Lectio Divina – Viernes IV de Tiempo Ordinario

Muerte de Juan el Bautista

Invocación al Espíritu Santo:

Ven Espíritu Santo y llena los corazones de tus fieles, enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía Señor tu Espíritu Santo y todo será de nuevo creado y se renovará la faz de la tierra. Bendice nuestra mente con los siete sagrados dones, a fin de conocer la verdad y esforzarnos por ratificar el llamado que Dios nos hace. Te lo pedimos por Jesucristo que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Lectura Marcos capítulo 6, versículos 14 al 29:

Como la fama de Jesús se había extendido tanto, llegó a oídos del rey Herodes el rumor de que Juan el Bautista había resucitado y sus poderes actuaban en Jesús. Otros decían que era Elías; y otros, que era un profeta, comparable a los antiguos. Pero Herodes insistía: “Es Juan, a quien yo le corté la cabeza, y que ha resucitado”.

Herodes había mandado apresar a Juan y lo había metido y encadenado en la cárcel. Herodes se había casado con Herodías, esposa de su hermano Filipo, y Juan le decía: “No te está permitido tener por mujer a la esposa de tu hermano”. Por eso Herodes lo mandó encarcelar.

Herodías sentía por ello gran rencor contra Juan y quería quitarle la vida; pero no sabía cómo, porque Herodes miraba con respeto a Juan, pues sabía que era un hombre recto y santo, y lo tenía custodiado. Cuando lo oía hablar, quedaba desconcertado, pero le gustaba escucharlo.

La ocasión llegó cuando Herodes dio un banquete a su corte, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea, con motivo de su cumpleaños. La hija de Herodías bailó durante la fiesta y su baile les gustó mucho a Herodes y a sus invitados. El rey le dijo entonces a la joven: “Pídeme lo que quieras y yo te lo daré”. Y le juró varias veces: “Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino”.

Ella fue a preguntarle a su madre: “¿Qué le pido?” Su madre le contestó: “La cabeza de Juan el Bautista”. Volvió ella inmediatamente junto al rey y le dijo: “Quiero que me des ahora mismo, en una charola, la cabeza de Juan el Bautista”.

El rey se puso muy triste, pero debido a su juramento y a los convidados, no quiso desairar a la joven, y enseguida mandó a un verdugo, que trajera la cabeza de Juan. El verdugo fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una charola, se la entregó a la joven y ella se la entregó a su madre.

Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

Juan el Bautista comenzó su predicación en el periodo del emperador Tiberio, en el año 27-28 d.C., y la clara invitación que dirige a las personas que acudían a escucharlo, es preparar el camino para acoger al Señor, para enderezar las sendas torcidas de la vida a través de un cambio radical del corazón. Pero el Bautista no se limita a predicar la penitencia, la conversión, sino que, reconociendo a Jesús como el “Cordero de Dios” que vino a quitar el pecado del mundo, tiene la profunda humildad de mostrar a Jesús como el verdadero Mensajero de Dios, haciéndose a un lado para que Cristo pueda crecer, ser escuchado y seguido.

Meditación:

Imagina por un momento que tu hermano de repente se casa con la mujer de tu mejor amigo. ¿Qué harías? Supongo que se lo echarías en cara diciéndole que no puede hacer eso, que está en contra de tus principios cristianos, además, si ella ya está casada, estará pecando de adulterio.

Algo parecido le ha sucedido a San Juan Bautista. En su caso no es su mejor amigo, sino el “rey” de Galilea. ¡Qué ejemplo daría a todos sus súbditos! Pues bien, Juan no sintió vergüenza al hacerle ver el mal que estaba haciendo y todas las consecuencias que tenía. Por eso el Rey lo mandó encarcelar. Aunque lo escuchaba con agrado.

