Lectio Divina – Sábado IV de Tiempo Ordinario

Una numerosa multitud que lo estaba esperando

Invocación al Espíritu Santo:

Ven, Espíritu Divino manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos.

Lectura. Marcos capítulo 6, versículos 30 al 34:

Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Entonces él les dijo:“Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco”. Porque eran tantos los que iban y venían, que no les dejaban tiempo ni para comer.

Jesús y sus apóstoles se dirigieron en una barca hacia un lugar apartado y tranquilo. La gente los vio irse y los reconoció; entonces de todos los poblados fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron.

Cuando Jesús desembarcó, vio una numerosa multitud que lo estaba esperando y se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee dos o más veces el texto hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

El Evangelio de hoy nos dice que los apóstoles después de la experiencia de la misión, están contentos pero cansados. Y Jesús lleno de comprensión quiere darles un poco de alivio. Entonces los lleva a aparte, un lugar apartado para que puedan reposarse un poco. “Muchos, entretanto los vieron partir y entendieron… y los anticiparon”.
Y a este punto el evangelista nos ofrece una imagen de Jesús de particular intensidad, ‘fotografiando’ por así decir sus ojos y recogiendo los sentimientos de su corazón. Dice así el evangelista: “Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato”.

Meditación:

La caridad de Jesucristo no conoce el ensimismamiento en los propios problemas o dificultades. Él nos enseña a salir del círculo estrecho de mi “yo y mis circunstancias”, sean éstas felices o penosas. Cuando más queramos encerrarnos ennosotros mismos, levantemos la mirada del corazón y veamos a Cristo en la barca, predicando sin descanso a sus hermanos, los hombres. Imitemos su ejemplo y extendamos su Reino con generosidad. Pensemos en lo que realmente vale la pena: la salvación de las almas a nosotros encomendadas.

Oración:

Jesús el estar contigo me salva de todo asechamiento del demonio, dame esa necesidad de ti, y trasmitirla a mis prójimos, para que ellos también al igual que yo sacien su hambre espiritual en ti, que en ti su vida los lleve a la plenitud. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Contemplación:

Jesús se preocupa por mí y también me invita a ir afuera y descansar un rato. Yo seré ayudado/a si ocasionalmente puedo ir a “un lugar desierto”, para permitir que mi alma se ponga al día. De otra forma, como dice Thomas Stearns Eliot, tengo la experiencia de la acción de Dios en mi vida, pero echo de menos su significado, porque no le doy tiempo a la reflexión.

Oración final:

¡Gracias Jesús por enseñarme a mirar las necesidades de los demás antes que las propias! Ayúdame a entender que sólo el contacto contigo en la Eucaristía logrará cambiar mi corazón. No lo logrará ni mi buena voluntad, ni medicina alguna en el mundo. Haz que anhele el recogimiento de mi alma, ese humilde sagrario donde me esperas para enseñarme a vivir como Tú.

Propósito:

Procuraré escuchar a mis amigos, familiares y compañeros con atención y sin dar muestras de prisas.

Anuncio publicitario

Homilía – Sábado IV de Tiempo Ordinario

El pasaje del Evangelio nos muestra a Jesús que invita a los apóstoles a que lo sigan a un lugar desierto para descansar un poco.

Y esta invitación puede ser buena hoy también para nosotros. Quizás en pocas circunstancias como la que está pasando hoy el mundo sea tan necesario detenerse para reflexionar.

La vorágine de una vida llena de actividades, en la que se da culto al activismo. La angustia que se hereda por la situación que se sufre en muchas partes del mundo. La multiplicidad de problemas que existen en los propios países y a nivel familiar y personal. La velocidad vertiginosa con que recibimos las noticias de todos lados. El atrevimiento con que la televisión y otros medios de comunicación invaden la vida privada de las familias con noticias y escenas que distan mucho de ser edificantes.

Todo esto condiciona nuestra vida. Nos aleja de nosotros mismos y enfría nuestra relación con el Señor.

Nuestra paz interior tiene una importancia fundamental para toda nuestra vida, tanto en el aspecto espiritual como en todas las otras dimensiones del hombre: en lo afectivo, en lo humano, en lo intelectual y hasta en lo físico. Además necesitamos tener paz, para transmitirla a quienes nos rodean. .

Es por eso que debemos poner los medios para alcanzar esa paz. Ante todo, necesitamos pedirla al Señor, tanto como pedimos cualquiera de los bienes que consideramos más esenciales para nuestra vida.

Además debemos hacernos el propósito de retirarnos con frecuencia a nuestra soledad interior, porque es allí donde podremos escuchar la voz del Señor. No deberíamos dejar pasar un solo día en el que, las cosas «urgentes» nos impidan alcanzar las importantes. Y nuestra relación con el Señor en soledad, nuestra oración personal y la serena reflexión que nos lleve a recuperar la paz y a alimentar su crecimiento en nosotros, es una de las cosas que debemos valorar en grado sumo.

