Las tres «S»: Salud, Sabiduría y Sentido

La presencia de Jesús en medio de su gente puede describirse en términos de plenitud y de abundancia. Podríamos resumirlo diciendo que Jesús ofrece las tres “S”: salud, sabiduría y sentido. Según el texto de Mt 4,12-23, Jesús “curaba toda enfermedad y toda dolencia en pueblo”, enseñaba en las sinagogas y llamaba a una misión que transformaba el trabajo cotidiano en acción fructífera y eficaz; como dice el texto mateano en el versículo 19, los llamados por Jesús pasarán de ser pescadores a pescadores de hombres. Así la presencia de Jesús se vuelve con total claridad la restauración del Reino en un presente habitado por una multitud que anunciará con entusiasmo lo que ha visto, oído y experimentado.

La sociedad actual tiene un hondo anhelo de las tres S. El papa Francisco define a esta sociedad postmoderna en su búsqueda de sentido:

La posmodernidad – en la que el hombre se siente aún más perdido, sin referencias de ningún tipo, desprovisto de valores, porque se han vuelto indiferentes, huérfano de todo, en una fragmentación en la que parece imposible un horizonte de sentido – sigue cargando con la pesada herencia que nos dejó la época anterior, hecha de individualismo y subjetivismo (que recuerdan, una vez más, al pelagianismo y al gnosticismo), así como por un espiritualismo abstracto que contradice la naturaleza misma del hombre, espíritu encarnado y, por tanto, en sí mismo capaz de acción y comprensión simbólica (Desiderio desideravi 27-28).

El anhelo de sentido, de sabiduría y, por ende, de salud corporal y espiritual, siempre presente en todas las épocas como algo propio de la naturaleza humana, nos orienta hacia la trascendencia. Y más aún, este anhelo se acoge con otra “S”. El sí de la acogida a la vida, de la conversión a la orientación de la acción, al discernimiento que surge de la escucha de la Palabra.

El hoy del reino sigue siendo tan actual y actuante como siempre. Configurar el presente y diseñar el futuro en el intercambio recíproco de las expectativas humanas y creaturales y las de Dios mismo es la constatación de que el Reino puede hacerse presente aquí y ahora en el gozne entre la expectativa y la realización cumplida. Así puede resonar con más actualidad aquello de que “el pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló” (Mt 4,16).

Paula Depalma

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El Reino de Dios no es nada concreto, en una atmósfera que me empapa

Es muy importante para Mateo dejar claro que Jesús comienza su actividad lejos de Jerusalén, del templo, de las autoridades religiosas, desligando la actividad de Jesús de toda conexión con la institución. Pero a la vez, quiere dejar claro que la predicación de Jesús es continuación de la de Juan, iniciando las dos con la misma frase: “Arrepentíos porque está cerca el Reino de los cielos”. Nos limitaremos a desgranar esta frase.

Arrepentíos. La primera palabra es ya una trampa difícil de superar. El primer significado del “metanoeo” griego no es arrepentirse ni hacer penitencia sino cambiar de opinión, rectificar, cambiar de mentalidad. Si cambias de mentalidad, cambiarás el rumbo de toda tu vida. Sería ir más allá de lo que ahora tienes en la mente. Al traducirlo por arrepentirse, damos por supuesto que la actitud anterior era pecaminosa. Pero también se puede y se debe cambiar de una opinión buena a otra mejor. Por no tener esto en cuenta, estamos convencidos que solo se tiene que convertir el “pecador”.

Todos tenemos que estar cambiando de mentalidad todos los días. Convertirse es rectificar la dirección que llevo, cuando me he dado cuenta de que la meta no está en la dirección que llevo. La meta será la plenitud de humanidad, que es mi tarea. Debemos tener en cuenta que muchas veces no es posible descubrir que una senda es equivocada, hasta que no la hemos recorrido. Por eso el rectificar es de sabios, como decían los antiguos. El mayor peligro es creer que no tengo nada que rectificar. Por muy clara que tengamos la meta, siempre podemos descubrir otra más ajustada.

Está cerca el Reino. Para ver la dificultad de esta idea basta recordar algún texto de los evangelios: no está aquí ni está allá, está dentro de vosotros; mi Reino no es de este mundo; Jesús nunca llama a Dios Rey sino mi Padre; habla del Reino de Dios y de su Reino. Me encanta reflexionar sobre las contradicciones del evangelio porque nos obligan a no tomar ninguna formulación como absoluta. Está aquí y no está. Los primeros cristianos decían: ya pero todavía no. Esta aparente contradicción nos obliga a no dar por definitiva ninguna de las definiciones que podemos aplicarle.

Reino de los Cielos. Los demás evangelis­tas (también alguna vez Mateo) hablan de «el Reino de Dios». Las dos fórmulas expresan la misma realidad. A los judíos les resultaba violento emplear la palabra Dios y empleaban circunloquios para evitarla. Uno de ellos era la expresión “los Cielos”. Sería el ámbito de lo divino. En el NT, fuera de los evangelios, se habla del Reino de Cristo. Expresión muy peligrosa porque nos induce pensar que Jesús es la meta y olvidarnos que Jesús nunca se predicó a sí mismo.

