Comentario – Domingo V de Tiempo Ordinario

(Mt 5, 13-16)

Luego de las bienaventuranzas, San Mateo nos presenta estas palabras de Jesús sobre la sal y la luz, y así vemos que la sal y la luz que los discípulos deben ofrecer al mundo son ese testimonio de un estilo de vida diferente, el estilo de las bienaventuranzas.

Al invitarnos a ser sal para el mundo y a no perder el sabor, Jesús nos muestra que debemos ofrecerle algo al mundo, que debe preocuparnos aportarle un poco de sabor a esta tierra, que no nos puede ser indiferente la sociedad.

Los talentos que revimos de Dios son para que dejemos este mundo mejor que como lo encontramos.

Al invitarnos a ser una luz que brille para todos, una luz que no pretenda ocultarse, una luz que sea visible como una ciudad sobre una montaña, nos está diciendo que nuestra vida cristiana no puede reducirse a un pequeño grupo escondido y aislado del mundo; nos exhorta a no avergonzarnos de nuestra fe.

De hecho, los que están sumergidos en el pecado, en la injusticia y en el odio, prefieren que los creyentes no los cuestiones con su estilo de vida, prefieren un cristianismo encerrado en los templos, que no moleste; y una manera de perseguir la fe es pretender relegarla a la oscuridad, al encierro, es impedir que tenga influencia en la sociedad.

Pero ese testimonio de vida y de fe en medio de la sociedad no tiene como finalidad alcanzar poder, ganarle una batalla a los opositores, demostrar que somos más; la finalidad es darle gloria al Padre, permitir que su gracia y su luz se difundan en el mundo, lo iluminen y lo transformen.

Oración:

“Señor, no dejes que pierda el sabor de tu evangelio, no dejes que esconda la luz que me regalas. Tú has salvado mi vida, tú me has iluminado, pero te ruego que me impulses para que pueda comunicar a los demás tu amor y tu luz”.

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día