Lectio Divina – Miércoles VI de Tiempo Ordinario

“El ciego estaba curado y veía todo con claridad”

Invocación al Espíritu Santo:

Oh Espíritu Santo, tú eres la fuerza que vigoriza nuestro trabajo; tú, el aliento que vivifica nuestra alma; tú, la luz que ilumina nuestra mente; tú, el motor de nuestras obras. Danos docilidad para seguir tus mandatos y que gocemos siempre de tu protección. Amén.

Lectura. Marcos capítulo 8 versículos 22 al 26:

Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida y enseguida le llevaron a Jesús un ciego y le pedían que lo tocara. Tomándolode la mano, Jesús lo sacó del pueblo, le puso saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: “¿Ves algo?” El ciego, empezando a ver, le dijo: “Veo a la gente, como si fueran árboles que caminan”.

Jesús le volvió a imponer las manos en los ojos y el hombre comenzó a ver perfectamente bien: estaba curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: “Vete a tu casa, y si pasas por el pueblo, no se lo digas a nadie”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

Después de advertir a los discípulos contra la ceguera que los rodea y amenaza, Jesús devuelve la vista a un ciego. Hay en el relato varios detalles que hacen pensar en un significado simbólico:

Si el ciego no tiene nombre es para que cada discípulo se ponga en su lugar sin dificultad. Si la capacidad de ver se obtiene de manera lenta y laboriosa, es para indicar que también el proceso de la fe es pausado, gradual y acompañado de dudas e incertidumbres.

Meditación:

¿Ves algo? Cristo en este pasaje nos hace esta pregunta.

¿Podremos responderle que sí vemos? Impresiona que Dios mismo esté preguntando de esta forma. Pero ¿qué es lo que quiere que vea? ¿Cómo tengo que verlo?

Jesús nos pregunta si vemos con los ojos de la fe, es decir: que si en todo lo que hacemos está detrás la mano de Dios. Esta es la visión que Él quiere que tengamos en todas nuestras actividades, no quedarnos solamente con el ver cosas borrosas: “…veo a los hombres como árboles…”, más bien hay que procurar que nuestros ojos estén limpios.

¿Qué es lo que no nos deja ver bien? Las preocupaciones de la vida, los problemas que agrandamos, el querer estar a la moda, buscar tener por tener, o por envidia… Por eso limpiemos nuestra vista, quitando lo que más nos estorbe para mirar con claridad la mano de Dios en nuestra vida, haciendo lo contrario a lo que nos aparta de tan digna visión.

Oración:

Bendito seas, Señor, Dios de la luz, porque en el bautismo nos diste el don de la fe, abriendo nuestra vida a tu misterio indecible. Somos ciegos que se ignoran, que creen ver, pero que tropiezan por todos los caminos. Vamos buscando tu rostro a tientas en la noche, perdidos en la niebla de las dudas y vacilaciones. Tócanos, Señor, y llévanos de la mano con cuidado. Ilumínanos con la luz de Cristo y de tu Espíritu, haciéndonos transparentes como Jesús, para obrar el bien y caminar como testigos de tu amor. Amén.

Contemplación:

Catecismo de la Iglesia Católica numeral 549: Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre, de la injusticia, de la enfermedad y de la muerte, Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo, sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado, que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas.

Oración final:

Jesucristo, pasar la vida haciendo el bien a todos, da una luz distinta a mi existencia. Con tu gracia, dejando a un lado mi orgullo y soberbia para dejarte actuar, podré lograr que los ciegos que me rodean puedan ver la luz en el Evangelio, los cojos y tullidos por su egoísmo empiecen a participar en la nueva evangelización y los muertos en vida resuciten cuando hagan la experiencia de tu amor.

Propósito:

Que mi testimonio de vida y mis buenas obras, hagan resplandecer la luz del Espíritu Santo ante los hombres.

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Homilía – Miércoles VI de Tiempo Ordinario

Sólo San Marcos cuenta el relato de esta curación que tiene mucho de parecido con la curación del sordo y del tartamudo que escuchamos días atrás.

También en este caso, la curación la realiza Jesús un poco retirado de la gente, se usa saliva, se imponen las manos, y se le pide que no divulgue lo que ha sucedido.

Jesús había reprendido la ceguera de los fariseos, y en esta curación nos muestra con hechos, que los ciegos…, pueden ver.

A los discípulos de Jesús, como a este ciego, se les irán abriendo los ojos, poco a poco, para ir comprendiendo el Reino.

Jesús realiza la curación, con los elementos que se usaban en esa época para curar, como por ejemplo la saliva.

Esta curación en particular, se hace por etapas y con la participación del ciego. El ciego va con Jesús fuera de la ciudad, y le va diciendo lo que ve a medida que su visión va aumentando.

Este milagro, tiene un profundo simbolismo.

En la vida espiritual también sucede que la visión se nos va haciendo cada vez más nítida para captar las realidades sobrenaturales.

Cuando recién se comienza, quienes todavía tienen una fe de niños, tienen una cierta percepción de Dios, pero a medida que la fe se hace más adulta, se perciben más claramente las cosas de Dios.

Los que recién empiezan son como el cieguito en la primera etapa, que veía a los hombres confusamente, como arboles caminando.

Luego, ya curado lo distinguía todo.

En nuestra vida espiritual no llegaremos nunca a distinguir absolutamente todo, porque es imposible para el hombre alcanzar la comprensión plena de Dios. Pero a medida que crece nuestra fe, vamos distinguiendo más las cosas de Dios y vamos adquiriendo más tranquilidad y más seguridad.

A la luz de este evangelio, tenemos que darnos cuenta que cuando somos ciego, recuperar la vista supone un tiempo de aprendizaje.

Vivimos en un mundo muy acelerado, queremos lograr las cosas inmediatamente. Muchas veces intentamos negociar con Dios para que nos conceda lo que le pedimos en el acto.

Pero los caminos de Dios…, van por otro lado.

El Señor nos enseña a ser pacientes, y a confiar. Él va a acompañarnos siempre en nuestro camino, iluminando nuestras oscuridades.

Nosotros como el ciego, empezamos a ver, pero confusamente. De Dios depende, y no de nosotros que nuestra visión sea plena.

Sólo necesitamos pedir con humildad y buscar momentos para que Jesús nos tome de la mano, nos aleje del ruido, nos hable al corazón y empecemos a ver.

Comentario – Miércoles VI de Tiempo Ordinario

Marcos 8, 22-26

a) Otro signo mesiánico de Jesús, esta vez la curación progresiva del ciego. ¡Cuántas veces habían anunciado los profetas que el Mesías haría ver a los ciegos!

Esta vez Jesús realiza unos ritos un poco nuevos: lo saca de la aldea, llevándolo de la mano, le unta de saliva los ojos, le impone las manos, dialoga con él, el ciego va recobrando poco a poco la vista, viendo primero «hombres que parecen árboles» y luego con toda claridad.

Es una curación «por etapas» que puede ser que en Marcos apunte simbólicamente al proceso gradual de visión y conversión que siguen los discípulos de Jesús, que sólo lentamente, y con la ayuda de Jesús, van madurando y viendo con ojos nuevos el sentido de su Reino mesiánico. Ayer mismo leíamos que Jesús les llamaba «torpes» a sus discípulos, porque no entendían: «¿Para qué os sirven los ojos si no véis y los oídos si no oís?».

b) También nuestro camino es gradual, como lo es el de los demás. No tenemos que perder la paciencia ni con nosotros mismos ni con aquellos a los que estamos intentando ayudar en su maduración humana o en su camino de fe. No podemos exigir resultados instantáneos. Cristo tuvo paciencia con todos. Al ciego le impuso las manos dos veces antes de que viera bien. También los apóstoles al principio veían entre penumbras. Sólo más tarde llegaron a la plenitud de la visión. ¿Tenemos paciencia nosotros con aquellos a los que queremos ayudar a ver?

Este proceso nos recuerda también el itinerario sacramental: con el contacto, la imposición de manos y la unción, Cristo nos quiere comunicar su salvación por medio de su Iglesia. La pedagogía de los gestos simbólicos, unida a la palabra iluminadora, es la propia de los sacramentos cristianos en su comunicación de la vida divina. Tanto las palabras como los gestos simbólicos se han de potenciar, realizándolos bien, para que la celebración sea un momento en que se nos comunique la salvación de Dios de una manera no sólo válida, sino también educadora y pedagógica.

«El corazón humano piensa mal desde su juventud» (1ª lectura, I)

«¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?» (salmo, I)

«Sed prontos para escuchar, lentos para hablar y lentos para la ira» (1ª lectura, II)

«Llevad la Palabra a la práctica y no os limitéis a escucharla» (1ª lectura, II)

«Quien se cree religioso y no tiene a raya su lengua, se engaña, su religión no tiene contenido» (1ª lectura, II)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 4

¿Qué me quiere decir hoy Jesús?