Es imposible concretar lo que es el Reino de Dios porque no es nada concreto. Todo lenguaje sobre Dios es analógico, metafórico, simbólico. En el evangelio nunca se define, pero podemos asegurar que el núcleo de la predicación de Jesús fue «El Reinado», acentuando la presencia liberadora de Dios. Lo contrario del Reino de Dios no es el reino de Herodes sino el “ego-ismo”. Si no reina el amor no hay Reino de Dios. La predicación de Jesús fue fruto de una profunda experiencia, que tuvo como punto de partida su religión, pero que la superó. Jesús fue la fiel manifestación del Reino que es Dios.

La palabra griega “basileia” se refiere, en primer lugar, a la prerrogativa del monarca, pero también significa reinado, es decir el poder ejercido por el monarca. Puede significar por fin reino, es decir, el territorio o el conjunto de los súbditos. Aunque encontramos decenas de imágenes en los evangelios, nunca se explica su significado concreto. Seguramente se fue desvelando a través de su vida. Pudo partir del significado que tenía para los judíos de su tiempo y que se fuera enriqueciendo con su experiencia. También es probable que se pensara en una llegada inmediata de ese Reino.

Es imposible entender esta expresión si no salimos de la idea de un dios soberano, todopoderoso, que desde su trono del cielo gobierna el universo. Mientras no superemos ese dios mítico no habrá manera de entender el mensaje de Jesús. Dios es Espíritu. Cuando decimos: Reina la paz, reina la oscuridad o reina el amor, no pensamos en entes que dominan alguna parte de la realidad sino en un ámbito en el que se desarrolla algo.

Reinado de Dios, quiere decir que el ser humano desarrolla lo que tiene de espiritual, de divino. Significa que el ámbito de lo divino está presente en él y constituye su esencia y su fundamento propio. El Reino es una atmósfera en que las relaciones profundamente humanas, con uno mismo, con los demás y con las cosas, se despliegan en total armonía. Juan Dijo: Él bautizará con Espíritu Santo. Siempre que el hombre se deja mover por el Espíritu y actúa desde él, está haciendo presente el Reino.

No se trata de que Dios, en un momento determinado de la historia, haya decidido establecer una relación nueva con los hombres. Con la venida de Jesús no ha cambiado nada por parte de Dios. Él ha estado siempre inundándolo todo. Lo que ha cambiado es la toma de conciencia por parte de Jesús de esa realidad. Entrar en el Reino es tomar conciencia de esa realidad de Dios en mí y actuar en consecuencia. La dinámica del Reino se despliega de dentro a fuera, no imponiendo unas normas obligatorias.

En el evangelio de hoy está muy clara esta dinámica. Primero Jesús hace su propuesta, pero termina diciendo que, eso que decía, lo practicaba. “Y recorría toda Galilea enseñando en la sinagogas y proclamando la buena noticia del Reino, curando todas las enfermedades”. Un cristianismo que no me empuje a darme a los demás, no tiene nada que ver con Jesús. El Reino lo manifiesta el que cura, no el curado. Es Jesús, al preocuparse del débil, quien hace presente a Dios, no el ciego cuando dejan de serlo.

El Reinado de Dios significa la radical fidelidad y entrega de Dios al hombre. La realidad primera de ese Reino la constituye Dios que se funde con cada ser humano. No es una realidad que hace referencia en primer lugar al hombre, sino a Dios. El hombre debe descubrirla y vivirla. Dios no hace un favor al hombre, sino que responde a su ser, que es amor. Esto sí que es una “buena noticia”. El Reino de Dios surge cuando despliego mi verdadero ser, que no es ni materia ni espíritu sino ambas cosas a la vez.

El hombre, para ser fiel a Dios, no tiene que renunciar a sí mismo, al contrario, la única manera de ser él mismo es descubrir lo que Dios es en él. Por eso no puede haber otra perspectiva para el ser humano. En cuanto pone su fin fuera de Dios (fuera de si mismo), el hombre falla estrepitosamente a su verdadero ser y no hay ya posibilidad de ser fiel ni a Dios ni a sí mismo. Solamente si soy fiel a mí mismo puedo ser fiel a Dios. La plenitud de humanidad, en Jesús y en nosotros, es lo divino que nos empapa.

Fray Marcos

De las tinieblas a la luz

El profeta y poeta Isaías anhelaba la luz que disipara las tinieblas de su pueblo. Y los seguidores de Jesús identifican esa luz con la persona de su Maestro.

Durante mucho tiempo, los humanos pensaban que la luz, como la salvación, habría de llegarnos desde “fuera”. Lo cual casa bien con el nivel mítico de consciencia e incluso con nuestras primeras experiencias infantiles: al niño no le cabe otra cosa que esperar todo de los demás.

Sin embargo, ni la luz ni la salvación nos llegarán desde fuera. Esto no niega que haya personas, del presente y del pasado, que nos ayuden a “abrir los ojos”, gracias a la verdad, bondad y belleza que supieron encarnar en sus personas. Pero la luz no se halla fuera, por cuanto constituye la esencia última de todo lo que es. El fondo de lo real y nuestro propio fondo es luz. Acertaron, por tanto, aquellos sabios que designaron lo realmente real como “Dios” (de “dev” = luz o luminosidad). Y lo expresa admirablemente el Jesús del cuarto evangelio cuando proclama: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12).

