La narración de la muerte de Juan el Bautista es como una cuña metida en el relato evangélico. El evangelista, atribuye el asesinato de Juan al rencor de Herodías, esposa de Filipo, hermano de Herodes Antipas, con la que éste estaba mal unido.
Juan en su predicación al pueblo y en sus consejos al rey, le había reprendido severamente su adulterio.
Herodes respetaba al Bautista y hasta le pedía consejo. Por otra parte, tenía al pueblo, que veneraba a Juan como a un profeta.
En la historia, queda vivo el testimonio de Juan el Bautista, siempre fiel a su llamado. Fue el heraldo del reino de Dios. Lo preparó con su predicación, lo anunció ya presente en Jesús y lo confirmó con su sangre.
Leyendo despacio este hermoso relato, aprendemos, además de la lección de fidelidad de Juan Bautista, la más triste lección de adónde nos pueden llevar el odio y el rencor de aquella mujer Herodías, y la indecisión y cobardía del rey Herodes.
Herodes se entristece al oír la extraña petición de la muchacha…, sin embargo…, cede.
Cede en parte por amor propio, en parte por falso respeto humano.
¿No se repite este triste hecho…, también por motivaciones parecidas, aunque en cosas de menor gravedad, en nuestra propia vida?
Cuántas veces hemos traicionado al Señor y a los hermanos por el qué dirán
Juan el Bautista corona su misión con la muerte gloriosa de los profetas.
A Herodes Antipas Jesús lo llamará zorro. Herodes no deja de ser un pobre y triste hombre, mientras que Juan es el mayor de los profetas de Antiguo Testamento.
Vamos a pedirle hoy a María nuestra Madre que nos ayude a elegir en cada momento de nuestra vida, el camino de Juan el Bautista, para anunciar con nuestra vida a Cristo presente hoy también en el mundo.