Seréis bienaventurados si…

«Las bienaventuranzas son el carnet de identidad del cristiano, que lo identifica como el seguidor de Jesús” (Papa Francisco, en Suecia, el día de Todos los Santos 2016).Si quieres saber lo que Jesús te propone para ser feliz aquí y ahora; si quieres cumplir el plan que Dios Padremadre tuvo al crearte, en las Bienaventuranzas tienes el manual de instrucciones. Si las sigues serás dichoso, bendito y te irás acercando a tu plenitud humana y divina. Te invito a que lo intentes. Pronto verás los frutos.

El domingo pasado el texto evangélico terminaba así: “Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando las enfermedades y dolencias de la gente”. Es un resumen perfecto de la actividad de Jesús en los inicios de su vida pública: predicar y sanar. El texto continúa: …. “y le siguió una gran muchedumbre de Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea y del otro lado del Jordán”.

A continuación de la primera parte narrativa, Mateo coloca el primer discurso de Jesús, el Discurso Evangélico: Las Bienaventuranzas. Y lo primero que hace Mateo es describir con detalle el escenario donde se ubica este discurso. Lo que pretende con ello es prepararnos para escuchar algo muy solemne, algo muy importante. La audiencia numerosa, subida al monte, sentado como maestro, los discípulos se acercan para no perderse nada y Jesús empieza la lección del primer día de curso. Como buen maestro Jesús introduce el programa que va a desarrollar a lo largo de toda su vida.

El discurso de las bienaventuranzas es el preludio, el resumen del estilo de vida que Jesús, el Salvador, proponen a toda la humanidad. Es la síntesis de la propuesta vital que Jesús ofrece a la humanidad sedienta de sentido y necesitada de modelos para orientar sus anhelos existenciales y el logro de la felicidad (plenitud) que busca. Lo que se le ofrece es un programa para ser feliz. Justo lo que la humanidad, en toda época y lugar desea.

Jesús es para nosotros el revelador de Dios. Y Jesús en las Bienaventuranzas nos revela el plan de salvación (liberación, felicidad, plenitud) que Dios ha pensado para la humanidad de todo tiempo y lugar. Dios nos ha creado para que seamos felices. Jesús en las Bienaventuranzas nos muestra el camino para lograrlo.

El camino hacia la felicidad es, a veces, escabroso. El protocolo del proceso a seguir nos recomienda en primer lugar conocer de cerca la vida de Jesús para prepararnos a seguir sus pasos. En los catecismos que estudiábamos en nuestra infancia nos enseñaron que Jesús había venido al mundo para darnos ejemplo de vida. Para conocer bien una vida por dentro hay que imitarla. Hacer lo mismo que él hizo. Ser como Él.

Las Bienaventuranzas son un retrato, un perfil del estilo de vida que Jesús llevó y quiere que nosotros imitemos. Como perfil nos concretiza las características de ese estilo de vida: austeridad, mansedumbre, compasión, justicia, misericordia, sinceridad, humildad, coherencia, apertura, cercanía… En suma, las Bienaventuranzas nos describen el perfil de una “buena persona”, de una persona “muy humana” (honrada, bondadosa y solidaria). El que cumple este perfil es feliz, dichoso. Y la razón de esta felicidad es: porque en ello encuentras a Dios formas parte de su Reino. Las Bienaventuranzas son el camino para descubrir a Dios en ti mismo (tu bondad, tu parte divina) y en los hermanos con quien Dios se identifica y encarna, “a mí me lo hiciste”. Las Bienaventuranzas y el Reino de Dios se dan la mano. En la formulación de cada bienaventuranza hay dos partes: Lo que exige y lo que promete. Exige: imitar el estilo de vida de Jesús, llevar una vida austera (pobre), renunciar a la violencia, com-padecerse con los otros, autenticidad de entrega y disponibilidad, misericordia, justicia etc…Promete: tu plenitud humana y divina (humanidad divina), es decir, el Reinado de Dios en ti. Esto te hace feliz porque has encontrado el tesoro escondido, Dios en ti; porque te pareces a Dios; porque tu vida tiene sentido; porque has hallado razones para vivir.

Aviso para principiantes: Como ves el programa de Jesús es exigente, radical. Pero te puedo asegurar que merece la pena que hagas un esfuerzo, pongas en juego todas tus capacidades y perseveres en la tarea hasta lograrlo. Ten en cuenta estas consejas de vieja: “No se regala nada en la vida”. “La felicidad para quien la trabaja”. Por eso me gusta formular las Bienaventuranzas en condicional: Si quieres ser feliz… Seréis felices si… Si cumples la condición obtendrás lo condicionado. Por último: Al llevarlo a la práctica no te olvides de que no estás solo en el empeño, contigo va el Señor. Dios te ha creado para que seas feliz y te ha dado todo lo que necesitas para serlo. Sólo te falta experimentarlo.

África de la Cruz

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La plenitud humana depende de lo esencial, no de lo que puedo tener o no tener

Para el que no haya tenido experiencia interior, las bienaventuranzas son un sarcasmo. Es completamente absurdo decirle al pobre, al que pasa hambre, al que llora, al perseguido: ¡Enhorabuena! Dale gracias a Dios porque algún día se cambiarán las tornas y tú serás como el que ahora te oprime. Intentar explicarlas racionalmente es una quimera. Están más allá de toda lógica. Es el mensaje más provocativo del evangelio y el peor entendido.