A Dios lo encontramos dentro de nosotros mismos, en las luces del amanecer y en los colores de una puesta de sol; cuando todo duerme en el silencio de la noche; en la tranquilidad, cargada de profundo recogimiento que encontramos en el templo cuando acudimos a hacer una visita al Santísimo.

Encontramos también al Señor en la apartada soledad del dormitorio.

Llegan también los tiempos en que nuestra vida necesita un período más prolongado de oración y de reflexión. En que es necesario corregir el rumbo, o establecer metas y propósitos de mayor alcance. En que parece que la oración cotidiana no es suficiente. Afortunadamente son muchas las oportunidades que tenemos de retirarnos de nuestra vida diaria y dedicar algunos días exclusivamente al Señor, en oración y meditación. Un retiro espiritual es un paréntesis a nuestra vida que nos ayuda siempre a examinarnos y proponernos mejorar nuestra relación con Dios.

Hoy, vamos a pedir a María que nos ayude a mantener y acrecentar la paz en nuestras vidas acercándonos cada vez más a su hijo Jesús.

Comentario – Sábado IV de Tiempo Ordinario

­

Marcos 6, 30-34

a) La escena es muy humana y expresiva de los sentimientos de Jesús: programa un retiro de descanso con sus apóstoles, pero luego le puede la compasión hacia la gente y se pierde el descanso.

Los apóstoles, a quienes había enviado de dos en dos a evangelizar, vuelven muy satisfechos. Cuentan y no acaban de los éxitos que han tenido en su salida apostólica. Jesús se da cuenta de que están cansados y de que lo que más necesitan en ese momento es un poco de descanso y un retiro con él, para reponer fuerzas y revisar su actuación. Ese es el plan que les propone.

Pero la gente se les adelantó y les salió al encuentro, porque adivinaron a dónde iban, y Jesús, cuando vio a la gente, «le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor», y se acabó el retiro que pensaban hacer: «y se puso a enseñarles con calma».

b) Podemos vernos espejados en esta escena de varias maneras.

A lo largo de nuestras jornadas y temporadas, en nuestro trabajo cosechamos algunos éxitos, seguramente mezclados con fracasos. Que es lo que les pasarla a los apóstoles y al mismo Jesús, a quien no todos le hacían caso. Ojalá tengamos siempre a alguien con quien compartir lo vivido, que sepa escucharnos y con el que podamos hablar de nuestras varias experiencias, para revisar y remotivar lo que vamos haciendo.

Ojalá tengamos también la oportunidad de algún retiro: todos necesitamos un poco de paz en la vida, momentos de oración, de silencio, de retiro físico y espiritual, con el Maestro.

Además de que cada semana, el domingo está pensado para que sea un reencuentro serenante con Dios, con nosotros mismos, con la naturaleza, con los demás. El activismo nos agota y empobrece. El stress no es bueno, aunque sea el espiritual. Los apóstoles estaban llenos de «todo lo que habían hecho y enseñado». A veces dice el evangelio que «no tenían tiempo ni para comer». Necesitamos paz y serenidad. Cuando no hay equilibrio interior, todo son nervios y disminuye la eficacia humana y la evangelizadora.

A la vez, hay otro factor importante en nuestra vida: la caridad fraterna, la entrega a la misión que tengamos encomendada. A veces esta caridad se antepone al deseo del descanso o del retiro, como en el caso de Jesús y los suyos. Jesús conjuga bien el trabajo y la oración. Se dedica prioritariamente a la evangelización. Pero sabe buscar momentos de silencio y oración para sí y para los suyos, aunque en esta ocasión no haya sido con éxito.

Otra lección que nos da Jesús es que no parece tener prisa. No hace ver que le han estropeado el plan. «Se puso a enseñarles con calma». Porque vio que iban desorientados, como ovejas sin pastor. Tener tiempo para los demás, a pesar de que todos andamos escasos de tiempo y con mil cosas que hacer, es una finura espiritual que Jesús nos enseña con su ejemplo: tratar a cada persona que sale a nuestro encuentro como si tuviéramos todo el tiempo del mundo.

«No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente» (1ª lectura, I)

«El Señor es mi pastor, nada me falta» (salmo, I)

«Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida» (salmo, I)

«Da a tu siervo un corazón dócil, para discernir el bien del mal» (1ª lectura, II)

«Venid a un sitio tranquilo a descansar un poco» (evangelio)

«Le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor» (evangelio)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 4

Luz y sal para salvar al mundo

1.- Se dice que hay gente que brilla con luz propia. Hay momentos en los que nuestra mirada se llena de luz y los demás pueden apreciarlo. Jesús nos acaba de decir que debemos ser luz del mundo y que esa huella luminosa sirva para atraer a quienes se alejan de la luz de Cristo o no la han conocido nunca. En otro lugar, el Maestro señala que si nuestros ojos están limpios, nuestra mirada esta llena de luz, será la luz y no la tiniebla lo que exista en nuestro interior. Pero también nos pide que seamos sal que dé sabor a nuestras vidas y a las de los demás. Son ejemplos claros, sencillos y potentes. Porque la oscuridad es, cuanto menos, un carencia grave que nos puede llevar al tropiezo permanente.

