La novedad de Jesús

«Habéis oído que se dijo a los antiguos … pero yo os digo»

Hay quien concibe el evangelio como culminación del antiguo testamento. Otros van más lejos y hablan de ruptura, pero, en cualquier caso, es innegable la gran novedad que supuso Jesús; una novedad tan patente y arrolladora, que el propio Mateo —un escriba posiblemente de secta farisea— no tiene más remedio que reconocer. Y aunque en el texto de hoy se hace un pequeño lío por tratar de ser fiel a su tradición —«no he venido a abolir la ley…»—, se muestra más explícito en su capítulo nueve donde compara a Jesús con el vino nuevo que rompe los odres viejos.

Y es que Jesús se está ofreciendo como alternativa a Moisés, y está pidiendo a sus seguidores que superen el concepto de Ley y se abracen al evangelio. Les viene a decir que no se trata de ser santos e irreprochables a los ojos de Dios, sino de crear humanidad; que no se trata de cumplir una serie de preceptos y tradiciones, sino de sentirse amados por Dios y responder amando, sirviendo, perdonando…

Como decía Ruiz de Galarreta: «La diferencia entre la ley y el evangelio es que la ley deja a la persona a sus propias fuerzas, le pone preceptos que ha de esforzarse en cumplir, le amenaza, le premia… mientras que el evangelio la coloca ante el don de Dios, le hace conocer a su Padre, le convierte en hijo, lo cambia por dentro… y ya no tiene que mandarle nada».

Sabemos que la reacción de la gente ante este mensaje fue muy dispar. Aquellos que se sintieron necesitados de ese Dios, le siguieron hasta el final. En cambio, los ricos y acomodados estaban tan satisfechos tal como estaban que prefirieron al Juez que da a cada uno según su mérito, porque a ellos ya les había juzgado y —a la vista de la prosperidad de la que gozaban— les había declarado justos y dignos de premio.

Los escribas y fariseos lo rechazaron desde el principio y se posicionaron de manera inequívoca en su contra. Y no les faltaba razón. Habían consagrado su vida al Dios de Abraham, al Dios de Moisés, en definitiva, al Dios de la Tradición, y aquella nueva doctrina era para ellos la mayor de las imposturas. No les cabía duda de que aquel nazareno que la proclamaba era un impostor; además un impostor peligroso, porque si lo suyo triunfaba, ellos, junto con los sacerdotes, serían los más perjudicados.

Para todo israelita la conversión a Abbá suponía abandonar al Dios de sus padres, renunciar a la tradición de Israel y lanzarse al vacío… y sus mentes no estaban preparadas para asimilar ese mensaje. Les entusiasmaba lo de Jesús, pero no podían aceptar que aquello pudiese entrar en conflicto con sus creencias milenarias. Por eso, todo cuanto le oían decir quedaba amoldado a la horma de sus tradiciones, y acababa interpretándose más en clave política que religiosa…

Para hacernos una idea de la novedad que en su tiempo supuso Jesús, baste pensar que, veinte siglos después, nosotros, la Iglesia, no acabamos de digerir sus palabras y retornamos, una y otra vez, al Dios juez justo y misericordioso que va a juzgarnos y premiarnos por nuestras buenas acciones.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Anuncio publicitario

Lectio Divina – Sábado V de Tiempo Ordinario

Jesús nos satisface con su alimento de vida

Invocación al Espíritu Santo:

Ven, Espíritu Santo Creador, a visitar nuestro corazón, repleta con tu gracia viva y celestial, nuestras almas que Tú creaste por amor.

Tú que eres llamado Consolador, don del Dios altísimo y Señor, vertiente viva, fuego, que es la caridad, y también espiritual y divina unción.

En cada sacramento te nos das, dedo de la diestra paternal. Eres Tú la promesa que el Padre nos dio, con tu palabra enriqueces nuestro cantar.

