¿Llamados, llamadas a cumplir la ley o a darle su plenitud?

¿Qué era la Ley para Jesús?  ¿Qué es para mí cumplir la ley?

En el evangelio de este domingo Jesús nos invita a pararnos y reflexionar sobre la ley. Tema posiblemente poco atractivo para la mayoría y más en estos tiempos, en los que en cada telediario oímos hablar de leyes nuevas, o leyes que se modifican, en unos tonos y términos que nos hacen sospechar que no siempre es el bien común o la justicia lo único que hay detrás.

Por eso, es posible que al escuchar esta primera afirmación que Mateo pone en boca de Jesús “No he venido a abolir la ley, sino a darle su plenitud”, o su cumplimiento, como se traduce a veces, no nos sintamos especialmente emocionados.

Las primeras comunidades cristianas procedentes del judaísmo, a las que se dirige Mateo, tienen la experiencia de haber vivido siempre buscando cumplir la Ley. Esa Ley que liberó al pueblo en tiempos de Moisés pero que en tiempos de Jesús se ha convertido en un montón de preceptos, 613 prescripciones que había que cumplir escrupulosamente o encontrar una justificación para saltárselos “quedando bien”. Y Jesús afirma que ha venido a cumplir y dar plenitud a la ley y a enseñar a todos a cumplirla. Y que quien haga como Él será grande en el Reino.

Esto nos lleva a preguntarnos, ¿qué era la Ley para Jesús? y ¿qué es para mí cumplir la ley? ¿Desde dónde hago lo que “tengo que hacer”? ¿Desde la rutina o la costumbre? ¿Desde la presión del qué dirán de mí?… ¿o desde el corazón?

El evangelio continúa introduciendo una nueva palabra, justica. Siempre en boca de Jesús Mateo afirma sorprendentemente que si nuestra justicia no es mayor que la de estos grupos que “oficialmente” son los cumplidores de la ley, no entraremos en el Reino. Esta afirmación es luminosa y liberadora, descubrimos en ella que Jesús no nos está hablando del cumplimiento de una multitud de preceptos al pie de la letra, deshumanizados y lejos de lo que se fragua en el corazón. Para Jesús la plenitud de la Ley es la justicia.

Si buscamos el significado de justica en el diccionario encontramos: “Principio moral que lleva a determinar que todos deben vivir honestamente. (…) constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido.” (rae)

Es decir, que cumplir la ley en su plenitud no es cumplir preceptos, sino vivir en referencia a Dios y a los otros, a todo hombre y mujer que es mi prójimo. Y esta referencia a Dios y a los demás no de una forma aislada o separada. Si mi hermano o mi hermana, cualquiera que este sea, tiene algo contra mí, eso me impide acercarme a Dios intentando “cumplir” lo que entiendo como preceptos religiosos. Porque ¿cómo va a aceptar Dios, padre y madre misericordioso, una ofrenda nuestra si sus otros hijos tienen quejas contra nosotros y no las atendemos? La exigencia de esta manera de vivir la ley hace que nos vayamos transformando por dentro, que nuestro corazón se haga más comprensivo, que sepamos perdonar, que la reconciliación sea nuestro talante para poder hacer comunidad… porque la plenitud de la ley está en el corazón no solo en los hechos externos.

Lo que sigue en el texto evangélico concreta y expresa esta forma de cumplir la ley que Jesús quiere en situaciones candentes en las primeras comunidades, el tema del divorcio y de los juramentos.

El acta de repudio que cualquier varón podía dar a su mujer por causas mínimas, dejándola sin posibilidades de una vida digna, despreocupándose de ella, es claramente una costumbre injusta que va contra el fondo, el objetivo último de la ley y Jesús avisa de esto a sus seguidores. Ampliando nuestra mirada, ¿qué nos dice hoy a nosotros? ¿A cuántas personas damos cualquier tipo de “acta de divorcio” y nos desentendemos de ellas? Porque no son de los nuestros, porque no nos gusta lo que hacen o piensan….  Y luego, ¿podemos acercarnos sin más a celebrar la eucaristía?

En una sociedad en la que el valor de la palabra era inmenso porque no había otro tipo de contrato, se había llegado a desvirtuar el juramento. Ya no se apoyaba en la verdad de lo que se afirmaba jurar o prometer, sino en por quién o por qué se juraba, con lo que la verdad podía quedar abolida por retorcidas afirmaciones. El evangelio rechaza cualquier forma de juramento. Jesús nos invita a amar la verdad, a vivir en verdad y decir la verdad. Simplemente, sencillamente… lo demás no es del Reino.  Seguro que estamos recordando ese otro pasaje en el que Jesús afirma que es la Verdad. (Jn 14, 6) ¿Qué valor real damos a la verdad? ¿La disimulamos, la ignoramos, hacemos pactos para lograr otros intereses que la desvirtúan?

Cuando este domingo escuchemos “Habéis oído que se dijo, pero yo os digo” caeremos en la cuenta de que Jesús no cambia, añade o quita preceptos, sino que los da hondura, los lleva al corazón, al centro, la raíz de la persona, de donde brota la justicia.

Acojamos esta invitación a dar plenitud a la ley en nuestra vida.  Escuchemos la voz de Jesús que nos dice: ¡Cuidado! Hay formas de cumplir la ley que no nos hacen justos, buenos… Se lo dice a sus primeros discípulos y a nosotros, a nosotras, ¿somos justos, buenos, santos al cumplir la ley, los mandamientos, los preceptos de la Iglesia?

Si vivimos profundamente la Palabra de Dios, si su Ley cala directamente en nuestro corazón, lo que pensemos, digamos o hagamos será sincero, auténtico, profundo. Será expresión del amor, del perdón y la comprensión a los hermanos y así, solo así, el vivir los mandamientos, la Ley, nos acercará a Dios y nos hará felices. Porque, como dice el evangelio eso es llevar la Ley a su plenitud.

Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp

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La plenitud de la ley está en su superación

Seguimos en el sermón del monte de Mateo. La lectura de hoy afronta un tema complicado. Cómo armonizar la predicación y la praxis de Jesús con la Ley, que para los judíos era sagrada y definitiva. Ir más allá de lo establecido es el problema radical que se plantea en todos los órdenes de la vida. Damos valor absoluto a lo ya conocido pero nuestro conocimiento será siempre limitado; debemos ir siempre más allá.

Tuvo que ser muy difícil para un judío aceptar que la Ley no era absoluta. Jesús fue contundente en esto. Abrió una nueva manera de relacionarnos con Dios. El Dios todopoderoso, que está en los cielos y ordena y manda, deja paso al Dios “Ágape” que se identifica con cada uno de nosotros y nos invita a descubrirlo en los demás. A pesar de ello, muchos años después, los cristianos se estaban peleando por circuncidar o no circuncidar, comer o no comer ciertos alimentos, cumplir o no el sábado…   

Toda norma metida en palabras, incluso las de Moisés en la Biblia, no podrá ser nunca definitiva. Esto, bien entendido, es el punto de partida para comprender las Escrituras. El hombre siempre tiene que estar diciendo lo que dijo Jesús en el evangelio: habéis oído que se dijo, pero yo so digo, porque conocemos cada vez mejor la naturaleza y al ser humano. Si Jesús y los primeros cristianos hubieran tenido la misma idea de la Biblia que muchos cristianos tienen hoy, no se hubieran atrevido a rectificarla.

Cuando hablamos de “Ley de Dios”, no queremos decir que, en un momento determinado, Dios haya comunicado a un ser humano su voluntad en forma de preceptos, ni por medio de unas tablas de piedra, ni por medio de palabras. Dios no se comunica a través de signos externos, porque no es un ser fuera que tenga voluntad propia para imponerla. La voluntad de Dios está en la esencia de cada criatura.

Si fuésemos capaces de bajar hasta lo hondo del ser, descubri­ríamos allí esa voluntad de Dios; ahí, sin decir palabra, me está diciendo lo que es bueno o malo para mí. La voluntad de Dios no es nada añadido a mi propio ser, no me viene de fuera. Está siempre ahí pero no somos capaces de verla. Esta es la razón por la que tenemos que echar mano de lo que nos han dicho algunos que sí fueron capaces de bajar hasta el fondo de su ser y descubrir lo que Dios es y lo que somos cada uno de nosotros. Lo que otros descubrieron y nos cuentan nos puede ayudar a descubrirlo en nosotros.

Moisés supo descubrir lo que era bueno para el pueblo que estaba tratando de aglutinar, y por tanto lo que era bueno para cada uno de sus miembros. No es que Dios se le haya manifes­tado de una manera especial, es que él supo aprove­char las circunstan­cias especia­les para profundi­zar en su propio ser. La expresión de esta experiencia es voluntad de Dios, porque lo único que Él quiere de cada uno de nosotros es que seamos nosotros mismos, que lleguemos al máximo de nuestras posibilidades.

¿Qué significaría entonces cumplir la ley? Algo muy distinto de lo que acostumbramos a pensar. Una ley de tráfico se puede cumplir perfectamente solo externamente, aunque estés convencido de que el «stop» está mal colocado, yo lo cumplo y consigo el objetivo de la ley, que no me la pegue con el que viene por otro lado y además, evitar una multa. En lo que llamamos Ley de Dios, las cosas no funcionan así. Dios no ha dado nunca ninguna Ley. Lo que es bueno o lo que es malo está inscrito en mi ser.

A trancas y barrancas hemos superado la idea de una Ley venida de fuera. Nos queda mucho camino por andar para superar la idea de un Legislador que impone su voluntad a pesar nuestro. En la Biblia encontramos 613 preceptos. Nos parecen infinitos, pero resulta que el Código de Derecho Canónico tiene 1.752 cánones. No hemos sido capaces de asimilar el mensaje de Jesús que insistió en superar toda norma. Nos dejó un solo mandamiento: que os améis, y el amor nunca puede ser fruto de una ley.

Desde esta perspectiva, podemos entender lo que Jesús hizo en su tiempo con la Ley de Moisés. Si dijo que no venía a abolir la ley, sino a darle plenitud, es porque muchos le acusaron de saltársela a la torera. Jesús no fue contra la Ley, sino más allá de la Ley. Quiso decirnos que toda ley se queda siempre corta, que siempre tenemos que ir más allá de la pura formulación, hasta descubrir el espíritu. La voluntad de Dios está más allá de cualquier formulación, por eso tenemos que superarlas todas.

Jesús pasó, de un cumplimiento externo de leyes a un descubrimiento de las exigencias de su propio ser. Esa revolución que intentó Jesús está aún sin hacer. No solo no hemos avanzado nada en los dos mil años de cristianismo, sino que en cuanto pasó la primera generación de cristianos hemos ido en la dirección contraria. Todas las indicaciones del evangelio, en el sentido de vivir en el espíritu, han sido ignoradas. Seguimos más pendientes de lo que está mandado que de descubrir lo que somos.

“Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, pero yo os digo: todo el que está enfadado con su hermano será procesado”. No son alternativas, es decir o una o la otra. No queda abolido el mandamiento antiguo sino elevado a niveles increíblemente más profundos. Nos enseña que la actitud negativa hacia otro es ya un fallo contra tu propio ser, aunque no se manifieste en una acción concreta contra el hermano.

“Si cuando vas a presentar tu ofrenda, te acuerdas de que tu hermano tiene queja contra ti, deja allí tu ofrenda y vete a reconciliarte con tu hermano…” Se nos ha dicho por activa y por pasiva que lo importante era nuestra relación con Dios. Toda nuestra religiosidad está orientada desde esta perspectiva equivocada. El evangelio nos dice que más importante que nuestra relación con Dios, es nuestra relación efectiva con los demás. Si ignoramos a los demás, nunca nos encontraremos con Dios.

