Emergencia

Acabas de proclamar el manifiesto de las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-12)  y a reglón seguido dices a los que te siguen que son sal y luz.

Hemos escuchado tantas veces estas lecturas que quizás no nos estimulen, no nos pongan en pie, puede que parezca que no van con nosotros, no provocan una escucha sincera y comprometida.

¿Qué nos dices hoy desde lo alto del monte? ¿Qué nos dices hoy tecleando desde el ordenador tus palabras inquietantes: “Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará?

Pero estamos sosos, incluso de bajón.

¿Qué nos dices desde el ambón?: “Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín, sino en el candelero, para que alumbre a todos los que están en la  casa”.

Pero estamos apagados, no hay conexión.

¿Qué nos dices desde las periferias del mundo? Periferias que no están lejos de nadie. Que están en la puerta de al lado (esto es del Papa Francisco) o a unas pocas estaciones de metro.

Pero estamos absortos en pantallas y a la espera del “metaverso”… hasta que sepamos en qué consiste.

Si nos regalamos un espacio de soledad y silencio, si dejamos de que la palabra invada y los pensamientos nos acosen, escucharemos tu voz en lo alto, en lo interno, a la derecha, a la izquierda, eclipsando el ruido ambiental, grosero, constante, idiotizante:

– ¡Esto es una emergencia! ¡Tan ciegos estáis que no lo veis! “Vosotros sois la sal de la tierra… La luz del mundo”. ¡Despertad, que no estáis solos!

Un grano de sal es poca cosa. Una pequeña vela, también. Todo lo grande empieza en pequeño. Nos llamas a unirnos en la emergencia de un mundo dividido, de una Iglesia dividida, de cristianos que, no caminan juntos sino enfrentados o, sencillamente  desinteresados.

Nos llamas a aportar lo poco que somos como sal y como luz. Un pequeño grano de sal encerrado en un salero de poco sirve; una mínima vela en la noche de este mundo poco puede iluminar. Pero millones de pequeños granos de sal y millones de pequeñas velas encendidas… sería la estabilidad armoniosa del Reino de Dios.

¿Quién dijo utopía?… ¡Atrévete a soñar, hermano! ¡Da un paso hacia delante, hermana, y haz el “poco” que tú puedes hacer!

Atrevámonos a soñar…

Mari Paz López Santos

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Solo si estás ardiendo, iluminarás

El texto que acabamos de escuchar es continuación de las bienaventuranzas, que leímos el domingo pasado. Estamos en el principio del primer discurso de Jesús en el evangelio de Mateo. Es, por tanto, un texto al que se le quiere dar suma importancia. Se trata de dos comparaciones aparentemente sin importancia, pero que tienen un mensaje de gran calado para la vida humana. La tarea más importante sería estar ardiendo e iluminar.

El mensaje de hoy es simplicísimo, con tal de demos por supuesta una realidad que es de lo más complicada. Efectivamente, todo el que ha alcanzado la iluminación ilumina. Si una vela está encendida, necesariamente tiene que iluminar. Si echas sal a un alimento, quedará salado. Pero, ¿qué queremos decir cuando aplicamos a una persona humana el concepto iluminado? Somos plenitud de luz, pero no es fácil tomar conciencia de ello.

Todos los líderes espirituales, pero sobre todo en el budismo, enseñan lo mismo. Buda significa eso: el iluminado. ¡Qué difícil es entender lo que eso significa! Solo lo podemos comprender en la medida que nosotros estemos iluminados. Está claro, sin embargo, que no nos referimos a ninguna clase de luz material ni de ningún conocimiento especial. Nos referimos más bien a un ser humano que ha despertado, es decir que ha desplegado todas sus posibilidades de ser humano. Estaríamos hablando del ideal de ser humano.