Porque la luz no es “algo” que tengamos; es lo que somos, o mejor aún, aquello que nos está haciendo ser, aquello que se despliega en nosotros. Lo que ocurre es que, con demasiada frecuencia, la luz se ve cegada para nosotros mismos, como consecuencia de nuestro sufrimiento no resuelto -que nos encierra en nosotros mismos- y de nuestra ignorancia -que nos impide ver-.

Ignorancia no es falta de inteligencia. Ignorancia es no saber qué somos. Por eso, equivale a oscuridad, confusión y sufrimiento. Solo la comprensión -el comprender vivencialmente, no el mero entender- hace posible que podamos “ver”. No habrá cambiado nada, pero todo se ve de modo nuevo.

Por más que nos resulte paradójico, el camino hacia la comprensión no pasa por el pensamiento ni por las creencias, sino por el silencio de la mente. Necesitamos entrenarnos en acallar la mente para poder ver más allá de ella, en definitiva, para percibir la luz que somos y así caminar dejándonos iluminar por ella.

Tenía razón el profeta Isaías: tal vez no exista experiencia más gratificante y plena que la de pasar de las tinieblas a la luz.

¿Qué luz hay en mi vida?

Enrique Martínez Lozano

Comentario – Domingo III de Tiempo Ordinario

(Mt 4, 12-23)

Después del episodio de las tentaciones en el desierto, Jesús deja Nazaret y se establece en Cafarnaúm.

Los estudios arqueológicos nos muestran que Cafarnaúm era una población muy pequeña, de unos trescientos metros de largo, ubicada al norte del lago de Galilea, entre el lago y una ruta romana.

Pero a pesar de su pequeñez, Cafarnaúm tiene la importancia de ser el lugar donde Jesús vivía, seguramente en la casa de Pedro, durante su vida pública. A su pequeñez se debe que la gente y las autoridades se enteraban rápidamente de lo que Jesús hacía y decía, nada podía quedar oculto.

Este traslado a Cafarnaúm, que marca el comienzo de la predicación de Jesús, es visto como el surgimiento de una gran luz para el pueblo. La palabra y la presencia de Jesús que se ofrece a todos es para la despreciada región de Galilea como un bello amanecer. Así lo había anunciado Isaías 9, 1ss: “El pueblo que habitaba en tinieblas ha visto una inmensa luz”.

Allí en Galilea Jesús comienza a llamar a sus discípulos; y los primeros elegidos son pobres y humildes pescadores del lago.

Los relatos de llamado son muy simples y escuetos, pero en ellos se destaca la sencillez del llamado, la prontitud de la respuesta, y también que hay que dejar algo, porque se trata del llamado a una vida nueva, que no puede dejarnos igual.

Ellos son llamados para un servicio, porque deben ser pescadores de hombres, que acompañarán a este Jesús que se dedicaba a “curar toda dolencia en el pueblo” (v. 23). Eso significa que no son llamados para formar un pequeño grupo de selectos, aislados del mundo, sino para el servicio del pueblo.

Oración:

“Señor, abre mi oído interior para que pueda escuchar cada día tu llamado. Sácame de mi comodidad para que yo esté donde debe estar, donde mi presencia y mi palabra sean necesarias para hacer el bien”.

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Domingo III de Tiempo Ordinario

La síntesis de la predicación de Jesús es la conversión y el anuncio del Reino de Dios.

El Señor nos muestra que el primer paso para la conversión y el elemento indispensable para iniciar el camino de santidad, es el reconocimiento de nuestros pecados y el arrepentimiento.

Por eso Juan predica la penitencia a los judíos que se han olvidado de Dios y por eso también Jesús predica la penitencia y la conversión. Pretender entrar al Reino de Dios, supone cambiar las costumbres, supone arrepentimiento. Y ese arrepentimiento, no se refiere sólo a las faltas pasadas; en el Evangelio, la conversión supone un cambio de vida. Jesús ofrece la reconciliación con Dios, el perdón de Dios, pero para que esa iniciativa de parte de Dios, tenga efecto, el hombre debe deponer su orgullo y volverse a Dios.

En este Evangelio, Jesús recorre Galilea anunciando la llegada del Reino de Dios. Jesús anuncia, Jesús lleva la Buena Nueva, pero es el hombre el que la recibe y cambia su vida para entrar en ese Reino o quien simplemente la deja pasar. Hoy a nosotros Jesús vuelve a anunciarnos la llegada del Reino, y tal vez estemos pensando que nosotros ya nos hemos convertido.

Tal vez sea el momento de reparar en que tal vez hemos iniciado el proceso de conversión, pero sin embargo, cada día tenemos que ir consolidando y perfeccionando esa conversión, ese volvernos a Dios, ese escuchar su Palabra y acomodar nuestras vidas a sus exigencias.

El Señor nos pide una conversión profunda y sincera. Esa conversión que alcanzaremos recién cuando toda nuestra vida esté regida por los principios del Evangelio y hasta el último de nuestros actos sea iluminado por la Palabra de Dios.

Vamos a pedirle hoy a María, nuestra madre, a ella que hizo siempre la voluntad de Dios, que nos alcance de su Hijo la gracia de corresponder cada día mejor a su llamado a seguirle cumpliendo fielmente su llamado a la conversión.