Amor a los enemigos – Mateo 5, 38-48

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Sabéis que está mandado: «Ojo por ojo, diente por diente». Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas. Habéis oído que se dijo: -Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo en cambio os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

Explicación

Hoy Jesús nos explica que quiere decirnos cuando nos manda amarnos entre nosotros. Dar a quien nos pida, rezar por los que nos persiguen, hacer las paces con nuestros enemigos y tomar ejemplo de Dios Padre que cuando va a salir el sol se olvida de que hay hombres malos y lo hace salir para alegría de todos, buenos, malos, justos, injustos…

Evangelio dialogado

Te ofrecemos una versión del Evangelio del domingo en forma de diálogo, que puede utilizarse para una lectura dramatizada.

SÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO – “A” (Mateo 5, 38-48)

NIÑO : Señor, el domingo pasado nos dijiste que somos sal y luz. Y nos dijiste cómo debíamos de comportarnos. ¿Quieres decirnos algo más?

JESÚS: Mirad, sabéis que por ser muy cabezones se nos ha dicho “ojo por ojo y diente por diente”, pero yo os digo: No hagáis nunca mal a nadie.

NIÑA: Sí, Maestro, pero cuando alguien te fastidia… ya sabes.

JESÚS: Sí, lo sé, pero si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale la otra; si alguien te pide que le acompañes un kilómetro, acompáñale dos; a quien te pide , dale, y al que te pide prestado no le pongas excusas.

NIÑO: Eso que nos pides es muy difícil.

JESÚS: ¿Vosotros queréis ser felices? ¿Queréis ser discípulos míos?

NIÑO: Claro que sí. Tu, nos quieres mucho y eres nuestro Maestro, pero…

JESÚS: Si queréis ser felices de verdad, tenéis que aprender a amar de verdad a todos. No puedes amar sólo al que te cae bien. Fijaos bien, hay que amar incluso al enemigo.

NIÑA: Pero Jesús, ¡eso es muy difícil de cumplir! Además… ¿qué pasa si me insultan?

JESÚS: Solamente cuando ames de verdad, entenderás lo que significa ser hermano e hijo de nuestro padre Dios.

NIÑO: Entonces… ¿tenemos que querer a todos, aunque nos caigan mal?

JESÚS: Solamente así seremos hijos de nuestro padre Dios. Porque si amas a los que te quieren ¿qué haces de especial? Eso lo hace todo el mundo

NIÑA: Maestro, como decíamos el domingo pasado: dices las cosas muy claras pero son tan difíciles de cumplir, que te puedes quedar más solo que la una.

JESÚS: No son difíciles, son sencillas y además la única manera de entender que todos somos hermanos y que debemos hacer la vida cada día más feliz a todas las personas con las que nos encontremos. Tenemos que imitar a nuestro padre celestial y amarnos como él nos ama.

NIÑO: Muy bien, Maestro, intentaremos hacer todo esto que nos dices, pero ayúdanos.

JESÚS: No os preocupéis. El que confía en mí sabe que yo siempre estoy con vosotros

Fr. Emilio Díez Ordóñez y Fr. Javier Espinosa Fernández

Comentario al evangelio – Miércoles VI de Tiempo Ordinario

En la curación del ciego en Betzaida vemos que Jesús siempre es fiel y compasivo. El Señor no se contenta con vernos caminar con heridas y traumas a medio sanar; él quiere darnos vida en abundancia en todas las cosas, y no solo para la vida eterna en el cielo, sino desde ahora mismo. El Señor quiere ver que el corazón se nos transforme por efecto de su amor y que nuestro organismo recupere la salud completa, probablemente más de lo que nos imaginamos nosotros mismos.

Es el único pasaje de curación en dos etapas, es un proceso de recuperación. Poco a poco la saliva de Jesús está sanando nuestra vida. Hasta que veamos claramente el plan de Dios y nos enamoremos de él.

Esta curación del ciego de Betzaida, es un símbolo que dice mucho al cristiano de hoy, porque vivimos la misma situación de éste ciego. A veces pensamos que por el simple hecho de realizar prácticas religiosas, de asistir a la Eucaristía, o hacer ejercicios de piedad, ya vivimos libres de cegueras. El cristianismo está lleno de hombres y mujeres ciegos, que no queremos ver la novedad de la propuesta y de la acción de Jesús. Y poco le apostamos a un proceso, pues la conversión se da por etapas, tal como sucedió con el ciego de la curación.

Llegar a la visión total del proyecto de Jesús es acción del Espíritu Santo y es decisión nuestra,  de pasar de la ceguera a la visión clara y transparente de nuestro ser cristianos de verdad. Es igualmente un proceso en el que la fe activa, madura y responsable nos devuelve la visión de la realidad en la que no movemos y existimos. Pero solo la mano de Dios nos devuelve ésta capacidad de ver bien, el proyecto de vida de Jesús.

¿Crees, que realmente ves claro el proyecto de Jesús?

Ciudad Redonda

Meditación – Miércoles VI de Tiempo Ordinario

Hoy es miércoles VI de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 8, 22-26):

Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara. Él tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerle saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: «¿Ves algo?» El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: «Veo hombres, como si fueran árboles que caminan.»

Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo.»

El evangelio de Marcos se caracteriza por ser breve y conciso. Y, en su brevedad, nos presenta la cura de dos ciegos en contextos muy diferentes y con mensajes muy importantes.

Hoy, el evangelio nos adentra en la cura del ciego de Betsaida. Esta cura se encuentra situada en medio de dos relatos en los cuales Jesús percibe que los discípulos no entienden ni comprenden quien es y cuál es su misión. Los discípulos están ciegos… también Pedro está ciego. Muy probablemente, nosotros también estamos ciegos.

El ciego de Betsaida es conducido hasta Jesús. Alguien o “alguienes” le llevan. No parece una persona con iniciativa propia. Y sin embargo, Jesús lo acoge en su pasividad, lo saca de la aldea, de su lugar conocido, de su confort… El ciego se deja conducir… Jesús le lleva de la mano… le guía… y sólo a las afueras de su entorno y mundo conocido, realiza el milagro de la visión. Un milagro que llama la atención por ser el único realizado en dos etapas. Probablemente estas dos etapas en la recuperación de la visión expresan que el discipulado es un proceso de adhesión al proyecto de Dios.

Y el corazón, como nos dice la primera lectura, acoge la capacidad para hacer el bien y el mal.  Bien sea el propio corazón o el corazón de los demás.

Vivir el discipulado implica adentrarnos en el misterio que nos habita y que habita a las personas de nuestros entornos, implica acogernos con misericordia y ternura. Vivir el discipulado significa que estamos dispuestos a que nada ni nadie nos separe del camino de Dios. Y si nos separamos por algún motivo, si nos volvemos ciegos… el Maestro siempre está ahí para sacarnos de nuestro lugar y, con paciencia y amor, devolvernos la visión de la fe.

Hna. Ana Belén Verísimo García OP

Liturgia – Miércoles VI de Tiempo Ordinario

MIÉRCOLES DE LA VI SEMANA DE TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de la feria (verde).

Misal: Cualquier formulario permitido, Prefacio común.

Leccionario: Vol. III-impar.

  • Gen 8, 6.13. 20-22. Miró y vio que la superficie del suelo estaba seca.
  • Sal 115. Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza.
  • Mc 8, 22-26. El ciego estaba curado y veía todo con claridad.

Antífona de entrada          Cf. Ef 1, 9.10
Dios nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.

Monición de entrada y acto penitencial
Hoy nos vamos a hacer eco, en la celebración de la Eucaristía, del grito de dolor de todos los enfermos, y vamos a pedir al Señor que les dé esperanza, consuelo, paciencia, y que les haga comprender la gran eficacia redentora de sus sufrimientos, unidos a los de Cristo en su pasión.

Y ahora, para celebrar dignamente la Eucaristía, comencemos por reconocer con humildad todos nuestros pecados.

• Tú que pasaste curando a los enfermos y haciendo el bien. Señor, ten piedad.
• Tú que te compadeces del dolor de los hombres. Cristo, ten piedad.
• Tú que has sufrido en tus carnes como nosotros. Señor, ten piedad.

Oración colecta
OH Dios,
que has dispuesto con admirable providencia
que el reino de Cristo se extienda por toda la tierra
y que todos los hombres participen de la redención salvadora,
concédenos que tu Iglesia sea sacramento de salvación universal,
y se manifieste a todos los hombres el que es esperanza
y Salvador de los pueblos.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Reflexión
El relato de la curación del ciego de Betsaida –exclusivo de san Marcos– tiene varias semejanzas con el realizado por Jesús en favor del sordomudo de la Decápolis (Cfr. Mc 7, 31-37). Pero en este único caso la sanación es gradual y no instantánea. Solamente después de la segunda imposición de manos, el que antes era ciego ve todo con claridad. Finalmente, Jesús le recomienda el habitual silencio. En este gesto tan peculiar las comunidades apostólicas descubrieron un rasgo litúrgico-sacramental, reflejado luego en el progresivo itinerario de la iniciación cristiana de los catecúmenos.

Oración de los fieles
Presentemos ahora con toda confianza nuestras peticiones al Padre del cielo.

1.- Por la Iglesia, por el Papa, los obispos y los sacerdotes, por las comunidades de cristianos en todo el mundo. Roguemos al Señor.

2.- Por el aumento de vocaciones a los diferentes estados de la vida cristiana, sobre todo a la vocación sacerdotal y religiosa. Roguemos al Señor.

3.- Por todas las naciones, por sus gobernantes y políticos, por los que de distintos modos trabajan por la justicia, la libertad y la paz. Roguemos al Señor.

4.- Por los pobres, por los enfermos, por los que más sufren las consecuencias de la crisis económica, de la violencia y de la injusticia. Roguemos al Señor.

5.- Por los que celebramos esta Eucaristía, y por nuestros familiares, amigos y conocidos. Roguemos al Señor.

Atiende Padre la oración suplicante de tu Iglesia, y danos la luz del Espíritu Santo para empapar nuestro corazón en las enseñanzas del Evangelio. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
DIOS misericordioso,
mira complacido las ofrendas del pueblo que te está consagrado,
y, por la eficacia de este sacramento,
haz que la muchedumbre de los creyentes en ti
sea estirpe elegida, sacerdocio real,
nación consagrada, pueblo de tu propiedad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Ap 22, 17. 20
El Espíritu y la esposa dicen: «Ven. Amén. Ven, Señor Jesús»

Oración después de la comunión
OH, Dios,
que alimentas y fortaleces abundantemente a la Iglesia con tus sacramentos,
concede a cuantos hemos sido saciados en la mesa celestial que,
siguiendo las enseñanzas de tu amor,
seamos fermento de vida e instrumento de salvación en la convivencia humana.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

San Claudio de la Colombiere

En la ciudad de Viena, en el Delfinado, antigua provincia de Francia cuya capital es Grenoble, nació en 1641 Claudio de la Colombiere, en un hogar muy cristiano y de posición acomodada.

Los primeros estudios los realizó con los jesuitas, en su ciudad natal. Ingresó después en el colegio de la Santísima Trinidad que los mismos padres tenían en Lyon.

En un comienzo sentía cierta aversión por la vida religiosa. Más tarde, el trabajo con sus maestros y superiores fue modificando este sentimiento, hasta lograr despertar su vocación. Así, a los dieciocho años de edad, ingresó en el noviciado que la compañía tenía en Aviñón.

Durante dos años estudió con ahínco filosofía y desde 1661 a 1666 se ejercitó en la enseñanza de la gramática y de las humanidades. Su sermón, con motivo de la canonización de san Francisco de Sales, llamó la atención de sus superiores, quienes lo enviaron a París a estudiar teología. Después regresó a Lyon y, en el colegio de la Santísima Trinidad, ejerció durante cuatro años como profesor.

En 1675 recibió los hábitos y fue destinado, como superior del colegio, al pueblo de Pary-le-Monial, donde iba a encontrar su destino. En efecto, en este lugar, en el monasterio de la Visitación, una monja, Margarita María Alacoque, luchaba por la fundación de una nueva orden dedicada a la devoción del Sagrado Corazón de Jesús.

El padre La Colombiere se acercó a ella como confesor y Margarita María le contó sus visiones y revelaciones, y también sus frustraciones. El sacerdote la apoyó de inmediato.

El padre La Colombiere se dedicó a agrupar a los católicos de la región para oponerlos a la acción de los protestantes. En esta tarea se hallaba, cuando recibió la orden de trasladarse a Londres, para desempeñarse como confesor de María Beatriz d’Este, una católica que era hija del duque de Módena y esposa del duque de York, futuro rey de Inglaterra con el nombre de Jacobo II.

Llegó a la capital inglesa y vivió en el palacio (son sus propias palabras) «como si estuviera en un desierto». Se dedicó intensamente a la oración y la predicación, y su deseo más vivo era extender la devoción al Corazón de Jesús. Logró que numerosas personas se convirtieran al catolicismo y esto le acarreó pronto el odio y la persecución. Falsamente acusado de estar complicado en un intento de conspiración contra el rey, fue recluido en la cárcel el 24 de noviembre de 1678. En una parodia de juicio, fue condenado. Gracias a la intervención de Luis XIV, logró regresar a París en enero de 1679.

Volvió enfermo, afiebrado, exhausto. En Lyón, en el colegio de la Santísima Trinidad, trabajó, después de unos meses de descanso, en la devoción al Sagrado Corazón. Pero ya estaba gravemente enfermo. En 1681 se hallaba otra vez en Paray-le Monial, donde falleció el 15 de febrero de 1682