Esto es precisamente lo que nos está diciendo el evangelio. Da por supuesto todo el proceso de despertar y considera a los discípulos ya iluminados y capaces de iluminar a los demás. Pero como nos dice el budismo, eso no se puede dar por supuesto, tenemos que emprender la tarea de despertar. Sería inútil que intentáramos iluminar a los demás estando nosotros apagados, dormidos. En el budismo, el iluminar a los demás estaría significado por la primera consecuencia de la iluminación, la compasión.

Hay un aspecto en el que la sal y la luz coinciden. Ninguna es provechosa por sí misma. La sal sola no sirve de nada para la salud, solo es útil cuando acompaña a los alimentos. La luz no se puede ver, es absolutamente oscura hasta que tropieza con un objeto. La sal, para salar, tiene que deshacerse, disolverse, dejar de ser lo que era. La lámpara o la vela producen luz, pero el aceite o la cera se consumen. ¡Qué interesante! Resulta que mi existencia solo tendrá sentido en la medida que me consuma en beneficio de los demás.

La sal es uno de los minerales más simples (cloruro sódico), pero también más imprescindibles para nuestra alimentación. Pero tiene muchas otras virtudes que pueden ayudarnos a entender el relato. En tiempo de Jesús se usaban bloques de sal para revestir por dentro los hornos de pan. Con ello se conseguía conservar el calor para la cocción. Esta sal con el tiempo perdía su capacidad de aislante térmico y había que sustituirla. Los restos de las placas retiradas se utilizaban para compactar los caminos.

Ahora podemos comprender la frase del evangelio: “pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará?; no sirve más que para tirarla y que la pise la gente”. La sal no se vuelve sosa. Esta sal de los hornos, sí podía perder la virtud de conservar el calor. La traducción está mal hecha. El verbo griego que emplea tiene que ver con “perder la cabeza”, “volverse loco”. En latín “evanuerit” significa desvirtuarse, desvanecerse. Debía decir: si la sal se vuelve loca o si la sal pierde su virtud. Esa sal quemada, no servía más que para pisarla.

No podemos conocer lo que Jesús pensaba cuando ponía estos ejemplos pero seguro que no hacía referencia a conocimiento doctrinal, ni a normas morales, ni a ningún rito. Seguro que ya intuían lo que hoy nosotros sabemos: la sal y la luz es lo humano. Es curioso que haya llegado a nosotros un proverbio romano que, jugando con las palabras, dice: no hay nada más importante que la sal y el sol. Probablemente estas comparaciones, utilizadas por Jesús, hacen referencia a algún refrán ancestral que no ha llegado hasta nosotros.

La sal actúa desde el anonimato, ni se ve ni se aprecia. Si un alimento tiene la cantidad precisa, pasa desapercibida, nadie se acuerda de la sal. Cuando a un alimento le falta o tiene demasiada, entonces nos acordamos de ella. Lo que importa no es la sal, sino la comida sazonada. La sal no se puede salar a sí misma. Pero es imprescindible para los demás alimentos. Era tan apreciada que se repartía en pequeñas cantidades a los trabajadores, de ahí procede la palabra tan utilizada todavía de “salario” y “asalariado”

Jesús dice: sois la sal, sois la luz. El artículo determinado nos advierte que no hay otra sal ni otra luz. Todos esperan algo de nosotros. El mundo de los cristianos no es un mundo cerrado y aparte. La salvación que propone Jesús es la salvación para todos. El mundo tiene que quedar sazonado e iluminado por la vida de los que siguen a Jesús. Pero cuidado, cuando la comida tiene exceso de sal se hace intragable. La dosis tiene que estar bien calculada. No debemos atosigar a los demás con nuestras imposiciones.

Cuando se nos pide que seamos luz, se nos está exigiendo algo decisivo para la vida espiritual propia y de los demás. La luz brota siempre de una fuente incandescente. Si no ardes no podrás emitir luz. Pero si estás ardiendo, no podrás dejar de emitir luz y calor. Solo si vivo mi humanidad, puedo ayudar a los demás a desarrollarla. Ser luz significa desplegar nuestra vida espiritual y poner todo ese bagaje al servicio de los demás.

