Amor y libertad

1.- Jesús habla a la gente desde la montaña. Los textos que estamos escuchando estos últimos domingos forman parte del Sermón de la montaña. Jesús ha anunciado las bienaventuranzas, les ha invitado a ser sal de la tierra y luz del mundo y ahora les recuerda (y nos recuerda) los mandamientos. Para el evangelista Mateo, Jesús es el nuevo Moisés, que viene a dar el sentido definitivo a la Ley. No podemos vivir los mandamientos como si solo fueran un conjunto de normas o prohibiciones que quieren complicarnos la vida y hacerla más difícil. Igual que tenemos unas normas de circulación o para convivir, en la fe también es importante cuidar una serie de cosas. Pero los mandamientos van más allá. La Ley, los mandamientos, están atravesados por el amor y quieren ayudarnos en nuestro seguimiento de Jesús y hacer nuestra vida mejor y más feliz. Quizá tenemos que hacer el esfuerzo de verlos desde un punto de vista más positivo, como una invitación a vivir, aquí y ahora, las actitudes que hacen crecer el Reino de Dios entre nosotros.

2.- El texto de hoy hace una relectura de algunos de estos mandamientos. En primer lugar, nos invita a cuidar de las personas, de todas y de cada una, reconociéndolas como nuestros hermanos, ya que todos formamos parte de la gran familia humana que Dios ha creado. Todo el que se enoje con su hermano debe recapacitar y corregir. A veces decimos: “yo no mato, ni robo, no tengo pecados”. Pero Jesús va más allá. Cualquier insulto o injuria o descalificación hacia un hermano ya es una falta grave, y ahí pecamos todos. Es tan importante cuidar nuestra relación con los demás, que está por encima incluso de nuestra participación en la Eucaristía. Por eso, antes de venir hay que ponerse en paz con los hermanos. “No podemos amar a Dios, a quien no vemos, y no amar a nuestros hermanos, a quienes vemos”, decía San Juan.

3.- La otra cosa a cuidar es la mujer de mi hermano. El respeto hacia la mujer (o el marido) de mi hermano o hermana es fundamental para mantener una buena relación fraterna con él (o ella). Y también algo muy importante es la palabra dada. Antes, con decirnos si o no y darnos un apretón de manos, la cosa quedaba sellada. Ahora necesitamos firmar miles de documentos delante de notarios que den fe de ello para que no nos echemos atrás. Ser sinceros con nuestra palabra, ganarnos la confianza de nuestros hermanos con la fidelidad a la palabra dada también es un mandamiento importante de la Ley de Dios. La falsedad y la mentira destruyen esa confianza y también nuestra relación fraterna con nuestros hermanos.

4.- Todos los mandamientos están atravesador por la ley del amor. Pr eso decía San Agustín: “ama y haz lo que quieras”. Porque, en palabras de San Pablo, “el que ama ya está cumpliendo toda la Ley”. Pero también están atravesador por otro elemento importante y fundamental: la libertad. Y para reflexionar sobre esto nos va a ayudar mucho la primera lectura, que es toda una reflexión sapiencial sobre la libertad humana. Vivimos en una sociedad de consumo que no para de ofrecernos cosas, incluso a veces creándonos la necesidad cuando no nos hacen falta. Pero la reflexión del Libro del Eclesiástico nos invita a elegir comprometiendo, con esa elección, la orientación de nuestra vida. Dice la primera lectura: “Si quieres, guardarás sus mandatos… ante ti están puestos… le darán lo que él escoja”. Dios, que camina a nuestro lado en la vida, nos ha dado el regalo más valioso que es nuestra libertad, y lo respeta con todas las consecuencias, ya que nos deja libres para elegir y decidir, aunque nos equivoquemos. En nosotros está formar bien nuestra conciencia y crecer en nuestra fe para que nuestras elecciones y decisiones sigan el camino que Dios nos marca. Y para eso tenemos los mandamientos, para no equivocarnos, para no desviarnos con nuestras elecciones libres. Amor y libertad son los dos grandes instrumentos que Dios nos ha dado para vivir nuestra vida con autenticidad.

5.- Hagamos hoy revisión de nuestra vida, lo que conocemos como examen de conciencia, y pongámonos en paz con Dios y también con los hermanos a los que hayamos podido ofender. Entonces podremos acercarnos con sinceridad a la Eucaristía y se acrecentarán nuestra comunión y nuestra fraternidad con los demás hermanos y hermanas. Y así andaremos más cerca del Reino de Dios.

Pedro Juan Díaz

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