Sobre las bienaventuranzas se han dicho las cosas más dispares. Para Gandhi eran la quintaesencia del cristianismo. Para Nietzsche son una maldición ya que atentan contra la dignidad del hombre. ¿A qué se debe esta abismal diferencia? Muy sencillo. Uno habla desde la mística. El otro pretende comprenderlas desde la racionalidad: y desde la razón, y aunque sea la más preclara de los últimos siglos, es imposible entenderlas.

Sería un verdadero milagro hablar de las bienaventuranzas y no caer en demagogia para arremeter contra los ricos, o en un espiritualismo que las deja completamente descafeinadas. Se trata del texto que mejor expresa la radicalidad del evangelio. La formulación, un tanto arcaica, impide descubrir su sentido. Lo que quieren decir es que la verdadera humanidad no consiste en buscar el placer sino en desplegarla al máximo.

Mt las coloca en el primer discurso programático de Jesús. No es verosímil que Jesús haya comenzado su predicación con un discurso tan solemne y radical. El escenario del sermón nos indica hasta qué punto lo considera importante. El “monte” está haciendo clara referencia al Sinaí. Jesús, el nuevo Moisés, que promulga la “nueva Ley”. Pero hay una gran diferencia. Las bienaventuranzas no son mandamientos o preceptos. Son simples proclamaciones que invitan a seguir un camino inusitado hacia la plenitud humana.

No tiene importancia que Lucas proponga cuatro y Mateo, nueve. Se podrían proponer ciento, pero bastaría con una para romper los esquemas mentales de cualquier ser humano. Se trata del ser humano que sufre limitaciones materiales o espirituales por caprichos de la naturaleza o por causa de otro, y que unas veces se manifiestan por el hambre y otras por las lágrimas. La circunstancia concreta de cada una no es lo esencial. No tiene importancia explicar cada una por separado. Todas dicen exactamente lo mismo.

La inmensa mayoría de los exégetas están de acuerdo en que las tres primeras de Lucas, recogidas también en Mateo, son las originales e incluso se puede afirmar con cierta probabilidad que se remontan al mismo Jesús. Parece que Mateo las espiritualiza, no solo porque dice pobre de espíritu, y hambre y sed de justicia, sino porque añade: bienaventurados los pacíficos, los limpios de corazón… que nos saca de la materialidad.

La aparente diferencia entre Mateo y Lucas (pobre – pobre de espíritu) desaparece si descubrimos qué significaba, en la Biblia, “pobres” (anawim). Sin este trasfondo bíblico no podemos entender ni una ni otra expresión. Con su despiadada crítica a la sociedad injusta, los profetas Amos, Isaías y Miqueas denuncian una situación que clama al cielo. Los poderosos se enriquecen a costa de los pobres. No es una crítica social, sino religiosa. Pertenecen todos al mismo pueblo cuyo único Señor es Dios; pero los ricos, al esclavizar a los demás, no reconocen su soberanía y se erigen en dueños de los demás.

Después del destierro se habla en la Biblia del resto de Israel, un resto pobre y humilde. Los pobres bíblicos son aquellas personas que, por no tener nada ni nadie en quien confiar, su única escapatoria es confiar en Dios, pero confían. El “resto” bíblico es siempre el oprimido, el marginado, el excluido de la sociedad. No solo incluía a los pobres económicos sino a los social y religiosamente pobres: enfermos, poseídos, impuros, marginados, a quienes parecía que Dios había rechazado.

La diferencia entre pobre sociológico y pobre teológico no tiene sentido, cuando nos referimos a los evangelios. En tiempo de Jesús no había separación posible entre lo religioso y lo social. Las bienaventuranzas no están hablando de la pobreza material voluntaria aceptada por los religiosos a través de un voto. Está hablando de la pobreza impuesta por la injusticia de los poderosos; de los que quisieran salir de su pobreza y no pueden hacerlo. Son los bienaventurados si descubren que nada les puede impedir ser plenamente humanos, a pesar de todas sus limitaciones impuestas.

Otra trampa que debemos evitar al tratar este tema es la de proyectar, para el más allá, la felicidad prometida a los excluidos. Así se ha interpretado muchas veces en el pasado y aún hoy lo he visto en algunas homilías. No, Jesús está proponiendo una felicidad para el más acá. Aquí, puede todo ser humano encontrar la paz y la armonía interior que es el paso a una verdadera felicidad, que no puede consistir en el tener y consumir más que los demás, sino en una toma de conciencia de que lo que Dios te da, lo tienes asegurado y no depende de las circunstancias externas.

Esta reflexión nos abre una perspectiva nueva. Ni el pobre ni el rico se pueden considerar aisladamente. La riqueza y la pobreza son dos términos correlativos, no existiría la una sin la otra. Es más, la pobreza es mayor cuanto mayor es la riqueza, y viceversa. Si desaparece la pobreza, desaparecerá la riqueza. Si todos fuésemos igualmente pobres o igualmente ricos no había problema alguno. La irracionalidad de los ricos es que queremos que desaparezca la pobreza manteniendo nosotros nuestra riqueza. La predicación desde esta perspectiva está abocada al fracaso.

Las bienaventuranzas quieren decir: es preferible ser pobre, que ser rico a costa de los demás. Es preferible llorar a hacer llorar al otro. Es preferible pasar hambre a ser la causa de que otros pasen hambre. Dichosos, no por ser pobres, sino por no empobrecer a otro. Dichosos, no por ser oprimidos, sino por no ser opresores. El valor supremo no está en lo externo sino dentro. Hay que elegir entre perseguir el placer sensible o la plenitud humana que se manifiesta en el don.