Debemos de tener cuidado de iluminar, no deslumbrar. Estar al servicio del otro, pensando en el bien del otro y no en mi vanagloria. Debemos dar lo que el otro espera y necesita, no lo que nosotros queremos imponerle. Cuando sacamos a alguien de la oscuridad, debemos dosificar la luz para no dañar sus ojos. Los cristianos somos mucho más aficionados a deslumbrar que a iluminar. Cegamos a la gente con imposiciones excesivas y hacemos inútil el mensaje de Jesús para iluminar la vida real de cada día.

En el último párrafo, hay una enseñanza esclarecedora: “Para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre”. La única manera eficaz de transmitir el mensaje son las obras. Una actitud evangélica se transformará inevitablemente en obras. Evangelizar no es proponer una doctrina elaborada y convincente. No es obligar a los demás a aceptar nuestra ideología o manera de entender la realidad. Se trataría de ayudarle a descubrir su propio camino desde los condicionamientos personales en lo que vive.

En las obras se ponen al descubierto mis actitudes internas. Las obras que son fruto de una programación externa no ayudan a los demás a encontrar su camino. Solo las obras que son reflejo de una actitud vital auténtica son cauce de iluminación para los demás. Lo que hay en mi interior, solo puede llegar a los demás a través de las obras. Toda obra hecha desde el amor y la compasión es luz. Los que tenemos una cierta edad nos hemos conformado con un cristianismo de programación, por eso nadie nos hace caso.

Fray Marcos

La sal da sabor sin saberlo

La sabiduría que contienen las metáforas de la sal y de la luz radica en que ponen el acento en la desapropiación: la sal da sabor y la luz ilumina sin hacer ningún esfuerzo, sin proponérselo y sin presumir de ello. Y, sin embargo, son eficaces: si está en buen estado, la sal no puede sino dar sabor; si está encendida, la luz no puede sino alumbrar.

Todo se tergiversa cuando las palabras de Jesús se leen -como en tantas otras ocasiones- en clave moralista y voluntarista. Tal lectura da lugar a proclamas del tipo: “tenemos que ser sal, tenemos que ser luz”… El voluntarismo y la apropiación, incluso cuando nacen de la mejor voluntad, constituyen un alimento jugoso para el ego, que se fortalece así incluso con lo más sagrado.

¿Qué da sabor a nuestras vidas?, ¿qué las ilumina? Tal vez nos ayude a descubrirlo volver la vista hacia atrás y preguntarnos qué ha sido aquello que ha aportado sabor y luz a nuestra existencia. Seguramente nos aparecerán rostros con calidad de presencia amorosa que, sin aspavientos, supieron vernos, acogernos, escucharnos, ayudarnos, hablarnos…, sin ni siquiera ser conscientes de todo lo que nos estaban aportando en ese momento.

Si bien es cierto que no pueden separarse -de la misma manera que no puede separarse la sal del sabor-, parece claro que el acento no está en el hacer, sino en el ser. Y cuando es así, todo lo demás “se nos dará por añadidura”, diría el mismo Jesús.

Todo consiste en ser: en vivir en conexión y en coherencia con lo que somos en profundidad. Acallando los ruidos de la mente y las apetencias del ego, nos dejamos escuchar la voz del anhelo que clama en nuestro interior. Silencio del ego, aceptación, gratitud, paz, unidad: esas son las señales que nos permiten ver si estamos en el “buen lugar”, en el lugar donde -aunque no lo sepamos- somos sal y luz.

¿Desde dónde me vivo?

