Sólo San Marcos cuenta el relato de esta curación que tiene mucho de parecido con la curación del sordo y del tartamudo que escuchamos días atrás.
También en este caso, la curación la realiza Jesús un poco retirado de la gente, se usa saliva, se imponen las manos, y se le pide que no divulgue lo que ha sucedido.
Jesús había reprendido la ceguera de los fariseos, y en esta curación nos muestra con hechos, que los ciegos…, pueden ver.
A los discípulos de Jesús, como a este ciego, se les irán abriendo los ojos, poco a poco, para ir comprendiendo el Reino.
Jesús realiza la curación, con los elementos que se usaban en esa época para curar, como por ejemplo la saliva.
Esta curación en particular, se hace por etapas y con la participación del ciego. El ciego va con Jesús fuera de la ciudad, y le va diciendo lo que ve a medida que su visión va aumentando.
Este milagro, tiene un profundo simbolismo.
En la vida espiritual también sucede que la visión se nos va haciendo cada vez más nítida para captar las realidades sobrenaturales.
Cuando recién se comienza, quienes todavía tienen una fe de niños, tienen una cierta percepción de Dios, pero a medida que la fe se hace más adulta, se perciben más claramente las cosas de Dios.
Los que recién empiezan son como el cieguito en la primera etapa, que veía a los hombres confusamente, como arboles caminando.
Luego, ya curado lo distinguía todo.
En nuestra vida espiritual no llegaremos nunca a distinguir absolutamente todo, porque es imposible para el hombre alcanzar la comprensión plena de Dios. Pero a medida que crece nuestra fe, vamos distinguiendo más las cosas de Dios y vamos adquiriendo más tranquilidad y más seguridad.
A la luz de este evangelio, tenemos que darnos cuenta que cuando somos ciego, recuperar la vista supone un tiempo de aprendizaje.
Vivimos en un mundo muy acelerado, queremos lograr las cosas inmediatamente. Muchas veces intentamos negociar con Dios para que nos conceda lo que le pedimos en el acto.
Pero los caminos de Dios…, van por otro lado.
El Señor nos enseña a ser pacientes, y a confiar. Él va a acompañarnos siempre en nuestro camino, iluminando nuestras oscuridades.
Nosotros como el ciego, empezamos a ver, pero confusamente. De Dios depende, y no de nosotros que nuestra visión sea plena.
Sólo necesitamos pedir con humildad y buscar momentos para que Jesús nos tome de la mano, nos aleje del ruido, nos hable al corazón y empecemos a ver.