Lectio Divina – Martes IV de Tiempo Ordinario

Jesús sana a una mujer enferma y resucita a la hija de Jairo

Invocación al Espíritu Santo:

Oh, Espíritu Santo, Amor del Padre, y del Hijo, inspírame siempre lo que debo pensar, lo que debo decir, cómo debo decirlo, lo que debo callar, cómo debo actuar, lo que debo hacer, para gloria de Dios, bien de las almas y mi propia Santificación. Espíritu Santo, dame agudeza para entender, capacidad para retener, método y facultad para aprender, sutileza para interpretar, gracia y eficacia para hablar. Dame acierto al empezar dirección al progresar y perfección al acabar. Amén.

Marcos capítulo 5, versículos 21 al 43:

Cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se quedó en la orilla y ahí se le reunió mucha gente. Entonces se acercó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y le suplicaba con insistencia: “Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva”. Jesús se fue con él, y mucha gente lo seguía y lo apretujaba.

Entre la gente había una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y había gastado en eso toda su fortuna, pero en vez de mejorar, había empeorado. Oyó hablar de Jesús, vino y se le acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, se curaría. Inmediatamente se le secó la fuente de su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba curada.

Jesús notó al instante que una fuerza curativa había salido de él, se volvió hacia la gente y les preguntó: “¿Quién ha tocado mi manto?” Sus discípulos le contestaron: “Estás viendo cómo te empuja la gente y todavía preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’“. Pero él seguía mirando alrededor, para descubrir quién había sido. Entonces se acercó la mujer, asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado; se postró a sus pies y le confesó la verdad. Jesús la tranquilizó, diciendo: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad”. Todavía estaba hablando Jesús, cuando unos criados llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle a éste: “Ya se murió tu hija. ¿Para qué sigues molestando al Maestro?” Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: “No temas, basta que tengas fe”. No permitió que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús el alboroto de la gente y oyó los llantos y los alaridos que daban. Entró y les dijo: “¿Qué significa tanto llanto y alboroto? La niña no está muerta, está dormida”. Y se reían de él.

Entonces Jesús echó fuera a la gente, y con los padres de la niña y sus acompañantes, entró a donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo: “¡Talitá, kum!”, que significa: “¡Óyeme, niña, levántate!” La niña, que tenía doce años, se levantó inmediatamente y se puso a caminar. Todos se quedaron asombrados. Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie y les mandó que le dieran de comer a la niña.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda)

Indicaciones para la lectura:

Jesús se inclina ante el sufrimiento humano y cura el cuerpo; y el espiritual: Jesús vino a sanar el corazón del hombre, a dar la salvación y pide fe en él. En el primer episodio, ante la noticia de que la hija de Jairo había muerto, Jesús le dice al jefe de la sinagoga: “No temas; basta que tengas fe”, lo lleva con él donde estaba la niña y exclama: “Contigo hablo, niña, levántate”. Y esta se levantó y se puso a caminar. San Jerónimo comenta estas palabras, subrayando el poder salvífico de Jesús: “Niña, levántate por mí: no por mérito tuyo, sino por mi gracia. Por tanto, levántate por mí: el hecho de haber sido curada no depende de tus virtudes”

Meditación:

Vemos a un hombre y una mujer postrados a los pies de Jesús. Se acercan a Él. Saben que puede solucionar su problema, satisfacer sus deseos. Jairo anhela que su hija no muera. “Mi hija está enferma. Ven a imponerle las manos para que se salve y viva”. La mujer quiere verse curada de su enfermedad. “Si sólo tocara su vestido, quedaré sana”. Cuando Cristo descubre su fe, no se puede resistir. “La niña no ha muerto, está dormida… Levántate”. “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y que se cure tu mal”.

Qué grande es el hombre cuando, consciente de su pequeñez y de su indigencia, sabe buscar lo que necesita en Aquel que es verdaderamente grande. El corazón del mismo Dios se conmueve al ver la actitud de sus hijos que acuden a Él como verdadero Padre. El que ama y se sabe amado, no tiene miedo de pedir y no se reserva nada cuando se trata de dar.

Pidamos, pero no como quien cree merecerlo todo. Pidamos conscientes de que Dios nos ama, aunque no lo merezcamos. Aún más, nos ama en nuestra debilidad, que nos acerca a Él. Y así como le pedimos, sepamos ofrecerle el homenaje de nuestra fe y nuestra confianza total. No dudemos de su amor, que quiere darnos todo lo que realmente necesitamos, quiere curarnos de nuestra enfermedad, quiere darnos la verdadera vida.

El evangelio de hoy nos presenta a dos enfermos que acuden al médico para pedir que los cure de su verdadera enfermedad. Si ellos fueron curados, ¿qué necesitamos nosotros para lograr nuestra curación?
Primero de todo saber qué me pasa, qué me duele, qué molestia siento pues siempre tenemos alguna molestia. Podemos padecer el cáncer de la inmoralidad o la pulmonía del enfado que nos hace reñir con todo mundo. Una vez localizado nuestro mal lo siguiente es acudir al doctor, a la Iglesia, al sacerdote, para que sane la dolencia del alma.

Cristo curó a estos dos enfermos, pero Él decidió el momento. Sólo necesitó de su arrepentimiento sincero y de su sinceridad de corazón. ¿No nos estará pidiendo Cristo lo mismo a nosotros? Pues estemos seguro de que si tomamos la actitud de estos dos enfermos con seguridad seremos curados. Cristo jamás se deja ganar en generosidad. Si le damos uno Él nos dará el doble, según nuestra necesidad.

Oración:

Señor, gracias por todo lo que me estás dando. Me doy cuenta de que en la situación actual soy una bendición de Dios, un gran tesoro para mi familia y amistades, y que estoy contribuyendo a sacar adelante a la Iglesia en todo el mundo.

Haz que sepa “completar en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, a favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Colosenses capítulo 1, versículo 24). Que sea consciente de esta riqueza inmensa, extraordinaria, sobrenatural que me da un poder divino, si lo uno al dolor de Jesús en la Cruz, y que es una gran aportación en la lucha por la victoria del bien sobre las fuerzas del mal, que de forma implacable asedian a la Humanidad. Amén.

Contemplación:

Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (confrontar Juan capítulo5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (confrontar Juan capítulo 10, versículo 38). Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe (confrontar Marcos capítulo 5, versículos 25 al 34; y capítulo 10, versículo 52). Por tanto, los milagros fortalecen la fe en aquel que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (confrontar Juan capítulo 10, versículos 31 al 38). Pero también pueden ser “ocasión de escándalo” (Mateo capítulo 11, versículo 6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (confrontar Juan capítulo 11, versículos 47 al 48); incluso se le acusa de obrar movido por los demonios (confrontar Marcos capítulo 3, versículo 22) (Catecismo de la Iglesia católica numeral 548).

Oración final:

Jesús, mi corazón, y el de mis hermanos, está siempre sediento de tu amor. Ayúdame a buscarte siempre en la Eucaristía.

Propósito:

Pedir la fe todos los días, para mover el corazón de Jesús, que espera de nosotros que le pidamos lo que más necesitamos. Si se lo pedimos con fe, entonces Él con más gusto nos la dará.

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Homilía – Martes IV de Tiempo Ordinario

La mujer que nos presenta este pasaje del Evangelio, debido a su enfermedad, era considerada «impura» en la mentalidad de los judíos (Lev 15,19) y contaminaba a todo el que tocara. Por eso las leyes sobre la «pureza» le prohibían mezclarse con el gentío. Pero su fe la lleva a violar algo más sagrado todavía; los flecos del manto eran un recuerdo de Dios y de su ley, y tocarlos estando «impura» era un sacrilegio. Pero Jesús le dice: Tu fe te ha salvado.

Muchas personas que se creen instruidas y formadas, miran con desprecio actitudes similares a esta, que son otras tantas expresiones de la «religiosidad popular». Pero Jesús no juzga por las apariencias; vio el gesto de la mujer y la fe que la animaba: «Padre, te doy gracias porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25). Y nosotros podemos hoy preguntarnos: ¿A qué se debe el milagro? ¿Lo produce la fe del que pide, o es Cristo quien lo realiza?

La mayoría de las curaciones que cuenta el Evangelio no se parecen a las que hace un curandero. Está claro que los que venían a Jesús tenían la convicción íntima de que Dios les reservaba algo bueno por medio de él, y esta fe los disponía para recibir la gracia de Dios en su cuerpo y en su alma. Pero en la presente página se destaca el poder de Cristo: Jesús se dio cuenta de que un poder había salido de él, y el papel de la fe: Tu fe te ha salvado.

Jesús dice «te ha salvado», y no «te ha sanado», pues esta fe y el consiguiente milagro habían revelado a la mujer el amor con que Dios la amaba.

Nos cuesta a veces creer, con nuestra inteligencia moderna e ilustrada, que el milagro es posible. Olvidamos que Dios está presente en el corazón mismo de la existencia humana y que nada le es ajeno en nuestra vida. Alguien dirá: Si Dios hace milagros, ¿por qué no sanó a tal o cual persona, o por qué no respondió a mi plegaria? Pero, ¿quiénes somos nosotros, para pedir cuentas a Dios?

Dios actúa cuando quiere y como quiere, pero siempre con una sabiduría y un amor que nos supera infinitamente. ¡Los padres tampoco dan a sus hijos todo lo que les piden…! Jamás el Señor nos negará nada que le pidamos y que sea bueno para nuestra salvación.

Vamos a pedir hoy al Señor que se incremente en nosotros la fe. Que creamos verdaderamente que Él todo lo puede, y que nuestra vida sea coherente con esa fe, en un constante depositar nuestra confianza en Jesús.

Comentario – Martes IV de Tiempo Ordinario

Marcos 5, 21-43

a) En la página evangélica de hoy se nos cuentan dos milagros de Jesús intercalados el uno en el otro: cuando va camino de la casa de Jairo a sanar a su hija -que mientras tanto ya ha muerto- cura a la mujer que padece flujos de sangre. Son dos escenas muy expresivas del poder salvador de Jesús. Ha llegado el Reino prometido. Está ya actuando la fuerza de Dios, que a la vez se encuentra con la fe que tienen estas personas en Jesús.

El jefe de la sinagoga le pide que cure a su hija. En efecto, la cogió de la mano y la resucitó, ante el asombro de todos. La escena termina con un detalle bien humano: «y les dijo que dieran de comer a la niña». 

La mujer enferma no se atreve a pedir: se acerca disimuladamente y le toca el borde del manto. Jesús «notó que había salido fuerza de él» y luego dirigió unas palabras amables a la mujer a la que acababa de curar. 

En las dos ocasiones Jesús apela a la fe, no quiere que las curaciones se consideren como algo mágico: «hija, tu fe te ha curado», «no temas, basta que tengas fe». 

b) Jesús, el Señor, sigue curando y resucitando. Como entonces, en tierras de Palestina, sigue enfrentándose ahora con dos realidades importantes: la enfermedad y la muerte. 

Lo hace a través de la Iglesia y sus sacramentos. El Catecismo de la Iglesia, inspirándose en esta escena evangélica, presenta los sacramentos «como fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante»: el Bautismo o la Reconciliación o la Unción de enfermos son fuerzas que emanan para nosotros del Señor Resucitado que está presente en ellos a través del ministerio de la Iglesia. Son también acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia y «las obras maestras de Dios en la nueva y eterna Alianza» (CEC 1116). 

Todo dependerá de si tenemos fe. La acción salvadora de Cristo está siempre en acto. 

Pero no actúa mágica o automáticamente. También a nosotros nos dice: «No temas, basta que tengas fe». Tal vez nos falta esta fe de Jairo o de la mujer enferma para acercarnos a Jesús y pedirle humilde y confiadamente que nos cure. 

Ante las dos realidades que tanto nos preocupan, la Iglesia debe anunciar la respuesta positiva de Cristo. La enfermedad, como experiencia de debilidad. y la muerte, como el gran interrogante, tienen en Cristo, no una solución del enigma, pero sí un sentido profundo. Dios nos tiene destinados a la salud y a la vida. Eso se nos ha revelado en Cristo Jesús. Y sigue en pie la promesa de Jesús, sobre todo para los que celebramos su Eucaristía: «El que cree en mí, aunque muera, vivirá; el que me come tiene vida eterna». 

Para la pastoral de los sacramentos puede ser útil recordar el proceso de la buena mujer que se acerca a Jesús. Ella, que por padecer flujos de sangre es considerada «impura» y está marginada por la sociedad, sólo quiere una cosa: poder tocar el manto de Jesús. ¿Es una actitud en que mezcla su fe con un poco de superstición? Pero Jesús no la rechaza porque esté mal preparada. Convierte el gesto en un encuentro humano y personal, la atiende a pesar de que todos la consideran «impura» y le concede su curación.

Los sacerdotes, y también los laicos que actúan como equipos animadores de la vida sacramental de la comunidad cristiana, tendrían que aprender esta actitud de Jesús Buen Pastor, que con amable acogida y pedagogía evangelizadora, ayuda a todos a encontrarse con la salvación de Dios, estén o no al principio bien preparados. 

«Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos» (1ª lectura, I) 

«Tú nos ofreces el ejemplo de su vida, para que, animados por su presencia alentadora, luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos como ellos la corona de la gloria que no se marchita» (prefacio de Santos) 

«Jesús soportó la cruz y ahora está sentado a la derecha del Padre» (1ª lectura, I) 

«Alegra el alma de tu siervo, que a ti te estoy llamando todo el día» (salmo, II) 

«Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan» (salmo, II)11 

«Hija, tu fe te ha curado, vete en paz y con salud» (evangelio)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 4

Música – Domingo IV de Tiempo Ordinario

Entrada: Reunidos en el nombre del Señor. CLN ; El Señor nos llama CLN 5; Toda la  Tierra te adore CLN A-16  (Apendice: Dies Domini 2)
En latin: Venite adoremus (Canto Gregoriano)
Salmo y Aleluya: El Justo brilla en  las tinieblas…  (Propio)
Ofertorio: Señor te ofrecemos (Cantos varios)
Comunión: Gustad y ved. (Cantos varios).Como el ciervo (Cantos varios); Beberemos la copa de Cristo CLN 010
Final: Cantad al Señor CLN 756  

Oración de los fieles – Domingo V de Tiempo Ordinario

Estamos llamados a ser luz del mundo. Una luz que refleje la única Luz. Pidamos al Padre que nos haga dóciles a su voz para así llevemos su Luz a los demás hombres:

SEÑOR, QUE TU LUZ NOS ILUMINE.

1.- Por el Papa, los obispos, sacerdotes y laicos, para que nuestra vida sea conforme a los testigos de la Luz y así el mundo crea en Cristo verdadera Luz del mundo. OREMOS

2.- Por los que ostentan el poder político y económico para que todo su esfuerzo sea en beneficio de los más necesitados. OREMOS

3.- Por todos los que andan a oscuras para que brille para ellos la luz de Cristo a través de su Iglesia. OREMOS

4.- Por los enfermos y necesitados para que Dios inspire en su Iglesia hombres y mujeres dispuestos a llevar a Cristo a todos ellos. OREMOS

5.- Por los niños no nacidos para que puedan ver la luz y siguiendo las enseñanzas de la Iglesia descubran a Cristo Luz y guía hacia el Padre. OREMOS

6.- Por todos nosotros que hemos sido llamados a ser luz en este mundo por aquel que es la Luz para que seamos dóciles y dejemos a Cristo ser luz en nosotros. OREMOS

Padre, acoge con generosidad estas súplicas que desde la humildad tu pueblo te presenta.

Te lo pedimos por tu Hijo Jesucristo Nuestro Señor.

Amen


Oremos a Dios Padre que es luz y amor y pidámosle por la felicidad de todos los hombres y mujeres de la tierra. Respondemos

DANOS, PADRE, TU LUZ

1.- Por el Papa, los obispos, sacerdotes y diáconos para que iluminen con su caridad un mundo oscuro por el desamor y el pecado. OREMOS

2.- Por todos los laicos comprometidos, que sean sal del mundo y ayuden a que todos los hermanos nos amemos. OREMOS

3.- Por los gobernantes de todas las naciones, para que su gestión, traiga la paz, la fraternidad y el justo reparto de las riquezas. OREMOS

4.- Por todas las naciones afectadas por intensamente por las guerras, el terrorismo, la violencia… para que la paz les llegue cuanto antes. OREMOS

5.- Por los enfermos, de alma y cuerpo, por los pobres, los marginados, los presos y los tristes, para que reciban el aliento del Espíritu Santo y nuestra ayuda moral y material. OREMOS

6.- Por nosotros, presentes en esta Eucaristía, para que recibamos la gracia que Dios nos ofrece y seamos capaces de ser sal y luz de un mundo que sufre. OREMOS

Escucha Padre de bondad, las súplicas que con fe te dirigimos

Por Jesucristo Nuestro Señor

Amen.

Comentario al evangelio – Martes IV de Tiempo Ordinario

El evangelio de hoy debe sobrecogernos si somos capaces de no perdernos en lo anecdótico.

Alrededor de Jesús surge la vida, la muerte es vencida y los sin-esperanza renacen. Jesús aparece ante nosotros como el único médico capaz de dar al ser humano su genuina dignidad, la paz autentica, la vida verdadera.

Ojalá los cristianos supiéramos de verdad celebrar la vida, es decir, esperar contra toda esperanza que la VIDA es más fuerte que la muerte. Esta aparece siempre más poderosa, porque la violencia, el caos,… son su rostro, y el amor ¡parece tan débil!. Sobre todo hoy que vivimos en un mundo que al mismo tiempo que exalta y defiende la vida, la juventud, la diversión, el ocio… inventa nuevas formas de muerte.

Celebremos la vida nueva que surgió de la muerte de Jesús, aquí debemos aprender a leer el misterio de la vida, tan cercano siempre a la muerte. Pues la vida está ligada esencialmente al amor, y ¿en que consiste amar sino en dar la vida libremente hasta la muerte?

El odio, el egoísmo, la insolidaridad, la injusticia, la pasividad engendran muerte. Quién lucha contra las formas de muerte, crea y comunica vida. Quién arriesga su vida y corre la carrera que le toca, sin retirarse, cansarse, desanimarse; quien da su vida por amor hace posible la esperanza y la vida de los otros. Sólo el amor crea vida y la devuelve a quien la ha perdido.

Ciudad Redonda

Meditación – Martes IV de Tiempo Ordinario

Hoy es martes IV de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 5, 21-43):

Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva.» Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.

Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: «Con sólo tocar su manto quedaré curada.» Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.»

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: «¿Quién tocó mi manto?»

Sus discípulos le dijeron: «¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?» Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.

Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a los pies y le confesó toda la verdad.

Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad.»

Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?» Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas.» Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga.

Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme.» Y se burlaban de él.

Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!» En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.

En este pasaje nos dice San Marcos que a Jesús le seguía mucha gente. La multitud le seguía porque escuchaban sus palabras, que eran palabras de vida y vida eterna.

Lo siguen personas de toda clase y condición. Hoy nos presenta Marcos a este personaje llamado Jairo, Jefe de la Sinagoga, tiene una hija enferma y quiere decírselo a Jesús, ¿cómo?: se acercó, se postró y lleno de fe le dijo, mi niña está en las últimas; “ven pon la mano sobre ella para que se cure y viva”. Jesús se marchó con él.

La intención del Evangelista Marcos era indicar que Jesús es el verdadero Mesías.

Había entre la muchedumbre una mujer que sufría flujos de sangre hacía doce años, ningún médico le había curado. Oyó hablar de Jesús y se dijo, si logro tocar el manto de Jesús curaré; se acercó a él y le tocó el manto con gran fe y quedo curada; Jesús dijo ¿”quién me ha tocado”?, y al verla le dijo: “tu fe te ha curado, vete en paz y con salud”

Así le pasó al Jefe de la Sinagoga cuando le dijeron que no molestara más al Maestro, su hija había muerto, el Señor le dijo, “No temas; basta que tengas fe.”  Jairo ya tenía fe cuando pensó en ver a Jesús, pero ahora le aumentó al decirle Jesús que le bastaba tener fe, y así fue, la fe del padre curó a la niña.

¿Nosotros tenemos fe y hacemos uso de ella en nuestra vida cuando surgen desgracias y problemas en nuestro caminar de cada día?  

Dominicas de Daroca

Liturgia – San Juan Bosco

SAN JUAN BOSCO, presbítero, memoria obligatoria

Misa de la memoria (blanco)

Misal: 1ª oración propia y el resto del común de pastores (para un pastor) o de santos (para educadores), o de un domingo del Tiempo Ordinario. Prefacio común o de la memoria.

Leccionario: Vol. III-impar

  • Heb 12, 1-4. Corramos, con constancia, en la carrera que nos toca.
  • Sal 21. Te alabarán, Señor, los que te buscan.
  • Mc 5, 21-43. Contigo hablo, niña, levántate.

O bien: cf. vol. IV


Antífona de entrada Cf. Lc 4, 18
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón.

Monición de entrada y acto penitencial
En Turín, Italia, siendo sacerdote, dedicó toda su vida a los jóvenes del pueblo, aunque sus aspiraciones se extendieron más allá de esa región italiana. Fundó la congregación de los salesianos y la de María Auxiliadora, que se pondrían al servicio de la juventud del mundo entero (1815-1888).

Yo confieso…

Oración colecta
OH Dios,
que has suscitado en san Juan Bosco, presbítero,
un padre y un maestro para los jóvenes,
concédenos que, encendidos en su mismo fuego de caridad,
podamos ganar almas para ti y solo a ti servirte.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Reflexión
Una mujer que sufre desde hace tiempo molestas hemorragias y una niña que acaba de morir, son restituidas por Jesús a la salud y a la vida. En el primero de los casos tiene eficacia el simple “contacto directo” y hasta ingenioso de la interesada. En el segundo caso, en cambio, se requiere la “intercesión” humilde e insistente, interpuesta por el afligido padre. Estamos ante dos milagros hermanados por un tema común: la portentosa y eficaz intervención de Jesús. Ella está condicionada, con todo, a la fe de aquellos que recurren a Él.

Oración de los fieles
Dirijamos ahora nuestras peticiones a Dios Padre, pidiéndole tener nosotros los mismos sentimientos de compasión y misericordia que su Hijo Jesucristo.

1.- Para que demos constantemente gracias al Señor,  porque haber encontrado a Jesús, el Mesías y nuestro Salvador, roguemos al Señor.

2.- Para que muchos, alrededor del mundo reconozcan y acojan a Jesús como quien da sentido de sus vidas, roguemos al Señor.

3.- Para que, por el modo como vivimos, los otros reconozcan y acojan en fe a Jesucristo, roguemos al Señor.

Dios todopoderoso y eterno, que has enviado al mundo a tu Hijo para liberarnos del poder del demonio, escucha las oraciones que te dirigimos y concédenos acogerte y tenerte siempre a nuestro lado. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
DIOS, todopoderoso,
humildemente imploramos de tu Divina Majestad que,
así como estos dones ofrecidos en honor de san Juan Bosco
manifiesta la gloria de tu poder divino,
del mismo modo nos alcancen el fruto e tu salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Mt 28, 20
Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos, dice el Señor.

Oración después de la comunión
DIOS todopoderoso,
que este sagrado banquete nos ayude
a manifestar con el corazón y las obras
el amor fraterno y la luz de la verdad,
siguiendo el ejemplo de san Juan Bosco.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

San Juan Bosco

Es el santo de la juventud, el santo de los obreros, el santo de la alegría, el santo de Ma. Auxiliadora.

Nació en el año de 1815 en Becchi-Piamonte (Italia), de padres humildes pero muy buenos cristianos. De su santa madre recibió una profunda educación cristiana y un gran amor a la Virgen María junto con un gran respeto hacia los Sacerdotes. Ambas cosas quedaron profundamente impresas en su alma.

Desde niño demostró estar en posesión de cualidades nada comunes en todos los sentidos: era simpático, agudo, inteligente, trabajador. De pequeño, después de joven, pero sobre todo de Sacerdote, trabajará tanto que parece imposible cómo en sólo 72 años de vida pudo realizar tantas y tan importantes obras.

Cuando vistió el hábito clerical le amonestó aquella santa mujer que fue su madre: «Puedes imaginarte, hijo mío, la gran alegría que embarga mi corazón, pero, por favor, no deshonres nunca este hábito. Sería mejor que lo abandonaras. Cuando viniste al mundo te consagré por entero a la Virgen María; cuando comenzaste los estudios te recomendé la tierna devoción hacia ella; ahora te encarezco que seas todo de ella… si llegas a ser sacerdote, recomienda y propaga siempre su devoción…»

Tenía muchos SUEÑOS y todos ellos muy famosos y se cumplían. Se ordenó Sacerdote en 1841 y desde entonces no paró hasta dar cobijo y digna educación a tantos niños que veía abandonados por las calles. El rezo de un Ave María hizo el milagro y fue el primer eslabón de esta maravillosa cadena de sus ORATORIOS. Centenares, millares de niños abandonados encontraron calor, educación, comida, vestido y cobijo cariñoso como en su propia casa.

Mamá Margarita y su hijo se desvivían por ayudar a aquellos rapaces que el día de mañana serían buenos padres cristianos. Dos eran las armas de que se servía, sobre todo, Don Bosco, para formarles: LA EUCARISTIA Y LA PENITENCIA. Estos dos sacramentos obraban maravillas en aquellos jóvenes. Obraba milagros, pero siempre atribuía el mérito a la VIRGEN AUXILIADORA. Para continuar su OBRA en 1857 San Juan Bosco fundó los «Salesianos» y poco después las «Hijas de María Auxiliadora». Antes de que muera verá su obra extendida por varias naciones del mundo.. Muere el 31 de enero de l888.

* Sigamos uno de sus últimos consejos: «Propagada la devoción a Jesús Sacramentado y a María Auxiliadora y veréis lo que son los milagros.»