Enrique Martínez Lozano

Comentario – Domingo V de Tiempo Ordinario

(Mt 5, 13-16)

Luego de las bienaventuranzas, San Mateo nos presenta estas palabras de Jesús sobre la sal y la luz, y así vemos que la sal y la luz que los discípulos deben ofrecer al mundo son ese testimonio de un estilo de vida diferente, el estilo de las bienaventuranzas.

Al invitarnos a ser sal para el mundo y a no perder el sabor, Jesús nos muestra que debemos ofrecerle algo al mundo, que debe preocuparnos aportarle un poco de sabor a esta tierra, que no nos puede ser indiferente la sociedad.

Los talentos que revimos de Dios son para que dejemos este mundo mejor que como lo encontramos.

Al invitarnos a ser una luz que brille para todos, una luz que no pretenda ocultarse, una luz que sea visible como una ciudad sobre una montaña, nos está diciendo que nuestra vida cristiana no puede reducirse a un pequeño grupo escondido y aislado del mundo; nos exhorta a no avergonzarnos de nuestra fe.

De hecho, los que están sumergidos en el pecado, en la injusticia y en el odio, prefieren que los creyentes no los cuestiones con su estilo de vida, prefieren un cristianismo encerrado en los templos, que no moleste; y una manera de perseguir la fe es pretender relegarla a la oscuridad, al encierro, es impedir que tenga influencia en la sociedad.

Pero ese testimonio de vida y de fe en medio de la sociedad no tiene como finalidad alcanzar poder, ganarle una batalla a los opositores, demostrar que somos más; la finalidad es darle gloria al Padre, permitir que su gracia y su luz se difundan en el mundo, lo iluminen y lo transformen.

Oración:

“Señor, no dejes que pierda el sabor de tu evangelio, no dejes que esconda la luz que me regalas. Tú has salvado mi vida, tú me has iluminado, pero te ruego que me impulses para que pueda comunicar a los demás tu amor y tu luz”.

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Domingo V de Tiempo Ordinario

Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.

San Mateo coloca estas palabras de Jesús a continuación de las Bienaventuranzas. Los que viven según el estilo de las Bienaventuranzas son sal y luz del mundo. Son fermento de una nueva humanidad.

El Reino de Dios no debe perder fuerza ni permanecer oculto por miedo a la persecución, o por la dejadez de los cristianos. Al contrario, debe hacerse presente y visible en el testimonio de vida de los discípulos de Jesús.

No basta tener las cualidades que se enumeran en las Bienaventuranzas, sino que hay que asumir una responsabilidad ante los demás. Así como la sal, que no basta con que sea salada sino que debe salar; o como la luz, que no basta con que brille, sino que debe iluminar.

Los que por razones de salud deben comer sin sal, saben que las comidas sin sal son insípidas. Como la sal da sabor a las comidas, así los cristianos debemos penetrar al mundo con el sabor del Espíritu del Evangelio.

Debemos quitar el sabor amargo a un mundo que está en peligro de hundirse en el aburrimiento, la soledad, la frustración y la desesperación.

Debemos devolverle el sabor de una nueva esperanza y del amor cristiano.

Carne o pescado se pueden conservar con sal, para que no se corrompan. Los cristianos debemos preservar el mundo de la corrupción.

Antes se usaba mucho la sal para curar heridas. Los cristianos debemos sanar las heridas del cuerpo y del alma de los hombres.

Un poco de sal es suficiente para dar sabor a la sopa. Algunos pocos cristianos que traten de serlo de verdad, pueden cambiar el ambiente. No conviene poner demasiada sal en las comidas. El Señor espera de nosotros que demos decididamente testimonio de Él, pero no de una manera fanática.

Y así como la sal «sola» no sirve para ser comida, porque tiene un gusto desagradable, los cristianos no estamos para que nos encerremos en nuestro grupo. Estamos para los demás.

La mayor preocupación de Jesús es que los cristianos pierdan su sabor y fuerza, que pierdan el entusiasmo de la primera hora. La sal no puede dejar de salar. Es un absurdo pensar en una sal que no tenga sabor. Serviría sólo para tirarla.