Todos hemos tenido problemas con la falta de luz. El otro día, por ejemplo, me desperté en la noche con ganas de ir al baño. No quise dar la luz y el remedio fue peor que la enfermedad. La oscuridad era total. Dormimos así. Me despisté completamente y no encontraba la puerta del baño. Y me choqué contra la librería que tengo, precisamente, en el ángulo opuesto. Y, claro, mi esposa se despertó y encendió la luz… Esto puede ser un tanto cómico. Pero la ausencia de luz es siempre un problema. Y lo era más en la antigüedad cuando la iluminación nocturna era muy precaria. Una vela o una antorcha, además, de no alumbrar mucho, producían un juego de luces y sombras que era causa de gran miedo, sobre todo para los más pequeños. Hoy, asimismo, utilizamos la noche para salir, para divertirnos y, en general, las ciudades parecen –como dice el tópico—un “ascua de luz”. Pero, igualmente, nos inquieta mucho cuando entramos en barrios o parajes mal iluminados, porque… de entre las sombras nos parece que puede salir cualquier peligro. O cuando una avería corta la electricidad en nuestras casas o en lugares que conocemos perfectamente… pero con luz.

2.- El ejemplo de la sal es también actual. Un alimento muy bien cocinado puede resultar difícil de tragar si está completamente soso. Incluso, a los occidentales nos cuesta trabajo acostumbrarnos a la cocina árabe u oriental que usa poco la sal y da sabor a los alimentos mediante condimentos y especias. Ser sal del mundo es hacer apetecible todo aquello que queremos mostrar y enseñar a nuestros hermanos. Además, desde el punto de vista histórico la sal no era solo un condimento. Se utilizaba como conservante de los alimentos para que no se pudieran y pudieran usarse durante largo tiempo. Hoy todavía es así. Y ahí están los salazones de pescado o las carnes que se curan con sal. Pero en tiempos de Jesús la sal era, casi, el único agente conservante. La sal, finalmente, ha sido –y siguiendo siendo—un bien escaso en muchas zonas del mundo y tiene un valor muy alto.

3.- Jesús de Nazaret buscaba siempre ideas y figuras muy pegadas a la realidad y a la vida cotidiana. Y al poner los ejemplos de la luz y de la sal sabía que sus oyentes lo iban a entender enseguida. Nosotros mismo, más de dos mil años después, entendemos perfectamente esos ejemplos, aunque la luz sea menos escasa y la sal menos preciada. Pero tanto da. El mensaje que nos da el Maestro es que tenemos que brillar entre la gente que espera una solución a sus problemas y que, además, sepamos comunicar un sabor adecuado a sus vidas. Nos está enviando a evangelizar, a transmitir su Palabra, a dar ejemplo. Y hoy, más que nunca, es necesario que salgamos al mundo para cambiarlo, para hacerlo menos duro e inhóspito. El eco de las palabras del Señor, el domingo pasado con las bienaventuranzas, nos marca el camino exacto.

4.- Isaías, a su vez, complementa en la primera lectura, la misión que nos pide Nuestro Señor Jesucristo: nuestra luz surge del apoyo al pobre, al desvalido, al hambriento. No son palabras, solamente, lo que necesita la gente y, sobre todo, la gente más necesitada. Nuestros hermanos están esperando ayuda urgente. Y hoy más que nunca porque vivimos una crisis económica que está cambiado el diseño de nuestra propia sociedad. Son, ya, pobres aquellos que nunca pudieron suponer que el infortunio de la falta de trabajo en toda una familia iba a llevarles a vivir de la caridad de los hermanos. Y una vez resueltos sus problemas básicos es cuando deben ver nuestra luz en nuestra cercanía, en nuestra solidaridad.