Lectio Divina – Domingo III de Tiempo Ordinario

“Conviértanse porque el reino de Dios está cerca”

Invocación al Espíritu Santo:

Oh, Espíritu de amor, Espíritu de verdad infunde en mi mente y en mi corazón, un rayo de tu luz para que comprenda el misterio de Dios en mi vida, que, en Jesucristo, promesa del padre, se realiza.

Lectura. Mateo capítulo 4, versículos 12 al 23:

Al enterarse Jesús de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea, y dejando el pueblo de Nazaret, se fue a vivir a Cafarnaúm, junto al lago, en territorio de Zabulón y Neftalí, para que así se cumpliera lo que había anunciado el profeta Isaías:

Tierra de Zabulón y Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció.

Desde entonces comenzó Jesús a predicar, diciendo: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”.

Una vez que Jesús caminaba por la ribera del mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado después Pedro, y Andrés, los cuales estaban echando las redes al mar, porque eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme y los haré pescadores de hombres”. Ellos inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban con su padre en la barca, remendando las redes, y los llamó también. Ellos, dejando enseguida la barca y a su padre, lo siguieron.

Andaba por toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando la buena nueva del Reino de Dios y curando a la gente de toda enfermedad y dolencia.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

En este acontecimiento de que Jesús se traslada de Nazaret a Cafarnaúm, ciudad situada en Galilea y junto al camino del mar, Mateo descubre el cumplimiento de la profecía de Isaías que pertenece como a los oráculos mesiánicos de Emmanuel, todo eso anuncia el destino universal del mensaje de Jesús. Comienza una nueva etapa, las palabras solemnes, en ella se encuentra el anuncio del reino de Dios con obras y palabras. La inauguración del reinado de Dios sobre este mundo es el tema central de la predicación de Jesús. Los comienzos de este reino son humildes, misteriosos, discursivos, pero es imposible detener su crecimiento. Es pura gracia ofrecida a los sencillos, porque son ellos quienes están mejor dispuestos para aceptarlo.

Meditación:

Mateo ubica el llamado de los primeros discípulos antes de un sumario que presenta resumidamente la misión de Jesús (vv. 23-25); podríamos decir que este resumen es una explicación de lo que implica la misión de Jesús y de los primeros discípulos. La proclamación del Reino tiene un alcance inmediato en la vida de las personas; la enseñanza y proclamación de Jesús de la Buena Nueva del Reino se nota en que curaba toda enfermedad y dolencia en el pueblo. De esta manera, junto a la enseñanza está la acción curativa de Jesús; más aún, no se entiende la enseñanza sin esta acción.

Con estos hechos se inicia un tiempo de apertura; se comienza a superar fronteras, a juntar a quienes se veían diferentes y con cierto desprecio entre sí: Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea, y del otro lado del Jordán. La misión de ir a todas las personas de las que serán responsables los discípulos (28, 16-20) ha comenzado con el ministerio de Jesús.

Aquí es donde se ubica la misión de los primeros discípulos como pescadores de hombres (4, 19). Es prácticamente imposible interpretar esta imagen sosteniendo que hay que sacar a las personas del mal (=mar) como el pescador a los peces; es mejor, por el trasfondo del Antiguo Testamento, decir que se trata de congregar a las personas, juntarlas, atraerlas para hacerles el bien, para proporcionarles elementos bondadosos (Jer 16, 16; Am 4, 2; Hab 1, 1415). Para esto tienen que “dejar las redes” (Mt 4, 20. 22) y seguir a Jesús. Es decir, ir detrás de él, seguir sus huellas, aceptar su llamada que compromete a la Persona entera (8, 22; 9, 9), que exige romper con cualquier actitud u organización que entorpezca la construcción del Reino (Mc 10, 28).

Ser seguidores de Jesús pide que nos preocupe y ocupe lo que le preocupó y Ocupó a él. Nuestra misión debe superar prejuicios y romper barreras.

Oración:

Señor, humildemente te pedimos que fortalezcas nuestra esperanza para realizarnos algún día en el Reino de nuestro Padre, haz que nuestros corazones sean fuertes, para que sigamos siempre el camino de tus mandatos, aunque nos duelan la conversión que son necesarios para nuestro camino a la santidad, dando testimonio y siempre te reconocemos como Señor y dueño de todo. Amén.

Contemplación:

Jesús hace una invitación a los pecadores a la conversión para entrar en el Reino de Dios y aceptar la infinita misericordia del Padre. El Reino pertenece, ya aquí en la tierra, a quienes lo acogen con corazón humilde. A ellos les son reservados los misterios del Reino de Dios.

Oración final:

Esta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito:

Hoy voy a dedicar un momento, delante de la Eucaristía para examinar mi corazón y ver si voy por el camino de Dios, si estoy abierto a su voluntad en cada momento.

El estilo de Jesús

«Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo»

Es razonable pensar que Jesús decidió ir en busca del Bautista porque no se sentía cómodo dentro la religión de su pueblo y buscaba respuestas; que fue en ese entorno donde maduró la idea del Reino y donde se sintió llamado a la misión; que, como tantas veces en su vida, se retiró al desierto para decidir en un ambiente de oración si lanzarse a los caminos de Galilea, o volver a la tranquila existencia en su taller de Nazaret.

