Este fragmento tiene tres partes íntimamente entrelazadas: solemne declaración; contenido de la misma; su motivación. Llama la atención y sobrecoge la expresión con que abre esta sección el profeta: Esto dice el Señor. No se trata de una opinión personal por muy válida que pudiera ser. Es una declaración solemne de la voluntad de Dios que no admite apelación, sino que espera ser acogida y puesta en práctica. Esta forma tajante está justificada por la importancia del mensaje que se va a transmitir. Todo el conjunto de la obra isaiana muestra una especial predilección por los pobres, desheredados y desposeídos. En general los profetas censuran al pueblo de Dios que centren demasiados esfuerzos y atención en un culto sin alma y sin vida. Dios se siente mejor atendido cuando lo es en sus criaturas, que son imágenes suyas. Con recursos literarios vivos y muy pedagógicos el profeta advierte dónde busca el Señor a sus criaturas. La religión que predicaban los profetas era concreta y aterrizaba a la realidad cotidiana y a las situaciones sociales reales. Todos los hombres coincidimos en la misma naturaleza. Este sería el sentido de la frase “no te cierres a tu propia carne”; los hebreos para decir que alguien pertenece a la misma familia utilizan una doble expresión: “tú eres de mi carne y sangre” o “eres hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne”. Cualquier miembro del pueblo de Dios forma parte integrante de una misma familia con las consiguientes urgencias, obligaciones y privilegios. El realismo de la expresión desborda cualquier cálculo o disquisición. Ese que está en medio de ti y carece de todo es, en cierto modo, otro tú mismo. Y el profeta insiste que la paz es un fruto preciado de la justicia y del amor sincero y operante entre los hombres. Una invitación válida para el hombre de hoy en todas sus situaciones. En medio del vértigo de vacío que padece, con frecuencia, el corazón de los hombres de nuestro tiempo, esta palabra del profeta alienta la esperanza y da sentido humanizador a nuestras vidas.
Fray Gerardo Sánchez Mielgo