En una parroquia, tras los días de Navidad, quedaban todavía a la vista algunos adornos y otros elementos con que se había decorado el templo. Varias personas dijeron al párroco: “Eso habrá que quitarlo…” Pero, como comentaba él, nadie fue a decirle: “Voy yo a quitarlo”. Esto se repite en todos los ámbitos de la vida: vemos cosas que están mal o que deberían cambiarse, pero no vamos más allá de criticarlo o de quejamos, y seguimos a la nuestra. Es el “habriaqueísmo” (Evangelii gaudium 96) al que se refiere el Papa a menudo, señalar “lo que habría que hacer”, pero “desde fuera”, sin comprometerse personalmente, esperando que otros lo hagan
Hoy es el primer domingo de Adviento, el La Palabra de Dios de este Domingo es una fuerte llamada a salir de ese “habriaqueísmo”, en todas las áreas de nuestra vida, a abandonar la simple crítica y queja, y a tomar la iniciativa ante aquello que vemos que está mal o debe cambiarse.
La 1ª lectura recoge unos problemas que, lamentablemente, continúan dándose hoy en día: el hambre, la pobreza, los “sin techo”, la “globalización de la indiferencia” (Evangelii gaudium 54), el ambiente de crispación social, enfrentamientos y guerra que nos rodea. Las dimensiones de estos problemas hacen que, ante ellos pensemos que es muy poco o nada lo que podemos hacer, pero como indica el profeta: Esto dice el Señor: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, cubre a quien ves desnudo y no te desentiendas de los tuyos. Entonces surgirá tu luz. Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la calumnia… brillará tu luz en las tinieblas.
Dios no nos pide que solucionemos “el problema” del hambre, de la pobreza, de la guerra… porque esto supera nuestras posibilidades y caeríamos de nuevo en el “habriaqueísmo”. Lo que sí nos pide es que actuemos ante “la persona” que encarna y sufre esos problemas: el hambriento, el sin techo, el desnudo, alguien de tu familia o un amigo que espera de ti una palabra de afecto y un apoyo, esa persona con la que has tenido un roce, que te cae mal, a la que criticas… porque esa acción con ellos sí que está al alcance de nuestras posibilidades. Dios nos pide que nos comprometamos ahí, de forma personal y concreta, sin esperar a que otros lo hagan.
Pero también en este caso pueden surgir las resistencias, las reticencias, las excusas: “Yo no sé hacerlo, yo no entiendo, no me atrevo…” Por eso Jesús en el Evangelio, nos ha recordado: Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo… Jesús no nos dice que “seréis”, o que “podréis llegar a ser…” sino que habla en presente: ya “sois” sal y luz.
Y, por si acaso seguimos pensando que este ser sal y luz se debe a nuestros méritos y capacidades personales, san Pablo, en la 2ª, nos narra su experiencia: cuando vine a vosotros… no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría… no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu. Es ese mismo Espíritu, que hemos recibido en el Bautismo y en la Confirmación, quien nos mueve a salir del “habriaqueísmo”, quien impulsa nuestro compromiso concreto y al alcance de nuestras posibilidades, y quien nos capacita para llevarlo a cabo con nuestras palabras y con nuestras obras.
¿Caigo en el “habriaqueísmo”, en lo familiar, social, político, eclesial… o tengo iniciativa? ¿Cómo me siento ante los grandes problemas mundiales, como son el hambre, la pobreza, la guerra…? ¿Descubro cerca de mí a personas concretas que encarnan esos problemas? ¿Pienso que puedo comprometerme de algún modo en paliar su situación? ¿Me acuerdo de invocar al Espíritu Santo?
Jesús también nos ha dejado una advertencia si nos dejamos llevar por el “habriaqueísmo” y no ponemos en práctica nuestro ser sal y luz: Si la sal se vuelve sosa… no sirve más que para tirarla fuera. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín. No caben las excusas ni el “habriaqueísmo”: la sal y la luz que hemos recibido del Espíritu Santo no son para nuestro disfrute personal, sino para los demás, especialmente para quienes encarnan esos problemas que les mantienen en la oscuridad y la falta de sentido de la vida. Y ser sal y luz tampoco es un motivo de vanagloria: el compromiso cristiano es un anuncio y testimonio de fe, y el Señor cuenta con nosotros para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos.
Acción católica