El cumplimiento de la ley y la perfección de la ley

1.- No creáis que he venido a abolir la Ley o los profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Los cristianos no debemos conformarnos con ser simples cumplidores de las leyes, tanto civiles, como religiosas. Debemos, eso sí, conocerlas en la letra y en el espíritu, pero sabiendo que, en muchos casos, como nos advierte el mismo san Pablo, “la letra mata, mientras que el espíritu vivifica”. Las leyes deben ser puestas siempre al servicio de la persona, nunca al revés. Una ley que, cumplida literalmente, haga daño, físico, social o moral, a alguna persona, no es una ley cristianamente buena y, en consecuencia, los cristianos no deberemos cumplirla literalmente. En una sociedad democrática y libre, podemos suponer que el espíritu de una ley, aprobada en el Parlamento, ha sido aprobada con la sana intención de contribuir al bien de las personas a las que se dirige la ley. Pero puede ocurrir que, aun cuando la intención, y el espíritu de la ley, haya sido realmente bueno, la concreción y expresión literal de esa ley aprobada resulte literalmente inaceptable para un cristiano. Eso es lo que le pasaba a Jesús con la Ley judía: el espíritu de la Ley de Moisés era, en su origen, siempre bueno, pero la expresión literal de esa ley, tal como se aplicaba en tiempos de Jesús, a Jesús le resultaba realmente inaceptable. Lo que Jesús les decía a sus discípulos era que él no sólo no había venido a abolir el espíritu de la Ley de Moisés, sino que había venido, precisamente, a perfeccionar la Ley, a darle plenitud. La expresión que usa Jesús es muy clara: “habéis oído que se dijo…, pero yo os digo”. Los letrados y fariseos del tiempo de Jesús querían aplicar la Ley de Moisés literalmente, perjudicando en muchos casos a las personas más débiles, entre ellas, a las mujeres, a los enfermos y a los pecadores. Jesús les dice a sus discípulos que, en su origen, el espíritu de la Ley de Moisés siempre fue ayudar a las personas más débiles y que así es como quiere él que se cumpla y se dé cumplimiento a la Ley de Moisés. Pensemos en la interpretación que Jesús hacía sobre las leyes referidas al descanso sabático, o sobre la conducta de Jesús frente a la mujer sorprendida en adulterio, como ejemplos más claros. En el evangelio de hoy Jesús les pone cuatro ejemplos concretos: las leyes sobre el asesinato, el adulterio, el divorcio y los juramentos. En todos estos casos, Jesús quiere que la Ley de Moisés sea interpretada según la intención y el espíritu con el que fueron dadas estas leyes, cosa que los letrados y fariseos de su tiempo no estaban haciendo. Nosotros, los cristianos, somos discípulos de Jesús, no de Moisés, y debemos cumplir siempre las leyes atendiendo al espíritu de la ley, que no puede ser otro que ayudar a las personas a hacer el bien.

2.- Si quieres, guardarás sus mandatos, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti están puestos fuego y agua, echa mano de lo que quieras. En este texto del libro del Eclesiástico, el autor defiende la libertad del ser humano, frente a los que decían que “se habían desviado por culpa del Señor”. El Señor siempre aborrece el pecado, premia al que hace el bien y castiga al que hace el mal. Hoy día nosotros hablamos mucho de libertad, pero nunca debemos confundir la libertad con el libertinaje. Usar nuestra libertad como Dios quiere es cumplir la voluntad de Dios, es decir, usar nuestra libertad para hacer el bien y rechazar el mal. Es cierto que la libertad humana es muy frágil y está muy limitada por múltiples circunstancias, pero, en la medida en la que somos libres, Dios quiere que usemos siempre bien nuestra libertad; libertad, repito, para hacer el bien, cumpliendo la voluntad de Dios.

3.- Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo. La sabiduría a la que se refiere aquí san Pablo es la sabiduría de la cruz, que era considerada “escándalo para los judíos y necedad para los griegos”. Predicar a un Dios crucificado y resucitado no era realmente algo fácil de admitir por los sabios griegos del tiempo de san Pablo. Por eso, dice el apóstol que su predicación no se basa en una sabiduría humana, sino en una sabiduría divina, que Dios le ha revelado por el Espíritu. Tampoco en nuestro mundo es fácilmente aceptada la sabiduría de la cruz de Cristo, por eso los cristianos debemos hacerla inteligible, más que con palabras, con nuestra conducta, haciendo del dolor propio y ajeno un instrumento de salvación. Los cristianos vemos en cada persona injustamente crucificada, al mismo Cristo crucificado, y luchamos con todas nuestras fuerzas para suprimir de nuestro mundo el mal y el dolor injusto, tanto propio como ajeno. Y esto lo hacemos movidos por la sabiduría divina, que nos ha sido revelada por el Espíritu, en Cristo Jesús.

Gabriel González del Estal