¿Qué cara debía tener Herodes, cuando hacía esto? Le tenía miedo al pueblo, y además admiraba a Juan. Parece que su vida era doble. Por un lado, tenía que hacer callar a su conciencia que le reclamaba el mal hecho, pero por otro le hacía mucho bien el escuchar al hombre de Dios. Dos caras de una misma moneda. Todo se deshizo cuando lo mandó matar por “no quedar mal con todos los comensales, y a causa del juramento que había hecho”. Su fama no podía decaer en esos momentos tan importantes para su vida, por eso prefirió el mal ante el bien que le reclamaba su conciencia y todo el pueblo: la libertad del Bautista.

No queramos ser dobles como le sucedió a Herodes. Llamemos a cada cosa por su nombre y hagámosle caso a nuestra conciencia cuando nos dice que hagamos algo o evitemos el mal.

Oración:

Jesús, Hijo de Dios, que dijiste a tus apóstoles: “Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio”, ten misericordia denosotros y danos la fuerza de tu Espíritu para poder cumplir con esta encomienda. Ayúdanos a hacernos cada día más conscientes de la necesidad que tiene el mundo de tu Palabra y de tu amor. Haznos instrumentos dóciles en tus manos para que por medio de nosotros se extienda el Reino en nuestras familias y comunidades.

Contemplación:

El Evangelio de hoy nos trae el martirio de San Juan Bautista y las circunstancias que le rodearon. Se trata de un caso clarísimo de prevaricación, de hacer una injusticia sabiendo que lo es. El rey en este caso abusa de su poder, actúa injustamente a sabiendas y comete un crimen en el que se mezclan los peores vicios del ser humano: el egoísmo, el miedo al “que dirán”, la lujuria, la prepotencia…Y un hombre bueno será decapitado por el odio y el rencor de quien no soporta las críticas a su actitud reprobable. Puede que este caso nos parezca extremo, exagerado; pero cuántas veces hemos actuado injustamente por capricho o interés. Hoy es un buen momento para revisar nuestra forma de proceder y poner especial atención en el efecto o las consecuencias de nuestros actos en quienes nos rodean.

Oración final:

Señor, quiero seguir siempre a mi conciencia. Ser una persona de principios y no una veleta que se acomode a las exigencias pasajeras del entorno social. Qué ridículo suena la debilidad de Herodes, pero qué real y cercana es esta situación, porque el mantener Tu voluntad como norma suprema de mi vida, dejando a un lado la vanidad y el respeto humano, es difícil pero posible porque tu gracia me fortalece, ¡nunca dejes que me aparte de tu verdad!

Propósito:

Examinar mi estilo de vida para evaluar qué tipo de testimonio cristiano doy a los demás.

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Homilía – Viernes IV de Tiempo Ordinario

La narración de la muerte de Juan el Bautista es como una cuña metida en el relato evangélico. El evangelista, atribuye el asesinato de Juan al rencor de Herodías, esposa de Filipo, hermano de Herodes Antipas, con la que éste estaba mal unido.

Juan en su predicación al pueblo y en sus consejos al rey, le había reprendido severamente su adulterio.

Herodes respetaba al Bautista y hasta le pedía consejo. Por otra parte, tenía al pueblo, que veneraba a Juan como a un profeta.

En la historia, queda vivo el testimonio de Juan el Bautista, siempre fiel a su llamado. Fue el heraldo del reino de Dios. Lo preparó con su predicación, lo anunció ya presente en Jesús y lo confirmó con su sangre.

Leyendo despacio este hermoso relato, aprendemos, además de la lección de fidelidad de Juan Bautista, la más triste lección de adónde nos pueden llevar el odio y el rencor de aquella mujer Herodías, y la indecisión y cobardía del rey Herodes.

Herodes se entristece al oír la extraña petición de la muchacha…, sin embargo…, cede.

Cede en parte por amor propio, en parte por falso respeto humano.

¿No se repite este triste hecho…, también por motivaciones parecidas, aunque en cosas de menor gravedad, en nuestra propia vida?

Cuántas veces hemos traicionado al Señor y a los hermanos por el qué dirán

Juan el Bautista corona su misión con la muerte gloriosa de los profetas.

A Herodes Antipas Jesús lo llamará zorro. Herodes no deja de ser un pobre y triste hombre, mientras que Juan es el mayor de los profetas de Antiguo Testamento.

Vamos a pedirle hoy a María nuestra Madre que nos ayude a elegir en cada momento de nuestra vida, el camino de Juan el Bautista, para anunciar con nuestra vida a Cristo presente hoy también en el mundo.

Comentario – Viernes IV de Tiempo Ordinario

Marcos 6, 14-29

a) La figura de Juan el Bautista es admirable por su ejemplo de entereza en la defensa de la verdad y su valentía en la denuncia del mal. 

De la muerte del Bautista habla también Flavio Josefo («Antigüedades judaicas» 18), que la atribuye al miedo que Herodes tenía de que pudiera haber una revuelta política incontrolable en torno a Juan. Marcos nos presenta un motivo más concreto: el Bautista fue ejecutado como venganza de una mujer despechada, porque el profeta había denunciado públicamente su unión con Herodes: «Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano».

Herodes apreciaba a Juan, a pesar de esa denuncia, y le «respetaba, sabiendo que era un hombre honrado y santo». Pero la debilidad de este rey voluble y las intrigas de la mujer y de su hija acabaron con la vida del último profeta del AT, el precursor del Mesías, la persona que Jesús dijo que era el mayor de los nacidos de mujer. Como Elías había sido perseguido por Ajab, rey débil, instigado por su mujer Jezabel, así ahora Herodes, débil, se convierte en instrumento de la venganza de una mujer, Herodías. 

b) De Juan aprendemos sobre todo su reciedumbre de carácter y la coherencia de su vida con lo que predicaba. El Bautista había ido siempre con la verdad por delante, en su predicación al pueblo, a los fariseos, a los publicanos, a los soldados. Ahora está en la cárcel por lo mismo. 

Preparó los caminos del Mesías, Jesús. Predicó incansablemente, y con brío, la conversión. Mostró claramente al Mesías cuando apareció. No quiso usurpar ningún papel que no le correspondiera: «él tiene que crecer y yo menguar», «no soy digno ni de desatarle las sandalias». 

Cuando fue el caso, denunció con intrepidez el mal, cosa que, cuando afecta a personas poderosas, suele tener fatales consecuencias. Un falso profeta, que dice lo que halaga los oídos de las personas, tiene asegurada su carrera. Un verdadero profeta -los del AT, el Bautista, Jesús mismo, los apóstoles después de la Pascua, y los profetas de todos los tiempos- lo que tienen asegurada es la persecución y frecuentemente la muerte. Tanto si su palabra profética apunta a la justicia social como a la ética de las costumbres. ¡Cuántos mártires sigue habiendo en la historia! 

Tal vez nosotros no llegaremos a estar amenazados de muerte. Pero sí somos invitados a seguir dando un testimonio coherente y profético, a anunciar la Buena Noticia de la salvación con nuestras palabras y con nuestra vida. Habrá ocasiones en que también tendremos que denunciar el mal allí donde existe. Lo haremos con palabras valientes, pero sobre todo con una vida coherente que, ella misma, sea como un signo profético en medio de un mundo que persigue valores que no lo son, o que levanta altares a dioses falsos.

«Conservad el amor fraterno y no olvidéis la hospitalidad» (1ª lectura, I) 

«Vivid sin ansia de dinero, contentándoos con lo que tengáis» (1ª lectura, I) 

«Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre» (1ª lectura, I) 

«El Señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré? « (salmo, I) 

«Perfecto es el camino de Dios, él es escudo para los que a él se acogen» (salmo, II)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 4

Hechos para ser sal y luz

Sé que la vida no es solamente para mí.
Ni mi cuerpo,
ni mi amor,
ni mi inteligencia,
ni mi humor,
ni mis dones,
ni mi tiempo,
ni mi dinero,
ni mi casa,
ni mis posesiones…
son solamente para mí.

Sé que Tú, Padre, no eres solamente para mí.
Ni tu palabra,
ni tus dones,
ni tus promesas,
ni tu creación,
ni tu buena noticia,
ni tus abrazos,
ni tus afanes,
ni tus sorpresas,
ni tu casa…
son solamente para mí.

