Comentario – Sábado III de Tiempo Ordinario

Marcos 4, 35-40

a) Después de las parábolas, empieza aquí una serie de cuatro milagros de Jesús, para demostrar que de veras el Reino de Dios ya ha llegado en medio de nosotros y está actuando. 

El primero es el de la tempestad calmada, que pone de manifiesto el poder de Jesús incluso sobre la naturaleza cósmica, ante el asombro de todos. Es un relato muy vivo: las aguas encrespadas, el susto pintado en el rostro de los discípulos, la serenidad en el de Jesús. El único tranquilamente dormido, en medio de la borrasca, es Jesús. Lo que es señal de una buena salud y también de lo cansado que quedaba tras las densas jornadas de trabajo predicando y atendiendo a la gente. 

El diálogo es interesante: los discípulos que riñen a Jesús por su poco interés, y la lección que les da él: «¿por qué sois tan cobardes? ¿aún no tenéis fe?». 

b) Una tempestad es un buen símbolo de otras muchas crisis humanas, personales y sociales. El mar es sinónimo, en la Biblia, del peligro y del lugar del maligno. También nosotros experimentamos en nuestra vida borrascas pequeñas o no tan pequeñas. Tanto en la vida personal como en la comunitaria y eclesial, a veces nos toca remar contra fuertes corrientes y todo da la impresión de que la barca se va a hundir. Mientras Dios parece que duerme.

El aviso va también para nosotros, por nuestra poca fe y nuestra cobardía. No acabamos de fiarnos de que Cristo Jesús esté presente en nuestra vida todos los días, como nos prometió, hasta el fin del mundo. No acabamos de creer que su Espíritu sea el animador de la Iglesia y de la historia. 

A los cristianos no se nos ha prometido una travesía apacible del mar de esta vida. Nuestra historia, como la de los demás, es muchas veces una historia de tempestades. 

Cuando Marcos escribe su evangelio, la comunidad cristiana sabe mucho de persecuciones y de fatigas. A veces son dudas otras, miedo o dificultades de fuera, crisis y tempestades que nos zarandean. 

Pero a ese Jesús que parece dormir, sí le importa la suerte de la barca, sí le importa que cada uno de nosotros se hunda o no. No tendríamos que ceder a la tentación del miedo o del pesimismo. Cristo aparece como el vencedor del mal. Con él nos ha llegado la salvación de Dios. El pánico o el miedo no deberían tener cabida en nuestra vida. Como Pedro, en una situación similar, tendríamos que alargar nuestra mano asustada pero confiada hacia Cristo y decirle: «Sálvame, que me hundo». 

«La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve» (1ª lectura, I) 

«Para que le sirvamos con santidad y justicia en su presencia todos nuestros días» (salmo, I) 

«He pecado contra el Señor» (1ª lectura, II)

«Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu alabanza» (salmo, II) 

«¿Por qué sois tan cobardes? ¿aún no tenéis fe?» (evangelio)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 4