En todo este asunto podemos descubrir una tremenda paradoja. Si el ser pobre es motivo de dicha, por qué ese empeño en sacar al pobre de la pobreza. Y si la pobreza es una desgracia, por qué la disfrazamos de bienaventuranza. Ahí tenemos la contradicción más radical al intentar explicar racionalmente las bienaventuranzas. El que pasa hambre no es feliz porque un día será saciado. El rico que ríe no es desgraciado porque un día llorará.

Pero por paradójico que pueda parecer, la exaltación de la pobreza que hace Jesús, tiene como objetivo el que deje de haber pobres. En ningún caso puede bendecirse la pobreza. Cualquier clase de pobreza causada por el hombre debe ser combatida como una lacra y la causada por los desastres naturales debe ser compartida y en lo posible paliada. El enemigo del Reino es la ambición, el afán de poder. No podéis servir a Dios y al dinero.

Las bienaventuranzas nos están diciendo que otro mundo es posible. Un mundo que no esté basado en el acaparar sino en el compartir, no en el egoísmo sino en el amor.  ¿Puede ser justo que esté pensando en vivir cada vez mejor (entiéndase consumir más), mientras hay personas que mueren por no tener un puñado de arroz que llevarse a la boca? Si no quieres ser cómplice de la injusticia, escoge la pobreza, entendida como no poner el objetivo en consumir. Mientras menos necesites, más rico eres.

Fray Marcos

II Vísperas – Domingo IV de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO IV de TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Cuando la muerte sea vencida
y estemos libres en el reino,
cuando la nueva tierra nazca
en la gloria del nuevo cielo,
cuando tengamos la alegría
con un seguro entendimiento
y el aire sea como una luz
para las almas y los cuerpos,
entonces, sólo entonces,
estaremos contentos.

Cuando veamos cara a cara
lo que hemos visto en un espejo
y sepamos que la bondad
y la belleza están de acuerdo,
cuando, al mirar lo que quisimos,
lo vamos claro y perfecto
y sepamos que ha de durar,
sin pasión sin aburrimiento,
entonces, sólo entonces,
estaremos contentos.

Cuando vivamos en la plena
satisfacción de los deseos,
cuando el Rey nos ame y nos mire,
para que nosotros le amemos,
y podamos hablar con él
sin palabras, cuando gocemos
de la compañía feliz
de los que aquí tuvimos lejos,
entonces, sólo entonces,
estaremos contentos.

Cuando un suspiro de alegría
nos llene, sin cesar, el pecho,
entonces —siempre, siempre—, entonces
seremos bien lo que seremos.

Gloria a Dios Padre, que nos hizo,
gloria a Dios Hijo, que es su Verbo,
gloria al Espíritu divino,
gloria en la tierra y en el cielo. Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Yo mismo te engendré, entre esplendores sagrados, antes de la aurora. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Yo mismo te engendré, entre esplendores sagrados, antes de la aurora. Aleluya.

SALMO 111: FELICIDAD DEL JUSTO

Ant. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita.

En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.

Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.

No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
Su corazón está seguro, sin temor,
hasta que vea derrotados a sus enemigos.

Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad.

El malvado, al verlo, se irritará,
rechinará los dientes hasta consumirse.
La ambición del malvado fracasará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

LECTURA: Hb 12, 22-24

Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a millares de ángeles en fiesta, a la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la nueva alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel.

RESPONSORIO BREVE

R/ Nuestro Señor es grande y poderoso.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

R/ Su sabiduría no tiene medida
V/ Es grande y poderoso.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Dichosos los que obran la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dichosos los que obran la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

PRECES

Alegrándonos en el Señor, de quien viene todo don, digámosle:

Escucha, Señor, nuestra oración.

Padre y Señor de todos, que enviaste a tu Hijo al mundo para que tu nombre fuese glorificado, desde donde sale el sol hasta el ocaso,
— fortalece el testimonio de tu Iglesia entre los pueblos.

Haznos dóciles a la predicación de los apóstoles,
— y sumisos a la verdad de nuestra fe.

Tú que amas a los justos,
— haz justicia a los oprimidos.

Liberta a los cautivos, abre los ojos a los ciegos,
— endereza a los que ya se doblan, guarda a los peregrinos.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Haz que los que duermen ya el sueño de la paz
— lleguen, por tu Hijo, a la santa resurrección.

Unidos entre nosotros y con Jesucristo, y dispuestos a perdonarnos siempre unos a otros, dirijamos al Padre nuestra súplica confiada:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, creador y dueño de todas las cosas, míranos y, para que sintamos el efecto de tu amor, concédenos servirte de todo corazón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Para vivir con sabiduría

Si en el evangelio de Lucas (6,20-23) las bienaventuranzas se referían a situaciones -de pobreza, de hambre, de llanto-, Mateo las transforma en actitudes, es decir, en opciones sabias que garantizan vivir con acierto y sentido.

En concreto, cada una de las ocho bienaventuranzas recogidas en este evangelio aborda y responde a un cuestionamiento humano fundamental: seguridad, dolor, fuerza, deseos, amor, paz, coherencia, fidelidad. Siguiendo el orden de las mismas, podrían enumerarse, de modo sintético, tanto los cuestionamientos como las respuestas que proponen:

1ª ¿Dónde pones tu seguridad? Serás feliz cuando comprendas que no eres el yo; cuando no te identifiques ni te reduzcas a él.

2ª ¿Qué haces con el dolor, el tuyo y el de los demás? Serás feliz cuando te reconcilies con la realidad del dolor y lo vivas con sabiduría.

3ª ¿Dónde sitúas la fuerza? Serás feliz cuando no pretendas controlar todo.

4ª ¿Qué haces con los deseos? Serás feliz cuando te liberes del apego.

5ª ¿Para qué vives? ¿Para el amor o para tu propio gusto y tu propia imagen? Serás feliz cuando vivas el amor y la entrega.

6ª ¿Dónde encuentras la paz?, ¿cómo la construyes? Serás feliz cuando encuentres en ti el lugar de la paz.

7ª ¿Eres coherente con tu vida?, ¿eres una persona íntegra? Serás feliz cuando vivas en transparencia.

8ª ¿Qué guía tu vida: la fidelidad o la conveniencia? Serás feliz cuando seas fiel a ti mismo/a.

Es significativa la convergencia de las personas sabias a la hora de formular sus propuestas. Hasta el punto de llegar a utilizar las mismas palabras. No es extraño: toda propuesta sabia nace de la comprensión. No de un mero “entender” mental o conceptual, sino del “comprender” experiencial o vivencial que nace del silencio de la mente y, gracias a él, del saboreo de lo que somos.

Solo la comprensión puede orientar nuestra vida. Por cierto, el término “orientar” significa guiar hacia oriente, hacia el este, es decir, al lugar de la luz. Por eso es el camino que nos permite “volver a casa”.

¿Cuáles son las claves que orientan mi vida?

Enrique Martínez Lozano

Creer en Jesús

«Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia»

Las bienaventuranzas —pórtico del Reino— son a la par una propuesta de felicidad individual para cada uno, y un estilo de vida capaz de cambiar el mundo. El sueño de Jesús no es la raquítica salvación de media docena de perfectos, sino la plenitud de la humanidad; y esa tarea, que él inició, es la que hemos aceptado continuar aquellos que nos llamamos cristianos.

Pero para aceptar una tarea es preciso tener fe en quien nos la propone, y esto nos lleva a preguntarnos: ¿Qué significa para mí creer en Jesús?…

El verbo “creer” tiene una primera acepción que lo define como “tener por cierto”. De acuerdo con ella, creer en Jesús es aceptar una serie de asertos propuestos por los teólogos cristianos, como, por ejemplo, “Creo en Jesucristo, su único hijo nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo… etc.” Pero esta fe, concebida como simple aceptación de una doctrina o un dogma, puede resultar estéril si no afecta a nuestra vida. Podemos asumir todos los postulados y mandamientos de la Iglesia, y actuar con unos criterios opuestos a los de Jesús.

Pero el verbo creer también tiene otras acepciones. Una de ellas queda definida como “fiarse de”. Por ejemplo, yo creo en mi médico, es decir, me fío de mi médico y me pongo en sus manos para que me abra en canal. Este segundo significado cuadra mucho mejor con la fe en Jesús, y a él nos vamos a atener en esta breve reflexión.

El mundo me dice que seré feliz si soy rico, si tengo poder o prestigio social, si no me dejo avasallar, si soy más listo que los demás para los negocios, si voy de diversión en diversión, si no me meto en líos, si no me insultan ni me persiguen… Jesús, en cambio, me propone un código de felicidad radicalmente distinto e inverosímil: ¿Quieres ser feliz…? —me dice—, pues confórmate con poco, comparte lo que tienes con los que no tienen, aprende a sufrir, di siempre la verdad, no seas violento, trabaja para que prevalezca la justicia, no trates de aprovecharte de nadie.., y no te preocupes si te insultan y te persiguen por ello, pues a la larga serás mucho más dichoso.

¿Creo en él? ¿Le creo a él? ¿Me fío de él? ¿Estoy dispuesto a vivir compartiendo, perdonando, sembrando la paz, trabajando por la justicia, actuando siempre con sinceridad y sin temor al sufrimiento? ¿Me lo juego todo apostando por unos criterios de locos; viviendo de acuerdo a unos valores tan estrafalarios como poco evidentes?… Decir que sí, que me la juego, que cambio de vida, es tener fe en Jesús; lo demás será otra cosa. Creeré en Jesús si es él quien manda en mis criterios y mis valores; si es él quien da sentido a mi vida; si creo que sus criterios pueden salvar el mundo del desastre y me comprometo con la tarea de hacerlo. Porque la fe no es un privilegio otorgado a unos y vedado a otros, sino el compromiso firme con un modo de vida cuyo único aval es la palabra de Jesús, y cuyo objeto es crear humanidad.

Y ya sabemos que es muy difícil creer hasta el punto de dejarlo todo para seguir sus criterios; que nos da miedo ese compromiso; que no solemos tener tanta fe, pero el Espíritu no descansa, y siguen siendo muchos los que lo hacen, aun a pesar de que hoy está de moda relativizar la importancia de Jesús y proponer recetas y filosofías alternativas que nada tienen que ver con él.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Comentario – Domingo IV de Tiempo Ordinario

El deseo de felicidad es quizá la aspiración más honda y persistente del ser humano. Ningún hombre se sustrae a él. Todos nuestros pensamientos, deseos y acciones están impregnados de este anhelo. Por eso encentran resonancia en nuestro corazón palabras como las que hemos escuchado: Dichosos vosotros los que ahora tenéis hambre… cuando os excluyan.

Por eso somos tan fácilmente engañables; porque cualquier oferta (aún aparente o irreal) de felicidad nos atrae y nos seduce. Por eso sufrimos tantas decepciones en la vida. ¡Y cuántas ofertas de felicidad en esta sociedad de consumo! Pero la mayoría de las veces son «ofertas de placer», no de felicidad; porque con frecuencia se confunde la felicidad con el placer. El placer sacia momentáneamente al hombre, pero acrecienta su apetito y provoca una sensación de infelicidad que puede acabar produciendo hastío, el sentimiento del sin-sentido, la náusea de la que hablaron nuestros filósofos existencialistas.

En realidad, tras el apetito sensible (visual, gustativo, táctil) se esconde un apetito de trascendencia (de vida, de amor) que nada de lo que vemos, gustamos, oímos o tocamos puede saciar por sí mismo.

La oferta de felicidad que hace Jesús es de otro género. Es compatible con las carencias que implican la pobreza, el hambre, el llanto y la exclusión. Vive del presente que otorga la confianza en Dios; pero se sustenta en el futuro al que nos abre la promesa del Señor y del que se espera la saciedad, la posesión incomparable del Reino, el consuelo, la recompensa celeste.

Las bienaventuranzas de Jesús (en parte, realidad dichosa; en parte promesa de dicha; porque si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos tan desgraciados como los demás hombres), ya habían sido anticipadas en cierto modo en Jeremías, por ejemplo, cuando dice: Bendito (=dichoso) quien confía en el Señor… será como un árbol plantado junto al agua… en año de sequía no deja de dar fruto; pues la confianza en el Señor le mantendrá fructíferoY su contrario: Maldito quien confía en el hombre… apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa… habitará la aridez del desierto.

Jesús proclamaba: Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de DiosDichosos los pobres, dichosos incluso en vuestra carencia de pan, de techo, de vestido, de cultura, de salud, etc., porque el Reino ha comenzado a ser vuestro (vuestros, los dones de Dios en el que habéis puesto vuestra confianza) y un día será enteramente vuestro. Es la gran recompensa del cielo que esperan a los odiados, excluidos, proscritos por causa del Hijo del hombre. Por eso, porque les espera esta recompensa deben alegrarse y saltar de gozo ese día, a saber, el día de la exclusión o de la persecución.

El que espera vive ya, en el presente, un anticipo de la realidad futura, esto es, de la libertad, de la felicidad, de la vida que se espera. Por eso, dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Pero ¡ay de vosotroslos que estáis saciados, o los que ahora reís, porque tendréis hambre y porque lloraréis! Tras esta imprecación se esconde una promesa de infelicidad (o malaventuranza) que tendría que generar alarma si somos sensibles a las palabras de Jesús. A nosotros, los saciados de pan se nos encomienda la tarea de saciar el hambre de muchos hambrientos, anticipando así en el presente la bienaventuranza de Jesús: porque quedaréis saciados. A los pobres les podemos negar el dinero, amparándonos en el mal uso que pudieran hacer de él; lo que no podemos es negarles el pan (la comida) que a nosotros nos sobra.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Comentario – Domingo IV de Tiempo Ordinario

(Mt 5, 1-12)

Aquí se nos presenta a Jesús subiendo al monte para dar su enseñanza sobre el estilo de vida que deben llevar los cristianos. Nos recuerda a Moisés subiendo al monte para recibir la Ley que Dios quería dar a su pueblo. Pero aquí es Jesús mismo el que entrega la ley del evangelio.

Jesús se sienta para enseñar, como todo maestro judío, pero lo hace luego de dirigir su mirada a la gente, mirada que indica su interés por las personas, su misericordia, su atención puesta en las necesidades de su pueblo.

Aunque los discípulos se pusieron cerca de él, Jesús se dirige a toda la multitud que lo seguía, porque se puso a enseñar, luego de haber dirigido su mirada a esa multitud, y no directamente a los discípulos.

Y el estilo de vida que Jesús enseña a la multitud es el de la sencillez, la mansedumbre, la lucha por la paz y la justicia; es la renuncia a los honores mundanos. Queda claro entonces que la felicidad que Jesús propone no es la misma que ofrece el mundo, es de otro nivel.

A diferencia de Lucas, el evangelio de Mateo no se detiene a presentar la queja de Jesús contra los ricos, porque Mateo se dirige a gente pobre, que no tiene bienes a los que podría aferrarse, y entonces los exhorta a la pobreza “de espíritu”, la actitud interior de apoyarse sólo en Dios.

Además, por dirigirse a judíos, el evangelio de Mateo prefiere usar imágenes muy gratas a los judíos. Por eso la propuesta del Reino celestial se presenta como una promesa de poseer la tierra, y esto agradaba mucho a los judíos, que tanto habían sufrido para poder conquistar la tierra prometida.

Oración:

“Jesús, quisiera desear esa felicidad que me ofreces, la felicidad de un corazón pobre, simple, manso, pero capaz de luchar por un mundo de paz y de justicia. Quisiera poder liberarme de mis deseos mundanos, de mis vanidades. Dame tu gracia para lograrlo”.

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Todavía son actuales, todavía sirven

1.- Los que biológicamente somos viejos, pero creemos llevar a cuestas un saco de espíritu juvenil, observamos con preocupación, con cuanta frecuencia se maneja abusivamente a la juventud. Se nos manipuló también a nosotros, cuando lo éramos. En esta etapa de la vida se pega fácilmente el idealismo. El entusiasmo es una especie de combustible que le impulsa. Dotados de él, se nos animó un día a quiméricas empresas. Comprobamos entonces decepcionados, que algunos de los que nos habían agitado interiormente, se entregaron al enchufismo y abandonaron aquello que nos habían dicho era merecedor de total entrega. Pasaron los tiempos, se animó a otros jóvenes a protestar por peligros nucleares que se avecinaban en nuestra tierra, pero que no llegarían. ¡Cuantos chicos contemplaron que habían servido de espectaculares e inútiles pantallas, para que se auparan socialmente, muchos de los impulsores de aquellas campañas! El mayo francés fue otro momento que permitió a algunos de sus aparentes líderes a colocarse después en influyentes puestos de dominio. El crecimiento del agujero de ozono vino más tarde… ¿para qué seguir? Recuerda uno estas etapas y comprueba cuantas ingenuas energías juveniles se han gastado sin provecho y cuantos chicos y chicas han quedado en la cuneta de la vida, amargados, desilusionados, espiritualmente consumidos y quemados.

2.- Mis queridos jóvenes lectores, espero hayáis comprendido lo que os quería decir. Me gustaría que pensarais cada uno, o discutierais en grupo, estas cuestiones. No os oculto que si han salido muchos lesionados por estas manipulaciones, la constante de lo que ocurrió luego, al acabar, siempre fue lo mismo: continuar entregados al consumismo. Decepcionados, aquella gente joven, no abandonó la calle y no dejó de comprar y atesorar. Nuestra sociedad no progresaría si no pudiera aumentar constantemente el Producto Interior Bruto. Buena parte de él está formado de cosas superficiales, no necesarias, pero apetecibles por capricho.

Desde esta situación quisiera que pensarais el programa que ofrece Jesús. Vaya por delante que el texto del evangelio de hoy no es la trascripción, al pie de la letra, de lo que dijo el Maestro. El evangelista nos ha trasmitido un resumen. Sabemos que cuando se reunían al aire libre, las predicaciones del Señor eran densas, largas y atractivas. Lo eran tanto, que la gente no tomaba precauciones y si no fuera por Él, en alguna ocasión hubieran pasado mucha hambre aquellas multitudes. No nos ha legado un documento taquigráfico, ni una cinta magnetofónica, ni un DVD de aquella época, con textos exactos. Tal vez sea mejor así. Nos ha llegado la idea, el programa, sin precisión de lugares o de tiempos, de manera que podremos aplicarlos mejor a nuestra realidad.

3.- No sabemos de qué dinero disponía aquella gente. No sabemos cuantas monedas se debían poseer, para ser considerado rico. Mejor que mejor, ahora nosotros oímos que Jesús nos dice que seremos felices si nuestra vida transcurre por derroteros pobres, y por allí debemos descubrir caminos propios. O abrirlos valientemente, si es necesario. Se nos da una dirección, nosotros movidos por estos criterios, debemos abrir sendas. Comprobaremos sorprendidos que, en medio de dificultades, nuestra vida, comparada con la gente del entorno, vale mucho más la pena de vivirla así. Nos sentiremos ricos en vitalidad y comprobaremos que, respecto a aquellos que escogían siempre el dinero, nosotros les ganamos en satisfacción interior. Recordamos entonces que se había dicho: felices los pobres.

Escogen algunos, caminos de placer, de satisfacción. Huyen de las posibles penas que pudieran encontrar por el camino. Quien evita siempre y por sistema el sufrimiento, nunca alcanza la satisfacción plena de su vida. No nos encamina el Señor por vías masoquistas. Tampoco quiere que anestesiemos nuestra sensibilidad. En el dolor, en la compasión, en el compartir, encuentra uno el consuelo, que es una manera de vivir paz interior. El Señor había anunciado: felices los que lloran.

No se trata de ir por el mundo en búsqueda constante de deshacer entuertos, como hacía aquel. Pero es preciso no perder la sensibilidad ante las injusticias que ahogan al pobre, al sencillo, al ingenuo. El seguidor del Señor debe ser un rebelde. Pero su rebeldía no debe ser para aprovecharse con egoísmo. ¿Qué observáis que ahoga a los pequeños? ¿Qué veis que machaca a los indefensos? Fijaos en el entorno de los emigrantes forzosos o de los mayores abandonados al paro laboral, encontrareis motivos para luchar por defenderlos. Seguramente vosotros sabréis otros terrenos que exigen brega. El Maestro dijo: felices los que tienen hambre y sed de justicia.

4.- No puedo alargarme. Si sois agudos en vuestra mirada, si sois perspicaces, si sois generosos, descubriréis y haréis vuestra la enseñanza de Jesús. Pasaréis por penas, os marginarán tal vez. No tengáis prisa, no os juzguéis precipitadamente. Esperad que pase la tribulación. Cuado amanezca en vuestra alma, os sentiréis satisfechos de encontraros allí donde el seguir al Señor os ha conducido. Y os sentiréis felices

Os he hablado al principio de proposiciones que se han hecho a la juventud y que han servido para manipularla. Os recordaba antiguos programas o mítines, que hoy al recordarlos dan pena e indignan. Las bienaventuranzas se proclamaron hace dos mil años. Todavía son actuales, todavía sirven, todavía su cumplimiento hace felices a muchos, que no sienten amargura. Y es que los cielos y la tierra pasarán, las campañas políticas, las seudo ecológicas y las reivindicativas también, se olvidarán las patrañas, pero las directrices del Señor siempre gozarán de actualidad. Y es que el Señor es misterio pero a nadie engaña.

Pedrojosé Ynaraja

Lectio Divina – Domingo IV de Tiempo Ordinario

Invocación al Espíritu Santo:

Espíritu Santo, inspíranos, para que pensemos santamente. Espíritu Santo, incítanos, para que obremos santamente. Espíritu Santo, atráenos, para que amemos las cosas santas. Espíritu Santo, fortalécenos, para que defendamos las cosas santas. Espíritu Santo, ayúdanos, para que no perdamos nunca las cosas santas.

Lectura. Mateo capítulo 5, versículos 1 al 12:

Cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles, hablándoles así:

“Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos, puesto que de la misma manera persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

Las palabras de Jesús tienen un marco solemne: desde un monte, sentado, cerca de sus discípulos, rodeado de las multitudes que lo siguen y en actitud de enseñar. Mateo va señalando las pistas que conducen a la verdadera felicidad. Resume en ellas llamando dichosos a los que viven la pobreza, como actitud religiosa de desprendimiento y dependencia de Dios, e invita a adoptar esta misma actitud a todos aquellos que quieran tener parte en el mismo reino. Las bienaventuranzas aparecen como pautas para el comportamiento cristiano.

Meditación:

La conmemoración de todos los santos debe ser para nosotros un día de paz y alegría; Cristo, que el día de su Ascensión regresó a la morada definitiva, no lo hizo solo. Fue el primero de un gran cortejo que por su gracia seguirían todos los santos.

Nosotros también somos miembros de ese honorable cortejo, somos Cuerpo Místico y herederos del tesoro de la Iglesia que es la Comunión de los Santos, a través de la cual queda establecido un vínculo constante y recíproco de amor entre los bienes que reciba cualquier miembro. ¡Cuántas gracias y dones nos alcanzarán los santos mediante su intercesión! ¡cuántos hermanos, algunos de ellos conocidos, y otros en el más absoluto anonimato, profundizaron en Cristo y caminaron junto a Él hacia la Patria! La misma senda que encontraron ellos ante sus pies, la encontramos nosotros en nuestros días, unas veces llana y otras empedrada.

Dispongámonos a emprender este viaje. El Camino es solo uno, Cristo. No necesitamos equipaje, solo unas instrucciones que Él mismo nos entregó allá en la montaña, donde nos subió, una vez más, para mostrarnos el corazón del Evangelio, el programa de vida de todo cristiano: las Bienaventuranzas.

Me pregunto si lo que escucharon los discípulos allá en lo alto del monte, era lo que esperaban oír. Cristo, que ya les había conquistado con sus enseñanzas y sus sanaciones, había despertado en ellos una especie de añoranza, añoranza de felicidad, de dicha, de paz, en definitiva, de Dios. “Jesús, dinos cómo asemejarnos más a ti. ¡Parece que nada te turba! Dinos, ¿dónde está ese Reino del que tanto nos hablas? ¿Cómo podemos encontrarlo? ¿Dónde se halla?”

Los que seguían a Cristo habían experimentado su amor y sentían la inquietud de buscar el Reino de Dios. Nosotros, detengámonos en este punto y preguntémonos: ¿cuánto conozco yo a Jesús? ¿Le sigo de modo que despierte en mí el deseo de buscar el Reino de Cristo? ¿Me maravillan su presencia, sus palabras, sus acciones? Para poder profundizar en las bienaventuranzas hay que subir primero la montaña siguiendo a Cristo. No se escoge un camino ascendente si no es porque realmente, en la cumbre, se espera alcanzar el éxito. Por eso, me imagino la sorpresa de sus discípulos al escuchar las pautas para alcanzar tan deseado éxito, ¡nada que ver con sus expectativas! Y es que el Reino de Cristo no es de este mundo; para hallarlo, tenemos que vencer al mundo. Cristo ya lo ha hecho y es el auténtico Bienaventurado.

Oración:

Gracias, Señor Jesús, porque proclamándolos dichosos, devolviste la dignidad, el Reino y la esperanza a los que el mundo tiene por últimos e infelices: los pobres y los humildes, los que lloran y sufren, los que tienen hambre y sed de fidelidad a Dios, los misericordiosos que saben perdonar a los demás, los que proceden de un corazón limpio y sincero, los que fomentan la paz y desechan la violencia, los perseguidos por servirte a ti y al Evangelio.

Tú eres el primero que realizaste este programa, y tu ejemplo nos anima a seguirte hasta el final. Tú eres nuestra fuerza. ¡Bendito seas por siempre, Señor!

Contemplación:

Catecismo de la Iglesia Católica numeral 1723: “La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo… todo radica en Dios, fuente de todo bien y de todo amor”.

Catecismo de la Iglesia Católica numeral 781: “En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia. Sin embargo, quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación y figura de su alianza nueva y perfecta que iba a realizar Cristo”.

Oración final:

Señor, ayúdame a meditar sobre la vida eterna. Mi humanidad no se siente atraída por las bienaventuranzas. Lo que ofreces es maravilloso, pero los espejismos del mundo fácilmente atrapan mi empeño. Quiero vivir con el espíritu de las bienaventuranzas para transformarme y renovar a mi familia y a mi entorno social, haz que no tenga otra ilusión que la de ser santo.

Propósito:

Hoy en especial, meditaré las bienaventuranzas, camino seguro para el Cielo y pediré a los santos, a todos, que me ayuden a seguir su ejemplo para ofrecer mi vida, sacrificios, alegrías, a Dios.

Hoy en especial, meditaré las bienaventuranzas, camino seguro para el Cielo y pediré a los santos, a todos, que me ayuden a seguir su ejemplo para ofrecer mi vida, sacrificios, alegrías, a Dios.

¿No habremos quedado los peores?

1.- Dicen las estadísticas que va poca gente a misa, al menos en España; que cada vez son menos los que se declaran católicos, que son ya más numerosos los matrimonios civiles que los religiosos. Y si es así, ¿no habremos quedado los peores? Porque, sinceramente, ¿conocéis a alguien que ponga la mejilla izquierda cuando le arrean en la derecha?, ¿o quien dé su abrigo al pobre que tirita de frío? Yo, desde luego que no. Y en mi caso no hago nada de eso. A lo sumo intento huir para que no me den en ninguna mejilla, no vaya a ser que se despierte mi ira y saque un arma aun peor de la “mi enemigo” que, en definitiva, sólo ha empleado su mano.

Bueno, y si intentamos mirar a nuestro alrededor, ya dentro de la iglesia, en la misa doce de un domingo, y buscamos a gente que sepamos a ciencia cierta que responde al idea de las Bienaventuranzas de Jesús, pues no encontramos a nadie. Buscamos la riqueza y admiramos a los ricos y a los poderosos. Y ni siquiera aceptamos ser pobres en el espíritu, porque, en realidad, cuando se tiene el espíritu pobre será imposible ser rico. ¿Y la mansedumbre, la afabilidad? ¿Conocéis a alguien que tenga absolutamente limpio el corazón y no desee nada malo, ni nada de la propiedad de su prójimo? ¿Somos verdaderamente así? ¿Nos pillan las bienaventuranzas tan lejos como una constelación del otro lado del Universo? Pues, probablemente, sí. ¿Y qué hacer? ¿Seguir con la indolencia, la hipocresía, el aislamiento, la insolidaridad? Pues, no. Hoy mismo, aquí, que se han proclamado delante de nosotros las bienaventuranzas, deberíamos reaccionar. ¿Qué no podemos? ¿Qué es muy difícil? Cierto, cierto; pero ahí está Cristo con los brazos abiertos esperando nuestro primer movimiento. Otra cosa es que no hagamos nada, que sigamos quietos y pensando que somos mejores cristianos que el propio Cristo y que esto de las bienaventuranzas son cosas raras que decía un profeta –muy majo, muy querido, muy entrañable—de hace algo más de dos mil años y que eso ya no es de este tiempo. Total, una utopía que está en los libros y no puede salir de ellos.

2.- Si eso fuera así, sería verdad que, en efecto, se han ido muchos de nuestro lado, porque los hemos aburrido o escandalizado ,y han preferido buscar la justicia o la solidaridad en otros lugares. Pero también es cierto –insisto– que Jesús de Nazaret espera en todo momento que cambiemos y que nos esforcemos para, al menos, comenzar a entender algo de las bienaventuranzas. Estamos a un paso de la cuaresma, dentro de poco más de dos días es Miércoles de Ceniza. Y se nos da una nueva oportunidad para cambiar, para ser auténticos seguidores de Cristo. Claro que si se han considerado las bienaventuranzas como el programa de Jesús y seguimos alejados de ellas, poco podremos hacer. Al menos, aquí y ahora deberíamos reconocer que Jesús nos espera con los brazos abiertos y una sonrisa esperando que tomemos, de una vez, una decisión y terminemos con la comodidad, con la inercia, con la vagancia y la adoración “secreta” –o no tan secreta—a todo aquello que es lo contrario a las bienaventuranzas, como son las riquezas, el odio, la violencia contra nuestros hermanos, el mal humor y la capacidad para explotarlos social y económicamente.

3.- Hay mucha gente que cree que las Bienaventuranzas no son de este mundo. Ni el Reino de Dios, tampoco puede existir aquí. Figuraros que una vez, al principio de mi vida como hombre de fe, quise poner a una publicación “El Reino de Dios” y un compañero periodista, muy religioso él, me dijo:

–No, hombre, no. Eso es demasiado clerical.

Me podría haber dicho es muy pretencioso, es muy exagerado, es poco comercial, ¡yo que se!, pero que era clerical. ¿O sea, qué sólo los clérigos deben buscar el Reino de Dios, y sólo ellos deben pensar en las Bienaventuranzas? No claro que no. Es un programa de ahora, moderno, difícil, pero posible. Muchas veces los comentaristas se han dividido respecto a que Bienaventuranzas eras “más posibles”. Y se aceptaban más por algunos las de Mateo, porque, por ejemplo, al decir “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos”, oponiéndose a Lucas que era más radical y decía solamente eso de “Bienaventurados los pobres”, permitía las riquezas. Son ganas de marear y de no asumir la verdad. Ya lo he dicho un poco más arriba. Quien tenga la pobreza en el espíritu, más pronto o más tarde será pobre de verdad, indigente de todas, todas.

4.- Este mundo nuestro tan alejado del amor, de la solidaridad, de la justicia, de la paz, de la verdad, de la sinceridad, de la fraternidad, necesita –ya—de las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret para subsistir y si lo hace sin ellas no será el Reino de Dios, será el reino del otro, del Malo. Si fuéramos capaces –y yo el primero que en esto de las bienaventuranzas me considero el más alejado de todos—de vivir con las bienaventuranzas en nuestro corazón seríamos capaces de cambiar el mundo. Pero no es así. Y ahí estamos “quietos paraos” como dicen los castizos.

Por eso, tal vez, hemos quedado los peores y ya vamos siendo tan pocos. Pero si fuéramos, por un momento, capaces de reconocer nuestras carencias, sin duda Cristo vendría en tromba a ayudarnos. Meditemos hoy mismo, aquí y en nuestra casa, las Bienaventuranzas, las de San Mateo, mismo; que hemos escuchado hace un momento y abramos nuestro corazón a su posibilidad, a su realidad, a pesar de que no sean fáciles. Bienaventurados los humildes porque serán capaces de entender y asumir las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret.

Ángel Gómez Escorial