5.- Pero no se trata de que seamos superhombres o mujeres de notable fortaleza. No se trata de que exhibamos una fuerza casi soberbia en nuestro discurso, en nuestro ejercicio de evangelización. Pablo nos lo ha dicho claramente en su Carta a los fieles de Corinto. Ha sido Dios Padre, y el Señor Jesús, que valiéndose de la debilidad del Apóstol del los Gentiles, ha lanzado la Palabra como espada cortante, de dos filos, que penetra con facilidad en el alma agotada de los que más sufren o de aquellos que la vida les ha endurecido hasta estar completamente sordos. Lo que, hoy, el Señor Jesús quiere transmitirnos es la urgente necesidad de que no ocultemos la luz que Él nos ha comunicado. Su Palabra que ha hecho el milagro de que nosotros sepamos marcar –con humildad y conocimiento de nuestra debilidad manifiesta—a otros el camino a seguir. Somos, porque el Señor lo ha querido, instrumentos suyos y no podemos ni meter nuestra luz debajo de la cama, ni olvidar la sal en algún lugar recóndito de nuestra cocina. La responsabilidad nuestra hoy, queridos hermanos, es grande y acuciante. Muchos hermanos y hermanas nuestros necesitan que les comuniquemos el camino de la alegría, de la luz brillante, de un mundo sabroso, bien condimentado, que es lo que nos ofrece la Palabra del Señor. Nuestra responsabilidad es grande y el trabajo previsto muy duro, dado como están las cosas en nuestro mundo actual. Pero la debilidad evidente que hay en nuestros corazones está apoyada por la mirada franca y la sonrisa amplia de Nuestro Señor Jesús.

Ángel Gómez Escorial

¿Con qué sala y con quién iluminar?

Aquel que a sí mismo se ha definido como “luz de mundo” nos pide en este domingo ser eso: ¡Luz para los demás! ¿Cómo llega la luz hasta nuestra casa? Preguntaba un niño a su padre. Hijo; porque nuestra casa está unida por unos cables a una gran central eléctrica. Sin su fuerza no sería posible la luz en nuestro hogar.

1.- Los cristianos sólo podremos ser luminarias si estamos unidos, con todas las consecuencias, a esa gran fuente de energía espiritual, de gracia y de verdad que es Jesús.

Es inconcebible pensar que una acequia tenga caudal propio si no está adherida a un río, a una presa o a un manantial. Es difícil, muy difícil, llevar adelante nuestra tarea, el deseo de Jesús, de ser luz en medio de la oscuridad o sal en medio de tanta insipidez que abunda en nuestro mundo si no permanecemos en comunión plena con El.

Sólo Cristo es capaz de alumbrar, con luz verdadera, las sombras que se ciernen sobre la humanidad. Sólo Cristo, a través de pequeñas lámparas que son/somos los laicos comprometidos por su reino, es capaz de ofrecer sabor de eternidad y de felicidad a tantos hombres y mujeres que, en el horizonte de sus vidas, no ven sino fracaso, hastío o cansancio. ¿Seremos valientes para abrir el salero de nuestra vida cristiana allá donde se están cocinando los destinos de nuestra sociedad? ¿Por qué –frecuentemente- preferimos pasar desapercibidos sin dar color cristiano a tantas situaciones que reclaman nuestra opinión o presencia activa como seguidores de Cristo?

2.- “Salar e iluminar” son dos responsabilidades de la vida cristiana. Cuando nos desvirtuamos y pierde vitalidad nuestra fe; cuando la escondemos o disimulamos en los sótanos de nuestra vida privada… algo grave está ocurriendo. ¿A quién tenemos que llevar? ¿Con quién tenemos qué iluminar? Ni más ni menos que a Cristo y con Cristo. Ya sabemos que, la acción, no es lo más importante de nuestra condición cristiana pero, también es verdad, que muchas veces por falsos respetos o por excesiva tolerancia… tenemos vergüenza y hasta cierto temor a presentarnos como lo que somos (como católicos) y de ofertar a nuestro mundo, a nuestro pueblo o ciudades un estilo de vida basado en el evangelio de Jesucristo. ¿Por qué? NI más ni menos porque, a veces, resulta más gratificante diluirse en el “todo vale” o adentrarse en los túneles de una vida cómoda y sin más límites que la propia conciencia.

Ser sal y luz, con palabras inspiradas por el Espíritu Santo y con buenas obras como testimonio de nuestra comunión con Cristo ha de ser nuestra apuesta personal y nuestro convencimiento de que, con el Señor, el mundo puede ir mejor….con más sabor y con más luz para el futuro del hombre.

3.- HAZME, SEÑOR, SER SAL Y LUZ

Que, lejos de falsificar mi vida,
la mantenga soldada a tu gracia,
alimentada por tu Palabra
y sostenida con tu mano salvadora.
Que siendo, Tú, el salero de mi existencia
cuentes conmigo, Señor,
para sazonar oportunamente tantas situaciones
que reclaman ilusión y fuerza,
alegría y optimismo, dignidad y verdad,
Que siendo, Tú, la fuente de la luz
cuentes conmigo, Señor,
para alumbrar miserias y soledades,
tristezas y angustias, aflicciones y pruebas
luchas y tribulaciones
en las que combaten tantos hombres

HAZME, SEÑOR, SER SAL Y LUZ

Que dé gusto, no a lo que el mundo quiere,
y sí a una nueva forma de vivir y de sentir
Que ofrezca, la luz de tu presencia,
a los que viven como si no existieras
a los que, creyendo en Ti,
caminan como si el Evangelio no conocieran
Que sepa ser conservante como la sal:
que guarde, para mí y para los demás,
tu gracia y poder, mi fe y mi fidelidad
mi oración y mi confianza en Ti.