Lectura. Marcos capítulo 8, versículos 1 al 10

En aquellos días, vio Jesús que lo seguía mucha gente y no tenían qué comer. Entonces llamó a sus discípulos y les dijo:“Me da lástima esta gente: ya llevan tres días conmigo y no tienen qué comer. Si los mando a sus casas en ayunas, se van a desmayar en el camino. Además, algunos han venido de lejos”. Sus discípulos le respondieron: “¿Y dónde se puede conseguir pan, aquí en despoblado, para que coma esta gente?” Él les preguntó: “¿Cuántos panes tienen?” Ellos le contestaron: “Siete”. Jesús mandó a la gente que se sentara en el suelo; tomó los siete panes, pronunció la acción de gracias, los partió y se los fue dando a sus discípulos, para que los distribuyeran. Y ellos los fueron distribuyendo entre la gente. Tenían, además, unos cuantos pescados. Jesús los bendijo también y mandó que los distribuyeran. La gente comió hasta quedar satisfecha, y todavía se recogieron siete canastos de sobras. Eran unos cuatro mil. Jesús los despidió y luego se embarcó con sus discípulos y llegó a la región de Dalmanuta.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee dos o más veces el texto, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

La gente se reúne alrededor de Jesús y comienza el tercer ciclo de la sección de los panes. El relato de esta multiplicación es tan similar al de la primera, que parece una segunda versión de un acontecimiento único. Pero si así es, ¿Por qué el evangelista lo narra dos veces? Algunos detalles del relato nos ofrecen una explicación. La actividad de Jesús se desarrolla, no en territorio judío, sino entre los paganos de decápolis. Son siete y no doce las canastas que se llenan con las sobras; una cifra con la que se alude al Antiguo Testamento a las naciones paganas (Deuteronomio capítulo 7, versículo1) y recuerda a los siete hombres de buena fama, llenos de espíritu y sabiduría. Marcos subraya el alcance universal de la misión de Jesús y la llamada de los paganos a la salvación, una llamada anunciada ya con los dos milagros que Jesús realiza en territorio pagano.

Meditación:

Desde el siglo XVI hasta nuestros días, los hombres comían muy poco y los pequeños morían de hambre. ¿Cuánto darían para poder darles un pedacito de pan a sus criaturillas? No había nada, más que hambre y más hambre.

Hoy sucede algo parecido, muchos hombres están hambrientos, y buscan saciarse dando todo lo que tienen. No se dan cuenta de que hay un Hombre que quiere saciarlos con su cuerpo. Todos buscan desesperados, pero no encuentran nada. Y lo que comen no les sacia. ¿Por qué buscar en los lugares equivocados?

Cristo hoy te ofrece su cuerpo en comida para saciarte totalmente del hambre actual y de la venidera, pero necesitas volver a tomar de esa comida si quieres subsistir. ¿Por qué no acercarnos a Él, para que nos dé del pan que sacia?

Oración:

Gracias Señor por dejarnos tu cuerpo y sangre para poder estar con nosotros, gracias también por fijarte en cada detalle de nuestra vida y estar a nuestro lado para que los problemas no nos absorban. Estaré más atento a tus enseñanzas para ir a proclamarlas a toda la tierra.

Contemplación:

La eucaristía es el banquete pascual porque Cristo, realizando sacramentalmente su Pascua, nos entrega su cuerpo y su sangre, ofrecidos como comida y bebida, y nos une con él y entre nosotros en su sacrificio. La Eucaristía es pues la fuente y culmen de toda la vida cristiana.

Oración final:

Señor, no podré hacer el milagro de la multiplicación de los panes, pero si puedo multiplicar, con la ayuda de tu gracia, que recibo en la Eucaristía, mi caridad y mi amor por los demás. Tratar con delicadeza, respeto y amabilidad, con múltiples detalles, a todas las personas que pongas en mi camino, empezando por mi propia familia, es el fruto que tu presencia en mi vida puede llevar a cabo.

Propósito:

De la mano de Nuestra Señora de Lourdes, revisar mi actitud y cercanía a la Eucaristía.

Amor y libertad

1.- Jesús habla a la gente desde la montaña. Los textos que estamos escuchando estos últimos domingos forman parte del Sermón de la montaña. Jesús ha anunciado las bienaventuranzas, les ha invitado a ser sal de la tierra y luz del mundo y ahora les recuerda (y nos recuerda) los mandamientos. Para el evangelista Mateo, Jesús es el nuevo Moisés, que viene a dar el sentido definitivo a la Ley. No podemos vivir los mandamientos como si solo fueran un conjunto de normas o prohibiciones que quieren complicarnos la vida y hacerla más difícil. Igual que tenemos unas normas de circulación o para convivir, en la fe también es importante cuidar una serie de cosas. Pero los mandamientos van más allá. La Ley, los mandamientos, están atravesados por el amor y quieren ayudarnos en nuestro seguimiento de Jesús y hacer nuestra vida mejor y más feliz. Quizá tenemos que hacer el esfuerzo de verlos desde un punto de vista más positivo, como una invitación a vivir, aquí y ahora, las actitudes que hacen crecer el Reino de Dios entre nosotros.