No dice el texto: si tú tienes queja contra tu hermano, sino “si tu hermano tiene queja contra ti”. ¡Que difícil es que yo me detenga a examinar si mi actitud pudo defraudar al hermano! Es impresionante, si no fuera tan falseado: “deja allí tu ofrenda y vete antes a reconciliarte con tu hermano”. Las ofrendas, las limosnas, las oraciones no sirven de nada si otro ser humano tiene pendiente la más mínima cuenta contigo.

De todas formas, la eliminación de las leyes no funcionaría si no suplimos esa ausencia de normas por un compromiso de vivencia interior que las supere. Las leyes solo se pueden tirar por la borda cuando la persona ha llegado a un conocimiento profundo de su propio ser y descubre las más auténticas exigencias del verdadero ser. Ya no necesita apoyaturas externas para caminar hacia su definitiva meta. Recuerda: “ama y haz lo que quieras” o “el que ama ha cumplido el resto de la Ley”.

Fray Marcos

Radicalidad

Mateo, que escribe a una comunidad de origen judío, se ve obligado a hacer equilibrios entre la continuidad y la ruptura que supone el mensaje de Jesús. En esa línea, afirma que cumple con toda la ley judía pero que, al mismo tiempo, la trasciende de manera radical.

Más allá de los casos propuestos -y superado el apego a la literalidad del texto-, lo que parece evidente es el carácter radical de la propuesta de Jesús. A veces, nuestra mente suele asociar “radicalidad” a exigencia, voluntarismo, perfeccionismo, mortificación… Es probable que en esta misma trampa cayera el propio Mateo cuando habla de “sacarse un ojo” o “cortarse una mano”.

Sin embargo, en su sentido propio, radicalidad remite a “raíz”. Con lo cual, el acento pasa de lo que hago al desde dónde lo hago. Porque es precisamente este “desde dónde” el que, si quiero vivir coherentemente, me guía a la raíz o núcleo de lo que somos.

La radicalidad no consiste, por tanto, en cambiar el “contenido” de la norma -cambiar el qué-, sino en vivirse en aquel “lugar” -el dónde- en el que de habita nuestra verdadera identidad.

En concreto, todo lo que emprendemos podemos hacerlo desde el ego que creemos ser o desde la consciencia que somos. Y los frutos serán radicalmente diferentes, porque nacen de raíces muy distintas.

Dado que la diferencia se da entre lo que creemos ser y lo que realmente somos, si queremos vivir con radicalidad -desde la raíz-, necesitamos crecer en comprensión. Es la comprensión la que nos permite salir de las creencias acerca de nosotros mismos para vivir en la certeza de ser. Y es ahí donde somos transformados. Si no la reducimos a mero razonamiento mental, la comprensión transforma porque nos hace ver: qué somos, qué son los otros, que es esta sociedad, qué es nuestro mundo… Nuestra mirada cambia y de ella brotará la acción adecuada.

¿De dónde brotan mis acciones?

Enrique Martínez Lozano

Comentario – Domingo VI de Tiempo Ordinario

(Mt 5, 17-37)

Ya sabemos que Jesús se oponía a los fariseos que controlaban la conducta de la gente exigiéndole una multitud de prácticas, imponiendo todo tipo de normas y costumbres. Por eso algunos pensaban que Jesús estaba despreciando los escritos del Antiguo Testamento, que se solían llamar “la Ley y los Profetas”.

El evangelio de Mateo muestra que Jesús no rechaza las normas morales del Antiguo Testamento, que se resumen en los mandamientos, y que no propone una fe sin moral. Mateo muestra con claridad que Jesús exigía a sus discípulos un determinado comportamiento, un estilo de vida que era más simple, pero no menos exigente que el de los fariseos.

Al contrario, el estilo de vida que Jesús espera de sus discípulos es más exigente que el de los fariseos: “Si la justicia de ustedes no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los cielos” (v. 19). ¿En qué sentido Jesús es más exigente que los fariseos legalistas? Porque Jesús espera que nuestro comportamiento no sea un cumplimiento exterior, sino que brote del corazón; no espera que hagamos el bien porque está mandado, sino porque brota de un amor sincero al hermano, de un afecto interior y real, y eso es más exigente que cumplir mil normas externas, porque en realidad es imposible si Dios no nos llena de su propio amor.

Por eso, este texto nos dice que no es suficiente “no matar” para entrar en el Reino de Dios, porque cuando tratamos mal a un hermano ya estamos expresando la falta de amor de nuestro corazón. Por eso mismo, el acto exterior de llevar una ofrenda al altar es inútil si no estamos en paz con los demás.

Oración:

“Señor, concédeme adorarte desde lo más profundo de mi ser, para que mis acciones sean expresión de un corazón bueno, liberado, sanado. Ayúdame a ver cuando mis acciones sean solamente un cumplimiento exterior, que no expresa un amor sincero”.

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Domingo VI de Tiempo Ordinario

Jesús no ha venido a destruir la Ley dada por su Padre, vino a completarla.

Jesús nos enseña a ir al corazón de la Ley, que es el amor. Jesús nos enseña a meter…. la Ley en nuestros corazones.

Los que quieren pertenecer al Reino de Dios, tienen que cumplir también la nueva Ley de este Reino, que son las Bienaventuranzas.

Y nuestra fidelidad en el seguimiento de Cristo no puede ser algo externo, de simple cumplimiento, debe ser algo interno.

Lo que nos mueve a obedecer a Dios y cumplir su voluntad es el amor,…. es el amor de hijos que aman la voluntad del Padre.

Jesús nos dice que no vino a cambiar una sola coma de la ley, sino que vino a completarla y perfeccionarla. Y el cumplimiento de esa ley, los mandamientos del Antiguo testamento y el mandamiento del amor y las bienaventuranzas son los medios que Dios puso a nuestro alcance para que seamos realmente hombres y mujeres felices. Dios creó al hombre y conoce sus necesidades. Los mandamientos no son imposiciones que tratan de limitar nuestra libertad, que son de otra época, son verdaderos caminos de felicidad.

El que nos propongamos hacer vida los mandamientos, es una muestra de obediencia a Dios a quien amamos como Padre y en quien confiamos ciegamente como niños.