Un cristiano que no asume su compromiso frente al mundo, es inútil.

Dice Jesús: «Ustedes son la luz del mundo». Los cristianos estamos para disipar las tinieblas. Debemos ayudar a los hombres para que puedan vivir de verdad. El mundo grita por la luz de la justicia, la verdad y la paz.

Vamos a pedirle a Jesús hoy, a Él que es la verdadera «Sal» y la verdadera «Luz», que siempre seamos destellos de esa «Sal» y esa «Luz», para ayudar a transformar nuestra sociedad, dando con nuestros actos, «Gloria a Dios».

Lectio Divina – Domingo V de Tiempo Ordinario

Ustedes son la sal de la tierra

Oración inicial:

¡Oh Dios!, fuente de todo bien, escucha sin cesar nuestras súplicas; y concédenos, inspirados por ti, pensar lo que es recto y cumplirlo con tu ayuda. Por nuestro Señor Jesucristo.

Lectura Mateo capítulo 5, versículos 13 al 16:

Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente.

Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa.

Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, dengloria a su Padre, que está en los cielos”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda)

Indicaciones para la lectura:

Para comprender mejor estas imágenes, tengamos en cuenta que la ley judía prescribía poner un poco de sal sobre cada oferta presentada a Dios, como un signo de alianza. La luz, entonces, para Israel era el símbolo de la revelación mesiánica que triunfa sobre las tinieblas del paganismo. Los cristianos, el nuevo Israel, reciben, entonces, una misión para con todos los hombres: con la fe y la caridad pueden orientar, consagrar, hacer fecunda la humanidad. Todos los bautizados somos discípulos misioneros y estamos llamados a convertirnos en un Evangelio vivo en el mundo: con una vida santa daremos “sabor” a los diferentes ambientes y los defenderemos de la corrupción, como hace la sal; y llevaremos la luz de Cristo a través del testimonio de una caridad genuina. Pero si los cristianos perdemos sabor y apagamos nuestra presencia de sal y de luz, perdemos la efectividad.» (S.S. Francisco).

Meditación:

“Miren cómo se aman” decían de los primeros cristianos. Ése era su distintivo: el amor.

Parecería que Cristo nos está pidiendo que no seamos humildes: “Brille así vuestra luz delante de los hombres para quevean vuestras buenas obras -pero es ahora donde viene lo importante:- y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

No dejemos de hacer el bien por esa falsa humildad, el secreto está en que no nos glorifiquen a nosotros sino a Dios, pero recordemos que somos luz, sal, estamos hechos para brillar, para dar sabor, que el mundo vuelva a sentir nuestra presencia, y que cuando nos vean tengan que exclamar asombrados: “Miren cómo se aman”. Miren cómo brillan en el mundo, miren cómo iluminan el camino, son como una lámpara que hay que poner en lo alto, para que alumbre a todos. No se nos olvide que somos lámpara, llevamos la luz en nosotros, pero la luz es Cristo, es a Él a quien tienen que dar gloria. Se tienen que admirar de la luz, que es Cristo.

Cristo hace milagros. Dice el evangelio que si la sal se desvirtúa ya no sirve para nada, pero todo tiene solución mientras dura la vida porque Dios es omnipotente. Si tú, siendo cristiano, siendo sal de la tierra, crees que has perdido el sabor, confía plenamente en que hay uno que se lo puede devolver, confía en que hay uno que puede hacerte ser otra vez sal de la buena, de ser sal insípida a ser sal que da sabor. Si tú te consideras una lámpara sin luz, de esas que sí se tendrían que poner debajo del celemín porque ya no alumbran, acércate a Cristo porque Él es la luz, es Él el que da sentido a nuestra vida, Él nos hará ser lo que debemos ser y así prenderemos fuego al mundo entero.