Javier Leoz

Seamos luz de todos los demás

1.- Es incomprensible que la religión, el trato del hombre con Dios, haya dado una impresión de triste y obscura de forma que los mantos negros de las mujeres, los cipreses, los grajos de los curas hayan sido su símbolo durante mucho tiempo.

La historia escrita de la religión que comienza con el Génesis y acaba con la Apocalipsis se desarrolla entre dos haces de luz, el de la creación de la luz que saca Dios de las tinieblas en el versículo 3 del Libro del Génesis y el de la presencia de Dios entre los hombres en el cielo, un Dios que será la única luz ya necesaria porque lo iluminará todo con su divina presencia como dicen Juan en el Apocalipsis. La historia del hombre se desarrolla entre esos dos haces de luz. Luz es alegría, es vida, es energía, lo más lejano de los cipreses del cementerio en que todo es muerte.

2.- Hoy nos dice Jesús que nosotros somos la luz del mundo, pero antes nos había dicho: mientras Yo estoy en el mundo Yo soy la luz del mundo. Luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo y el que le siga tendrá la luz de la vida.

–El Señor Jesús es luz hecha vida humana, luz visible con nuestros ojos, oíble con nuestros oídos, palpable con nuestras manos.

–A Jesús le acompaña la luz desde su nacimiento en Belén donde los pastores vieron una gran luz al tiempo que escuchaban el canto de paz de los ángeles.

–En el monte de la Transfiguración es un gran resplandor el que envuelve a Jesús, luz de aliento en el camino, alegría anticipada de una victoria que seguiría a las tinieblas del Calvario.

–Toda la vida de Jesús se desarrolla en medio de la lucha de la luz y las tinieblas. Y cada uno de nosotros vivimos en la tierra de nadie, entre las trincheras de los hijos de las tinieblas y de los hijos de la luz, la civilización de la muerte y civilización de la vida.

Jesús pareció sucumbir en esa lucha al morir en la cruz mientras que toda aquella región se llenaba de tinieblas a la hora nona… al parecer la civilización de la violencia, de la muerte, venció a la civilización de la vida.

3.- Jesús, luz del mundo, al cerrar los párpados barrió la luz de este mundo y dejó todo en tinieblas. Y porque no hay vida posible sin luz es por lo que hoy nos dice a nosotros: “Vosotros sois la luz del mundo, sigo siendo para vosotros luz del mundo mientras estáis en el mundo”.

Nosotros tenemos que ser la luz de Dios en el mundo, los ojos de Jesús que iluminaron las caras de los niños con cariño.

–Ojos que buscaron a la hemorroisa entre la muchedumbre para alegrarse con su curación y su fe.

–ojos de Jesús que acarician con infinita compasión a la adultera para perdonarla

–ojos de Jesús que curaron el corazón de Pedro que le niega

–ojos que lloran con los que lloran en la muerte de Lázaro amigo.

–ojos del Señor sólo endurecidos una vez impresionados por la hipocresía de los fariseos. Como se endurecerían hoy ante una sociedad de bienestar para algunos, fundada en el hambre de los demás y cimentada con los cadáveres de niños abortados o ancianos y enfermos asesinados.

4.- Seamos luz de los demás, todos tenemos la experiencia de haber sido iluminados por la luz de otros que cruzaron nuestro camino.

** Nos han enseñado a aceptar la muerte y llevar con alegría la enfermedad.

** Nos han abierto los ojos para ver que las bienaventuranzas pueden vivirse cada día sin disquisiciones teológicas, con sencillez.

** No pocas parejas ancianas, en nuestro barrio, o en cualquier barrio o lugar, que se apoyan el uno en el otro, con peligro de caer los dos, nos muestran la maravilla de la fidelidad conyugal.

** La alegría en la pobreza nos ha enseñado la verdad de que no sólo de pan vive el hombre.

Pues como otros ha sido luz, alegría y vida para nosotros, hagamos que también nosotros seamos luz y vida para los que nos rodean.

José María Maruri, SJ

Iluminar y dar sabor al mundo

1- Sal de la tierra y luz del mundo. Hay comparaciones en el evangelio que son muy expresivas y están cargadas de sentido. Son muy buenas para entender a Jesús y saber lo que es el Reino de Dios. Está claro que Jesús predicaba el Reino de Dios con un lenguaje expresivo y, al mismo tiempo, al alcance del pueblo. ¿Quién no entiende lo que es la sal y la luz? Pues, eso tenemos que ser los cristianos en medio de la sociedad. Nos damos cuenta que el valor de la luz y de la sal están en función de algo, son o sirven para algo. Tienen un marcado sentido funcional y social. Calientan, alumbran, sazonan y preservan de la corrupción. La fe no es sólo para salvarse uno, sino que entraña siempre una misión para los demás, como la luz y la sal. La luz ilumina las tinieblas, nos marca el camino. La sal se usa para conservar y mantener sanos los alimentos. Como apóstoles del tercer milenio, nos corresponde a nosotros conservar y mantener viva y encendida la conciencia de la presencia de Jesucristo. La sal condimenta y da sabor a la comida. Siguiendo a Cristo, debemos cambiar y mejorar el «sabor» de la historia humana. Con nuestra fe, esperanza y amor, con nuestra fortaleza y perseverancia, debemos humanizar el mundo en que vivimos.

2.- El justo brilla en las tinieblas. El Salmo 111 nos recuerda el valor del testimonio de vida como medio ideal para iluminar el mundo. Una llama pequeña vence la dureza de la noche. Lo innegable es que, en demasiadas ocasiones, la zona oscura la hemos ocupado los cristianos y el espectáculo de la corrupción lo hemos prodigado con gran generosidad. No es evidente que hayamos entendido cómo y cuándo se es luz y sal. Pero las dudas las disipa hoy Isaías con unas frases que son un auténtico detonante, que parecen, por su vigor y su tono incisivo y directo, palabras tomadas de la propaganda de cualquier movimiento reivindicativo antisistema: «Parte tu pan con el hambriento… Cuando destierres de ti el gesto amenazador y la maledicencia… brillará tu luz en las tinieblas» (Is 58, 6-10). Ser luz es sólo esto: compartir el pan, y el techo y el vestido. Ser sal es desterrar la opresión, el gesto amenazante y la maledicencia. No se puede decir más en menos. Y, naturalmente, es hacer todo esto por Dios. ¿Vivimos los cristianos codo a codo con los hombres sus diarios problemas y participamos activamente de ese entramado de gozo y dolor que es la vida de todo ser humano? Evidentemente almacenamos, cerramos, poseemos, despreciamos e imponemos. Luego no somos luz ni sal. Hemos estado lejos, en muchas ocasiones, de ser luz y sal, porque la luz y la sal deben estar en la fábrica, en el despacho, en la oficina, en el tajo, en la tienda. La luz y la sal tienen que estar en la deporte, en el paseo, en el problema concreto, en la cuenta corriente, en el sistema fiscal justo, en la política honestamente concebida y realizada, en la política que busca el bien común por encima del sillón y del escaño. La luz y la sal están en el trato sencillo y amable, en las manos que se tienden con comprensión, sin imposición y sin esperar nada a cambio.

3.- La luz y la sal no pueden reducirse para el cristiano sólo el culto. No es luz y sal el hombre rezador aislado de sus semejantes. El hombre que ha compaginado, extrañamente, el llamar a Dios Padre y no tener a los hombres por auténticos hermanos. Algo ha pasado con los cristianos cuando hemos sido capaces de que otras manos y otras ideologías nos hayan arrebatado la antorcha y quieran iluminar el mundo con unas ideas que hace veinte siglos dijo Cristo con la mayor sencillez y con la máxima autenticidad, porque las rubricó con su propia sangre. Algo ha pasado cuando la sal la ponen, en demasiadas ocasiones, hombres que no parten de Cristo, ni pretenden llevar la humanidad hacia Dios. Nadie nos hubiera arrebatado la antorcha ni hubiera derramado en el mundo la sal con más eficacia que nosotros. En realidad, más que llevar la antorcha, debemos ser nosotros la antorcha que ilumina el mundo con nuestras obras. Esto fue lo que ocurrió en esta anécdota real relatada por la propia Madre Teresa de Calcuta

“Nunca olvidaré la primera vez que llegué a Bourke a visitar a las hermanas. Fuimos a las afueras de Bourke. Allí había una gran reserva donde los aborígenes vivían en esas pequeñas chozas hechas de hojalata, cartones viejos y demás. Entré en uno de esos pequeños cuchitriles. Lo llamo casa, pero en realidad era sólo una habitación y dentro de la habitación estaba todo. Le dije al hombre que vivía allí «Por favor, deje que le haga la cama, que lave su ropa, que limpie su cuarto». Él no cesaba de decir: «estoy bien, estoy bien», «pero estará mejor si me deja hacerlo», le dije. Por fin me lo permitió. Me lo permitió de tal modo que, al final, sacó del bolsillo un sobre viejo, que contenía un sobre y otro más. Empezó a abrir uno tras otro y dentro había una pequeña fotografía de su padre, que me dio para que la viera. Miré la foto, le miré a él, y le dije «Usted se parece mucho a su padre». Rebosaba de alegría de que yo pudiera ver el parecido de su padre en su rostro. Bendije la foto y se la entregué, y otra vez un sobre, un segundo sobre y un tercer sobre, y la foto volvió de nuevo al bolsillo, cerca de su corazón. Después de limpiar la habitación en una esquina encontré una gran lámpara llena de polvo, y le dije: «¿No enciende esta lámpara, esta lámpara tan bonita?». El contestó: «¿Para quién?, hace meses y meses que nadie ha venido a verme. ¿Para quién la voy a encender?». Entonces le dije: «¿La encendería si las Hermanas vinieran a verle?». Y el respondió «Sí». Las hermanas comenzaron a ir a verle sólo durante 5 o 10 minutos al día, pero empezaron a encender esa lámpara. Después de un tiempo, él se fue acostumbrando a encenderla. Poco a poco, poco a poco, las Hermanas dejaron de ir. Pero al pasar por la mañana le veían. Después me olvidé de esto, pero al cabo de dos años, el mandó que me dijeran: «Díganle a Madre, mi amiga, que la Luz que ella encendió en mi vida, sigue ardiendo»

José María Martín OSA

Luz de todas las gentes

1.- DERECHO DE PROPIEDAD.- Voces del Antiguo Testamento, voces que sonaron hace más de dos mil años, voces que vienen de Dios aunque salgan por boca de hombres, voces que repiten con insistencia y sin cansancio, aunque sea siempre lo mismo: hay que partir el pan con el que tiene hambre, hay que pensar en los que no tienen lo que nosotros tenemos, hay que vestir al desnudo, hay que dar y darse uno mismo.

Dar y darse. Para eso tenemos todo cuanto de Dios, de una manera o de otra, hemos recibido a lo largo de nuestra vida. Es cierto que la Ley divina no va contra el derecho de propiedad, pero también es cierto que toda riqueza que se cierra en sí misma no es cristiana. En la ley de Dios no cabe el egoísmo, no cabe el que todo lo guarda para sí, el que no abre su corazón y su cartera a las necesidades de los demás hombres. Si actuamos así no somos cristianos, si no miramos hacia los demás, tampoco Dios nos mirará a nosotros.

No nos engañemos. Es imposible ser hijo de Dios y no querer como hermanos a todos los hombres. Ni el Bautismo, ni la Penitencia, ni la misma Eucaristía nos servirán para algo, mientras que no abramos de par en par el corazón a nuestro prójimo. No sólo no nos sirve para nuestro bien, sino que al recibir con malas disposiciones esos sacramentos, nos sirven para nuestro mal. Porque el que come el Cuerpo de Cristo indignamente, se traga su propia condenación.

Y no debemos olvidar que el amar está sobre todo en el dar. Y dar no sólo pan. Porque no sólo de pan vive el hombre. Hay que dar también otras cosas. Hay que dar nuestro tiempo, hay que dar nuestras buenas palabras, hay que dar nuestra sonrisa. Y sobre todo hay que dar nuestra comprensión. Colocarse en la posición del otro, sentir como él siente, ver las cosas como él las ve. Juzgar como se juzga a un ser querido, con benevolencia, saber disculpar, disimular, callar… Desterrar la maledicencia, la lengua desatada que corre a su capricho, sin respetar la buena fama del prójimo… No nos engañemos. O queremos de verdad a todos, o Dios nos despreciará por hipócritas y fariseos.

2.- LUZ DEL MUNDO.- La palabra de Jesús es sencilla. Sus comparaciones brotan de la vida ordinaria, de la vida doméstica podríamos decir. Por otra parte, sus metáforas tienen muchas veces sus raíces en el Antiguo Testamento. Cristo toma en sus manos la antorcha de los viejos profetas y la levanta hasta iluminar a todos los hombres, usa sus palabras recias y vibrantes para renovar e incendiar a la tierra entera. El fuego y la luz constituyen, precisamente, la imagen principal del pasaje evangélico que contemplamos. Vosotros sois la luz del mundo, dice el Maestro a sus discípulos y a la muchedumbre que le rodea, también a nosotros. Una luz encendida que se pone sobre el candelero, una vida cuajada de buenas obras que sea un ejemplo que arrastre y empuje a los hombres hacia el bien, hacia Dios.

Luz de luz, dice san Juan en el prólogo de su evangelio, refiriéndose al Verbo, a la Palabra, al Hijo de Dios. Luz verdadera que ilumina a todo hombre. El mismo Jesús proclamará ante todos los judíos: Yo soy la luz del mundo. El que me sigue, añade, no andará en tinieblas, sino que habrá pasado de la muerte a la vida… Las tinieblas como símbolo de la muerte, la luz como expresión gozosa de la vida. Por eso al Infierno se le llama el abismo de las tinieblas, mientras que el Cielo es la mansión de la luz, la región iluminada no por el sol sino por el mismo Dios, luz esplendente que sólo los bienaventurados pueden llegar a contemplar, extasiados y felices para siempre.