Y así como en el plano humano, cuando está presente el amor, no hay cosas a cumplir más grandes y otras secundarias, sino que tratamos de cumplir con todo lo que como padres tenemos que hacer, o como esposos, así también debe ser nuestra relación con Dios. Para los que aman de verdad, no hay mandamientos secundarios. Cuando hay amor, se cuidan todos los detalles

Uno de los rasgos fundamentales de Jesús es su fidelidad al Padre.

Jesús cumple la voluntad del Padre. Su vida es un continuo conocer y cumplir la voluntad de su Padre.

En cambio nosotros demasiadas veces buscamos el camino de la facilidad. Y en ese camino, nos proponemos unos cuantos preceptos fundamentales y un mínimo de exigencia morales, y vivimos nuestro cristianismo con eso sólo. Vivimos un cristianismo mezquino.

Es como que dejamos de lado algunos mandamientos del Señor, teniéndolos como sin importancia y eso nos hace sentirnos hombres libres, hombres de nuestra época.

Y eso nos ocurre porque no hay verdadero amor a Dios.

El amor, hay que manifestarlo en los detalles. Sin esos detalles no hay amor.

Las exigencias del evangelio son mayores que las del Antiguo Testamento.

En este tiempo de cuaresma, vamos a pedirle a nuestra madre María que nunca olvidemos las palabras de Jesús, ni tratemos de sacarle valor a los mandamientos antiguos y nuevos del Señor. El cumplimiento por amor de los mandamientos de Dios, es el camino más seguro de la felicidad.

Y pidámosle también, que nos dé la fortaleza para no caer en la tentación de acomodar las leyes de Dios a nuestro parecer de hombres.

Lectio Divina – Domingo VI de Tiempo Ordinario

Se dijo a los antiguos, pero yo os digo

Invocación al Espíritu Santo:

Oh Espíritu Santo, tú que llenas de fuego el corazón de los que buscan a Jesús; tú que iluminas la mente de los pobres que escuchan la Palabra, buscando la voluntad del Padre; tú que reúnes en tu amor a quienes se esfuerzan por amar, siguiendo el ejemplo de Jesús; reafirma en nuestros corazones la certeza del amor del Padre, la seguridad de ser hijos suyos; confírmanos en tu luz y tu amor; infunde en nosotros tu aliento. Que rebosen nuestros corazones de la Buena Nueva para que nuestros labios la hagan resonar hasta los confines de la tierra. Amén.

Lectura. Mateo capítulo 5, versículos 17 al 37:

Jesús dijo a sus discípulos: “No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darlesplenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley. Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos. Les aseguro que, si su justicia no es de mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos.

Han oído ustedes que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal, Pero yo les digo: Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo.

Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda. Arréglate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez, el juez al policía y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.

También han oído ustedes que se dijo a los antiguos: No cometerás adulterio; pero yo les digo que quien mire con malos deseos a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Por eso, si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado, arráncatelo y tíralo lejos, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo.

Y si tu mano derecha es para ti ocasión de pecado, córtatela y arrójala lejos de ti, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo.

También se dijo antes: El que se divorcie, que le dé a su mujer un certificado de divorcio; pero yo les digo que el que se divorcia, salvo el caso de que vivan en unión ilegítima, expone a su mujer al adulterio y el que se casa con una divorciada comete adulterio.

Han oído ustedes que se dijo a los antiguos: No jurarás en falso y le cumplirás al Señor lo que le hayas prometido con juramento. Pero yo les digo: No juren de ninguna manera, ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es donde él pone los pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran Rey.

Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes hacer blanco o negro uno solo de tus cabellos. Digan simplemente sí, cuando es sí; y no, cuando es no. Lo que se diga de más, viene del maligno”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

El Evangelio según San Mateo estaba dirigido a cristianos de origen judío y pagano. Por tanto, resalta la imagen de Jesús como el Mesías, profeta de la nueva ley. Jesús aclara su posición ante “la ley y los profetas” e insiste en que no ha venido a abolirlas, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias.

“Han oído que se dijo… pero yo les digo…” Esta es la fórmula que Jesús usa para afirmar que el asesinato incluye cualquier ofensa al hermano; el adulterio empieza con el deseo, y el amor a los amigos debe extenderse a todos sin distinción.

Meditación:

Muchas veces creemos que el cristianismo es una lista larga de normas y mandamientos que debemos cumplir. Es más,parece que Cristo, en este pasaje, nos complica más nuestros deberes. Pero eso no es el cristianismo: “No se comienza aser cristiano por una decisión ética o una gran idea, (o, podemos añadir a las palabras del Papa, por el cumplimiento de normas), sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello,una orientación decisiva”. (Deus Caritas número 1). Es solo a través de Cristo, del prisma de su amor, que se puede, no solo entender, sino sobre todo vivir lo que nos corresponde como sus seguidores.

Si atendemos bien, la lista de leyes que Cristo perfecciona en este evangelio tiene necesariamente un punto de unión con el amor, sea a Dios o al prójimo. Acaso, el saber perdonar al que nos ofende, al que ha dañado nuestra familia, nuestro trabajo, nuestro interior o nuestra situación económica, ¿no es el acto supremo del amor? El guardar nuestra pureza de corazón y de cuerpo, ¿no es un acto heroico de amor a nuestro Señor? El matrimonio, ¿no se puede traducir como fidelidad en el amor que Dios unió? Y, la coherencia en los deberes contraídos ante Dios, ¿no es una postura de un alma que quiere amar con sinceridad?

Solo Cristo nos da la fuerza, los ánimos, el coraje y la paciencia para ser auténticos seguidores de su Persona; solo así, nuestro compromiso de cristianos deja de ser un peso y se convierte en una respuesta de amor al Amor.

Oración:

Te bendecimos Señor, Dios de nuestros padres, porque en Cristo realizaste con tu pueblo un nuevo pacto de amor y fidelidad cabal. Gracias, Señor, porque por la fe nos permites entrar en comunión salvadora y filial contigo. En verdad el objetivo de la ley es Cristo Jesús para justificación de todo aquel que cree en él. Concédenos cumplir siempre con amor tu voluntad. Amén.

