Lectio Divina – Viernes V de Tiempo Ordinario

El mismo mensaje de Jesús nos invita a proclamarlo

Invocación al Espíritu Santo:

Ven, oh Espíritu Santo, atiéndenos, Espíritu del Padre, vivifícanos, Espíritu del Hijo, sálvanos. Oh Amor eterno, llénanos, con tu fuego, inflámanos, con tu luz, ilumínanos. Fuente viva, sácianos, de nuestros pecados, lávanos. Por tu unción, fortalécenos.

Lectura. Marcos capítulo 7, versículos 31 al 37:

Salió Jesús de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la región de Decápolis. Le llevaron entonces a un hombre sordo y tartamudo, y le suplicaban que le impusiera las manos. Él lo apartó a un lado de la gente, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Después, mirando al cielo, suspiró y le dijo: “¡Effetá!” (que quiere decir “¡Ábrete!”). Al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y empezó a hablar sin dificultad.

Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, ellos con más insistencia lo proclamaban; y todos estaban asombrados y decían: “¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee dos o más veces el texto, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

Este relato del sordomudo sanado por Jesús subraya la participación de los paganos en el banquete de la salvación que Jesús ofrece, pues su incapacidad para escuchar y alabar a Dios simboliza plenamente la situación del mundo pagano que Jesús viene a liberar con su palabra.

Meditación:

«Ve y dile que los ciegos ven, los sordos oyen, y que ha llegado la liberación a los cautivos». Así resume su misión Cristo, porque ha sido enviado a curar a todos los enfermos y a traer la paz a los hombres.

¿Cómo quisiéramos que se nos dijera que todo lo hemos hecho bien? La vanidad y la envidia nos entran cuando vemos que otros son alabados por algo en lo que nosotros tuvimos mucho que ver. Nos enojamos y desearíamos que se nos alabara, por eso nace la competitividad entre los hombres.

Pero si todo es por vanidad, cuando lo obtengas, ¿serás feliz eternamente? Ya decía San Juan Crisóstomo al citar el Qoelet: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad». Y lo decía con verdad, porque lo único que tiene que importarnos no son las alabanzas, sino el hacer bien las cosas por amor a Dios. Todo lo demás sale sobrando.

Oración:

Ante tantas maravillas que contemplamos en nuestra vida ciertamente no puede haber otra causa que el mismo Dios, cada momento feliz de nuestra vida, cada belleza natural, la misma eucaristía, y ante esto no me puedo quedar callado, Gracias Padre por todas las maravillas que nos concedes, por amarnos tanto y darnos todo lo necesario, que ante esa realidad que nos invade vayamos a proclamarte, lo grande que eres.

Contemplación:

La Iglesia está llamada a llevar la misión en las nuevas circunstancias en que se vive. No puede hacerse de lado cuando ve en las personas, confusión, peligros y amenazas. Hay que confirmar, renovar y revitalizar el Evangelio desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo que suscite discípulos y misioneros para anunciar el reino.

Oración final:

Padre Santo, soy sordo cuando no oigo las necesidades de los demás, cuando no busco entender su punto de vista. Soy mudo cuando no pronuncio palabras llenas de benedicencia sino de crítica, por eso confío en que esta meditación, y mi esfuerzo permanente por crecer en mi vida de oración, me ayude a curar esas malas acciones que me apartan de ser un auténtico testigo de tu amor.

Propósito:

Que mi manera de actuar y tratar a los demás revele el amor de Dios Padre.

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Homilía – Viernes V de Tiempo Ordinario

Este pasaje del Evangelio nos relata la curación de un sordomudo. El Señor lo llevó aparte, metió los dedos en sus orejas y con saliva tocó su lengua. Después Jesús miró al cielo y le dijo: Effetá, que significa ábrete. Al instante se le abrieron sus oídos y hablaba correctamente.

Los dedos significan una acción divina poderosa, y a la saliva se le atribuía cierta eficacia para aliviar las heridas. Aunque son las palabras del Señor las que curan, Él quiso, como en otras ocasiones, utilizar elementos materiales visibles, los que de alguna manera expresaran la acción más profunda que los sacramentos iban a efectuar en las almas.

Desde el comienzo, la Iglesia empleó en el momento del Bautismo estos mismos gestos de Jesús, mientras que el sacerdote oraba sobre el bautizado: «El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda a su tiempo escuchar su Palabra y proclamar la fe.»

En esta curación que realiza el Señor podemos ver una imagen de su actuación en las almas: libra al hombre del pecado, abre su oído para escuchar su Palabra y suelta su lengua para alabar y proclamar el Reino de Dios.

