1Cor 2,1-5 (2ª lectura Domingo V de Tiempo Ordinario)

Pablo repite con frecuencia en sus cartas que se siente un embajador de Cristo pero envuelto en flaquezas. Dejemos que hoy Pablo mismo haga el comentario a este fragmento. A esta misma comunidad, pero más adelante y después de graves tensiones y crisis entre la comunidad y él, escribe: Al parecer, a nosotros los apóstoles, Dios nos ha destinado al último lugar, como condenados a muerte; nos ha convertido en espectáculo para el mundo, tanto para los ángeles como para los hombres. Así que nosotros somos unos necios por Cristo, y vosotros sabios en Cristo; nosotros débiles, vosotros fuertes; vosotros llenos de gloria, nosotros despreciados. Hasta el presente no hemos padecido más que hambre, sed, desnudez y malos tratos… nos insultan y nosotros bendecimos; nos persiguen y lo soportamos; nos difaman y respondemos con bondad. Nos hemos convertido en la basura del mundo, como el deshecho de todos hasta ahora. No os escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros como a hijos míos muy queridos (1Cor 4,9.14). Y en la Segunda Carta, después de narrar todas las dolorosas aventuras o desventuras que le acarreó su ministerio pastoral concluye: “Pablo, te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad. Gustosamente, pues, seguiré presumiendo de mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Y me complazco en soportar por Cristo flaquezas, oprobios,, necesidades, persecuciones y angustias, porque cuando me siento débil, entonces es cuando soy fuerte (2Cor 12,9-10). El garante definitivo que da la fuerza necesaria y el arrojo valiente del apóstol para seguir anunciando el Evangelio hasta el final es el Espíritu Santo.

Fray Gerardo Sánchez Mielgo

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