Buenas obras que se convierten en luz

1.- La “sal” y la “luz” son dos imágenes muy claras de lo que Jesús quiere ayudarnos a vivir como discípulos. Estas dos parábolas son continuación del mensaje de las bienaventuranzas que escuchábamos la semana pasada. Digamos que son un efecto de acoger ese mensaje de felicidad que Jesús nos propone. Nos convertimos en discípulos, somos fermento de una humanidad nueva y mejorada. Ponemos el “buen sabor” y la “luz” de Jesús en nuestros actos de cada día. En definitiva, vivimos el amor de Jesús y al estilo de Jesús.

A los niños de la catequesis que van a hacer la primera Comunión este año les hemos regalado un tarro de sal en el día que han hecho la renovación de sus promesas bautismales, como símbolo de ese “buen sabor” de Jesús que ellos se comprometen a poner, desde su pequeña madurez, en todo lo que hagan. Nosotros, como adultos, cada vez que rezamos el Credo también renovamos nuestra fe, y asumimos el mismo compromiso que estos niños, pero con un nivel de madurez mayor, o por lo menos eso se supone.

2.- ¿Cómo ser sal y luz en los tiempos que corren? Creo que si estamos más atentos a la Palabra de Dios descubriremos muchas pistas para ello. Por ejemplo, hoy la primera lectura del profeta Isaías es un ejemplo muy claro. Habla Isaías de “parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo… sacia el estómago del indigente”. Estos gestos de amor al prójimo, especialmente al más pobre y necesitado, harán posible lo que Isaías dice a continuación: “brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”.

Los niños de la catequesis aprenden que todos los mandamientos se resumen en dos: amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Son dos mandamientos inseparables. Y eso es lo que viene a decir también la palabra de Dios de hoy. Ser sal y luz es posible en la medida que nuestro amor a Dios se concreta en el amor al prójimo, y especialmente al prójimo más necesitado, más pobre. Es por esto por lo que destacó fundamentalmente la vida de Jesús, por su cercanía a los pobres, los enfermos, los excluidos, los pecadores… El Evangelio es y será siempre una invitación a vivir y a amar al estilo de Jesús.

3.- Jesús, después de estas dos imágenes, termina diciendo: “alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”. Esas “buenas obras” se convierten en luz que posibilita a otras personas descubrir el amor y la cercanía de Dios. Son signos de una nueva evangelización que no se hará con palabras, sino con gestos, con gestos de amor, con los gestos y maneras de Jesús, que siguen siendo válidos y actuales, y de los que necesitamos seguir aprendiendo. Y sólo podemos aprenderlos si nos acercamos a la Palabra de Dios con un corazón de discípulo.

4.- Cada domingo nos acercamos a la Eucaristía, Dios nos habla al corazón, parte el pan para nosotros, se nos da en alimento. La Eucaristía que celebramos se convierte en un reto y es el de acercar ese amor de Dios a los más pobres y eso no lo va a hacer nadie por nosotros. Jesús nos invita a ser sal y luz, a amar como él nos amó, a implicarnos activamente en la vida de los pobres, para descubrir el verdadero sentido de las bienaventuranzas, para descubrir el gran proyecto de amor que Dios tiene para nosotros y que nos ha mostrado en su hijo Jesús. Proclamemos juntos nuestra fe, renovemos nuestro compromiso con los más pobres, acojamos con alegría la invitación a ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”.

Pedro Juan Díaz

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