Los cristianos no debemos permanecer mudos cuando es necesario hablar de Dios y de su mensaje. No podemos quedarnos callados ante las muchas oportunidades que el Señor nos pone delante, para que mostremos a todos el camino que nos lleva a Dios.

Incluso los acontecimientos corrientes de la vida se prestan muchas veces para hacer un comentario o una reflexión que muestre nuestra fe, y lleve a los que nos rodean la buena doctrina de Jesús.

En el Bautismo recibimos la responsabilidad de no dejar que nadie pierda su fe, ante la avalancha de ideas y de errores doctrinales y morales a los que frecuentemente estamos sometidos.

Cada cristiano debe ser testimonio de buena doctrina, testigo -no solo con el ejemplo: también con la palabra- del mensaje evangélico. Y debemos aprovechar cualquier oportunidad que se nos presente, con nuestros familiares, con nuestros amigos, compañeros y vecinos. También con aquellas personas con quienes por casualidad compartimos un viaje o un encuentro circunstancial.

Nuestra vida no puede ser una vida de ocasiones perdidas de hacer apostolado, porque el Señor quiere que nuestras palabras se hagan eco de sus enseñanzas.

Pidamos a María que, por la gracia del Bautismo, nos inspire para que si nuestros oídos permanecen abiertos y podemos hablar correctamente, con frecuencia durante nuestra vida nos convirtamos en verdaderos apóstoles del Señor.

Comentario – Viernes V de Tiempo Ordinario

Marcos 7, 31-37

a) La curación del sordomudo provocó reacciones muy buenas hacia Jesús por parte de los habitantes de Sidón: «Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

Jesús curó al enfermo con unos gestos característicos, imponiéndole las manos, tocándole con sus dedos y poniéndole un poco de saliva. Y con una palabra que pronunció mirando al cielo: «effetá», «ábrete». El profeta Isaías había anunciado -lo leemos en el Adviento cada año- que el Mesías iba a hacer oír a los sordos y hablar a los mudos. Una vez más, ahora en territorio pagano, Jesús está mostrando que ha llegado el tiempo mesiánico de la salvación y de la victoria contra todo mal.

Además, Jesús trata al sordomudo como una persona: cada encuentro de los enfermos con él es un encuentro distinto, personal. Esos enfermos nunca se olvidarán en su vida de que Jesús les curó.

b) El Resucitado sigue curando hoy a la humanidad a través de su Iglesia.

Los gestos sacramentales -imposición de manos, contacto con la mano, unción con óleo y crisma- son el signo eficaz de cómo sigue actuando Jesús. «Una celebración sacramental está tejida de signos y de símbolos». Son gestos que están tomados de la cultura humana y de ellos se sirve Dios para transmitir su salvación: son «signos de la alianza, símbolos de las grandes acciones de Dios en favor de su pueblo», sobre todo desde que «han sido asumidos por Cristo, que realizaba sus curaciones y subrayaba su predicación por medio de signos materiales o gestos simbólicos» (Catecismo no. 1145-1152: «Signos y símbolos»).

El episodio de hoy nos recuerda de modo especial el Bautismo, porque uno de los signos complementarios con que se expresa el efecto espiritual de este sacramento es precisamente el rito del «effetá», en el que el ministro toca con el dedo los oídos y la boca del bautizado y dice: «El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre».

Un cristiano ha de tener abiertos los oídos para escuchar y los labios para hablar. Para escuchar tanto a Dios como a los demás, sin hacerse el sordo ni a la Palabra salvadora ni a la comunicación con el prójimo. Para hablar tanto a Dios como a los demás, sin callar en la oración ni en el diálogo con los hermanos ni en el testimonio de nuestra fe.

Pensemos un momento si también nosotros somos sordos cuando deberíamos oír. Y mudos cuando tendríamos que dirigir nuestra palabra, a Dios o al prójimo. Pidamos a Cristo Jesús que una vez más haga con nosotros el milagro del sordomudo.

«El hombre y la mujer se escondieron de la vista del Señor Dios» (1ª lectura, I)

«Confesaré al Señor mi culpa, y tú perdonaste mi culpa y mi pecado» (salmo, I)

«No tendrás un dios extraño, yo soy el Señor Dios tuyo» (salmo, II)

«Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase por mi camino» (salmo, II)

«Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (evangelio)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 4

Comentario al evangelio – Viernes V de Tiempo Ordinario

El rito “Effatha” (así nos ha llegado la transcripción griega del arameo hithpetah), aunque es opcional en la administración del bautismo, está lleno de significado. A un Dios que se nos ha hecho Palabra, e incluso Palabra encarnada, hay que escucharle y hay que responderle. La apertura de los oídos significa obediencia (“habla, que tu siervo escucha”: 1Sam 3,9), y la de los labios designa confianza (“inclina el oído y escúchame”: Salmo 86,1). El bautizado se dispone a vivir en comunión con su Dios, y la palabra, pronunciada y escuchada, será el gran medio de cultivar esa relación amistosa.

Hoy nosotros vamos a prestar oído especialmente a la narración del Génesis. Nos es muy conocida y hasta podríamos recitarla de memoria. Pero, ¿estamos seguros de captar toda su profundidad? Algo ciertamente resulta claro: la posibilidad de aceptación o de rechazo de Dios por parte nuestra, la actitud de fe o de no fe, de dejarnos guiar por Dios o de oponernos a su proyecto. San Pablo habla algunas veces de la “obediencia de la fe” (Rm 1,5; 16,26), expresión que la mejor exégesis entiende como genitivo explicativo (técnicamente lo llaman epexegético): la fe se traduce en obediencia (=ob-audiencia), es sencillamente obediencia, o bien, la obediencia demuestra la autenticidad de la fe. Quien cree, quien se fía de Dios, le escucha, le ob-audit, se deja llevar por él; no tiene recelo ni reticencias respecto de él, no le ve como contrincante a eliminar o desarmar, sino como aliado y amigo, de cuya presencia y compañía se puede gozar.

La narración bíblica del “pecado original” presenta al hombre engañado respecto de quién es Dios para él: alguien que le pondría prohibiciones, receloso de que pudiera privarle de su gloria. Para ello echa mano de mitologías extrabíblicas que depura y conduce a su campo. El hombre sería seducido por la serpiente, presente en el imaginario de muchas mitologías, a veces vista como un segundo dios, el del mal. Pero la biblia elimina todo residuo de dualismo, pues el temible áspid nunca está al nivel de Dios.

El contenido de los mitos es siempre antropológico. Parece que hablan de otras cosas, pero lo que abordan son problemas humanos. La carta de Santiago, al oponerse a quienes piensan que Dios tienta, no corrige tal pensamiento diciendo que quien tienta es el demonio; más bien, “cada uno es tentado por su propia concupiscencia, que le arrastra y le seduce” (Sant 1,15). Lo cantábamos hace algunas décadas: “dentro de cada uno hay un bien y hay un mal”. La serpiente podemos llevarla dentro; prestémonos atención.

Anteayer nos decía Jesús que solo lo que sale de su corazón puede manchar al hombre. Lo peor que nos podría salir de él sería el sentimiento de que Dios es un estorbo a nuestra libertad o nuestra felicidad. Y a veces, por influjos extraños, o por causas desconocidas, la imaginación o el sentimiento nos pueden traicionar. Ellos serían la serpiente, que debemos tener “a raya” para que no nos seduzca. Cuando el hombre intenta eliminar a Dios de su vida, o cree haberlo logrado, de pronto se encuentra “en cueros”.

Severiano Blanco cmf

Meditación – Viernes V de Tiempo Ordinario

Hoy es viernes V de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 7, 31-37):

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.

Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «Efatá», que significa: «Ábrete.» Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.

Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»

Este fragmento del evangelio de Marcos, nos presenta a Jesús que, recorriendo territorio pagano, camino del mar de Galilea, le presentan a un hombre sordo y que apenas podía hablar, y le piden que le imponga las manos.

Jesús lo aparta de la gente, como dándole al acto un carácter más íntimo y personal, evitando convertirlo en algo extraordinario a la vista de los que le seguían, entonces toca los oídos y la lengua de este hombre y mirando al cielo exclamó EFFETÁ, que significa ÁBRETE, y el sordo comenzó a oír perfectamente y a hablar sin ninguna traba.

Jesús quiere quitar todo aspecto de espectacularidad a este acto de misericordia, y lo hace de forma íntima entre el atormentado por la sordomudez y Él. Lo único es que cuando sus seguidores son conscientes de lo que había ocurrido lo pregonan a los cuatro vientos, sin hacer caso de la advertencia del Maestro para que no lo hicieran.

Con esta curación persigue que, al que era incapaz de oír, oiga la Buena Noticia, y pueda proyectarla sobre los que tiene alrededor.

Cristo quiere que no solamente oigamos su mensaje, sino que escuchemos, interioricemos y asumamos sus palabras y que una vez hechas nuestras, actuemos como una correa de transmisión y demos a conocer a quienes nos rodean el maravilloso mensaje de Jesús, mensaje de vida y libertad, y, sobre todo, mensaje de amor.

El hecho de que la curación la realice en territorio pagano, le da un carácter más universal aún a la Buena Noticia, favoreciendo que pueda llegar a aquellos que no crean. 

¿En lo profundo de nuestro ser, querríamos ser como dioses?

¿Nos dejamos seducir y pisoteamos a aquellos que están a nuestro alrededor?

¿Queremos realmente tener nuestros oídos bien abiertos para asumir el mensaje que Jesús nos envía?

D. José Vicente Vila Castellar, OP

Liturgia – Santa Escolástica

SANTA ESCOLÁSTICA, virgen, memoria obligatoria

Misa de la memoria (blanco)

Misal: 1ª oración propia y el resto del común de vírgenes (para una virgen) o de santos (para una monja), o de un domingo del Tiempo Ordinario; Prefacio común o de la memoria.

Leccionario: Vol. III-impar

  • Gén 3, 1-8. Seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal.
  • Sal 31. Dichoso el que está absuelto de su culpa.
  • Mc 7, 31-37. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Antífona de entrada
Ven, esposa de Cristo, recibe la corona que el Señor te ha preparado desde la eternidad.

Monición de entrada y acto penitencial
Santa Escolástica desde muy joven se dedicó a la vida religiosa y fue superiora de un convento de monjas. Siempre se la ha tenido por hermana gemela de San Benito y por una mujer de entrega constante a Dios, también destaca su amor por las conversaciones santas y su fino sentido del humor.

Yo confieso…

Oración colecta
AL celebrar la fiesta de santa Escolástica, virgen,
te rogamos, Señor, que, por su ejemplo,
te sirvamos con caridad pura
y alcancemos los saludables efectos de tu amor.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Reflexión
Reportada curiosamente en el original arameo, la expresión «¡Effetá!» es una clara invitación de Jesús para que el sordomudo se abra a la salvación que se le ofrece y logre así reintegrarse –lleno de asombro– a su comunidad. Como algo totalmente insólito en su habitual modo de proceder, Jesús prepara aquí a este pagano para su curación, misma que viene acompañada de una serie de inusuales ceremonias. Éstas sólo podrán ser interpretadas como simbólica anticipación de lo que luego se realizará en la primitiva liturgia bautismal.

Oración de los fieles
Elevemos ahora nuestras oraciones a Dios Padre, y pidamos por nosotros y por todos los hombres.

1.- Para que la Iglesia reparta constantemente a todos el Pan de la Palabra y de la Eucaristía. Roguemos al Señor.

2.- Para que las órdenes monásticas se vean enriquecidas, por intercesión de santa Escolástica, con nuevas vocaciones y santidad de vida. Roguemos al Señor.

3.- Para que los gobernantes de todo el mundo trabajen para que a nadie le falte el pan ni lo necesario para vivir. Roguemos al Señor.

4.- Para que mejore la situación económica de nuestro país y tengamos prosperidad en la agricultura, la industria y en los demás trabajos. Roguemos al Señor.

5.- Para que nuestra fidelidad a la voluntad de Dios nos convierta en sus activos colaboradores en la construcción del mundo que él desea. Roguemos al Señor.

Escucha, Padre compasivo, nuestra oración, sacia nuestra hambre y sed de Ti, y concédenos lo que con fe te hemos pedido. Por Jesucristo nuestro Señor

Oración sobre las ofrendas
RECIBE, Señor,
la ofrenda de nuestra humildad,
en la memoria de la virgen santa Escolástica
y concédenos, por esta ofrenda inmaculada,
consumirnos constantemente en ferviente
y santo amor delante de ti.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Cf. Lc 10, 42
Esta virgen prudente ha escogido la parte mejor y no le será quitada.

Oración después de la comunión
TE pedimos, Señor,
que el fruto del don del cielo penetre nuestros cuerpos y almas,
para que sea su efecto, y no nuestro sentimiento,
el que prevalezca siempre en nosotros.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Santa Escolástica

Era hermana de san Benito. Había nacido en Espoleto, Valle de Umbría (Italia), en una casa noble. Eran dos hermanos que se querían con locura.

Cuando Benito fundó Montecasino como centro cultural de toda Europa, Escolástica miraba aquellos muros, donde estaba su hermano, con verdadera envidia. Entonces decidió vivir la misma vida que él. Se instaló en otro monasterio cercano, y poco a poco, se fueron reuniendo otras compañeras que serían las primeras benedictinas del mundo. Para ellas hizo Benito otra regla similar a la suya.

Los dos hermanos no se veían más que una vez al año. Es imposible imaginarse aquellos encuentros antes de la cuaresma. San Gregorio Magno los cuenta con la misma ternura con que se narran los encuentros de Agustín y su madre en las noches de verano, a la luz de las estrellas.

Se sabe poco de la vida de esta santa. Después de uno de aquellos encuentros, a los dos días de haber estado juntos, Escolástica entregó su vida a Dios, como una paloma que sube al cielo porque aquél es su sitio.

Luego los enterraron juntos.