Marcos 7, 1-13
a) La tirantez entre Jesús y los fariseos -de nuevo hay algunos que han venido de la capital, Jerusalén- es esta vez por la cuestión de lavarse o no las manos antes de comer.
Ciertamente un tema que a nosotros no nos parece demasiado importante, pero que le sirve a Jesús para dar consignas de conducta a sus seguidores.
Jesús fustiga una vez más el excesivo legalismo de algunos letrados. Del episodio de las manos limpias pasa a otros que a él le parecen más graves. Porque a base de interpretaciones caprichosas, llegan a anular el mandamiento de Dios (que si es importante) con la excusa de tradiciones o normas humanas: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».
El ejemplo del cuarto mandamiento que aduce Jesús es muy aleccionador. Dios quiere que honremos al padre y a la madre, y que lo hagamos en concreto, ayudándoles también materialmente. Pero se ve que algunos no lo cumplían, bajo el pretexto de que los bienes con los que podrían ayudar a sus padres los ofrecían como una limosna al templo -que resultaba bastante más sencilla, el famoso «corbán», una módica ofrenda sagrada- y con ello se consideraban dispensados de ayudar a sus padres, cosa que evidentemente era más difícil y continuado. Pero Dios, más que los sacrificios que le podamos ofrecer a él, lo que quiere es que ayudemos a los padres en su necesidad.
b) Todos podemos tener algo de fariseos en nuestra conducta.
Por ejemplo si somos dados al formalismo exterior, dando más importancia a las prácticas externas que a la fe interior. O si damos prioridad a normas humanas, a veces insignificantes incluso tramposas, por encima de la caridad o de la justicia.
Tal vez nosotros no seremos capaces de perder el humor o la caridad por cuestiones tan nimias como el lavarse o no las manos antes de comer. Ni tampoco recurriremos a lo de la ofrenda al Templo para dejar de ayudar a nuestros padres o al prójimo necesitado. Pero ¿cuáles son las trampas o excusas equivalentes a que echamos mano para salirnos con la nuestra? ¿tenemos también nosotros la tendencia a aferrarnos a la «letra» y descuidar el «espíritu>? ¿en qué nos escudamos para disimular nuestra pereza o para inhibirnos de la caridad o la justicia?
Seria muy triste que mereciéramos nosotros el fuerte reproche de Jesús: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi». El concilio Vaticano II llegó a decir que «la separación entre la fe que profesan y la vida cotidiana de muchos debe ser considerada como uno de los errores más graves de nuestro tiempo» (Gaudium et Spes 43, que cita este pasaje de Marcos 7).
«El universo está lleno de tu presencia, pero sobre todo has dejado la huella de tu gloria en el hombre, creado a tu imagen» (prefacio común IX)
«A imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó» (1ª lectura, I)
«Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra» (salmo, I)
«Santo es el Señor, Dios del universo: llenos están el cielo y la tierra de tu gloria» («sanctus»)
«Escucha la oración de tu pueblo, cuando recen en este sitio» (1ª lectura, II)
«Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre» (salmo, ll)
«Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi» (evangelio)
J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 4