Así podrán exclamar un día también de nosotros como exclamaban de los primeros cristianos: “Miren cómo se aman”.¡Ánimo! ¡Como los primeros!

Contemplación:

En nuestro mundo se valoran mucho la riqueza, el poder y el control. Pero Jesús señala pequeñas cosas para enseñar valores más profundos. La comida preservada en sal, añade sabor al alimento si está preparado por un hábil cocinero/a. Pero su trabajo está escondido. Como sal de la tierra, podemos ser efectivos/as en llevar más sabor a la vida de los demás.

Oración:

Jesús, me llamas a ser la sal y la luz para los demás, esto implica que mi testimonio de vida, palabras y acciones deben ser un reflejo de tu amor, de tu misericordia infinita. Tu gracia es la fuente para la felicidad. Ayúdame, Señor, a guiarme en todo por el Espíritu Santo, para que Él sea quien edifique, en mí, al auténtico testigo de tu amor.

Propósito:

Ser el primero en disculparme u ofrecer una solución en alguna discusión que se presente.

La misión

«Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo»

No es frecuente plantearse la vida desde la misión, pero eso es lo que nos pide Jesús. Y la misión no consiste en elucubrar sobre la Palabra, sino en responder a la Palabra. Tampoco consiste en promover filosofías o teologías que suplanten a la Palabra, sino en una forma determinada de vivir … Y ¿para qué?… pues «para que los hombres vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo». Por tanto, la misión no tiene nada que ver con un mensaje de palabras, sino en vivir de forma que nuestros actos hagan patente el amor del Padre.

El fundamento que soporta al cristiano es Abbá: el padre que nos quiere con locura y a cuyo amor respondemos amando a los demás (a sus otros hijos). Pero es muy difícil creer en el amor del Padre cuando lo que habitualmente vemos en el mundo no es amor, sino injusticia y opresión. Los cristianos hemos visto el amor de Dios en Jesús, y la misión que Jesús nos pide es que le ayudemos a que los demás vean ese amor en nuestras buenas obras. «Así como el Padre me envió … os envío yo a vosotros».

Según el texto de hoy, la misión a la que Jesús nos invita se concreta en ser luz y en ser sal; luz para poner de manifiesto ese amor, y sal para darle al mundo su auténtico sabor.

El signo de la luz tiene una larga tradición en Israel, y no es extraño que Jesús lo adopte para definir la misión. La luz no pone nada sobre lo que ya hay, pero permite ver las cosas mejor y vivir con más sentido… No obstante, la invitación a ser luz tiene un peligro, y es que caigamos en la pedantería de ir por la vida creyéndonos luz de los demás. Debemos tener muy claro que esa luz no es nuestra; que, en todo caso, somos meros portadores de la luz de Dios que hemos visto reflejada en Jesús.

Todos, creyentes y no creyentes, tenemos un poco de luz de Dios, y ofreciendo la que tenemos y recibiendo la que nos dan, podemos caminar por el mundo como hermanos que se esfuerzan en avanzar sin tropiezos. Ruiz de Galarreta comparaba la vida cristiana con un cirio que, si no se consume para dar luz, no sirve para nada. Y ponía de ejemplo a Jesús; cirio encendido que se quemó hasta el último cabo para iluminar el mundo con la luz de Dios.

El signo de la sal es mucho más humilde, menos pretencioso, y tan ajustado al estilo de Jesús, que podemos imaginar que es invento suyo. La sal solo sirve para añadirse a otros alimentos y resaltar su sabor, y esto tan sencillo, tan cotidiano, puede ser una excelente parábola de lo que ocurre con Jesús, que es la sal que da sabor a todo lo que hacemos: a vivir, a trabajar, a descansar, a triunfar, a fracasar, a estar sano, a estar enfermo, a morir… a todo.

Nuestra vida tiene sabor en Jesús; nuestra sal; la sal de Dios. Un mundo sin Dios no tiene sabor… y de ahí la misión que tenemos encomendada: «Vosotros sois la sal de la Tierra, y si la sal se vuelve insípida ¿con qué se la salará?».

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Sal y soportes

1.- Empezaré por lo anecdótico. Vaya por delante que mis conocimientos químicos son escasos. Los autores dicen que la sal doméstica del Israel bíblico, procedía exclusivamente del Mar Muerto. No me preocupaba a mí la selección de los diferentes minerales que en ella están disueltos y que cristalizan en sus orillas. En Cardona, a simple vista, ve uno los diferentes estratos de silvina, carnalita y sal gema. Separarlos no debe ser difícil problema. Me intrigaba que Jesús dijese que si la sal se vuelve insípida, se vuelve inútil e irrecuperable. Pensaba yo: la sal es cloruro sódico. Para que se rompa la molécula, se precisa la acción de un agente más potente que el clorhídrico y en aquel tiempo, ni el sulfúrico, ni el nítrico existían. Preguntando a personas competentes, me encontré a un importante ingeniero especializado en salinas, versado en la Biblia, que había escrito un interesante ensayo sobre esta cuestión. Me enteré por él que, en aquel tiempo, a los granos de sal, los compactaban con arcilla, formando unos bloques que facilitaban su trasporte. Pero la sal absorbe la humedad y se convierte en un líquido molesto. Muchos hemos pasado por la experiencia de dejar en un delicado mueble un bello cristal de sal y comprobar, al cabo de un tiempo, que había desaparecido y quedaba en la superficie, un charquito que dañaba el barniz. Pues imaginaos ahora al poseedor de una briqueta como la que describía, que un día la hubiera abandonado en un rincón y más tarde se la encontraría como un bloque de su mismo volumen, pero carente del cloruro sódico, compuesto solo de insípido barro. Aquel ladrillo le fastidiaría y lo tiraría con rabia, defraudado.

2.- Recibimos nosotros el día del bautismo y en los sucesivos sacramentos, el depósito de la Fe, compactado en el variado interior del alma. Tal vez en nuestra vida hemos olvidado el tesoro de la Gracia, ocupados en el disfrute de lo que nuestra sociedad burguesa nos ofrece. Llega un día la prueba, llámesele enfermedad, muerte o divorcio, por poner ejemplos. Se acuerda uno de lo que cree recibió en su infancia o periodo escolar y se lo encuentra vacío. Aquella catequesis, aquellas misas bonitas con guitarras, aquellas actividades de colaboradores aficionados a una atractiva ONG, son oscuros recuerdos, que en nada le ayudan. La sal del Evangelio se ha disuelto y ha dejado un fenomenal hueco en el alma.

3.- Recibimos la Gracia, mis queridos jóvenes lectores, y tal vez la almacenamos fuera de nosotros mismos. En un momento crucial, buscamos algo que nos sustente y nos encontramos ignorantes, impotentes, carentes de lo que nos pueda dar vigor. La Fe, como la sal hay que protegerla, la Fe como la sal, hay que utilizarla, de otro modo la sal la lamen las ovejas y desaparece, la Gracia se oscurece e inutiliza. Seamos, pues, personas responsables.

La Gracia es como una luz, dice el Señor, yo os diría, sin querer corregir al Maestro, que es como una pila eléctrica, que si uno la abandona en un aparato que no utiliza, corroe los contactos y lo estropea. Una pila es para utilizarla, de lo contrario se deteriora. La Fe es para testimoniarla, de no hacerlo, perece. Quien la oculta y se la reserva exclusivamente para sí, la pierde, quien de ella hace un uso exclusivamente privado, sin comunicarla, se convierte en una molesta carga que a la larga se abandona. Los jóvenes coptos, estos cristianos tan duramente perseguidos estos días, se tatúan cerca de la muñeca una cruz, que les recuerda su pertenencia a la Iglesia y su compromiso con ella.

