerse los mejores o los únicos. El Salmo nos ha dado una gran pista: “el Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?

Ángel Gómez Escorial

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Lectio Divina – Sábado II de Tiempo Ordinario

Jesús y sus familiares

Invocación al Espíritu Santo:

Ven, Espíritu Santo llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Tú eres la fuerza que vigoriza nuestro trabajo. Tú, el aliento que vivifica nuestra alma. Tú, la luz que ilumina nuestra mente, Tú, el motor de nuestras obras. Danos docilidad para seguir tus mandatos y que gocemos siempre de tu protección. Amén.

Lectura. Marcos capítulo 3, versículos 20 al 21:

Jesús entró en una casa con sus discípulos y acudió tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a buscarlo, pues decían que se había vuelto loco.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

Jesús regresa del monte a la casa, de la cercanía de Dios a la proximidad con los hombres. La multitud sigue necesitándolo, y él continúa entregándose a ella. Pero ahora surgen críticas de sus propios parientes, a quienes apoyan de buen agrado los maestros de la ley. Si los parientes consideran que Jesús está trastornado, los maestros de la ley, más sutilmente, emiten un diagnóstico mucho más sofisticado: que es agente de satanás.

Meditación:

En aquel tiempo volvió Jesús con sus discípulos a casa y se juntó tanta gente, que no los dejaban ni comer. Sus parientes fueron a hacerse cargo de él, pues consideraban que estaba fuera de sí.

Jesús vuelve a casa. El lugar en el que la vida de familia sigue igual; pero su vida, no. La vida de Jesús ha modificado su entorno más cercano. Su ministerio empieza a producir el desafío y el rompimiento con el orden establecido, con las autoridades judías.

La comunidad está dividida: muchos lo siguen porque han oído sus obras; otros, porque dudan del sistema político y social del pueblo, y no entienden bien la sociedad alternativa que Jesús quiere lograr.

Van a su casa para cerciorarse de que Jesús tenga elementos para enfrentar a las autoridades. Debió ser gente como nosotros, que no estamos del todo contentos con la manera en que transcurre la sociedad y el actuar de nuestros representantes.

Al centro aparece la duda: ¿Jesús está fuera de sí, es decir, loco? Jesús no resuelve sus dudas. Seguirá llamando a construir un nuevo Israel y a liberarse de toda ideología. En último término, gente indefinida como ésta, subirá al Gólgota para crucificarlo. Desde entonces, como hasta ahora, parece que tememos rebasar los límites de lo “razonable” y vivir de manera diferente.

¿Cuánto tiempo hace que no me muevo por grandes convicciones? ¿Cuánto tiempo que no me rebaso en lo superficial para encontrar lo esencial de mi vida y de mi familia?

Sus parientes pensaron que se había vuelto loco, porque el proyecto de Jesús hizo relativo todo, incluso la vida privada de casa. ¿En qué podemos tomar una opción fundamental, parecida a la de Jesús?

Oración:

Dios misericordioso, fuente y origen de nuestra salvación, haz que, mientras dure nuestra vida aquí en la tierra nos ayudes a liberarnos de la esclavitud del pecado, te alabemos constantemente y podamos así participar un día en la alabanza eterna del cielo. Amén.

Contemplación:

Jesús junto con su palabra también realiza milagros en donde expulsa los demonios para atestiguar que el reino está presente en él, el Mesías. Si bien cura a las personas, él no ha venido a abolir los males de esta tierra, sino ante todo para liberarnos de la esclavitud del pecado. La expulsión de los demonios anuncia que su Cruz se alcanzará victoriosa sobre “el príncipe del mundo” (Catecismo de la Iglesia Católica numeral 108).

Oración final:

Señor, yo tampoco quiero dar importancia al «qué dirán» ni quiero dejarme influenciar por el ambiente, desgraciadamente cada vez más alejado de tu verdad y de tu amor. No me debe interesar el grado de popularidad, ni la simpatía que mi estilo de vida pueda provocar en los demás. Yo sólo quiero que mi testimonio acerque a más personas a tu amor, por ello dame la luz para saber ser ese imán, no para mi vanagloria, sino únicamente para tu gloria, Señor.

Propósito:

Quiero dar testimonio de tu palabra anunciando tu cruz para abolir la esclavitud de nuestros pecados.

¿Para qué viene usted?

Así recibió, el dueño de una casa, a un vendedor que decía ofrecer un producto excepcional, asombroso y a buen precio. El inquilino ni se molestó en seguir la conversación. Cerró la puerta….y a otra cosa mariposa. El Bautismo del Señor, y su recuerdo en la semana pasada, nos ponen ya en el punto de salida de la razón de ser de la venida de Jesús al mundo. ¿Para qué? Podemos preguntarnos creyentes. ¡Para que! Pueden exclamar los incrédulos o tibios.

1.- Ante la llegada de Jesús nadie puede quedarse indiferente. Su palabra, siempre va al grano, acompañada del ejemplo y de la radicalidad, empuja siempre a decantarse: o estamos con él, o lo dejamos de lado.

La conversión, entre otras cosas, es el fin primordial de la misión de Jesús. A muchos no les interesa que, lo sustancial, cambie. ¿A qué viene usted? Pero, por otro lado, nos encontramos con leyes que convierten el bien en mal, el capricho de unos pocos en imposición general o el criterio mutante de una sociedad, que ha perdido el norte en muchos aspectos, se nos presenta como ¡el no va más! Como el gran logro de los tiempos modernos. Como si, ser innovador –por ejemplo- sea sinónimo de renunciar a la dignidad de la persona humana o al sentido común.

¿Para qué vino Cristo? Entre otras cosas para ser signo de contradicción. Su paz no la entendían los que vivían placidamente. Su poder, no lo asimilaban los que ostentaban su influencia para reprimir y humillar a los más pobres. Sus palabras, eran como una espada afilada que cortaba por lo sano el cuento y el disfraz de aquellos que, precisamente, se quedaban en palabrerías huecas e interesadas.

¿Y todavía nos preguntamos para qué y por qué vino Jesús?

-Entre otras cosas para darnos un poco de luz. ¡Son tantas las tinieblas que nos sacuden actualmente!

-Para hacernos comprender que, con su muerte, la nuestra es una experiencia que todos la tendremos pero que acabará en mañana de resurrección.

-Para animarnos a volver de caminos equivocados. Para que nuestros corazones, atenazados y volcados en lo simple, se dirijan al que lo mueve con autoridad y empeño: ¡Dios!

2.- En este domingo, hermanos, también Jesús pasa por nuestro singular lago de Galilea: en el trabajo, familia, parroquia, noviazgo, sacerdocio, instituto, escuela o universidad, nos sigue diciendo “venid y seguidme”. Y es que, en esos ámbitos, es donde hemos de demostrar, y ya no tanto señalar cuanto vivir, que somos de los suyos.

Jesús no ha venido para permanecer eternamente niño recibiendo adoración y presentes en Belén. El Señor se ha lanzado a la tierra para hacernos comprender que el camino del amor es una senda privilegiada que nos conduce al cielo. Para hacernos entender que, si Dios es Padre, también nosotros somos hermanos.

Fue una persona entregada totalmente a su misión. ¿Lo somos nosotros? ¿Damos testimonio o somos altavoz de ese Jesús que decimos llevar dentro y que, en la iglesia, lo profesamos con un tímidamente “sí, creo”?

“Verdades a medias, grandes mentiras”, dice un viejo adagio. Su misión es la nuestra. No podemos quedarnos de brazos cruzados. Ser bautizados exige ponerse en movimiento. No contenernos a mitad de camino con un “bastante he hecho con bautizarme”. En el Bautismo, Dios, nos colocó sobre dos vías: en la vía de la esperanza y en la vía de la fe. Las dos hemos de recorrer y las dos hemos de elegir para llegar a contemplar cara a cara el rostro de un Cristo que se desgastará y que recibirá bofetadas, como tantos hombres y mujeres por predicar su nombre, las reciben en nuestro tiempo. Que nuestra verdad, ser cristianos, sea auténtica: sazonada por las buenas obras, animada por una confianza que nos hace dinámicos y alegres y completada por una caridad que nos convierte automáticamente en “otros cristos” que dan, lo que tienen y pueden, sin llevar cuenta de cómo y a quién lo ofrecen.

3.- Qué sugerente aquel encuentro de un creyente con un bondadoso. “Soy creyente pero me falta la capacidad para dar sin pensar lo que doy”. Y la respuesta del segundo; “dime, por favor, cómo ser creyente, porque yo doy pero me resulta difícil pensar en Dios”.

Nuestro testimonio, nuestra alegría, nuestro encanto personal y eclesial. El firme convencimiento de lo que llevamos entre manos, nuestra perseverancia pueden ayudar, ¡y mucho! a este mundo que, aunque aparentemente reniegue de Dios, como apuntaba recientemente el Cardenal de Madrid, se encuentra triste y tremendamente solitario.

4.- ORACIÓN

CONTIGO, SEÑOR, MIS PRIMEROS PASOS
Para apoyarte en aquello que, para el mundo y para nosotros,
Tú tienes pensado
Y trabajar, sin desmayo ni tregua,
para que muchos o algunos encuentren su felicidad en Ti.

CONTIGO, SEÑOR, MIS PRIMEROS PASOS
Porque, cuando me dices “sígueme”
siento que, todavía, no te conozco lo suficiente
Que, soy cristiano sin saber lo qué significa
y que me da miedo seguirte por lo que ello implica

CONTIGO, SEÑOR, MIS PRIMEROS PASOS
Porque, cada día, nos das una oportunidad para seguirte
Una hora en la que decir “sí” o un “no”
Porque, siendo jóvenes, mayores o ancianos
Tú pasas por la orilla de nuestra vida
pidiendo algo tan grande como personas
que crean, esperen y te amén a Ti, Señor.

¿DARÉ MIS PRIMEROS PASOS, SEÑOR?
¿Dejaré algo por Ti?
¿Haré algo por tu Reino?
¿Sacaré mis excusas para quedarme sentado en lo mío?

¿CÓMO DAR MIS PRIMEROS PASOS, SEÑOR?
¡Ah! ¡Ya lo sé, Señor!
Dejando que Tú, conviertas todo lo que en mí, Señor
está un tanto desorientado y pervertido.
¡Gracias, Señor!

Javier Leoz

Comentario – Sábado II de Tiempo Ordinario

Marcos 3, 20-21

a) El evangelio de hoy es bien corto y un tanto paradójico. Sus mismos familiares no comprenden a Jesús y dicen que «no está en sus cabales», porque no se toma tiempo ni para comer. 

Ciertamente no lo tiene fácil el nuevo Profeta. Las gentes le aplauden por interés. Los apóstoles le siguen pero no le comprenden en profundidad. Los enemigos le acechan continuamente y le interpretan todo mal. Ahora, su clan familiar -primos, allegados, vecinos- tampoco le entienden. Además de su ritmo de trabajo, les deben haber asustado las afirmaciones tan sorprendentes que hace, perdonando pecados y actuando contra instituciones tan sagradas como el sábado. Se cumple lo que dice Juan en el prólogo de su evangelio: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron». Algunos le aplaudieron mientras duró lo de multiplicar los panes. Pero luego se sumaron al coro de los que gritaban «crucifícale». 

Entre estos familiares críticos, no nos cabe en la cabeza que pudiera estar también su madre, María, la que, según Lucas, «guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» y a la que ya desde el principio pudo alabar su prima Isabel: «dichosa tú, porque has creído». Pero a Jesús le dolería ciertamente esta cerrazón de sus paisanos y familiares. 

b) También en el mundo de hoy podemos observar toda una gama diferente de reacciones ante Cristo. Más o menos como entonces. Desde el entusiasmo superficial hasta la oposición radical y displicente. 

Pero, más que las opiniones de los demás, nos debe interesar cuál es nuestra postura personal ante Cristo: ¿le seguimos de verdad, o sólo decimos que le seguimos, porque llevamos su nombre y estamos bautizados en él? Seguirle es aceptar lo que él dice: no sólo lo que va de acuerdo con nuestra línea, sino también lo que va en contra de las apetencias de este mundo o de nuestros gustos. 

Si es el Maestro y Profeta que Dios nos ha enviado, tenemos que tomarle en serio a él, como Persona, y lo que nos enseña. Y eso tiene que ir iluminando y cambiando nuestra vida. 

Podemos recordar además otro aspecto de este evangelio: que también nosotros podemos ser objeto de malas interpretaciones por llevar en medio de este mundo una vida cristiana, que muchas veces puede despertar persecuciones o bien sonrisas irónicas. Eso nos puede pasar entre desconocidos y también en nuestros círculos más cercanos, incluidos los familiares. Deberíamos seguir nuestro camino de fe cristiana con convicción, dando testimonio a pesar de las contradicciones. Como hizo Cristo Jesús. Con libertad interior. 

«La sangre de Cristo se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha» (1ª lectura, I) 

«Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo» (salmo, I) 

«Que brille tu rostro, Señor, y nos salve» (salmo, II) 

«¿Hasta cuándo estarás airado, mientras tu pueblo te suplica?» (salmo, II) 

«Habiendo entrado una vez para siempre en el santuario del cielo, ahora intercede por nosotros» (prefacio después de la Ascensión)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 4

Ha venido a mi orilla

“Pasando Jesús por la ribera del lago, vio a dos hermanos, Simón y Andrés que estaban repasando las redes y les dijo: Seguidme y os haré pescadores de hombres”. San Mateo, Cáp. 4.

1.- Cesáreo Gabaraín fue un sacerdote español, músico notable, fallecido hace algunos años. Numerosas canciones de su autoría hicieron carrera en nuestro folclore religioso. Entre ellas ésta, que se canta en todos los países de habla hispana: “Tú has venido a la orilla; no has buscado ni a sabios ni a ricos”… La ribera de la cual nos habla san Mateo, cuando Jesús llama a sus primeros discípulos, es la del Tiberiades. Allí cerca estaba Cafarnaum, ciudad importante entre aquellas que rodeaban el lago. Epicentro además de la vida pública del Maestro.

La orilla, que menciona el poeta religioso, es nuestra propia vida, lugar donde nos hemos encontrado con Dios. Tal vez de forma explícita y convincente. O quizás entre sombras. O bien de paso, porque al advertir su cercanía, hemos esquivado su presencia.

2.- A la madrugada, numerosos pescadores partían lago adentro. Para regresar unas horas más tarde, con la barca colmada de peces, o llena el alma de un cansancio inútil. Consta que la familia del Zebedeo llevaba adelante su empresa, suficiente talvez, aunque no extraordinaria. De este hogar hacían parte Santiago y Juan, hermanos entre sí y la madre, de nombre desconocido, la cual intrigó en cierta ocasión ante Jesús en favor de sus hijos. También de la pesca vivían allí Simón Pedro, su hermano Andrés y obviamente sus respectivas familias.

El evangelio destaca que, en aquel escenario ocurrió el llamamiento oficial de Jesús a sus cuatro primeros discípulos: “Venid conmigo, les dice, y os haré pescadores de hombres”. Les presenta un proyecto que ellos podrían comprender, pues habían crecido en ese oficio. Pero quizás no comprendían aquello de recoger hombres en su red. Y el texto asegura que los dos pares de hermanos, dejándolo todo, es decir su familia, las barcas y las redes se fueron detrás del Maestro.

3.- Pero conviene suponer todo un entrenamiento anterior. Una mentalización previa, mediante muchos ratos de amistosa conversación con ellos. Ante un grado académico, una victoria deportiva, o una boda, adivinamos un proceso previo que dio origen al acontecimiento.

Nuestro seguimiento al Señor tampoco es repentino, aunque así se cuente en la vida de algunos santos. Hacia atrás descubrimos entusiasmos y dudas, avances y retrocesos, encontrados sentimientos. Más adelante pudimos ver y comprender. Fuimos capaces. Y surgió una amistad sólida y constructiva con Jesús. Pero el llamado a la fe cristiana incluye además un envío a ser pescadores de hombres. Expresión que es necesario traducir para nuestro ambiente. El Maestro hoy nos manda a hacerlo conocer en nuestro entorno. A enseñar a quienes tratan con nosotros que los valores evangélicos califican la vida.

4.- A este propósito comentaba un obispo: “Es cierto que el anuncio del Evangelio lo realizaron los apóstoles y los llamados padres apostólicos. Pero luego fueron los cristianos sencillos, comerciantes, campesinos, esclavos y soldados, quienes difundieron la fe de manera imparable. Por el simple sistema de una confidencia sobre la riqueza que les había dado el conocimiento de Jesús. Aquí encontramos una herramienta maravillosa que también nos servirá en el mundo de hoy”.

Gustavo Vélez, mxy

Caminemos junto al maestro

1. Humillación y gozo.- Isaías recuerda las humillaciones que padeció el pueblo, las derrotas, los momentos difíciles de una guerra perdida de antemano. Los territorios de Zabulón y Neftalí sufrieron frecuentes incursiones de los pueblos del Norte. Fueron desterrados, despojados de sus bienes, condenados a vivir en tierras extrañas, en medio de sus propios enemigos. Pero Yahvé los volvería a mirar con amor, se olvidaría de sus delitos, les perdonaría sus pecados y los reintegraría a su patria. Y de nuevo amanecieron días llenos de paz, días sin temores, días serenos y tranquilos. Y todo porque Dios no quiere castigarnos sin fin. Y mientras vivimos ensaya mil formas para atraernos, para hacernos caer en la cuenta de su gran amor por nosotros. Cuando le volvemos la espalda, nos hace ver lo triste que es nuestra vida sin Él. Y al vernos llorar nos perdona, nos limpia las lágrimas y nos anima a volver otra vez junto a Él, a empezar de nuevo como si nada hubiera ocurrido.

La alegría, el gozo. Los dones más preciosos que Dios puede hacer al hombre. El sentirse contento, el vivir sin agobios, sin miedo. Vivir alegres, tener ganas de cantar, estar ilusionados con lo que nos rodea, mirar con esperanza y optimismo al futuro, no acobardarse por nada, afrontar con fortaleza y serenidad la vida, por difícil o penosa que sea.

Gozo del que recoge el abundante fruto de su trabajo, alegría del que siega su propia siembra ya granada, júbilo del que se reparte el botín ganado tras una dura batalla… Señor, muchas veces estamos tristes, andamos preocupados, agobiados por el peso de la vida. Repite una vez más el milagro de convertir nuestra tristeza en alegría, danos vivir seriamente nuestra fe, inyecta tu fuerza en nuestra debilidad. Acrecienta en nosotros la alegría, auméntanos el gozo.

2. Antorchas vivas. Juan Bautista terminó sus días en la cárcel. Aquella antorcha viva que anunció la llegada de la Luz, se extinguió en la tierra, para lucir luego con más esplendor allá en el Cielo. Desde entonces su nombre quedaría esculpido como modelo de fidelidad a su propia misión, como reclamo y llamada para todos los que tenemos la excelsa misión de ser testigos de Cristo a lo largo de toda la Historia. Su misión fue, en efecto, cumplida con toda exactitud. La Luz irrumpió en las regiones ensombrecidas por los errores del paganismo, pueblos que Isaías contemplaba envueltos en las tinieblas de la muerte. De forma paulatina, pero inexorable, la claridad gozosa del Evangelio comenzó su avance por aquellos pueblecitos de Galilea, donde como un incendio en el bosque, se propagaría el fuego que Cristo había traído a la tierra.

Metidos en aquellos parajes tan bucólicos, caminemos junto al Maestro, el atrayente Rabí de Nazaret, para escuchar sus palabras, para contemplar enamorados su figura y sus gestos, deseosos de empaparnos de su espíritu, anhelantes de serle fieles hasta la muerte, como el Bautista lo fue. Hacer carne de nuestra carne su doctrina, vida de nuestra vida su propia vida.

Hoy vemos a Pedro y Andrés su hermano que pescan cerca de la orilla del lago. La red dibuja círculos sobre el agua y barre repetidamente el fondo. Jesús pasa cerca y les dice que le sigan y los hará pescadores de hombres. Ellos no lo dudaron ni un instante. La palabra persuasiva del Maestro encontró eco en el corazón sencillo de aquellos rudos pescadores. Luego serán Juan y Santiago. También ellos estaban trabajando cuando Jesús los llamó y también ellos respondieron con prontitud y generosidad. De ese modo iniciaron la más bella y audaz aventura que jamás pudieron soñar. Nunca olvidarían aquel encuentro, nunca abandonarían el camino emprendido en aquellos momentos. Camino de luchas y renuncias, pero camino también de luz y de gloria.

También ahora Jesús pasa a nuestro lado. Nos ve quizá enfrascados en nuestra tarea diaria, ensimismados en nuestro trabajo. Nos mira como miró a Pedro y nos dice que le sigamos, que quiere hacernos pescadores de hombres, que quiere encendernos para que seamos anunciadores de la Luz, antorchas vivas que alumbran las sombras de muerte en que yace el mundo. Las barcas y las redes, nuestros pequeños ídolos nos retraen quizá, lo mismo que les ocurriría quizás a los primeros discípulos, pero como ellos hemos de mirar hacia delante y no hacia atrás, fijarnos en la Luz que está al fin del camino y ser valientes para recorrerlo.

Antonio García Moreno

Llamada, anuncio y misión

1.- La primera opción de Jesús. Después del Bautismo y del paso por el desierto, superadas las tentaciones, Jesús comienza el anuncio de la Buena Noticia en Galilea. Deja el pueblo donde había vivido y trabajado, Nazaret, para establecerse en Cafarnaún, junto al lago de Genesaret, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Ahora Cafarnaún va a ser “su pueblo”. El evangelista Mateo, que es el que vamos a seguir durante este ciclo litúrgico, tiene interés especial en decir que así se cumple la profecía de Isaías. Por el Génesis sabemos que Zabulón y Benjamín eran hijos de Jacob y las esclavas de Lía y Raquel. ¿Eran hijos de segundo orden? Para los judíos de Jerusalén estas regiones eran medio paganas, por eso habla Isaías de “Galilea de los gentiles”. Además, su religión se había “contaminado” con las costumbres de otros pueblos tras la estancia en el exilio. Pero es precisamente en estas regiones, “alejadas” de la religión pura, donde Jesús anuncia por primera vez su Evangelio. A partir de ahora, “a los que habitaban en tierra y sombras de muerte una luz les brilló”. Jesús hace una primera opción por los pobres, por aquellos que según los hombres viven en la oscuridad.

2.- Lo primero que predica Jesús es la conversión. Juan Bautista utilizaba unas palabras duras, exigiendo el cambio radical para evitar el castigo. Jesús pide la conversión, “porque está cerca el Reino de los cielos”. Es una cercanía no sólo temporal, sino, sobre todo, cercanía personal: el Reino de Dios está dentro de nosotros. Es la proximidad del Reino lo que anima a la conversión. Jesús ofrece el perdón y, sobre todo, la rehabilitación de la persona llenándola de Dios. Jesús acompaña la palabra con signos liberadores: cura las enfermedades y dolencias del pueblo. En El la palabra y el signo van unidos. Cuando anuncia la liberación, libera; cuando proclama el perdón, perdona; cuando habla con el enfermo, cura; cuando toca a leproso, le purifica….

3.- Para realizar su misión liberadora Jesús cuenta con colaboradores: son los primeros discípulos que reciben su llamada. A ellos dice “Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres”. La vocación es la respuesta a una llamada que el hombre recibe de parte de Dios. Quien toma la iniciativa es el que llama, el Señor. Muchos seguían a Jesús de forma interesada: porque hacía milagros, porque pensaban que les iba a ofrecer poder u otros beneficios. Jesús, en cambio, busca hombres que se dejen seducir por su palabra y su fuego, que se apasionen con sus proyectos y su estilo de vida. Hay dificultades que hacen, a veces, difícil el seguimiento de Jesús. La primera es la radicalidad, la entrega total que El propone: hay que estar dispuesto a dejarlo todo para seguirle. Así lo hicieron aquellos pescadores que, dejando las redes, la barca y hasta a su padre –los hijos de Zebedeo-, lo siguieron. Comprobarán después la segunda dificultad, pues el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza: los medios con que cuentan para proclamar el Evangelio son mínimos, lo único que les servirá será su testimonio personal. Pero la dificultad mayor va a ser comprender el sentido de la misión: ¿qué entenderían ellos cuando les decía que iban a ser pescadores de hombres? Lo comprenderían después de la resurrección…

4.- Jesús continúa llamando porque “la mies es abundante y los obreros pocos”. Son muchos los que padecen enfermedades del cuerpo y del espíritu, muchos que son prisioneros de sus esclavitudes personales, muchos los que se sienten abandonados. ¡Cuántos hombres y mujeres necesitan hoy ser rescatados por las redes liberadoras de Cristo! Dios no llama sólo una vez en la vida, su llamada se mantiene a lo largo de tu vida. Te puede llamar a través de los hermanos: son las mediaciones que utiliza para darnos a conocer su sueño. Hay vocaciones que han nacido y se han desarrollado a la luz de la realidad que nos interpela, o del ejemplo de personas de personas cercanas cuya vida nos “edifica”. En toda vocación hay mucho de búsqueda, pero en la mayoría de las vocaciones es Dios quien toma la iniciativa. Como a los apóstoles, El te dice “Ven y sígueme”. A continuación te señala la misión que has de cumplir, ¿cuál es la tuya? Hay vocaciones singulares de tipo social, político, sanitario o económico….Algunos son llamados a desempeñar un servicio especial en la comunidad eclesial como sacerdotes, diáconos o religiosos. Pero todos somos llamados y a todos se nos encomienda algún servicio. Pablo reconoce en la Primera Carta a los Corintios que El ha sido enviado no a bautizar, sino a anunciar el Evangelio. Pero hemos de anunciarlo dando un testimonio de unidad, pues no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Cristo crucificado. Hemos celebrado la semana de Oración por la unidad de los cristianos, culminada con la fiesta de la conversión de San Pablo. Que el testimonio del Apóstol nos anime a no cesar de orar para que sea una realidad el establecimiento del Reino de Dios, misión a la que Dios nos llama.

José María Martín OSA

La mirada de Jesús

1.- Sabéis seguramente el chiste que cuenta un cura bilbaíno (y que nadie se dé por ofendido… que yo llevo genes del bocho…**) que para ponderar la gran humildad del Hijo de Dios decía: “¡tan humilde fue, que pudiendo hacer en Bilbao, nació en Belén!”

Fuera de bromas, el que Él que se presentaba como Mesías, ni naciese en Jerusalén, ni hiciese de Jerusalén el centro de su predicación, sino que “la cosa”, como decía San Pedro, comenzara en Galilea, fuera del territorio judío; y que de los doce apóstoles once fueran galileos y sólo el traidor fuera judío, pues todo esto si no era motivo de escándalo en la primitiva Iglesia, sí sería causa de gran extrañeza. Y por eso es que Mateo se saca de la manga el texto de Isaías donde la Galilea de los gentiles aparece iluminada por luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Y tal vez tenía que empezar allí porque matando a Juan el Bautista ya la Judea hostil mostraba la mala acogida que iba a tener Jesús.

2.- Cuando Mateo escribe su evangelio (y allá discutan los sabios cuando fue) la Iglesia incipiente apenas tenía forma, una indefinida estructuración jerárquica, nada de leyes eclesiásticas, ningún catecismo, un credo reducido a la mínima expresión, el que nos cita San Pablo: “Dios Padre que envía a su Hijo para morir por nosotros y resucitando darnos la esperanza de nuestra resurrección”. Y sacramentos prácticamente reducidos a dos: bautismo y eucaristía.

Por eso cuando algún culto griego o romano preguntase a uno de esos incultos pescadores de los apóstoles. “Qué es ser cristiano”, ¿qué podría responder? Nosotros tiraríamos de biblioteca, y no digo ya del Nuevo Catecismo, sino montones de libros que podríamos amontonar ante los ojos atónitos del preguntante y aun así no se si le convenceríamos.

Aquellos ignorantes apóstoles con gran sencillez recordarían aquella mirada de Jesús con la que miró a Pedro y a Andrés, a Santiago y a Juan, y en lo hondo de su corazón resonaría aquella llamada impulsora de sus vidas: “Seguidme”.

–Para ellos eso había sido ser cristianos, ser mirados por Cristo y llamados a seguirle.

–También miró Jesús a Mateo (y tal vez por eso escribe esta historia) y oyó un dinámico “sígueme”.

–También miró con cariño al joven rico y también le dijo, ve, vende, da, ven y sígueme… Y fue el joven, el que apegado a sus riquezas, frustró la mirada de Jesús.

Subido en el árbol Zaqueo recibió la mirada de Jesús que se invitaba a su casa y aquel día entro la luz de la salvación en la casa del usurero.

–Los ojos de Jesús buscaron entre la multitud a la hemorroisa para que su curación no fuera producto de una mágica energía salida de Él, si no un don de su corazón que mira por su hija.

–Y sería Pedro el que recordaría dos miradas de Jesús, esta de hoy y aquella de la madrugada del viernes santo, cuando al cantar el gallo el Señor se volvió y le miró… y Pedro lloró amargamente.

Eso es ser cristiano, lo fue y lo será siempre, ser mirados por Cristo y llamados por Él.

3.- Necesitamos ser mirados por dentro, esa mirada interior del Señor es la que ilumina lo que de Él podamos saber por nuestros estudios si su mirada no ilumina nuestro corazón seguiremos almacenando datos de Él sin conocerle. Por eso no somos de Pablo, no somos de Apolo, no somos de San Ignacio de Loyola, no somos de Santo Domingo, no somos de San Josemaría Escrivá. Somos de Cristo, el único que dio su vida por cada uno de nosotros y el único que nos miró y nos llamó.

(** Bocho es una forma familiar y “castiza” de llamar a Bilbao por los nacidos allí)

José María Maruri, SJ

La primera palabra de Jesús

El evangelista Mateo cuida mucho el escenario en el que va a hacer Jesús su aparición pública. Se apaga la voz del Bautista y se empieza a escuchar la voz nueva de Jesús. Desaparece el paisaje seco y sombrío del desierto y ocupa el centro el verdor y la belleza de Galilea. Jesús abandona Nazaret y se desplaza a Cafarnaún, a la ribera del lago. Todo sugiere la aparición de una vida nueva.

Mateo recuerda que estamos en la «Galilea de los gentiles». Ya sabe que Jesús ha predicado en las sinagogas judías de aquellas aldeas y no se ha movido entre paganos. Pero Galilea es cruce de caminos; Cafarnaún, una ciudad abierta al mar. Desde aquí llegará la salvación a todos los pueblos.

De momento, la situación es trágica. Inspirándose en un texto del profeta Isaías, Mateo ve que «el pueblo habita en tinieblas». Sobre la tierra «hay sombras de muerte». Reina la injusticia y el mal. La vida no puede crecer. Las cosas no son como las quiere Dios. Aquí no reina el Padre.

Sin embargo, en medio de las tinieblas, el pueblo va a empezar a ver «una luz grande». Entre las sombras de muerte «empieza a brillar una luz». Eso es siempre Jesús: una luz grande que brilla en el mundo.

Según Mateo, Jesús comienza su predicación con un grito: «Convertíos». Esta es su primera palabra. Es la hora de la conversión. Hay que abrirse al reino de Dios. No quedarse «sentados en las tinieblas», sino «caminar en la luz».

Dentro de la Iglesia hay una «gran luz». Es Jesús. En él se nos revela Dios. No lo hemos de ocultar con nuestro protagonismo. No lo hemos de suplantar con nada. No lo hemos de convertir en doctrina teórica, en teología fría o en palabra aburrida. Si la luz de Jesús se apaga, los cristianos nos convertiremos en lo que tanto temía Jesús: «unos ciegos que tratan de guiar a otros ciegos».

Por eso también hoy esa es la primera palabra que tenemos que escuchar: «Convertíos»; recuperad vuestra identidad cristiana; volved a vuestras raíces; ayudad a la Iglesia a pasar a una nueva etapa de cristianismo más fiel a Jesús; vivid con nueva conciencia de seguidores; poneos al servicio del reino de Dios.

José Antonio Pagola

Homilía – Sábado II de Tiempo Ordinario

En brevísimas palabras, el Evangelio de hoy nos presenta una realidad sumamente triste: Jesús fue a su pueblo y en él, sus parientes, lejos de alegrarse por verlo y por constatar que la fama que Jesús iba creciendo, lo tuvieron por loco y quisieron secuestrarlo para que no hablara en público.

La Palabra de Dios hoy nos muestra que no siempre nuestros más allegados o familiares entenderán nuestro modo de proceder.

Y esto es algo lamentable

No siempre en la familia reina la paz y la armonía. No siempre hay comprensión.

Muchas veces en lugar de ser la familia «el sedante», que calme esa agitación moderna en la que vivimos, es precisamente en el seno de la familia donde se agudizan las tensiones y hasta puede llegar a exasperarnos.

Desgraciadamente, son demasiadas las casas que no son hogares; las casas en las que hay personas físicamente cerca pero cuyos corazones están muy distantes.

Y esto ocurre en todos los aspectos de la vida

A veces hasta en la vida de la fe, hay abismos de incomprensión entre los mismos familiares.

Todo esto es triste y tendríamos que poner todos los medios para evitarlo.

Pero puede suceder, que aun cuando intentemos evitar estas situaciones, igual se produzcan. En ese caso, nuestro modelo es Jesús y lo más importante es seguirlo.

Los parientes de Jesús en su pueblo, pensaron que Jesús había perdido el juicio por tanto que trabajaba, porque el evangelio acota que «ni siquiera podían comer»; por esa razón y con el pretexto de que no «trabajara» tanto, quisieron apoderarse de Él. Ellos no entendían que el Señor estaba realizando aquella misión para la que había sido enviado y que no había para él «otras tareas» más urgentes ni importantes que las que estaba realizando.

El Señor sufrió la incomprensión de sus familiares…

Y puede suceder que a nosotros… nos pase lo mismo.

Puede ser que «nuestra gente» nos llame «exagerados», cuando dedicamos a juicio de ellos, demasiado tiempo en dar a conocer a Dios, ya sea a través de la catequesis, ya visitando a los enfermos o colaborando en programas de ayuda a los necesitados…

En esos casos, vale la pena que nos detengamos a pensar sobre nuestra tarea y que veamos cómo estamos realizando nuestros deberes primeros que son con nuestra familia y con nuestro trabajo.

Es de personas «prudentes», no desatender o realizar mal nuestros deberes por ocuparnos de tareas de apostolado.

Pero esa «prudencia», no debemos confundirla con un buscar excusas o pretextos para no dedicar «nada» de nuestro tiempo a las cosas de Dios.

La situación hoy no es distinta de la que narra el evangelio de la época de Jesús. También hoy habrá quien trate de que «no hagamos nada» por Dios, buscando pretextos en apariencia convincentes para que así sea.

Somos nosotros los que a ejemplo de Cristo, tendremos que evitar que logren su propósito, si realmente estamos en condiciones de dedicar parte de nuestro tiempo a Dios.

Pidámosle hoy a María, a ella que vivió y sufrió las incomprensiones de los familiares para con Jesús, que nos ayude a discernir para encontrar en nuestras vidas equilibrio entre nuestros deberes y las tareas al servicio del apostolado.