1.- Dicen las estadísticas que va poca gente a misa, al menos en España; que cada vez son menos los que se declaran católicos, que son ya más numerosos los matrimonios civiles que los religiosos. Y si es así, ¿no habremos quedado los peores? Porque, sinceramente, ¿conocéis a alguien que ponga la mejilla izquierda cuando le arrean en la derecha?, ¿o quien dé su abrigo al pobre que tirita de frío? Yo, desde luego que no. Y en mi caso no hago nada de eso. A lo sumo intento huir para que no me den en ninguna mejilla, no vaya a ser que se despierte mi ira y saque un arma aun peor de la “mi enemigo” que, en definitiva, sólo ha empleado su mano.
Bueno, y si intentamos mirar a nuestro alrededor, ya dentro de la iglesia, en la misa doce de un domingo, y buscamos a gente que sepamos a ciencia cierta que responde al idea de las Bienaventuranzas de Jesús, pues no encontramos a nadie. Buscamos la riqueza y admiramos a los ricos y a los poderosos. Y ni siquiera aceptamos ser pobres en el espíritu, porque, en realidad, cuando se tiene el espíritu pobre será imposible ser rico. ¿Y la mansedumbre, la afabilidad? ¿Conocéis a alguien que tenga absolutamente limpio el corazón y no desee nada malo, ni nada de la propiedad de su prójimo? ¿Somos verdaderamente así? ¿Nos pillan las bienaventuranzas tan lejos como una constelación del otro lado del Universo? Pues, probablemente, sí. ¿Y qué hacer? ¿Seguir con la indolencia, la hipocresía, el aislamiento, la insolidaridad? Pues, no. Hoy mismo, aquí, que se han proclamado delante de nosotros las bienaventuranzas, deberíamos reaccionar. ¿Qué no podemos? ¿Qué es muy difícil? Cierto, cierto; pero ahí está Cristo con los brazos abiertos esperando nuestro primer movimiento. Otra cosa es que no hagamos nada, que sigamos quietos y pensando que somos mejores cristianos que el propio Cristo y que esto de las bienaventuranzas son cosas raras que decía un profeta –muy majo, muy querido, muy entrañable—de hace algo más de dos mil años y que eso ya no es de este tiempo. Total, una utopía que está en los libros y no puede salir de ellos.
2.- Si eso fuera así, sería verdad que, en efecto, se han ido muchos de nuestro lado, porque los hemos aburrido o escandalizado ,y han preferido buscar la justicia o la solidaridad en otros lugares. Pero también es cierto –insisto– que Jesús de Nazaret espera en todo momento que cambiemos y que nos esforcemos para, al menos, comenzar a entender algo de las bienaventuranzas. Estamos a un paso de la cuaresma, dentro de poco más de dos días es Miércoles de Ceniza. Y se nos da una nueva oportunidad para cambiar, para ser auténticos seguidores de Cristo. Claro que si se han considerado las bienaventuranzas como el programa de Jesús y seguimos alejados de ellas, poco podremos hacer. Al menos, aquí y ahora deberíamos reconocer que Jesús nos espera con los brazos abiertos y una sonrisa esperando que tomemos, de una vez, una decisión y terminemos con la comodidad, con la inercia, con la vagancia y la adoración “secreta” –o no tan secreta—a todo aquello que es lo contrario a las bienaventuranzas, como son las riquezas, el odio, la violencia contra nuestros hermanos, el mal humor y la capacidad para explotarlos social y económicamente.
3.- Hay mucha gente que cree que las Bienaventuranzas no son de este mundo. Ni el Reino de Dios, tampoco puede existir aquí. Figuraros que una vez, al principio de mi vida como hombre de fe, quise poner a una publicación “El Reino de Dios” y un compañero periodista, muy religioso él, me dijo:
–No, hombre, no. Eso es demasiado clerical.
Me podría haber dicho es muy pretencioso, es muy exagerado, es poco comercial, ¡yo que se!, pero que era clerical. ¿O sea, qué sólo los clérigos deben buscar el Reino de Dios, y sólo ellos deben pensar en las Bienaventuranzas? No claro que no. Es un programa de ahora, moderno, difícil, pero posible. Muchas veces los comentaristas se han dividido respecto a que Bienaventuranzas eras “más posibles”. Y se aceptaban más por algunos las de Mateo, porque, por ejemplo, al decir “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos”, oponiéndose a Lucas que era más radical y decía solamente eso de “Bienaventurados los pobres”, permitía las riquezas. Son ganas de marear y de no asumir la verdad. Ya lo he dicho un poco más arriba. Quien tenga la pobreza en el espíritu, más pronto o más tarde será pobre de verdad, indigente de todas, todas.
4.- Este mundo nuestro tan alejado del amor, de la solidaridad, de la justicia, de la paz, de la verdad, de la sinceridad, de la fraternidad, necesita –ya—de las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret para subsistir y si lo hace sin ellas no será el Reino de Dios, será el reino del otro, del Malo. Si fuéramos capaces –y yo el primero que en esto de las bienaventuranzas me considero el más alejado de todos—de vivir con las bienaventuranzas en nuestro corazón seríamos capaces de cambiar el mundo. Pero no es así. Y ahí estamos “quietos paraos” como dicen los castizos.
Por eso, tal vez, hemos quedado los peores y ya vamos siendo tan pocos. Pero si fuéramos, por un momento, capaces de reconocer nuestras carencias, sin duda Cristo vendría en tromba a ayudarnos. Meditemos hoy mismo, aquí y en nuestra casa, las Bienaventuranzas, las de San Mateo, mismo; que hemos escuchado hace un momento y abramos nuestro corazón a su posibilidad, a su realidad, a pesar de que no sean fáciles. Bienaventurados los humildes porque serán capaces de entender y asumir las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret.
Ángel Gómez Escorial