Y decidió echarse al camino. Y le seguían multitudes porque se ocupaba de todos, sanaba sus enfermedades y les hablaba de Dios en un lenguaje que todos entendían. En ningún momento envolvió su mensaje con conceptos metafísicos solo al alcance de iniciados, porque sabía que ese lenguaje es totalmente inútil para hablar de Dios, y porque quería que llegase a todos; principalmente a los más humildes.

Sus ojos veían a Dios en todas las cosas y les hablaba de Él tal como lo sentía. Y lo sentía como semilla que germina y da fruto abundante, como levadura que fermenta toda la masa, como paterfamilias capaz de olvidarse de su hacienda por recuperar a su hijo, como sembrador que siembra la Palabra a voleo para que llegue a todos los rincones, como médico que se preocupa por sus enfermos, como luz que se enciende en la oscuridad para que no tropecemos, como sal que da sabor a este mundo insulso, como pan para el camino, como vino que alegra los corazones, como agua que sacia nuestra sed, que nos limpia y nos vivifica…

Es probable que muchos le siguiesen porque curaba enfermedades, pero sin duda también porque les hablaba de Dios y le entendían. El Dios del que les hablaban los letrados fariseos era una carga pesada en su vida, una amenaza, pero el Dios de Jesús era un alivio, un remedio, una esperanza; era precisamente lo que necesitaban.

Pero no solo les hablaba de Dios, sino que les invitaba a sentirse hijos de ese Padre; a ser dignos hijos suyos; a buscar la felicidad donde puede hallarse; compartiendo, perdonando, acogiendo, aprendiendo a sufrir, actuando sin doblez, trabajando por la paz y la justicia, dando de comer al hambriento y de beber al sediento…

Su cátedra eran los montes, las orillas del lago, los descampados… Sus oyentes, de lo más dispar; desde doctores de la Ley que acudían para comprometerle, hasta desarrapados ciegos o cojos, en general impuros, que se acercaban a él porque se sentían necesitados. Lo sorprendente, lo que sin duda marca el estilo de Jesús, es que eran estos últimos los que entendían su mensaje, mientras que los santos los sabios y los importantes de Israel no se enteraron de nada…

Nuestro espíritu ilustrado nos empuja a corregirle el estilo a Jesús; a sustituir su mensaje sencillo, poderoso e interpelante, por teorías tan cultas como estériles. Y somos tan torpes que no comprendemos que esta osadía nos aboca a no entender nada de aquello por lo que dio la vida.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Cafarnaún

1.- Antiguamente, en tiempos de Jesús, esta población era un núcleo importante de la baja Galilea. El estar situada junto al Lago le permitía vivir de la pesca. El ser un núcleo de comunicaciones entre el territorio israelí y Siria, la dotaba de fuerzas de ocupación romanas y controles de comercio, aduanas, llamaríamos hoy. Los relatos nos dan noticia de estas características (adelanto las intervenciones del centurión o la captura de un pez que tenía una moneda en su boca, la presencia de Leví o Mateo, cobrador de impuestos). Desapareció con el paso de los tiempos aquella población, pero los franciscanos compraron un terreno que abrigaba las ruinas de la antigua «ciudad de Jesús».

Muy estudiado por prestigiosos arqueólogos, excavado con meticulosidad, hoy, cuando visitamos aquellas ruinas, podemos contemplar el trazado de un buen número de sus calles, destacándose la casa de Pedro, allí donde el Señor fue acogido, allí donde durmió, comió y se relacionó con sus conciudadanos. Se encontraron en el lugar restos de anzuelos, agujas de coser, lámparas de iluminación de interiores, etc. Las paredes de una primitiva iglesia que rodean el entorno, las monedas que los peregrinos de muchos y lejanos países, dejaban como recuerdo, sirven para dar certeza de lo que ocurrió.

2.- Mis queridos jóvenes lectores, os explico estos detalles para que no dudéis de la verdad geográfica e histórica de las narraciones evangélicas. Que creáis en Jesús como Hijo de Dios, es una determinación libre, un acto de Fe. Arriesgada la decisión, pero no necia. Añado que en el Lago hay abundante pesca, pero sus especies no corresponden a las de los tiempos de Jesús. Lo fueron hasta la creación del Estado de Israel. A partir de entonces se ha repoblado de pescados de más provechosa comercialización.

Muchos de vosotros conoceréis probablemente la canción «pescador de hombres» estos contornos se la inspiraron al autor. Cuando uno sube en una barca, contempla los pescadores que descargan sus redes, a otros navegando lentamente, siente una emoción indescriptible. Otro día os hablaré, mis queridos jóvenes lectores, de sus características geográficas, me basta hoy deciros que casi todo el año el paisaje está impregnado de una neblina que le confiere un aspecto fantasmagórico y que le facilita imaginar que escucha el pregón del Señor: convertíos que el Reino de los Cielos está cerca. Os invito a que, como texto de meditación, lo cantéis en vuestro interior y os repitáis una y mil veces: me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre… He caminado algunos kilómetros a pie por el contorno del Lago, a las afueras de Cafarnaún, repitiéndome interiormente: el Reino está cerca ¡y tú te preocupas de tantas cosas frívolas! Uno se da cuenta de lo limitadas que son algunas, lo estúpidas que resultan otras o lo perversas que son unas cuantas, a las que, lamentablemente, ha dedicado a veces sus afanes.