Lo sé.
Soy sal y luz;
sal para salar y luz para alumbrar.
Lo mío es deshacerme como la sal
salando a los demás,
y consumirme como el fuego
alumbrando y calentando a los demás.
Lo mío es ser salero de la vida
y clarear el horizonte de la historia,
de la historia cotidiana de cada día.
Lo mío es ser digno hijo tuyo.

Lo sé.
Y me voy comprendiendo.
Y me voy aceptando.
Y me voy amando.
Y me voy soñando.
Y me voy realizando.
Y me voy sembrando.
Y me voy compartiendo.
Y me voy realizando.
Y voy siendo…
¡Y me alegro!

Florentino Ulibarri

Misa del domingo

El Señor Jesús, comparando a los discípulos con la sal y con la luz, les explica que son dos cosas las que deben tener en cuenta para cumplir con su misión en el mundo: 1) ser fieles a su identidad; y 2) la necesidad de “ubicarse” en un lugar apropiado desde el cual su luz pueda iluminar a los que se encuentran “en la casa”.

La sal, para “dar sabor” a los alimentos, debe mantener su fuerza o virtud, es decir, su capacidad de salar. De modo análogo el discípulo, para ser sal de la tierra, debe ser lo que está llamado a ser,debe ser verdaderamente cristiano, acogiendo en sí mismo la fuerza transformante del Señor, viviendo como el Señor enseña.

Por otro lado el Señor Jesús compara la misión de sus discípulos con la función que desempeña una lámpara puesta en un lugar oscuro (Mt 9,15-16): de ellos ha de brotar una luz que debe iluminar a todos los hombres que vienen a este mundo. ¿Es ésta una luz propia? No, la luz que ha de difundir el discípulo es la Luz que él mismo recibe del Maestro, del Señor: Él mismo es la Luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (ver Jn 1,9), Luz que viene de Dios.

Es decir, el modo ordinario como Dios ha pensado en sus amorosos designios hacer brillar su Luz en el mundo —aquella que es la vida de los hombres, aquella que los arranca de las tinieblas del pecado y de la muerte— es por su Hijo: «Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas» (Jn 12,46). Pero también ha querido hacer brillar su Luz asociando a esta misión de su Hijo a sus discípulos, quienes congregados en su Iglesia —desde que el Señor Resucitado ascendió a los cielos hasta que Él vuelva— han de hacer brillar “en su rostro”, es decir, en sí mismos la luz de Cristo para reflejarla al mundo entero: «Luz de los Pueblos es Cristo. Por eso, este Sagrado Concilio, congregado bajo la acción del Espíritu Santo, desea ardientemente que su claridad, que brilla sobre el rostro de la Iglesia, ilumine a todos los hombres por medio del anuncio del Evangelio a toda criatura» (Lumen gentium, 1).

Al percibir aquella luz —luz que viene de Dios y que es “hecha propia”— que emana del ser del discípulo (cual luz que arde en una lámpara, y que puesta sobre la mesa ilumina a todos los que están en la casa), luz que se hace visible a todos particularmente en sus buenas obras (las obras de la caridad que corresponden perfectamente a las enseñanzas del Señor Jesús), muchos —conociendo la misericordia del Padre por la fuerza irradiativa de la caridad— se verán impulsados a volverse a Dios y a darle gloria ellos mismos.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Todo hombre o mujer que consciente o inconscientemente rechaza a Dios, que lo desplaza de su vida cotidiana, que no admite sus leyes y las transgrede, queda sumergido en las tinieblas. Las tinieblas que inundan la mente y corazón del ser humano no se quedan en él: se difunden, avanzan sobre otros corazones y sobre la sociedad entera, alimentando progresivamente una cultura sin Dios, opuesta a Dios, sumergida en la confusión y espesa oscuridad.

Hay quienes enceguecidos y transformados totalmente en tinieblas, aborrecen la Luz y la rechazan (ver Jn 1,9-11), odiando a todo aquel que viene de la luz. Pero hay tantos otros que, aunque sumidos en las tinieblas y el mar de confusión, andan buscando ansiosos que alguien ilumine sus ojos y disipe sus tinieblas.