Contemplación:

Catecismo de la Iglesia Católica numeral 1965: La ley nueva o ley evangélica es la perfección aquí debajo de la ley divina, natural y revelada. Es obra de Cristo […]. Es también obra del Espíritu Santo, y por él viene a ser la ley interior de la caridad: “concertaré con la casa de Israel una alianza nueva, pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jeremías capítulo 31, versículos 31 al 34).

Oración final:

Jesucristo, cuántas veces me fijo más en lo que me cuesta cumplir que en lo que te costó sufrir por mí; cuántas veces me quejo de mis deberes porque me falta tu amor. Tú conoces mejor que nadie mi debilidad y mi pequeñez, pero también conoces cuánto quiero responder a tu amor. Te pido que, así como viniste a perfeccionar la Ley judía, perfecciones la sinceridad, la humildad, la entrega y la pureza de mi corazón. Te lo pido por la intercesión de su santísima Madre la Virgen María. Así sea.

Propósito:
Buscaré dar un plus en alguna responsabilidad de mi vida cristiana (en mi oración, en mi trato con los demás, en mi sinceridad, en perdonar…).

Coherencia, radicalismo y profundidad

1.- A veces se dice, este se enrolla más que una persiana (de las antiguas, que se enroscaban). Y tal proceder no es el que corresponde a nuestra actualidad, que quiere frases cortas y sencillas, pese a que puedan pecar de banales. Del fragmento del evangelio que se nos ofrece en la misa de este domingo, alguien se atrevería a decir lo mismo. Si tuvierais en la mano el leccionario, veríais que se ponen algunos párrafos entre paréntesis, que los editores pensaron que se podían omitir. Dependerá del criterio del que preside, el que sea más o menos larga la proclamación.

2.- Pienso que el contenido del mensaje son los tres conceptos del título. Porque si bien el Maestro pone ejemplos concretos, algunos que no corresponden a nuestra realidad, el conjunto es muy homogéneo. Vivir de acuerdo con estos principios colectivamente, no haría crecer el producto interior bruto de un país y eliminaría muchos funcionarios que hoy ocupan su jornada en tareas burocráticas. Pero el Evangelio es así, quiéranlo o no los políticos y economistas. Seguir al Maestro, mis queridos jóvenes lectores, no está de moda en nuestro burgués mundo capitalista.

3.- Me parece que será mejor que yo tome el texto y os lo comente brevemente, por el orden que aparecen. El Evangelio no es una moda pasajera, ni un proceder propio de antiguos tiempos. Jesús no es de aquellos que revientan todo lo anterior, para decir que traen algo nuevo y perfecto. Él habla de aceptar lo antiguo recibido y mejorarlo y que será definitivo. Mis palabras no pasarán, decía. Advertiréis que se habla de estilo gótico y neogótico, en arquitectura. De capitalismo y neocapitalismo o de modernidad y postmodernidad, para poner algún ejemplo. Nunca oiréis hablar de neo- evangelismo o neo- cristianismo. Sí, de nuevos mártires, nuevos profetas o nuevos pastores, fruto de la misma Fe y prueba que demuestra la vitalidad de la doctrina que, como las plantas cada primavera brotan y dan frutos nuevos. Añade, y es muy importante, que enseñar el mal es la mayor desgracia y hacer el bien la mayor fortuna.

4.- ¿Cuál es mi proceder? Debe preguntarse cada uno. Ir pasando, entreteniéndose y gastando la vida sin provecho ni sentido, es una manera de dar testimonio de inutilidad y de desacreditar, si se tiene, la propia religiosidad… El mal no lo pone el Maestro en la mano que empuña espada asesina, ya el odio y el insulto es el inicio del pecado de Caín.

5.- Seguramente vosotros, mis queridos jóvenes lectores, si vais a misa, la celebráis en rito romano. Si asistierais a una liturgia ambrosiana, propia de Milán y su entorno, observaríais que el sacerdote dice antes del ofertorio: recordando el dicho del Señor de que si te acercas al altar estando enemistado con tu hermano, dejes la ofrenda y vayas a reconciliarte con él. Ahora, pues, reconciliémonos con un gesto de paz, antes de continuar la misa. Me gusta mucho más este gesto que el proceder latino, que a veces es pura comedia de besitos y abrazos (cosa que las normas no aceptan, pero de las que muchos no hacen caso).

6.- El pecado de adulterio no lo sitúa en el lecho. Jesús advierte que se inicia en el corazón. No modifica el mandamiento del Sinaí, pero es más exigente. Del adulterio interior, no se enterará seguramente nadie, ni ningún juez dictará sentencia condenatoria. Dios y la conciencia recta, sí. Las expresiones del texto: córtate el brazo, sácate el ojo, no hay que tomárselas al pie de la letra, son lenguaje de estilo semítico, pero no por ello menospreciarlo. Es mejor carecer que poseer injustamente, sea dinero, títulos, premios u homenajes.

7.- Continúan existiendo el juramento, a veces, pura formula de protocolo, otras solemne compromiso, pero es mejor no recurrir a ello si no nos lo exige quien lo puede hacer. Hay que ser personas de palabra. Ser fiel a lo que se dice, que los demás puedan fiarse de nosotros, sin que temamos represalias, que las puede haber, por ser consecuentes con lo que afirmamos.

No seáis mediocres ni ruines. Que los otros puedan reclamaros coherencia con lo que decís, pese a que haya pasado mucho tiempo. En el mundo jurídico existe la prescripción, en el de la conciencia cristiana, no. El perdón solicitado humildemente y otorgado por Dios, sí.

Pedrojosé Ynaraja

Pero… ¿es que no hay fariseos hoy?

1.- No por ser suficiente conocido deja de sorprender. La idea de un Jesús de Nazaret afable, que ayuda a todo el mundo que se lo pide, que cura a los enfermos con especial delicadeza y que les hace protagonistas de su propia curación al poner el ejemplo de su fe, contrasta con la continuidad y dura crítica contra fariseos, saduceos, sacerdotes, escribas y maestros de la Ley. Estos, sin duda, a los ojos de la sociedad contemporánea de entonces eran lo mejor, de la mejor, una autentica élite social, religiosa y hasta administrativa. Y, sin embargo, el Maestro de Galilea los descalifica continuadamente. Esa actitud tuvo que desconcertar a muchos judíos de entonces quienes pensaban que la doctrina renovadora –dicha con autoridad—de Jesús no tenía que ser incompatible con la religión oficial. De todas formas, esa oposición continua y pertinaz llevó a Jesús a la muerte con lo que hemos de decir que, sin duda, estuvo golpeando dura y eficazmente a ese sistema aristocrático de poder y religiosidad oficial.

2.- Dicha sorpresa de la gente normal, de la que buscaba continuadamente la verdad, tuvo que producir la respuesta que Jesús nos muestra hoy en el evangelio de Mateo. Y lo dice muy claro: “No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud”. Pone de manifiesto que Él no está la Ley, sino contra aquellos que la “administran”. Y es que toda clase superior dedica muchas horas de su jornada a mantener su estatus, sus ventajas. Existiría, sin duda, entre los miembros de esa “superioridad” un sentido corporativo enorme que no aceptaría la menor crítica. Además, el demoledor sistema de cumplimiento –“cumplo y miento”—basado en las casi 800 preceptos de obligado cumplimiento servían para tener adoctrinado, entretenido y agobiado al pueblos, sin tiempo para pensar, sin autonomía para actual, pero, sobre todo, siendo víctima de un engaño premeditado, de un sistema alienante…

3.- Y Jesús entra de cara en la realidad del problema. Se refiere a dicha clase aristocrática como causa principal del alejamiento de la gente del verdadero Dios que es tierno y amoroso con sus criaturas. La creencia –sin duda sencilla—en Dios había sido suplantada por la norma hasta sus últimos extremos. La metáfora de que fariseos y saduceos habían encerrado a Dios en una jaula de oro es adecuada y nunca excesiva. Pero, en fin, Jesús –según el relato de Mateo—se ve también en la obligación a apostillar esa doctrina oficial que, por supuesto, tiene su base en la enseñanza de Moisés, entregada por Dios en el Sinaí, en las tablas de piedra. Y con ello no deja el asunto en un presunto choque entre personalidades religiosas. Es un camino reformista profundo y lleno de vida, que tuvo que sorprender e influir considerablemente en todo aquel que le escuchaba. Despliega, pues, una ampliación de la norma llena de humanidad y de amor, más conforme con la idea de un Dios que es un padre comprensivo y no el presidente o consejero delegado de una gran empresa. El análisis de todo el contenido evangélico dentro del “pero yo os digo” de Jesús es, sin duda, un avance de su doctrina, una confirmación práctica de las bienaventuranzas, un camino de amor y justicia que, sin duda, conduce al Dios Padre, compasivo y misericordioso. Sin duda, la doctrina del “Abba”, de Dios como “papaíto” es la gran revelación del Profeta de Nazaret.

4.- Pero estos consejos de Jesús en este Sexto Domingo del Tiempo Ordinario, tienen aplicación en febrero de 2014, ahora mismo. ¿No hay en la Iglesia como organización un cierto fariseísmo? ¿Unas élites que intentan gobernar al pueblo más por el “cumplo y miento” que por el amor? ¿No está el papa Francisco intentando desmontar –por ejemplo—la superestructura que hasta ahora ha mandado en el Vaticano? Lo sorprendente a lo largo de los siglos es que después de la clara enseñanza de Jesús de Nazaret contra fariseos, saduceos, escribas y maestros de la ley, figuras similares hayan seguido floreciendo en su Iglesia con procedimientos y efectos sobre el Pueblo de Dios muy parecidos a los que criticaba nuestro Dios y Señor. Sinceramente, creo que este evangelio de Mateo que se ha proclamado hoy está más de actualidad que nunca…

Ángel Gómez Escorial

Detalles concretos

Muchas veces se expresan quejas respecto a las homilías: unas veces por ser largas, otras porque no se entienden, otras porque se habla de temas que no tienen que ver con la Palabra que se ha proclamado, y otras veces porque se “quedan en el aire”, hablando de cosas celestiales sin aterrizar para aplicarlos a la “vida terrena” de cada día. Las razones para que esto ocurra son muy variadas y a cada cual corresponde evaluarse con sinceridad y responsabilidad, porque como ya escribió San Pablo VI en “Evangelii nuntiandi” 43: “sería un error no ver en la homilía un instrumento válido y muy apto para la evangelización. Los fieles esperan mucho de esta predicación, con tal que sea sencilla, clara, directa”. Por eso, un gran predicador como lo fue san Vicente Ferrer, en su “Tratado sobre la vida espiritual”, decía: “En la predicación y exhortación debes usar un lenguaje sencillo y un estilo familiar, bajando a los detalles concretos. Hablar en abstracto de las virtudes y los vicios no produce impacto en los oyentes”.

Esto es lo que ha hecho Jesús en el Evangelio, para cuestionar a sus oyentes de entonces y de ahora, en esa gran “homilía” que es el Sermón de la Montaña. Jesús expone las grandes líneas de su enseñanza, y podría haberse quedado en eso, en “grandes ideas” sin concretar, pero Él, en su predicación, baja a los detalles concretos.

Para empezar, nos dice: Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos. Los escribas y fariseos habían caído en el puro cumplimiento de unos mínimos respecto a la ley y la doctrina. Jesús nos invita a ir más allá, a que interioricemos el sentido de esas leyes y doctrinas, de esa justicia, para que su vivencia realmente nos salga de dentro. Y nos preguntamos: ¿En mi vida cristiana me limito a cumplir, o voy más allá, me preocupo de entender e interiorizar lo que se me pide para que “me salga” por convencimiento y no por obligación?

Y después, Jesús ha presentado tres grandes preceptos recogidos en la Ley, en el Antiguo Testamento: No matarás, no cometerás adulterio, no jurarás en falso. Pero, frente a estos grandes preceptos, podríamos pensar con mentalidad de escribas y fariseos: “Yo no robo, yo no tengo aventuras extramatrimoniales, yo no juro…” y creer que esto que dice Jesús no va con nosotros.