Es una luz que se transmite a cuantos han llegado a la vida eterna y de la que también participan los justos en la tierra, aunque de forma diversa. Así Santa María, la criatura más perfecta que salió de las manos de Dios, es contemplada por el vidente de Patmos, como la mujer revestida con el sol, coronada de estrellas, emergiendo fulgurante en el azul profundo del ancho cielo, con la luna bajo sus pies. Los demás bienaventurados lucirán, dice la Escritura, como antorchas en el cielo… Aquí, en la tierra, esa luz divina irradia también en quienes creen y aman a Cristo. Por eso san Pablo recuerda a los cristianos que son luminarias que lucen en medio de esta oscura tierra. Focos luminosos que iluminan lo bueno de este mundo malo. Desde el Bautismo, cuando se nos entregó un cirio encendido, el cristiano es un hijo de la luz, un hombre iluminado que ha de encender y caldear cuanto le rodea, perpetuando así la presencia del que es Luz de todas las gentes, Jesucristo nuestro Señor.

Antonio García-Moreno

Si la sal se vuelve solsa

Pocos escritos pueden sacudir hoy el corazón de los creyentes con tanta fuerza como el pequeño libro de Paul Evdokimov, El amor loco de Dios. Con fe ardiente y palabras de fuego, el teólogo de San Petersburgo pone al descubierto nuestro cristianismo rutinario y satisfecho.

Así ve P. Evdokimov el momento actual: «Los cristianos han hecho todo lo posible para esterilizar el evangelio; se diría que lo han sumergido en un líquido neutralizante. Se amortigua todo lo que impresiona, supera o invierte. Convertida así en algo inofensivo, esta religión aplanada, prudente y razonable, el hombre no puede sino vomitarla». ¿De dónde procede este cristianismo inoperante y amortiguado?

Las críticas del teólogo ortodoxo no se detienen en cuestiones secundarias, sino que apuntan a lo esencial. La Iglesia aparece a sus ojos no como «un organismo vivo de la presencia real de Cristo», sino como una organización estática y «un lugar de autonutrición». Los cristianos no tienen sentido de la misión, y la fe cristiana «ha perdido extrañamente su cualidad de fermento». El evangelio vivido por los cristianos de hoy «no encuentra más que la total indiferencia».

Según Evdokimov, los cristianos han perdido contacto con el Dios vivo de Jesucristo y se pierden en disquisiciones doctrinales. Se confunde la verdad de Dios con las fórmulas dogmáticas, que en realidad solo son «iconos» que invitan a abrirnos al Misterio santo de Dios. El cristianismo se desplaza hacia lo exterior y periférico, cuando Dios habita en lo profundo.

Se busca entonces un cristianismo rebajado y cómodo. Como decía Marcel More, «los cristianos han encontrado la manera de sentarse, no sabemos cómo, de forma confortable en la cruz». Se olvida que el cristianismo «no es una doctrina, sino una vida, una encarnación». Y cuando en la Iglesia ya no brilla la vida de Jesús, apenas se constata diferencia alguna con el mundo. La Iglesia «se convierte en espejo fiel del mundo», al que ella reconoce como «carne de su carne».

Muchos reaccionarán, sin duda, poniendo matices y reparos a una denuncia tan contundente, pero es difícil no reconocer el fondo de verdad hacia el que apunta Evdokimov: en la Iglesia falta santidad, fe viva, contacto con Dios. Faltan santos que escandalicen porque encarnan «el amor loco de Dios», faltan testigos vivos del evangelio de Jesucristo.

Las páginas ardientes del teólogo ruso no hacen sino recordar las de Jesús: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salaran? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente».

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado IV de Tiempo Ordinario

Vivimos en un mundo donde surgen todos los días nuevas ideas, nuevas doctrinas, nuevas modas…además se hace propaganda de todas ellas con gran fuerza y se transmiten a toda velocidad por los medios de comunicación. Todo esto hace que sea muy difícil profundizar en lo que nos rodea, y por ello estamos inmersos en una cultura de la superficialidad, todo pasa rápido, sin demasiado tiempo para pensar.

En la religión pasa lo mismo, nos vamos haciendo la nuestra propia, hacemos una religión subjetivista en la que lo importante es lo que me gusta y lo que no, lo que me interesa o no… Y a veces lo hacemos casi sin caer en cuenta de ello.

Jesús se nos presenta como el verdadero Maestro, el Pastor, el que es capaz de guiar al desorientado, el que endereza al que está torcido, ilumina al que está a oscuras…

Quizá nosotros también debamos buscar sitios tranquilos y apartados donde podamos descansar de la velocidad y el estrés de nuestro mundo, para encontrarnos con Jesús y escuchar con calma sus enseñanzas, para después ser capaces de amar y de no reservarnos nada para nosotros.

También el evangelio de hoy nos hace reflexionar a todos porque todos tenemos alguna responsabilidad, somos padres, educadores, sacerdotes, obispos, hermanos, amigos…pidamos al Señor que nos ayude a cumplir estas responsabilidades intentando hacer siempre el bien, ayudándonos mutuamente y así todos podremos cumplir la voluntad del Señor y Él realizará en nosotros lo que es de su agrado.

Ciudad Redonda