4.- Si la lámpara no se debe ocultar, la Fe tampoco. Quien cede su llama, no extingue su candileja, al contrario, aumenta la iluminación de la estancia y se aprovechan muchos, sin que por ello se desgaste más. Quien comunica su Fe, crece espiritualmente. El texto habla de colocar la lámpara en el candelabro. La traducción, pese a ser correcta, no es exacta. Existía en aquellos tiempos un soporte expresamente hecho para cumplir la función de sustentar, hoy ya ha desaparecido. He visto ejemplares en el Museo bíblico de la Flagelación, en Jerusalén. No se utilizan ahora, como tampoco el candil o el quinqué, y de alguna manera entendedora debían traducir la palabra que figuraba en el texto.

5.- Los saleros tienen agujeritos que facilitan la salida de este condimento, si se obturan para nada sirve el artilugio. Las velas poseen mechas que facilitan la combustión de la columna de cera. Sed siempre, mis queridos jóvenes lectores, conservantes espirituales para los demás e iluminadores de sus rutas. Que Dios lo es de las vuestras, nunca lo olvidéis. Para mis pies antorcha es tu palabra, luz para el sendero, dice el salmo 119, versículo 105.

Pedrojosé Ynaraja

Meditación – Domingo V de Tiempo Ordinario

Hoy es Domingo V de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 5, 13-16):

Jesús dijo a sus discípulos:

Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.

Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.

Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.

Hoy, mediante estas imágenes llenas de significado —la «sal de la tierra» y la «luz del mundo»—, Jesús quiere transmitir a sus discípulos el sentido de su misión y de su testimonio. La «sal», en la cultura de Oriente Medio, evoca varios valores como la alianza, la solidaridad, la vida y la sabiduría. La luz, por su parte, es la primera obra de Dios creador y es fuente de la vida; la misma Palabra de Dios es comparada con la luz.

La sabiduría sintetiza en sí los efectos benéficos de la sal y de la luz: de hecho, los discípulos del Señor están llamados a dar nuevo «sabor» al mundo, y a preservarlo de la corrupción, con la sabiduría de Dios, que resplandece plenamente en el rostro del Hijo.

—Unidos a Él, los cristianos pueden difundir en medio de las tinieblas de la indiferencia y del egoísmo la luz del amor de Dios, verdadera sabiduría que da significado a la existencia y a la actuación de los hombres.

REDACCIÓN evangeli.net

Eclo 15, 16-21 (1ª lectura Domingo VI de Tiempo Ordinario)

Esta palabra de Dios proclamada hoy evoca el proyecto original de Dios según el cual hizo al hombre libre a su imagen y semejanza. El Sirácida comparte la seguridad de que el hombre tiene libertad para elegir su destino; para elegir entre el bien y el mal. Esta es una de las prerrogativas que tiene el hombre. Pero la libertad que poseemos desde el nacimiento necesita ponerse en ejercicio. El autor enseña que esta libertad se expresa en su mayor decisión ante la vida y la muerte. Dos valores que alcanzan al hombre en su intimidad y en su destino. La libertad es un don pero es también un valor en cuyo ejercicio se corren riesgos. Elegir conlleva siempre unas consecuencias imprevisibles. La muerte o la vida es la elección fundamental del hombre. La libertad es el resultado de la conjunción de conocimiento y amor o, dicho de otra forma, es la síntesis del entendimiento y de la voluntad que todo hombre posee. Hoy como ayer es necesario que los hombres y mujeres reconozcan este don que la naturaleza nos concede. Pero también que aunque todos nacemos libres, se consigue la verdadera libertad en el ejercicio constante de la verdad y el amor; en la verdad y el bien. ¡Dios conoce la intimidad del hombre! La sabiduría de Dios alcanza todas las dimensiones: el pasado, presente y futuro, todo en su conjunto, porque el conocimiento de Dios es intuitivo y global.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo