Comentario – Domingo IV de Tiempo Ordinario

(Mt 5, 1-12)

Aquí se nos presenta a Jesús subiendo al monte para dar su enseñanza sobre el estilo de vida que deben llevar los cristianos. Nos recuerda a Moisés subiendo al monte para recibir la Ley que Dios quería dar a su pueblo. Pero aquí es Jesús mismo el que entrega la ley del evangelio.

Jesús se sienta para enseñar, como todo maestro judío, pero lo hace luego de dirigir su mirada a la gente, mirada que indica su interés por las personas, su misericordia, su atención puesta en las necesidades de su pueblo.

Aunque los discípulos se pusieron cerca de él, Jesús se dirige a toda la multitud que lo seguía, porque se puso a enseñar, luego de haber dirigido su mirada a esa multitud, y no directamente a los discípulos.

Y el estilo de vida que Jesús enseña a la multitud es el de la sencillez, la mansedumbre, la lucha por la paz y la justicia; es la renuncia a los honores mundanos. Queda claro entonces que la felicidad que Jesús propone no es la misma que ofrece el mundo, es de otro nivel.

A diferencia de Lucas, el evangelio de Mateo no se detiene a presentar la queja de Jesús contra los ricos, porque Mateo se dirige a gente pobre, que no tiene bienes a los que podría aferrarse, y entonces los exhorta a la pobreza “de espíritu”, la actitud interior de apoyarse sólo en Dios.

Además, por dirigirse a judíos, el evangelio de Mateo prefiere usar imágenes muy gratas a los judíos. Por eso la propuesta del Reino celestial se presenta como una promesa de poseer la tierra, y esto agradaba mucho a los judíos, que tanto habían sufrido para poder conquistar la tierra prometida.

Oración:

“Jesús, quisiera desear esa felicidad que me ofreces, la felicidad de un corazón pobre, simple, manso, pero capaz de luchar por un mundo de paz y de justicia. Quisiera poder liberarme de mis deseos mundanos, de mis vanidades. Dame tu gracia para lograrlo”.

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día