¡Dichosos nosotros, que hemos sido iluminados por Cristo! Es a nosotros, a quienes Él ha sacado de las tinieblas por medio de hombres o mujeres que han sabido transmitirnos esa luz de Cristo. También a nosotros nos llama ahora el Señor a ser “luz del mundo”, lámparas que con la Luz de Cristo brillen disipando las tinieblas de muchos corazones. En efecto, eres luz cuando acoges en ti a Aquel que es «la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9). Si Cristo habita en ti, tú serás como una lámpara que irradia a Cristo, disipando muchas tinieblas con su presencia, testimonio y palabras.

Sin embargo, hemos de reconocer que también nosotros necesitamos ser iluminados continuamente por Cristo, que tampoco nosotros estamos totalmente libres de las tinieblas. Hay tinieblas en mí cuando el pecado habita en mí. Hay tinieblas en mí cuando algunos de mis modos de pensar, sentir y actuar obedecen a los criterios del mundo. ¿No descubres en ti alguna tiniebla que aún necesita ser iluminada y disipada? ¡Sin duda! Por eso humildemente reconocemos que necesitamos de una mayor conversión: necesito asemejarme a Cristo cada vez más, para que sea Él quien viva plenamente en mí (ver Gál 2,20), y sea esa Luz en mí la que pase a través de mí como por un cristal puro y limpio para iluminar a muchos, liberándolos de las tinieblas en las que se hallan sumidos. Si tú y yo no brillamos intensamente con esa Luz, que es Cristo, ¿cuántos quedarán sumergidos en las tinieblas por nuestra culpa?

Así, pues, ¡aparta de ti toda tiniebla, para que seas todo luz! ¡Libérate de todo obstáculo, de toda opacidad, para transparentar una plena y total adhesión al Señor, para mostrar el fuego de amor que arde en tu corazón, para irradiar el entusiasmo que significa seguir plenamente al Señor Jesús! ¡Deja que la luz de Cristo inunde todo tu ser, tu mente y corazón, para que seas tú también “luz del mundo”!

Comentario al evangelio – Viernes IV de Tiempo Ordinario

¡Qué cosa tan buena es la mala conciencia! Porque nos hace rectificar, o, por lo menos, no nos deja dormir a gusto. Esa voz que siempre nos dice que, aunque lo estemos pasando bien, hay algo que no acaba de estar en orden… ¡Claro que Herodes sabía que decapitar a Juan estaba mal! Tonto no era. Pero el orgullo, el no quebrantar su promesa, le llevó a asesinar al Bautista.

Es que, por mucho que insistan, nosotros no estamos llamados a tener una doble vida. Si empiezas a vivir dividido, te debatirás entre una y otra, y vivirás en permanente tensión. Querrás acabar con todo lo que intente despertar tu adormecida conciencia y buscarás siempre tu autojustificación (para eso somos maestros, ¡qué facilidad para encontrar argumentos a favor de nuestras acciones, aún sabiendo que no tenemos razón, y cuanto nos cuesta dar nuestro brazo a torcer!) La conciencia es difícil acallarla, pero cerrar la boca (o cortar la cabeza), a quien te recuerda que estás llamado a vivir como hijo de Dios es mucho más fácil.

El problema no está sólo en pecar, sino en no arrepentirse de ello. Las páginas de la Biblia están llenas de hombres buenos (como David) pero con tendencia a olvidarse de Dios y pecar. Muchos de ellos se arrepintieron, y tuvieron su premio. Entre ellos, san Pedro. Otros, como Judas Iscariote, no se acogieron a la segunda oportunidad, y tuvieron el final que tuvieron.

Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre. Símbolo de misericordia, de acogida y de perdón. Si perseveramos hasta el final, a pesar de los problemas, tendremos la seguridad de poder asirnos a la mano tendida que Él ofrece.

Hoy hay motivos para orar, pedirle fuerzas a Dios y seguir hasta el final.