3.- Si me leéis, estaréis sin duda muy lejos del lugar que os he descrito, no os aflijáis por no gozar de estas emociones. Yo no os puedo hablar de otra manera, pero también debo deciros, que lo que importa no son las emociones, sino las decisiones que uno puede tomar. El pescado, se aprecie o no su gusto, les proporcionaba medios de subsistencia a los apóstoles. A vosotros serán otras cosas las que tengáis dibujadas para vuestro futuro. Estando en soledad, buscándola con asiduidad y frecuencia, es preciso os preguntéis ¿qué debo abandonar para poder más libremente seguir al Señor?

Dejarse arrastrar por los vicios, entusiasmarse con locura con colecciones que hoy gozan de atractivo y mañana se habrán olvidado, creerse que la práctica de un deporte nos llevará al triunfo, ambicionar un porvenir en el que nademos en abundancia monetaria, son formas de engañarse a uno mismo. Hay que saber conocer el valor de las cosas y valientemente decidirse por aquello que es superior, aunque en aquel momento no le veamos el sentido, aunque suponga esfuerzo abandonar lo que estamos proyectando, lo que más deseamos ahora.

4.- La escena evangélica del presente domingo es un resumen de una invitación que el Señor les hizo a ellos. Es la respuesta valiente que le dieron y que habían ido meditando. Otros evangelistas lo explican con más detenimiento. Pero, por mucho que uno lo piense, por mucho que el Evangelio nos entusiasme, siempre escoger seguirlo supondrá un riesgo personal. Aquí está la gracia. Nuestro tiempo propone los deportes de aventura como la máxima conquista de felicidad. No se puede ignorar que una vida de novela satisface. Pero los deportes exigen tener costosos equipos y caros desplazamientos. La aventura de Jesús, la aventura con Jesús, la aventura de Jesús conquistando nuestro interior, no necesita ni caros esquís, ni motocicletas que no están al alcance de todos los bolsillos, ni equipos, ni calzado especial. Pueden disfrutar de ella ricos y pobres. El gran juego de la vida es el campeonato más fascinante en el que uno puede participar. Ellos abandonaron sus redes y le siguieron. Y tú ¿qué debes abandonar en este momento?

Pedrojosé Ynaraja

Está escrito para mí

Una persona recomendó un libro a otra y esta, después de leerlo, comentó: “A medida que iba leyendo, parecía que el autor me conocía, ese libro está escrito para mí”. Es una experiencia bastante común: leemos un libro o escuchamos una conferencia y “nos toca”. Evidentemente el escritor o el ponente no conoce a todos sus lectores u oyentes, habla o escribe de forma genérica, pero su forma de tratar el tema, de expresarlo… hace que algunos, al leerlo o escucharlo, se sientan directamente interpelados. Esto ocurre también en lo referente a la fe: leemos o escuchamos un pasaje bíblico y sentimos que se ajusta perfectamente a nuestra experiencia o realidad personal, que también “está escrito para mí”, que nos interpela personalmente.

En este tercer domingo del tiempo ordinario celebramos el Domingo de la Palabra de Dios, instituido por el Papa Francisco en 2019 en su motu proprio “Aperuit illis” (Les abrió el entendimiento…), ya que “es profundo el vínculo entre la Sagrada Escritura y la fe de los creyentes”.

Como indica el Papa, “puesto que la fe proviene de la escucha y la escucha está centrada en la palabra de Cristo (cf. Rm 10, 17), la invitación que surge es la urgencia y la importancia que los creyentes tienen que dar a la escucha de la Palabra del Señor tanto en la acción litúrgica como en la oración y la reflexión personal”.

Y en el Evangelio de hoy hemos encontrado en el Señor esa doble dimensión de lo genérico y de la interpelación personal: Comenzó Jesús a predicar diciendo: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Jesús comienza su predicación con una invitación general a la conversión, con las mismas palabras que ya había utilizado Juan el Bautista (Mt 3, 2).

Pero Jesús da un paso más: Paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”. Ambos hermanos ya habían oído la predicación del Bautista y habían tenido por lo menos un primer contacto con Jesús, como nos relata el evangelista san Juan: Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)» (Jn 1, 40-42)

Antes no se habían sentido directamente interpelados, pero ahora se dan cuenta de que la llamada de Jesús es personal, para ellos, y por eso inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.

También nosotros podemos tener esta experiencia. La invitación a la conversión es una constante en la Biblia: el encuentro con Dios no puede dejarnos igual, sabemos que algo tenemos que cambiar y volvernos más hacia Él. Pero, como es una invitación genérica, corremos el peligro de quedarnos en buenas intenciones pero sin concretar esa conversión en nuestra vida.

Por eso hoy el Señor nos interpela personalmente, como hizo con Andrés, Pedro, Santiago y Juan. Él pasa por nuestra vida, por nuestras ocupaciones, y también nos dice: Venid en pos de mí, para que le sigamos. Y el seguimiento conlleva una implicación personal, reproduciendo los valores, actitudes y comportamiento de Jesús, concretándolos en el camino de nuestra vida.

