Dios es rico pero sólo para los pobres

Las tres lecturas de la Palabra de Dios forman hoy más que nunca una unidad. En el centro aparece el Evangelio con las bienaventuranzas. Sólo son comprensibles desde la figura y destino de Jesús ¿Perteneces o no al Reino de Dios que se anuncia? Esta podría ser la idea clave que da sentimiento a toda la liturgia de este domingo. ¿Cuáles son los valores que yo debo tener para saber si pertenezco al Reino de Dios o no? Los criterios de Dios, y El quiere que formen parte de su Reino los pobres, los humildes, los que tienen la búsqueda de la justicia como ideal que orienta su vida. Así nos lo dice el profeta Sofonías en la primera lectura. Y lo proclama en una época en que, para el pueblo, ser rico significaba ser bendecido por Dios; ser fuerte y poderoso significaba ser bendecido por Dios. Pero los criterios de Dios no son nuestros criterios. Bien claramente lo subraya san Pablo en la segunda lectura.

2.- Dios, dice san Pablo, en la primera carta a los cristianos de Corinto, ha escogido a los necios del mundo para confundir a los sabios; ha escogido a las gentes bajas del mundo, a los despreciados de nuestra sociedad, para anular a los poderosos y a la aristocracia. Dios es rico pero sólo para los pobres. Dios quiere «darle vuelta a la tortilla» de nuestra sociedad para que, quien, dentro de la comunidad cristiana, se gloría de algo, tenga que gloriarse sólo en Dios, en lo que Dios le ha dado, en lo que Dios ha hecho en él, y no en méritos propios de ninguna clase. (¡Qué bien lo dice la Santísima Virgen María en el canto del Magnificat!)

En el Evangelio viene el test del Reino de Dios. Las bienaventuranzas son ese test. La interpretación que se dé a las bienaventuranzas cambia radicalmente si se las considera una por una o más bien como bloque. Y son un bloque. Son el metro o test para comparar nuestros criterios: ¿Son nuestros criterios los del Reino de Dios o son los criterios del «mundo»? Si creemos que se puede ser rico, siempre sonriente, apoyado por el poder y sus instituciones, siempre con el estómago lleno, bien considerado socialmente… y bendecido por Dios, pertenecemos al «mundo», no al Reino de Dios. Si creemos que se puede ser pobre y feliz (como los primeros cristianos), si creemos que se puede sufrir y ser feliz (como los primeros cristianos, que sufrían y eran felices, porque sufrían por Cristo, porque sufrían por ser cristianos); si creemos que se puede ser perseguido por la justicia y ser feliz (como los primeros cristianos, perseguidos por ser justos y perseguidos por los representantes de la justicia); si creemos que se puede pasar hambre y ser feliz ( como los primeros cristianos, que eran pobres y lo compartían todo por amor)… pertenecemos al Reino de Dios, porque entonces nuestros criterios son los del Reino.

3.- Si leemos la versión de Lucas nos damos cuenta inmediatamente de que en la Iglesia primera no fueron entendidas las bienaventuranzas en una forma suavizada o diplomática. Lucas no quiere, por ningún motivo, que creamos que «bienaventurados los pobres» puede ser entendido de tal manera que los ricos resulten ser los bienaventurados. María lo había dicho de otra manera, pero con la misma idea, en el Magníficat. El miembro que en la Iglesia cambie las bienaventuranzas en otro sentido es que se ha pasado al grupo de quienes no entrarán en el Reino de Dios.

La Iglesia no puede presentarse como rica o como aliada a los ricos sino al precio de traicionar a Cristo, su esposo y Señor, al precio de traicionar su misión de anunciar y hacer presente el Reino de Dios. En cada momento de nuestra vida o de la historia del pueblo, las bienaventuranzas deben ser el metro y test con el que podemos medir si nuestros valores, o nosotros, o la Iglesia, nos hemos cambiado de bando y seguimos siendo o ya no somos del bando de Cristo. Con las bienaventuranzas comienza todo ese torrente de criterios «cristianos», es decir: Criterios de Cristo, que es el «sermón del monte». El Evangelio según san Mateo coloca ese «sermón» en un monte justamente para acentuar la similitud entre lo que ocurrió con Moisés en el Sinaí y lo que hace el nuevo Moisés-Jesús. Esa paridad entre los dos Moisés aparece en Mateo desde los evangelios de la infancia, igual que en san Pablo Jesús es llamado «nuevo Adán», con Jesús empieza una nueva creación, un nuevo Israel, una nueva alianza, el Reino de Dios.

4.- Terminemos preguntándonos: ¿Queremos pertenecer al Reino de Dios o no? ¿Queremos pertenecer al bando de Cristo o al bando del «mundo”? ¿Cuáles son nuestros criterios? ¿Son, dentro de nuestra Iglesia, los criterios para definir quién es miembro y quién no, los criterios de Dios?, ¿los criterios del Evangelio? ¿Lo son, siquiera, para asumir cargos y responsabilidades dentro de ella? ¿No tendríamos que escuchar lo que en el Apocalipsis se dice en la Iglesia de Éfeso?: «Tengo una cosa contra ti: Que ya no tienes el mismo amor que al principio». ¿No sería horrible que tuviéramos que escuchar nosotros lo que se dice allí a la Iglesia de Sardes?: «Sé que estás muerta aunque tienes fama de estar viva». Peor aún, no tendríamos que oír, dirigido a nosotros, lo dicho a la Iglesia de Laodicea: «Sé que no eres frío ni caliente… voy a vomitarte de mi boca».

Antonio Díaz Tortajada

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