Ciudad Redonda

Meditación – Viernes IV de Tiempo Ordinario

Hoy es viernes IV de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 6, 14-29):

El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos» Otros afirmaban: «Es Elías.» Y otros: «Es un profeta como los antiguos.» Pero Herodes, al oír todo esto, decía: «Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado.»

Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano.» Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía, quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto.

Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras y te lo daré.» Y le aseguró bajo juramento: «Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.» Ella fue a preguntar a su madre: «¿Qué debo pedirle?» «La cabeza de Juan el Bautista», respondió esta.

La joven volvió rápidamente a donde estaba el rey y le hizo este pedido: «Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.»

El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre.

Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.

La fama de Jesús se extendía por doquier y esto preocupa a los poderosos que temen un nuevo profeta como Juan el Bautista, el Precursor, un hombre de Dios sin pelos en la lengua para denunciar las injusticias de los poderosos e incluso la infidelidad del propio rey, que le temía y respetaba.

El relato del martirio de Juan el Bautista es colocado por San Marcos cuando Jesús acaba de volver a Galilea con fama de profeta de Dios y es ninguneado o despreciado por sus propios conciudadanos, aunque también preocupa a las autoridades, incluso al rey Herodes.

Si nos fijamos bien, la trama nos recuerda la propia historia de amor-odio, de fidelidad e infidelidad entre Dios e Israel, los intereses creados que se imponen a la fe y el verdadero culto al Señor. La muerte del profeta es la que también le espera a Jesús y a cualquiera que trate de vivir en plenitud el Evangelio, pero como hemos leído en la Carta a los Hebreos, nada hemos de temer si Dios está con nosotros.

Pero es también nuestra propia historia de cada día porque como cristianos nos enfrentamos o nos dejamos enredar en las tramas de una sociedad de apariencias e injusticias donde todo vale para conseguir un gramo de poder, de prestigio… donde el amor es solo moneda de cambio para mis intereses inconfesables. Da igual que seamos Herodías, su hija o el propio Herodes. Lo difícil es ser justo y temeroso del Dios del Amor, dar la vida por y para conseguir la Vida.

“No todos, dice el Concilio Vaticano II, tendrán el honor de dar su sangre física, de ser matados por la fe, pero sí pide Dios a todos los que creen en Él espíritu de martirio, es decir, todos debemos estar dispuestos a morir por nuestra fe, aunque no nos conceda el Señor ese honor […] Porque dar la vida no es solo que lo maten a uno; dar la vida, tener espíritu de martirio es dar en el deber, en el silencio, en la oración, en el cumplimiento honesto del deber; en ese silencio de la vida cotidiana ir dando la vida […].(Monseñor Oscar Romero, Homilía 15 mayo 1977 por un sacerdote asesinado. Cfr. Roberto Morozzo, “Monseñor Romero”, Salamanca, 2010, p. 407)

D. Carlos José Romero Mensaque, O.P.

Liturgia – Viernes IV de Tiempo Ordinario

VIERNES DE LA IV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de la feria (verde)

Misal: cualquier formulario permitido. Prefacio común.

Leccionario: Vol. III-impar

  • Heb 13, 1-8. Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre.
  • Sal 26. El Señor es mi luz y mi salvación.
  • Mc 6, 14-29. Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado.

Antífona de entrada Cf. Sal 32, 11. 19
Los proyectos del Corazón del Señor subsisten de edad en edad, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.

Monición de entrada y acto penitencial
Con la muerte del Bautista acaba la vida del último profeta de Dios del Antiguo Testamento, quien, como bisagra entre los dos Testamentos, había preparado el camino para la venida del Señor. Murió como siervo sufriente de Dios, como un nuevo Elías, que se enfrentó a reyes hostiles y a reinas infames.

Yo confieso…

Oración colecta
SEÑOR, Dios nuestro,
revístenos con las virtudes del Corazón de tu Hijo
e inflámanos en sus mismos sentimientos,
para que, conformados a su imagen,
merezcamos participar de la redención eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Reflexión
El trágico destino del Bautista contrapone el heroico testimonio de un «mártir» a la vengativa ligereza de Herodías. Es también un patente reproche al vicioso y voluble Herodes, su cuñado y marido. Aparece así el contraste entre dos distantes concepciones de la vida. Se puede apreciar, además, lo que implica tomar en serio una «misión» profética. En este sentido, la muerte de Juan se convierte en presagio de una muerte semejante, que Jesús habrá de afrontar por instigación de las corruptas autoridades religiosas y políticas de su pueblo.

Oración de los fieles
Al celebrar, hermanos, el amor infinito de Jesucristo, nuestro Dios y Señor, supliquemos humildemente al Padre de la misericordia.

1.- Señor, danos hombres y mujeres, e incluso niños, grandes de espíritu,  para que nos inspiren a todos nosotros a cómo vivir de manera coherente nuestra fe; por eso te rogamos:

2.- Señor, tú sabes lo tímidos y miedosos que somos. Ayúdanos a tomar en serio el evangelio de tu Hijo Jesús, permitiendo al Espíritu que nos dé conciencia y fortaleza de profetas; por eso te rogamos:

3.- Señor Jesús, tú ves qué crueles somos a veces.  Que la amabilidad y la compasión de las buenas personas con las que convivimos nos faciliten tener también nosotros corazones afectuosos y comprensivos; por eso te rogamos:

Oh, Dios, que nos has manifestado tu amor en el corazón de tu Hijo, muéstranos también tu inmensa bondad escuchando las oraciones de tu pueblo. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
OH, Dios, Padre de toda misericordia,
que, por el gran amor con que nos amaste,
nos has dado con inefable bondad a tu Unigénito,
haz que, en perfecta unión con él,
te ofrezcamos un homenaje digno de ti.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Jn 7, 37-38
Dice el Señor: el que tenga sed, que venga a mí y beba El que cree en mí, de sus entrañas manarán ríos de agua viva.

Oración después de la comunión
DESPUÉS de participar del sacramento de tu amor,
imploramos de tu bondad, Señor,
ser configurados con Cristo en la tierra
para que merezcamos participar de su gloria en el cielo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

San Blas

Han transcurrido siglos y perdura en muchas iglesias, la costumbre de repartir la bendición de san Blas (cuyo nombre significa «tartamudo»). Acuden a esta bendición los enfermos de afecciones de garganta, y el sacerdote dice: «Por la intercesión del santo obispo Blas, te libre el Señor del mal de garganta y de cualquier otro mal, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». La ceremonia se realiza con los cirios bendecidos el día anterior en la fiesta de la candelaria, con los cuales, puestos en cruz, se toca a cada uno la garganta.

Cuenta la historia que Blas era doctor en medicina. El joven sentía el arte de curar como un sacerdocio. Había que entregar el corazón y la inteligencia en bien del prójimo. Consideraba a todos como hermanos.

Después se ordenó sacerdote: por su vida ejemplar, fue elegido obispo de Sebaste, su ciudad natal -la actual Sivas-, en Armenia.

En toda Asia Menor se hablaba de Blas, el varón santo, el obispo que realizaba milagros. Y ante la evidencia de su santidad, muchos paganos se convirtieron.

Llegó la última y más cruel de las persecuciones promovidas por el Imperio  Romano contra el cristianismo. Sabiendo que perderían al obispo, los cristianos le propusieron que se ocultara en el desierto. Allí vivió Blas en una gruta.

Hacia el año 315, Agrícola, gobernador de Capadocia y Armenia Menor, por mandato del emperador Licinio, llega a Sebaste con orden de exterminar a los cristianos. Enterado de la existencia de Blas, Agrícola envía soldados para prender al obispo y a todos los cristianos que se hallaran ocultos en los montes.

Ante esta peregrinación que se dirigía hacia el lugar del martirio, apareció suplicante una madre con su hijo que agonizaba por habérsele atravesado en la garganta una espina de pescado.

Blas signó la garganta con la señal de la cruz, oró, y el joven volvió a estar sano y salvo.

Después de atroces torturas, san Blas murió decapitado el 3 de febrero, se cree que del año 316