¿En alguna ocasión he tenido la experiencia de que algo que he leído o escuchado “está escrito para mí”? ¿Me ocurre lo mismo con la Palabra de Dios? ¿Me siento interpelado personalmente por la llamada de Jesús a la conversión y al seguimiento? ¿Cómo voy a concretar mi respuesta?

Ojalá hoy cada uno podamos sentir que este pasaje evangélico que hemos escuchado “está escrito para mí”, que nos sintamos personalmente interpelados y, aprovechando el comienzo del año, nos decidamos a “convertirnos”, a volvernos más hacia Dios, siendo mejores seguidores, mejores discípulos y apóstoles del Señor en nuestra vida cotidiana.

Y que este Domingo de la Palabra de Dios nos ayude a entender que, en realidad, toda la Biblia “está escrita para mí”, porque “la Biblia no es una colección de libros de historia, ni de crónicas, sino que está totalmente dirigida a la salvación integral de la persona”. Y “que el domingo dedicado a la Palabra haga crecer en el pueblo de Dios la familiaridad religiosa y asidua con la Sagrada Escritura, como el autor sagrado lo enseñaba ya en tiempos antiguos: esta Palabra «está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que la cumplas»”. (Dt 30, 14).

Comentario al evangelio – Domingo III de Tiempo Ordinario

PESCADORES HOY, EN LOS LAGOS DE HOY


DOMINGO DE LA PALABRA: «Os anunciamos lo que hemos visto” (1 Jn 1, 3) ¡Proclamadores de la Palabra!

       Al hablar de llamadas, de vocación, solemos fijarnos en los que son llamados, y en la  responsabilidad personal para asumir las tareas que Dios ha soñado para cada uno de nosotros. Y aunque nunca está de más insistir en estas cosas… hoy me parecía más adecuado mirar las cosas desde otra perspectiva: «nosotros como llamadores», los que hoy tenemos la responsabilidad y hasta la obligación de llamar o invitar a otros a unirse a nuestra misión. Precisamente hoy celebramos el Domingo de la Palabra, que tiene como tema una expresión de la Primera Carta de Juan: “Os anunciamos lo que hemos visto” (1 Jn 1, 3), y que lleva por lema ¡Proclamadores de la Palabra!, responsables del anuncio, testigos que convocan, que convocamos. 
         Según una reciente encuesta apenas uno de cada diez jóvenes españoles se declara católico practicante. Entre los 25 y 34 años el 8,9% van a misa. Y en la franja de 18 a 24 años, apenas el 11,7% se declaran católicos practicantes. Pero no hacen falta encuestas para comprobar que los jóvenes escasean en nuestras comunidades. Hay que decirlo en voz alta, y sobre todo que las Comunidades (nosotros) pensemos en algo y reaccionemos ya que ellos son el futuro. Aunque no hay que pensar sólo en los jóvenes, claro, sino en todos los que no están, de toda edad y condición,
              Estoy seguro de que el Evangelio no ha quedado obsoleto, y que el mensaje de Jesús tiene garra y sentido hoy… pues ¿qué pasa entonces? A menudo se buscan «culpables»: los padres que no transmiten la fe, el consumismo, el materialismo, el egoísmo, el miedo al compromiso, la indiferencia ante lo religioso… y un largo etcétera. Sin negar que estas cosas tengan su relevancia, «buscar culpables» no resuelve las cosas. Se trata de preguntarnos…. ¿y qué hacemos nosotros entonces, además de lamentarnos? 
           No era más fácil en tiempos de Jesús. Cada época tiene sus propias dificultades. ¿A qué convocamos? ¿Cómo lo hacemos? ¿Quiénes convocan? ¿Qué ofrecemos? ¿Qué encuentran entre nosotros los jóvenes? ¿Qué hemos visto y qué anunciamos y cómo?

           Jesús, al comienzo de su tarea, al convocar a sus primeros seguidores, ha hecho una llamada tajante: «Convertíos». Se dirige a todo el pueblo judío, ese pueblo que tantas veces ha caminado «en tinieblas  y en sombras de muerte» (primera lectura). Se trata de una transformación a fondo de los creyentes… que permita que su mensaje evangélico sea buena noticia y cale y sea acogido y transforme la realidad. Se trata de que mucho polvo se había ido acumulando en la vivencia de la fe, llegando a ocultar el auténtico rostro de Dios, a base de mirarse a sí mismos, a sus prácticas religiosas, a sus ideas… No miraban a los pobres, a la injusticia, a las necesidades de las gentes, a tantos excluidos y abandonados a su suerte… De todo ello se ocupará precisamente Jesús… pero quiere que se le unan todos los posibles. Y para empezar hace falta un cambio de mentalidad (convertíos).
Aquella llamada vale también para nosotros, a nuestro modo de ser Iglesia, parroquia, comunidades creyentes. Ha escrito el Papa Francisco:

Necesitamos una Iglesia en movimiento capaz de agrandar sus horizontes, midiéndolos no mediante la estrechez del cálculo humano, o con miedo a cometer errores, sino con la gran medida del corazón misericordioso de Dios. No puede haber una siembra fructuosa de vocaciones si permanecemos simplemente cerrados en el cómodo criterio pastoral del “siempre se ha hecho así”, sin ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades (Ex. ap. Evangelii gaudium, 33).
Hemos de aprender a salir de nuestras rigideces, que nos hacen incapaces de comunicar la alegría del Evangelio, de las fórmulas estandarizadas que a menudo resultan anacrónicas, de los análisis preconcebidos que encasillan la vida de las personas en fríos esquemas. Salir de todo eso. Estamos llamados a una pastoral del encuentro, y dedicar tiempo a acoger y escuchar a todos, especialmente a los jóvenes. (Papa Francisco, Octubre ‘16)

              No se trata de que acudan a misa por la fuerza, o presionarles para que se confirmen o se casen por la Iglesia o bauticen a sus hijos… cuando son persona que apenas viven su fe. Se trata de que nosotros hagamos una buena «limpieza». Lo esencial y lo que no necesita reformas es Jesús y su Evangelio: ese pasar haciendo el bien, el acercarnos a curar toda dolencia, el poner nuestra atención en esos hombres, dejando a un lado redes, barcas y lagos conocidos. Como Jesús -me gustan los verbos usados por el Papa- salir al encuentro, acoger, escuchar, comprender… y dejarse cuestionar.
              No pocas veces nos hemos considerado «propietarios absolutos de la verdad». Y eso nos ha impedido el encuentro, por ejemplo, con nuestros hermanos de las iglesias separadas, y nos hemos enzarzado en asuntos muy poco esenciales, pero que nos han llevado a la división. Esto ya pasaba en la Iglesia de Corinto. Pedía San Pablo: «Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir…  cada cual anda diciendo: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas..». Como si dijéramos hoy: Yo soy de Juan Pablo II, yo soy de Benedicto, yo soy de Francisco, yo soy de este movimiento, a mí me va este cura y los demás… no mucho…. Estas cosas no convocan a nadie.
             Ya decía nuestro sabio Antonio Machado: «¿Tú verdad? No, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela». Escuchar la verdad del otro, aprender del otro, buscar con el otro… y relativizar tantas cosas que «siempre han sido así», como si eso fuera un argumento aceptable. «Un mismo pensar y un mismo sentir»… no significa pensar todos los mismo, estar uniformados, hacer todos las cosas del mismo modo y estrictamente según lo que está mandado. Tiene que haber audacia y creatividad, audacia para cambiar, para arriesgarnos a equivocarnos… 
Escribiço el dominico Y. Congar, uno de los grandes teólogos dominico del pasado Concilio:
Si siempre se estuviese obligado a adoptar la forma de pensamiento teológico, de práctica religiosa o de organización actualmente en uso, no habría existido jamás en la Iglesia ni aggiornamento (=puesta al día), ni reforma, ni progreso. El problema de toda iniciativa profética es la de ir más allá no sólo de las formas actualmente en uso, de hecho, sino también más allá de las formas homologadas. No es necesario hacer otra Iglesia, es necesario hacer una Iglesia diversa. Poniendo en cuestión algo de la Iglesia, no poner en cuestión la Iglesia misma. Una idea puede ser pura, la realidad y la vida no lo son. Las reformas exitosas en la Iglesia son aquellas que se han hecho en función de las necesidades concretas de las personas, en una perspectiva pastoral, en el clima de la santidad. (Yves Congar, Vrai et fausse réforme dans I’Église (1950)

             No hacen falta comentarios.  Subrayo las palabras del Papa: «Salir de nuestras rigideces, que nos hacen incapaces de comunicar la alegría del Evangelio, de las fórmulas estandarizadas que a menudo resultan anacrónicas»… No pocas veces son los propios hermanos -seguramente con su mejor buena voluntad- los que apagan cualquier cosa que suene a cambio, a salirse de lo de siempre.
                 Pasa hoy en esta Iglesia nuestra con algunos miembros de la jerarquía eclesial … empeñados en construir y mantener una Iglesia, un lenguaje, unas liturgias, unas teologías, unas vestimentas… muy apropiadas para los siglos pasados… pero poco sensibles a las gentes de estos tiempos y a las sensibilidades de estos tiempos. «Hay que formarles», dicen, para que puedan conectar… ¿con lo de antes? Los fieles son los que nos tienen que escuchar. Al revés parece que no. Las «momias» permanecen y soportan el paso del tiempo, inalteradas… pero no tienen vida. El Evangelio y la fe no pueden ser «objetos de museo» o reliquias de tiempos pasados, que satisfacen a muy pocos… Costará, ya lo sabemos por experiencia. A muchos los cambios les provocan alergia.
          El pueblo que camina en tinieblas hoy necesita de nuevo una gran luz. Y a nosotros nos toca «despertar», espabilarnos y salir de nuevo a las periferias, a los lagos, a los pueblos, a donde están las gentes… y escucharles, y buscar con ellos ese «Reino de Dios» que está tan cerca. Y hacer propuestas, y arriesgarnos y…. anunciar lo que hemos visto, experimentado, vivido…
          Este es hoy mi profundo deseo, mi inquietud… que seguro comparten muchos. Que nos estimule a ser «pescadores» de los hombres y mujeres de hoy. Porque no es lo mismo ser una «vieja Iglesia»… que una «Iglesia vieja».

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf