San Pablo Miki y compañeros

En el siglo XVI lo que hoy constituye el Japón, estaba dividido en numerosos y pequeños estados independientes. La evangelización del territorio comenzó con la llegada de san Francisco Javier en 1549, quien realizó una amplia obra misionera. Se calcula que treinta años después había en el Japón más de 150.000 cristianos y medio centenar de sacerdotes jesuitas.

En 1582, facciones contrarias lucharon por el dominio político del país, y del desorden consiguiente supo sacar partido un general, quien se coronó emperador. Alcanzado el poder, decretó la abolición de los templos y entidades cristianas y la deportación de los misioneros.

Poco después, procedentes de Filipinas, llegaron los primeros franciscanos, quienes a la predicación juntaron las obras de caridad en bien de los pobres y los enfermos. El 8 de diciembre de 1596, el emperador ordenó el encarcelamiento de todos los misioneros, contra los que se dictó sentencia de muerte.

Al enterarse los fieles de lo que ocurría, por los bandos pregonados en las calles, corrieron donde se hallaban los presos para ponerse a su servicio.

Temiendo que se interrumpiera el comercio con los portugueses, que tantos beneficios le reportaba, el emperador resolvió que el edicto se aplicara sólo a los que habían llegado de Filipinas y a sus acompañantes.

Así, pues, en la lista de las personas a ejecutar quedaron solamente seis franciscanos, cuatro de ellos españoles: san Pedro Bautista, san Francisco Blanco, san Martín de Aguirre y san Francisco de San Miguel y también san Felipe de las Casas, mejicano y san Gonzalo García, nacido en India de padres portugueses. Se incluían, además en la lista: un coreano y dieciséis japoneses bautizados (entre los que había un médico, un soldado y tres muchachitos que ayudaban a los sacerdotes en la misa); a éstos se añadieron otros tres japoneses más, que se encontraban con los jesuitas en Osaka: Pablo Miki, Juan de Goto y Diego Kisai.

Antes de ejecutarlos, se los llevó en carreta por varias ciudades, con el objeto de infundir temor hacia el cristianismo, pero el resultado fue totalmente contrario.

El gobernador en persona se encargó de dirigir la ejecución. Todos fueron crucificados. A una señal, las veintiséis cruces se izaron en una colina situada frente a la ciudad, que desde entonces se llama Colina de los mártires.

Era el 6 de febrero de 1597. Fueron canonizados en 1862.