2.- El texto de hoy hace una relectura de algunos de estos mandamientos. En primer lugar, nos invita a cuidar de las personas, de todas y de cada una, reconociéndolas como nuestros hermanos, ya que todos formamos parte de la gran familia humana que Dios ha creado. Todo el que se enoje con su hermano debe recapacitar y corregir. A veces decimos: “yo no mato, ni robo, no tengo pecados”. Pero Jesús va más allá. Cualquier insulto o injuria o descalificación hacia un hermano ya es una falta grave, y ahí pecamos todos. Es tan importante cuidar nuestra relación con los demás, que está por encima incluso de nuestra participación en la Eucaristía. Por eso, antes de venir hay que ponerse en paz con los hermanos. “No podemos amar a Dios, a quien no vemos, y no amar a nuestros hermanos, a quienes vemos”, decía San Juan.

3.- La otra cosa a cuidar es la mujer de mi hermano. El respeto hacia la mujer (o el marido) de mi hermano o hermana es fundamental para mantener una buena relación fraterna con él (o ella). Y también algo muy importante es la palabra dada. Antes, con decirnos si o no y darnos un apretón de manos, la cosa quedaba sellada. Ahora necesitamos firmar miles de documentos delante de notarios que den fe de ello para que no nos echemos atrás. Ser sinceros con nuestra palabra, ganarnos la confianza de nuestros hermanos con la fidelidad a la palabra dada también es un mandamiento importante de la Ley de Dios. La falsedad y la mentira destruyen esa confianza y también nuestra relación fraterna con nuestros hermanos.

4.- Todos los mandamientos están atravesador por la ley del amor. Pr eso decía San Agustín: “ama y haz lo que quieras”. Porque, en palabras de San Pablo, “el que ama ya está cumpliendo toda la Ley”. Pero también están atravesador por otro elemento importante y fundamental: la libertad. Y para reflexionar sobre esto nos va a ayudar mucho la primera lectura, que es toda una reflexión sapiencial sobre la libertad humana. Vivimos en una sociedad de consumo que no para de ofrecernos cosas, incluso a veces creándonos la necesidad cuando no nos hacen falta. Pero la reflexión del Libro del Eclesiástico nos invita a elegir comprometiendo, con esa elección, la orientación de nuestra vida. Dice la primera lectura: “Si quieres, guardarás sus mandatos… ante ti están puestos… le darán lo que él escoja”. Dios, que camina a nuestro lado en la vida, nos ha dado el regalo más valioso que es nuestra libertad, y lo respeta con todas las consecuencias, ya que nos deja libres para elegir y decidir, aunque nos equivoquemos. En nosotros está formar bien nuestra conciencia y crecer en nuestra fe para que nuestras elecciones y decisiones sigan el camino que Dios nos marca. Y para eso tenemos los mandamientos, para no equivocarnos, para no desviarnos con nuestras elecciones libres. Amor y libertad son los dos grandes instrumentos que Dios nos ha dado para vivir nuestra vida con autenticidad.

5.- Hagamos hoy revisión de nuestra vida, lo que conocemos como examen de conciencia, y pongámonos en paz con Dios y también con los hermanos a los que hayamos podido ofender. Entonces podremos acercarnos con sinceridad a la Eucaristía y se acrecentarán nuestra comunión y nuestra fraternidad con los demás hermanos y hermanas. Y así andaremos más cerca del Reino de Dios.

Pedro Juan Díaz

Comentario – Sábado V de Tiempo Ordinario

Marcos 8, 1-10

a) En el evangelio de Marcos se cuenta dos veces la multiplicación de panes por parte de Jesús. La primera no se lee en Misa. La segunda la escuchamos hoy y sucede en territorio pagano, la Decápolis. Dicen los estudiosos que podría ser el mismo milagro, pero contado en dos versiones, una en ambiente judeocristiano y otro en territorio pagano y helenista. Así Jesús se presenta como Mesías para todos, judíos y no judíos.

Lo importante es que Jesús, compadecido de la muchedumbre que le sigue para escuchar su palabra sin acordarse ni de comer, provee con un milagro para que coman todos. Con siete panes y unos peces da de comer a cuatro miI personas y sobran siete cestos de fragmentos.

b) La Iglesia -o sea, nosotros- hemos recibido también el encargo de anunciar la Palabra.

Y a la vez, de «dar de comer», de ser serviciales, de consentir un mundo más justo.

Aprendamos de Jesús su buen corazón, su misericordia ante las situaciones en que vemos a todo el mundo. Por pobres o alejadas que nos parezcan las personas, Jesús nos ha enseñado a atenderlas y dedicarles nuestro tiempo. No sabremos hacer milagros. Pero hay multiplicaciones de panes -y de paz y de esperanza y de cultura y de bienestar- que no necesitan poder milagroso, sino un buen corazón, semejante al de Cristo, para hacer el bien.

La «salvación» o la «liberación» que Jesús nos ha encargado que repartamos por el mundo es por una parte espiritual y por otra también corporal: la totalidad de la persona humana es destinataria del Reino de Jesús, que ahora anuncia y realiza la comunidad cristiana, con el pan espiritual de su predicación y sus sacramentos, y con el pan material de todas las obras de asistencia y atención que está realizando desde hace dos mil años en el mundo.

La Eucaristía es, por otra parte. la multiplicación que Cristo nos regala a nosotros: su cercanía y su presencia, su Palabra, su mismo Cuerpo y Sangre como alimento. ¿Qué alimento mejor podemos pensar como premio por seguir a Cristo Jesús? Esa comida eucarística es la que luego nos tiene que impulsar a repartir también nosotros a los demás lo que tenemos: nuestros dones humanos y cristianos, para que todos puedan alimentarse y no queden desmayados por los caminos tan inhóspitos y desesperanzados de este mundo.

«Cuando por desobediencia perdió tu amistad, no le abandonaste al poder de la muerte» (plegaria eucarística IV)

«Con sudor de tu frente comerás el pan» (1ª lectura, 1)

«Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya» (1ª lectura, I)

«Señor, tú has sido nuestro refugio, de generación en generación» (salmo, I)

«Enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato» (salmo, I)

«Me da lástima de esta gente» (evangelio)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 4

Homilía – Sábado V de Tiempo Ordinario

Jesús repite su maravilloso milagro realizado anteriormente de multiplicar unos pocos panes y peces, para dar de comer a una multitud.

De nuevo se manifiesta aquí, la adhesión de la gente sencilla a la persona de Jesús y la compasión de Señor, que no se resiste a ver sufrir a la gente.

Y el seguimiento de Cristo…, muchas veces nos obliga a resoluciones que significan sacrificio.

Hay cristianos, que sólo siguen a Cristo mientras no sufran menoscabo sus intereses.

Se olvidan que el Señor es dueño de todo y que Él ha prometido que a los que busquen el Reino de Dios y su justicia, todo lo demás se les dará por añadidura.

En este evangelio se pone de manifiesto la misericordia del Señor que no se olvida de las necesidades de la gente que lo sigue.

Pero debemos notar que en este evangelio, el Señor para realizar el milagro y alimentar a tanta gente, solicitó la ayuda de los apóstoles. Les exigió que pusieran de su parte lo poco que podían.

El Señor comprendió que era poco lo que ellos tenían para aportar, sin embargo, se lo pidió, el resto lo puso Él.

Dios nunca exige más de lo que nuestras fuerzas pueden dar; pero lo poco que podemos poner, tenemos que ponerlo con generosidad, confiando que el resto corre por cuenta de Dios, que nunca deja desamparados a los que acuden a Él

Así lo hizo con aquella gente del Evangelio, que no solamente comieron cuanto necesitaban, sino que «comieron y se saciaron», e incluso sobró y en abundancia.

El Señor realizó el milagro, pero quiso asociar al mismo a sus discípulos.

Hoy también el Señor puede y quiere seguir realizando el milagro de alimentar material y espiritualmente a los hombres, pero hoy como entonces, quiere asociarnos a nosotros a ese milagro, quiere que cada uno de nosotros ponga lo que tiene a su disposición.

Por eso hoy vamos a ofrecerle al Señor nuestra disponibilidad para que Él complete nuestro esfuerzo con su omnipotencia y ya no haya en nuestro mundo más hambre de pan material y tampoco haya más hambre de Dios.

La nueva ley es el amor

1.- El don precioso de la libertad. El Libro del Eclesiástico deja bien claro que el mal no procede de Dios, sino que su origen es el mal uso que hace el hombre de su libertad. Dios no quiere nunca el mal. Si lo permite, es para salvaguardar la libertad humana, sin la cual el ser humano no puede realizarse ni ser feliz. Ante el hombre siempre está la posibilidad de la vida o la muerte, es decir el pecado. “Si quieres…. guardarás los mandatos del Señor”. El hombre, si quiere, puede optar por la vida, pero, si elige el pecado, la responsabilidad es solo suya. Hay una relación estrecha entre libertad y responsabilidad en el hombre. Moisés, cuando presentó los mandamientos, decía a su pueblo: «Ante ti están la muerte y la vida; tú escogerás».

2.- El Salmo 118 expresa el amor a la voluntad y los mandatos del Señor. El creyente sigue sus palabras y sus leyes libremente, porque ama a Dios. El efecto que produce es la paz de corazón, como expresa San Agustín: «Mucha paz tienen los amadores de tu ley y para ellos no hay escándalo». Debemos seguir palabra tras palabra, frase tras frase de este salmo, con mucha lentitud y paciencia. Descubriremos entonces el amor a la Palabra de Dios.

3.- San Pablo propone la verdadera sabiduría. No es de este mundo y Dios la concede a todos los que llegan, purificados en el bautismo e iluminados por el Espíritu Santo, a participar de la misma vida divina. Esta sabiduría, como experiencia de la salvación cristiana, es la que se esconde en la voluntad divina de salvar a los hombres y se manifiesta ya en los creyentes, aunque ha de llegar aún a revelarse plenamente al fin de los tiempos. Mientras las religiones son el intento humano de alcanzar a Dios donde él está, la fe cristiana es la respuesta del hombre que Dios provoca graciosamente viniendo él mismo donde nosotros estamos.

4.- No ha venido a abolir, sino a dar plenitud. Jesús reconoce el Antiguo Testamento como palabra de Dios, pero no como palabra definitiva, ya que para pronunciar precisamente esta palabra definitiva vino él al mundo. En consecuencia, Jesús no se presenta como un revolucionario religioso que rompa drásticamente con la herencia de Israel: «No creáis que he venido a abolir la ley y los profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud». Jesús da cumplimiento en su vida a todas las profecías, cosa que San Mateo no pasa por alto y constata aquí y allá a lo largo de su evangelio. Porque Jesús restituye los mandamientos divinos a su pureza, proclamándolos con toda la claridad y profundidad, derogando aquello que había sido ordenado a título de simple concesión por la dureza del corazón de Israel y reduciendo todos los preceptos al mandamiento del amor a Dios y al prójimo.

5.- La nueva Ley del cristiano. Jesús es el perfecto cumplidor de la Ley, porque la ha cumplido con un amor cuya única medida es no tener medida. Nos amó hasta el extremo, hasta el sacrificio de su vida. Esta es la Nueva Ley del cristiano. No hay que preguntarse ya hasta dónde es posible llegar sin pecar, sino cómo es posible llegar hasta el límite del amor. Porque la Ley comienza con «No matarás», pero se cumple y se perfecciona cuando uno está dispuesto a morir por sus enemigos. No se trata ya, en fin, de limitarse al amor al prójimo; hay que ir hasta el amor a los enemigos. El perdón es anterior a la ofrenda. Jesús es el primer pacifista… Solo con la reconciliación y el perdón se puede construir un mundo nuevo. Lo predicó y lo practicó en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

José María Martín, OSA

Si no sois mejores…

1.- “Si no sois mejores que los escribas y los fariseos no entrareis en el Reino de los Cielos”… ¿pero qué hicieron estos pobres a los que el Señor excluye del Reino de los Cielos? El deseo de ser perfectos en el cumplimiento de la Ley lo atomizaron en más de 700 preceptos y redujeron el valor de la Ley a preceptos externos.

Lo malo que hicieron es no llegar al corazón de la Ley, no llegaron al corazón de Dios, autor de la Ley, ni del hombre seguidor de esa ley. Dejaron al corazón humano fuera de la Ley, ni al del hombre seguidor de esa Ley, cuando es la fuente del bien y del mal.

Como nos decía la primera lectura: “Tenían ante sí el agua y el fuego”, y eligieron el agua inocua, que no hace daño, que lava por fuera, y dejaron el fuego que urge y purifica por dentro.

A la luz que se resume en “amar a Dios y al prójimo” la arrancaron el corazón, la fosilizaron el corazón. (Por eso hay una frase en la Escritura que dice: “arrancaré de vuestro pecho el corazón de piedra y meteré en su lugar un corazón de carne”, un corazón humano que late y vive, y ríe y llora…

2.- “Si no sois mejores que los escribas y los fariseos…” ¿Lo somos?

–¿nos ríe el corazón sirviendo a Dios y a los hombres?

–¿nos late el corazón pensando en Dios y en los demás?

–¿nos llora el corazón cuando estamos lejos de Dios y de los hermanos?

–¿No hemos elegido el agua inocua del “yo no robo, no mato, no me voy con otras mujeres”? En lugar del fuego que urge a quitar todo rencor del corazón a salir del encuentro del que me necesita. A llevar consuelo y alegría al que lo necesita.

De los mandamientos entendidos como NOES hemos hecho unos barrotes de la cárcel en que vivimos, entristecidos y separados. Hemos hecho una empalizada, una muralla… Y fuera hemos dejado todo eso que deberíamos amar: a nuestros hermanos con sus problemas y necesidades. ¡Más aún! Si miramos bien esas que vemos a través de nuestras rejas y empalizadas distinguiremos, sin duda, el rostro del Señor, que también se ha quedado fuera, porque el Señor siempre está con los hermanos.

Los Mandamientos no se cumplen con los NOES de dejar de hacer si no con un… ¡sí rotundo!… a Dios y a los hermanos. O mejor con lo que dice San Juan con sí rotundo al hombre, ·”porque si no amas al hermano que ves, cómo vas a ver a Dios que no ves”.

3.- “Habéis oído…pero Yo os digo… nos digo nos dice el Señor. Y en este camino hacia Dios a través de los hermanos hemos oído muchas cosas

-que no hay que hacer daño a nadie

–que la caridad comienza por uno mismo

que no hay que exagerar y ser prudente

–que el prójimo es el más cercano.

“Pero yo os digo”: parte tu pan con el hambriento, el pan que te ibas a llevar a la boca, da de beber al sediento, visita al enfermo.

–ama a tu enemigo

da tu vida por el hermano como yo la he dado

amaos como yo os he amado.

4.- Ahora decidme si somos mejores que los escribas y fariseos cuando mil millones de cristianos que hay en el mundo entero consentimos que cada día mueran por falta de asistencia y pan 40.000 niños en el mundo entero. “Si no sois mejores que los escribas o los fariseos no entraréis en el Reino de los Cielos”.

José María Maruri, SJ

El cumplimiento de la ley y la perfección de la ley

1.- No creáis que he venido a abolir la Ley o los profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Los cristianos no debemos conformarnos con ser simples cumplidores de las leyes, tanto civiles, como religiosas. Debemos, eso sí, conocerlas en la letra y en el espíritu, pero sabiendo que, en muchos casos, como nos advierte el mismo san Pablo, “la letra mata, mientras que el espíritu vivifica”. Las leyes deben ser puestas siempre al servicio de la persona, nunca al revés. Una ley que, cumplida literalmente, haga daño, físico, social o moral, a alguna persona, no es una ley cristianamente buena y, en consecuencia, los cristianos no deberemos cumplirla literalmente. En una sociedad democrática y libre, podemos suponer que el espíritu de una ley, aprobada en el Parlamento, ha sido aprobada con la sana intención de contribuir al bien de las personas a las que se dirige la ley. Pero puede ocurrir que, aun cuando la intención, y el espíritu de la ley, haya sido realmente bueno, la concreción y expresión literal de esa ley aprobada resulte literalmente inaceptable para un cristiano. Eso es lo que le pasaba a Jesús con la Ley judía: el espíritu de la Ley de Moisés era, en su origen, siempre bueno, pero la expresión literal de esa ley, tal como se aplicaba en tiempos de Jesús, a Jesús le resultaba realmente inaceptable. Lo que Jesús les decía a sus discípulos era que él no sólo no había venido a abolir el espíritu de la Ley de Moisés, sino que había venido, precisamente, a perfeccionar la Ley, a darle plenitud. La expresión que usa Jesús es muy clara: “habéis oído que se dijo…, pero yo os digo”. Los letrados y fariseos del tiempo de Jesús querían aplicar la Ley de Moisés literalmente, perjudicando en muchos casos a las personas más débiles, entre ellas, a las mujeres, a los enfermos y a los pecadores. Jesús les dice a sus discípulos que, en su origen, el espíritu de la Ley de Moisés siempre fue ayudar a las personas más débiles y que así es como quiere él que se cumpla y se dé cumplimiento a la Ley de Moisés. Pensemos en la interpretación que Jesús hacía sobre las leyes referidas al descanso sabático, o sobre la conducta de Jesús frente a la mujer sorprendida en adulterio, como ejemplos más claros. En el evangelio de hoy Jesús les pone cuatro ejemplos concretos: las leyes sobre el asesinato, el adulterio, el divorcio y los juramentos. En todos estos casos, Jesús quiere que la Ley de Moisés sea interpretada según la intención y el espíritu con el que fueron dadas estas leyes, cosa que los letrados y fariseos de su tiempo no estaban haciendo. Nosotros, los cristianos, somos discípulos de Jesús, no de Moisés, y debemos cumplir siempre las leyes atendiendo al espíritu de la ley, que no puede ser otro que ayudar a las personas a hacer el bien.

2.- Si quieres, guardarás sus mandatos, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti están puestos fuego y agua, echa mano de lo que quieras. En este texto del libro del Eclesiástico, el autor defiende la libertad del ser humano, frente a los que decían que “se habían desviado por culpa del Señor”. El Señor siempre aborrece el pecado, premia al que hace el bien y castiga al que hace el mal. Hoy día nosotros hablamos mucho de libertad, pero nunca debemos confundir la libertad con el libertinaje. Usar nuestra libertad como Dios quiere es cumplir la voluntad de Dios, es decir, usar nuestra libertad para hacer el bien y rechazar el mal. Es cierto que la libertad humana es muy frágil y está muy limitada por múltiples circunstancias, pero, en la medida en la que somos libres, Dios quiere que usemos siempre bien nuestra libertad; libertad, repito, para hacer el bien, cumpliendo la voluntad de Dios.

3.- Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo. La sabiduría a la que se refiere aquí san Pablo es la sabiduría de la cruz, que era considerada “escándalo para los judíos y necedad para los griegos”. Predicar a un Dios crucificado y resucitado no era realmente algo fácil de admitir por los sabios griegos del tiempo de san Pablo. Por eso, dice el apóstol que su predicación no se basa en una sabiduría humana, sino en una sabiduría divina, que Dios le ha revelado por el Espíritu. Tampoco en nuestro mundo es fácilmente aceptada la sabiduría de la cruz de Cristo, por eso los cristianos debemos hacerla inteligible, más que con palabras, con nuestra conducta, haciendo del dolor propio y ajeno un instrumento de salvación. Los cristianos vemos en cada persona injustamente crucificada, al mismo Cristo crucificado, y luchamos con todas nuestras fuerzas para suprimir de nuestro mundo el mal y el dolor injusto, tanto propio como ajeno. Y esto lo hacemos movidos por la sabiduría divina, que nos ha sido revelada por el Espíritu, en Cristo Jesús.

Gabriel González del Estal

Dios sabe de verdad cuál es nuestra intención

1.- SI QUIERES… Libres, capaces de hacer el bien o de hacer el mal. Tenemos ante nosotros, de forma continua, dos caminos: uno que nos aleja de Dios, otro que nos acerca a Él. Uno, es verdad, fácil de recorrer, cómodo de andar, atractivo a nuestros ojos. El otro empinado, duro y estrecho, poco apetecible a nuestro espíritu de sibaritas. Pero ya sabemos por la fe, y por la experiencia muchas veces, que al término del camino ancho nos aguarda la tristeza, el fracaso, la angustia, la muerte. En cambio, después de recorrer el camino duro encontramos la paz, la alegría, la esperanza, la vida.

«Ante ti están puestos fuego y agua, echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja». Sí, Dios ha nos da libertad para elegir, pero al mismo tiempo es justo con nosotros, nos dará lo que merezcamos… Sin embargo, como haciendo trampa y llevado de su misericordia, ha prometido ayudarnos, venir a nuestro lado cuando le llamemos con fe y confianza, ha prometido darnos su gracia, sin dejar por eso de premiar el éxito final que con su ayuda y nuestro pobre esfuerzo consigamos

2.- DIOS ES INMENSAMENTE SABIO, INFINITAMENTE PODEROSO. Él es capaz de hacer libre al hombre, de darle una voluntad apta para la lucha, para querer, para decidirse por una cosa o por otra. Querer, intentar, poner los medios. Y es esa voluntariedad, esa intención lo que determina la bondad o la maldad de nuestros actos. Tanto es así que si intentando, de buena fe, hacer algo bueno, resulta algo malo, Dios mirará a lo que intentamos y no a lo que hicimos.

Pero no pensemos que entonces no hay por qué conseguir nada efectivo, bastando con intentarlo. Dios sabe cuándo realmente queremos y cuándo sólo deseamos sin más algo por lo que no ponemos afán y esfuerzo. Es decir, que Dios sabe de verdad cuál es nuestra intención. Y hasta qué punto estamos actuando con sinceridad o con engaño. A Dios no se le puede despistar como despistamos a los hombres. «Los ojos de Dios ven las acciones, Él conoce todas las obras del hombre; no mandó pecar al hombre, ni deja impunes a los mentirosos».

Antonio García-Moreno

Comentario al evangelio – Sábado V de Tiempo Ordinario

El pasaje del Génesis que nos ofrece la celebración de hoy es designado por los entendidos como una etiología, es decir, un intento de explicar los fenómenos por sus causas. El autor sabe que las serpientes reptan sobre la tierra, que la mujer da a luz con dolor, que el varón -en aquella sociedad agrícola- suele pasarse el día en el campo, y que ese campo regado con su sudor a veces le es rebelde y produce espinos en vez de hortalizas o cereales. Y la culminación de tanta desgracia será la muerte, la vuelta al polvo. El hombre desea identificar el origen de tanto mal, y sobre todo busca una salida. Y en medio de la narración se muestra esa salida, esa “liberación de la vanidad” (Rom 8,21): el principio del mal (simbolizado aquí por la serpiente) será aplastado, y el ser humano disfrutará de la felicidad a la que Dios originariamente le destinó.

El Apocalipsis se hace eco de esa esperanza, y, en su último capítulo, muestra el paraíso sin pecado, con agua y luz superabundantes. Un río caudaloso y cristalino riega el árbol de la vida, árbol en constante, mensual, producción de frutos (¡sin que el hombre se fatigue!) y cuyas hojas curan toda enfermedad. A la desgraciada historia del Génesis Dios le da la vuelta. Si junto al árbol hubiese una serpiente, sería aquella con la que el niño puede jugar sin sobresalto (Isaías 11,8). Es la imaginería que San Pablo resumió en frase magistral: “ni el ojo vio ni el oído oyó ni subió a la imaginación humana lo que Dios ha preparado…” (1Cor 2,9).

Jesús quiso anticipar ya ese mundo nuevo, saciando el hambre de la gente. La multiplicación de los panes y los peces es ante todo un acto de misericordia: ¡dar de comer al hambriento!, y el punto de partida del acontecimiento está en que Jesús “tiene entrañas”. El verbo griego (splanjnizomai) que se ha traducido por “siento compasión” significa literalmente “se conmueven mis entrañas”. Así es el Padre y así es Jesús: no soportan el sufrimiento de la humanidad. Siguen dando la vuelta a la historia de dolor descrita en el Génesis.

El evangelista ha querido recordar también que esa comida no es un hecho aislado, sino que empalma con un antes y un después. Comer pan gratuito en el desierto recuerda la historia del maná, en la época del Éxodo, cuando Dios mismo guiaba y alimentaba a su pueblo. Y las acciones de Jesús (tomar el pan, dar gracias, partirlo y distribuirlo) son exactamente las de la institución de la Eucaristía (Mc 14,22): Dios, a lo largo de la historia, a veces espinosa o desértica, seguirá alimentando a su pueblo con pan natural y pan celestial. El Dios del paraíso, que no abandonó al hombre en su pecado, le sigue cuidando y acompañando hasta que le acoja para siempre en su seno y en su gloria.  

Severiano Blanco cmf