Santa Jacinta Mariscotti

Cerca de Viterbo, en Vignanello (Italia), en el año 1585 nació Clara Mariscotti (después conocida por Jacinta, nombre que significa «flor y piedra preciosa»). En 1594 su hermana Ginebra ingresó en el convento de terciarias franciscanas de san Bernardino de Viterbo, y allí fue enviada Clara para que se educase.

Hermosa, rica, de elevada prosapia, le atraía la vida mundana lo cual hizo que al cabo de un tiempo abandonara el monasterio y regresara al hogar. Llevó una vida de placeres, reuniones y fiestas pero una serie de contrariedades que la entristecieron la hicieron volver al convento donde tomó el nombre de sor Jacinta. Tenía entonces veinte años de edad.

Durante diez años siguió desdeñando todo lo que fuera religioso. Le gustaba arreglar su celda y adornarla, y no compartía la vida austera de las monjas. La vocación no afloraba.

En 1625, su espíritu experimentó un vuelco total. Una grave enfermedad la llevó a reflexionar sobre la vanidad y frivolidad de su pasado y comprendió la poca atención que había dado hasta entonces a su alma. Sintió la necesidad de una confesión general. Y así, arrepentida, entró en un mundo nuevo.

Sus costumbres cambiaron. Vistió un rústico sayal y se presentó en el refectorio donde estaban las otras religiosas; allí lloró y pidió perdón. La virtud que más sobresale en Jacinta es la humildad, llevada a los mayores extremos.

Realizó numerosas conversiones. La más notable fue la de Francisco Pacini, hombre adinerado y gran pecador. Por intercesión de Jacinta se convirtió en ermitaño y más adelante se hizo su principal colaborador en la fundación de las dos cofradías que la santa realizó.

La «Compagnia dei Sacconi» (o cofradía de los encapuchados de Viterbo) fue la primera que fundó, en 1636, dedicada al cuidado de los enfermos.

En 1638, la congregación de los oblatos de María, con sede en la iglesia de San Nicolás, en Ascarano, donde recibió en donación un hospicio que los oblatos habían edificado, para ancianos e inválidos, en 1611.

Siguieron numerosas conversiones y muchísimos jóvenes quisieron ingresar al noviciado. Reformó conventos y organizó reuniones piadosas. A su pedido, una duquesa, Camila Savelli, fundó dos monasterios de clarisas, uno en Farnesio y otro en Roma.

Jacinta erigió en el monasterio siete capillas y diariamente, por la noche, las recorría, para orar a la Virgen y a los santos. Tenía predilección por el arcángel san Miguel, protector y defensor de la Iglesia, a quien frecuentemente oraba y solicitaba ayuda. Pero su mayor fervor era hacia la Virgen María y durante el sacrificio de la Misa veíase su cara surcada por las lágrimas.

Dios le dio el don de profecía y de milagros. Consumida por las penitencias que se impuso y los esfuerzos realizados, falleció el 30 de enero de 1640, en Viterbo.