Pero Jesús quiere que nuestra mirada sea mayor que la de escribas y fariseos y en su predicación, tras el gran precepto, baja a los detalles concretos, que sí nos interpelan directamente:

“No matarás”. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. ¿En qué ocasiones me dejo llevar por la cólera? ¿He insultado o despreciado, o guardo rencor a alguien?

“No cometerás adulterio”. Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. ¿Cómo es mi mirada hacia los demás? ¿Me dejo llevar por pensamientos y deseos inapropiados? ¿Veo pornografía? ¿Cuido mi relación de pareja o me he cansado o aburrido?

“No jurarás en falso”. Pero yo os digo que no juréis en absoluto. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. ¿Soy de fiar por mis obras y palabras, o recurro habitualmente a mentiras, incluso “jurando por Dios”, sin que eso me suponga mayor problema? ¿Muestro a los demás una cara, pero hago o pienso lo contrario?

Como escribió el Papa Francisco en “Evangelii gaudium” 135: “los fieles dan mucha importancia a la homilía; y ellos, como los mismos ministros ordenados, muchas veces sufren, unos al escuchar y otros al predicar. Es triste que así sea”. Por eso, los fieles tienen derecho a esperar unas homilías bien preparadas, que puedan aplicar a su vida cotidiana; y esto es una llamada de atención a quienes tenemos la responsabilidad de prepararlas, para ir más allá de “decir algo” de modo abstracto, y salir del paso.

Y es una llamada de atención a los fieles, para que escuchen con atención, para que la homilía no se quede en “oír”, sino que les ayude también a ir “más allá” del simple cumplimiento.

Este fin de semana celebramos la Campaña de Manos Unidas, con el lema: “Frenar la desigualdad está en tus manos”. Se nos invita a trabajar por la justicia que Jesús ha predicado en el Evangelio, y que va más allá de nuestra estrecha mirada. Jesús nos interpela para que la Palabra de Dios y la posterior homilía nos ayuden a crecer humana y espiritualmente. “Está en nuestras manos” que así sea, para que la homilía la apliquemos a los detalles concretos de nuestra vida, frenemos las desigualdades y todos podamos entrar en el Reino de los cielos.

Comentario al evangelio – Domingo VI de Tiempo Ordinario

Pero yo os digo…


Manos Unidas: «Frenar la desigualdad está en tus manos»

       No suelen resultarnos muy atractivos pasajes evangélicos como el de hoy. Es frecuente que nos sintamos incómodos con las prohibiciones, las órdenes, las obligaciones… incluso aunque puedan ser razonables y recomendables o necesarias. Este tiempo de pandemia nos ha mostrado muchas veces a quienes se «saltaban» las instrucciones de las autoridades (sanitarias o civiles) como una «limitación» a su santa libertad. Incluso aunque pusieran en riesgo, no ya su bienestar, sino el de otros.
Dios presentó a Israel los Diez Mandamientos como garantía y como «camino» para que pudieran conservar la libertad tan duramente conquistada en su peregrinación por el desierto, y como claves necesarias para evitar conflictos, divisiones y problemas que rompieran con la unidad y entendimiento como pueblo suyo. Incluidos los tres primeros, que conviene leerlos en esa clave de no someterse a nada ni a nadie, y reservarse espacios de encuentro familiar, comunitario, religioso, sin ataduras laborales ni de ningún otro tipo.

          Sin embargo, aquellas leyes de la Alianza del Sinaí eran muy «generales» y progresivamente se fueron añadiendo otras que las concretaran y aclarasen en distintas circunstancias: no era lo mismo el tiempo del desierto, que los tiempos prósperos del rey David, o los destierros que padecieron. Y se fueron «colando» excepciones, precisiones, prioridades etc que no siempre tuvieron en cuenta la voluntad de Dios, en asuntos como el «no matarás», o el adulterio y el divorcio, o usar el nombre Dios en juramentos… etc.

          La Ley revelada a Moisés en el Sinaí no era, sin embargo, la palabra definitiva de Dios. Se la consideraba eterna e irrevocable,  era un dogma rabínico, pero en algunos de sus textos hablan de la futura «Ley del Mesías«, que sería como una profunda y definitiva interpretación de la Ley de Moisés. El Mesías -pensaba el judaísmo-  aportaría la luz para comprender finalmente toda la riqueza de los pensamientos ocultos de la Torah (Ley).

En este sentido podemos leer estas palabras de San Jerónimo:

«Cuando contemplo a Moisés, cuando leo a los profetas es para comprender lo que dicen de Cristo. El día que haya llegado a entrar en el resplandor de la luz de Cristo y brille en mis ojos como la luz del sol, ya no seré capaz de mirar la luz de una lámpara. Si alguien enciende una lámpara en pleno día, la luz de la lámpara se desvanece. Del mismo modo, cuando uno goza de la presencia de Cristo, la Ley y los Profetas desaparecen. No quito nada a la gloria de la Ley y de los Profetas; al contrario, los enaltezco como mensajeros de Cristo. 

         Sobre el Monte de las bienaventuranzas Jesús ha reconocido su validez pero, considerándola solamente como una etapa transitoria, y ha indicado una nueva meta, un horizonte mucho mayor: la perfección del Padre que está en los cielos, su voluntad (el mandamiento del Amor) como clave de interpretación y profundización.  Su punto de referencia no era la letra pura y dura del precepto, sino el bien de hombre,  que a menudo se había orillado. Y por eso no tuvo inconveniente, por ejemplo, en «violar» la sagrada ley del Sábado (3er mandamiento) para curar, o el comer con «manos impuras». No le parecía aceptable la postura descrita en la parábola del fariseo y el publicano: cumplimiento ante Dios y lejanía y dureza con el pecador. O del hermano mayor del pródigo: cumplidor… pero con un corazón inmisericorde y lejano al del padre.

       Y así, poniéndose a la altura de Moisés, y sin abolir cambiar nada… resalta la intención y el sentido que están detrás de algunos de esos preceptos, y que forman parte de la voluntad de Dios. En el Evangelio de hoy encontramos cuatro ejemplos.

      + El primero es «no matar». El hombre no tiene poder sobre la vida de sus semejantes, es sagrada e intocable, es sólo de Dios. Pero… llegaron los «matices»: si el otro es un pueblo enemigo, si sorprendemos a alguien en adulterio, si se trata de un pecador, si es un pagano… Nos ha pasado también a los cristianos: las Cruzadas, la pena de muerte, el enemigo al que declaramos la guerra… Y yendo a las raíces del mandamiento, afirma Jesús que hay actitudes y comportamientos que llevan a matar al otro, puede que no literalmente (menos mal), pero… La cosa empieza por un proceso previo de auto-convencimiento de que nuestra posible víctima no es persona humana, no tiene dignidad, no merece respeto: el insulto, el desprecio, el asilamiento, etc… En la historia de Caín, Dios intenta recordarle varias veces que es su «hermano», pero él lo ha mirado como el competidor, el objeto de envidia… y acaba matándolo. También el padre del pródigo insiste y repite al hermano mayor «ese hermano tuyo»… al que juzga y rechaza por pecador. Jesús insiste aquí por tres veces: «hermano», y va más allá al decir que sobran las ofrendasen el altar y los rezos y el culto si no estás reconciliado con «tu hermano». Se trata, pues, de mirar el propio corazón y detectar toda ira, todo juicio, todo enfrentamiento, toda agresividadque impiden la fraternidad que quiere Dios. Por eso los que pasan hambre, son también hermanos y nos tiene que preocupar mucho más allá de alguna generosa limosna. Nos dice Manos unidas: «Frenar la desigualdad está en tus manos», sobre todo cuando la desigualdad desemboca en la muerte.

        + En cuanto al problema del adulterio, también Jesús «afina» mucho: Hay amistades, sentimientos, relaciones que son ya adúlteras, aunque no hubiera «hechos» pecaminosos. La «codicia» o deseo ansioso de poseer a otra persona (mejor que el «deseo» entendido como atracción sexual), comienza con las miradas (el ojo que escandaliza), los pensamientos, las fantasías, los roces (la mano que escandaliza)… son ya un modo de adulterio. Pueden venir bien estas palabras de San Juan Crisóstomo:

«Porque no dijo absolutamente: “El que codicie…” —aun habitando en las montañas se puede sentir la codicia o concupiscencia—, sino: “El que mire a una mujer para codiciarla”. Es decir, el que busca excitar su deseo, el que sin necesidad ninguna mete a esta fiera en su alma, hasta entonces tranquila. Esto ya no es obra de la naturaleza, sino efecto de la desidia y tibieza. Esto hasta la antigua ley lo reprueba de siempre cuando dice: “No te detengas a mirar la belleza ajena” (Ecle 9,8). Y no digas: ¿Y qué si me detengo a mirar y no soy prendido? No. También esa mirada la castiga el Señor, no sea que fiándote de esa seguridad, vengas a caer en el pecado.  Mirando así una, dos y hasta tres veces, pudiera ser que te contengas; pero, si lo haces continuadamente, y así enciendes el horno, absolutamente seguro que serás atrapado, pues no estás tú por encima de la naturaleza humana.  Nosotros, si vemos a un niño que juega con una espada, aun cuando no lo veamos ya herido, lo castigamos y le prohibimos que la vuelva a tocar más. Así también Dios, aun antes de la obra, nos prohíbe la mirada que pueda conducirnos a la obra. Porque el que una vez ha encendido el fuego, aun en la ausencia de la mujer que lascivamente ha mirado, se forja mil imágenes de cosas vergonzosas, y de la imagen pasa muchas veces a la obra. De ahí que Cristo elimina incluso el abrazo que se da con solo el corazón».

          + Y refiriéndose al divorcio, también se habían establecido algunas excepciones («el que se divorcie de su mujer…»). Dios quiso el matrimonio monógamo e indisoluble. Así lo indican las primeras páginas de la Biblia: «los dos serán una sola carne/persona» (Gn 2,24). Por la dureza del corazón del hombre, sin embargo, había entrado también el divorcio en Israel. Contra las costumbres, las tradiciones y las interpretaciones de los rabinos, Jesús devuelve el matrimonio a la pureza de los orígenes y excluye la posibilidad de separar lo que Dios ha establecido que permanezca unido. Las palabras claras de Jesús, sin embargo, no dan a ningún discípulo la licencia de juzgar, criticar, condenar, humillar y marginar a aquellos que han fracasado en su vida matrimonial. Se trata, en general, de personas que han pasado a través de grandes sufrimientos y vivido situaciones dramáticas. No han conseguido el ideal planteado por Dios, muy a su pesar.

        + Echar mano de juramentos, poniendo a Dios por testigo es no respetar el Nombre de Dios. Como dice el Eclesiástico 23,9: «No te acostumbres a pronunciar juramentos, ni pronuncies a la ligera el Nombre Santo”. Y dice Jesús:  «No juréis en absoluto…Que tu palabra sea sí, sí, no…no. Lo que se añada viene del Maligno”. En la comunidad de los discípulos de Jesús, el juramento es inconcebible puesto que se trata de una comunidad constituida por personas de «corazón puro» (Mt 5,8) y guiada por el espíritu de la verdad (cf. Jn 14,17; 16,13) que ha desterrado de su vida toda mentira, como recomienda Pablo: «Eliminad la mentira y decíos la verdad unos a otros ya que todos somos  miembros del mismo cuerpo» (Ef 4,25).

        Estos son los caminos del Nuevo Mundo del Reino que propone Jesús. Es exigente, claro que sí, pero hace falta exigencia (y libertad y decisión para asumirlo) de modo que este mundo sea de otra forma, tal como Dios lo ha querido, y tal como nos haría bien a todos. Si quieres, guardarás los mandatos del Señor, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti están puestos fuego y agua: echa mano a lo que quieras (primera lectura). ¡Elige!

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf