Buceando por el núcleo del ser humano

1.- El fragmento evangélico que se proclama en la misa del presente domingo, continúa en el mismo tono que tenía el de la semana pasada. Jesús sabía que los fariseos, los intelectuales religiosos de aquel tiempo, tenían clasificados y detallados exactamente todos los pecados y delitos y que no por ello eran mejores las personas. Posteriormente al Señor, Maimónides, el gran rabí, los detalló minuciosamente y nos han llegado por escrito, son, ni más, ni menos que 613. Si os interesa conocerlos, mis queridos jóvenes lectores, lo podréis conseguir por Internet, yo de allí los saqué. Seguramente que el Maestro algo de esto sabía, lo había aprendido primero en la sinagoga de Nazaret, después, ampliando estudios, en Séphoris y, probablemente, se reiría de esta larga colección de infracciones, cuando, en oración matutina y solitaria, se unía y reflexionaba con el Padre. O tal vez se lamentaba, vete a saber. Porque el Padre Dios no podía llorar, el Hijo Dios, mientras estuvo encerrado en el espacio-tiempo, sí. ¡Qué misterio encierra la plegaria del Maestro! Y ahora se me ocurre pensar: la nuestra ¿implica elevada situación anímica, o es vana palabrería, cual la que tienen grabada las emisoras para llenar huecos imprevistos?

2.- Fruto de su Ciencia Divina y consecuencia de estas reflexiones vividas en soledad y teniendo muy presentes a sus queridos discípulos y a las turbas que le escuchaban, son estas sentencias que recogen los textos del evangelio. Es preciso que recordemos siempre que los pasajes que nos han llegado son simple, pero exactos, apuntes resumidos, de lo mucho que enseñó el Señor y que, en consecuencia, debemos siempre deliberar, para que nos iluminen en nuestro quehacer diario y saquemos muchas consecuencias para nuestra vida diaria.

3.- La sentencia del “ojo por ojo, diente por diente” nos puede horrorizar. Hay que tener en cuenta que el lenguaje semítico se expresa así. Me refiero a los términos utilizados. El pronunciamiento en sí, venía de antiguo y, por extraño que nos pueda parecer, es una primera regulación del instinto de venganza, tan enraizado en el interior del hombre. Por lo menos enseña al obrar vengativamente, a que uno no debe excederse, ni ensañarse. Domínate y obra con cierta mesura. La humanidad, pese a que algunos no lo reconozcan, progresa. El sentido moral o ético, también. Jesús quiere establecer unas normas de conducta que, más que de obligado cumplimiento, sean luces que iluminen e indiquen el camino por el que debe dirigirse el hombre. Te ofenden, pues, no repliques con otra ofensa. Domínate y quédate dispuesto a nuevas injurias, sin que las quieras, pero sin que esta posibilidad te haga perder el tino.

4.- Ciertamente que un tal comportamiento puede ser difícil, pero posible, en el plano individual. Os advierto que esta aseveración del Señor, se aduce en el plano político para desacreditar a los posibles políticos cristianos. Uno que se comporte así, no puede ser un buen gobernante de su nación, ni un soldado de su ejército, dicen los adversarios. No hay que olvidar que, en este campo, la humanidad progresa. Un simple alcalde de pequeña población, antiguamente, tenía la potestad de condenar a muerte y ejecutar a un súbdito insumiso o delincuente, de penas que hoy merecen cortas estancias en prisión, ni siquiera perpetuas.

5.- Si la venganza está anclada en el corazón, el egoísmo invade la totalidad del individuo. Uno piensa que algunos se comportan como aquellos animales que se desplazan y, de inmediato, allí donde se paran, marcan con su orín el territorio que creen les pertenece por derecho de ocupación territorial. A la codicia, Jesús responde enseñando la generosidad. La mejor manera de ser ricos, es enriqueciendo a los demás. Nunca hay que limitarse a dar lo que estrictamente está mandado. Si los tributos son contribuciones obligadas a la comunidad, el discípulo del Maestro, debe exigirse a sí mismo mucho más. Calcular cuánto, esto no lo dice el Señor, pero yo, el que os escribo a vosotros, mis queridos jóvenes, os recomiendo que no lo ajustéis en función de lo que tenéis, que siempre creáis es poco, sino en base a lo que vais a gastar en cosas no estrictamente necesarias. Proyectáis comprar una cámara fotográfica o una bicicleta, pues, antes de adquirirla, contribuid a una campaña de apoyo a una ONG que trate de salvar a un pueblo que ha sufrido una desgracia natural. 6.- Son solo ejemplos. Que cada uno se aplique lo que le corresponde en el campo en el que su vida transcurra. Os paran preguntando por una dirección, no les deis explicaciones, si os es posible, decidles que os sigan, que les acompañareis y así irán seguros a su meta. Amar y perdonar no significa olvidar. Uno puede recordar siempre una ofensa recibida, pero obrar de tal manera, con tal bondad, que nadie, ni el mismo que os agravió, se dé cuenta de que os hizo daño. No programéis la medida de vuestra generosidad, estad atentos a lo que se presente y a quien se presente, sea conocido o desconocido, elegante o de mala pinta. Dejad que sea la policía la que investigue, si es preciso. Aunque la limosna que deis a un mendigo se la gaste en vino, al Señor le sabe a gloria y un día os lo agradecerá.

Pedrojosé Ynaraja

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Lectio Divina – Sábado VI de Tiempo Ordinario

“Se transfiguró delante de ellos”

Invocación al Espíritu Santo:

Desciende a nosotros, oh Espíritu Santo. Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Lectura. Marcos capítulo 9 versículos 2 al 13:

Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia. Sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra. Después se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.

Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. En realidad, no sabía lo que decía, porque estaban asustados.

Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”. En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué querría decir eso de “resucitar de entre los muertos”.

Le preguntaron a Jesús: “¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?” Él les contestó: “Si fuera cierto que Elías tiene que venir primero y tiene que poner todo en orden, entonces ¿cómo es que está escrito que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado? Por lo demás, yo les aseguro que Elías ha venido ya y lo trataron a su antojo, como estaba escrito de él”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

En el evangelio de Marcos, Jesús pide que no se divulgue su poder después de los milagros y los grandes acontecimientos, como es el caso de la transfiguración. A esta petición se le conoce como “el secreto mesiánico” y tiene como fin guiar el reconocimiento de Jesús y evitar el peligro de creer en Jesús como un Mesías político y nacionalista.

La transfiguración es como un recobrar fuerzas y entusiasmo, después de haber hablado del camino doloroso de Jesús. A tres discípulos se les concede el privilegio de esa experiencia tan singular, que servirá de aliento para que puedan recorrer el camino del Maestro, con verdadera actitud de discípulos.

Meditación:

Cristo toma a los apóstoles para llevarlos al monte a orar. En ese momento se aparecen Moisés y Elías y comienzan a hablar con Jesús. El Señor se transfigura y manifiesta su grandeza a los discípulos. Pedro se siente admirado ante la divinidad del Maestro. El pescador de Galilea quiere hacer tres tiendas: una para Jesús, otra para Moisés y otra para Elías. De esta forma los tres discípulos contemplan la transfiguración y se olvidan de sí mismos. En ese instante se escucha la voz del Padre que dice “Este es mi Hijo amado ¡escuchadle!”

Los discípulos se convencen de que están con el Mesías, pero quieren confirmarlo. Preguntan a Cristo sobre la venida de Elías. El Señor les aclara que Juan el Bautista era Elías. Jesús no deja pasar la ocasión para hablarles de la cruz, pues, así como los apóstoles subieron al Tabor con el Maestro, reciben también la invitación de subir al Calvario. En nuestra vida tenemos muchos momentos para contemplar al Cristo del Tabor y también momentos de Calvario. Es necesario recordar que no hay gloria sin cruz.

La transfiguración es un ejemplo de la paz y la alegría que experimentamos cuando vivimos de cara a la verdad en nuestra vida. Jesús, después orar, habla a los apóstoles sobre la cruz sin angustias y con tranquilidad. También nosotros estamos llamados a transmitir con serenidad del alma toda la verdad sobre nuestras vidas, sin temores ni angustias, sino solo la confianza en Dios nuestro Padre, sabiendo que siempre estará dispuesto a guiarnos y confortarnos en nuestras luchas diarias.

Oración:

Al revelar en sí mismo la gloria futura, Jesús fortalece nuestra fe ante el escándalo de la cruz y alienta la esperanza de su pueblo, la Iglesia. Concédenos, Señor, ir a tu encuentro en la montaña, dejar nuestras sendas trilladas, escuchar a Jesús y caminar con él en la llanura cotidiana de la vida; porque, siguiéndolo, la renuncia es libertad y la muerte es vida que anticipa la resurrección.

Contemplación:

Catecismo de la Iglesia Católica numeral 555: Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que, para entrar en su gloria, es necesario pasar por la cruz de Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la montaña; la ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías. La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios. La nube indica la presencia del Espíritu Santo […] (Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu Santo en la nube luminosa).

Oración final:

Jesús, me alegra tanto saber que siempre estás dispuesto a cumplir la voluntad de tu Padre. Te pido la fuerza necesaria para mantenerme fiel al plan de tu Padre en los momentos de mayor dificultad, en especial cuando tengo que testimoniar la verdad ante los demás, al igual que tú no tuviste miedo de hablar con la verdad a tus íntimos.

Propósito:
Durante el día de hoy estaré atento para cumplir correctamente mis deberes y sentirme de esta forma también hijo de Dios porque a Él le complace que yo cumpla su voluntad.

Sed perfectos como Dios

1.- Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Precisamente así termina el evangelio que acabamos de escuchar y el capítulo 5 de Mateo, dentro del Sermón de la Montaña que estamos leyendo estos domingos y que resume en tres capítulos toda la enseñanza de Jesús. Hemos terminado el primero. Y Jesús nos habla sobre dos cosas que nos cuestan mucho, pero que tenemos delante todos los días: la venganza y el amor a los enemigos.

Esta frase final nos da razón del porqué de todo este mensaje. ¿Por qué hay que ser así? Mi Dios es así. Mi Maestro Jesús vivió así. Y yo soy su discípulo y quiero ser y vivir como él. Por eso esta página del evangelio del sermón de la montaña debería ser leída con frecuencia por nosotros, para revisar nuestra vida y ajustarla a lo que Jesús nos propone. Porque, al igual que decíamos la semana pasada, la entraña de todo esto está en el amor y la libertad para seguir a Jesús.

2.- “Habéis oído que se dijo…”. Esta frase hace referencia a la ley de Moisés, que podemos recordar en la primera lectura. “Dijo el Señor a Moisés: Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo. No odiarás… No te vengarás… Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. “Pero yo os digo…”. La novedad de Jesús es darle sentido y cumplimiento a esta Ley, como leíamos la semana pasada.

3.- “Ojo por ojo… el mundo acabará ciego”, decía Gandhi. Jesús va más allá de la letra de la Ley. La actitud hacia el que te ofende no es responder con la misma ofensa, o una mayor, porque generará más violencia aún, sino no resistirse, que es una manera de responder con el bien al que te hace mal. En el fondo, es un testimonio de fe, es un momento evangelizador que hará que la otra persona se cuestione sobre qué es lo que me mueve a mí a poner la otra mejilla y no a contestar con la misma violencia o más. Nuestras obras, nuestros comportamientos, estarán mostrando nuestra fe en el Dios de Jesús, que no se resistió en ningún momento de su Pasión y muerte de Cruz.

4.- Y sigue diciendo Jesús: “al que te pide un jersey, déjale también la chaqueta; al que necesite una hora de tu tiempo, dale dos; y no te enfades con el que te debe algo y no te lo devuelve”. Son comportamientos que podemos reconocer habituales entre nosotros, si los traducimos a un lenguaje de hoy. En el fondo, es una llamada a vivir la fraternidad con los hermanos, que lleva a compartir todo lo que tenemos.

5.- La siguiente enseñanza de Jesús lleva el amor hasta el extremo: amar… no solo a nuestros amigos o a los de nuestra familia… eso es fácil; amar a los enemigos y rezar por los que nos persiguen o no nos quieren bien. ¿Qué conseguimos con eso? Jesús dice que así seremos “dignos hijos” de Dios, que es Padre y quiere a todas las personas como a sus hijos. Por eso nos propone el amor como norma de vida, frente a la venganza y la enemistad. Eso ya lo hacen los paganos. Nosotros no somos así. Nuestro Dios no es así.

6.- La síntesis de Jesús, como os decía al principio, y que cierra este capítulo quinto del evangelio de Mateo, es esta: “Vosotros sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. No dice “intentad ser buenos” o “haced lo que podáis”, no. Nuestro modelo de referencia es Dios. Nuestro listón está en Jesús. Está alto, sí, pero Dios sabe de nuestras capacidades y también nos da su gracia. Estamos llamados a la santidad, a la perfección. Esa es nuestra vocación. Y esto sólo se consigue amando, con intensidad, hasta el extremo, al estilo de Jesús, que dio su vida por nosotros sin que nos lo mereciéramos, sin que nos lo ganáramos, a pesar de nuestros pecados y debilidades, pero porque nos quiere, porque somos sus hijos. Y lo único que nos pide es: “Amaos unos a otros como yo os he amado”.

7.- Seguro que de esta manera nuestra vida mejorará mucho. Y también la de los que nos rodean. Porque juntos formamos esa comunidad de seguidores de Jesús que es la Iglesia. San Pablo nos dice en la segunda lectura: “sois templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros”. Que nuestras divisiones y enemistades no destruyan este lugar sagrado que es la comunidad, en la que Dios habita, y que se manifiesta de manera plena cuando celebramos la Eucaristía.

Pedro Juan Díaz

Comentario – Sábado VI de Tiempo Ordinario

Marcos 9, 1-12

a) La escena de la Transfiguración pone un contrapunto a la página anterior del evangelio, cuando Jesús tuvo que reñir a Pedro porque no entendía, e invitaba a sus seguidores a cargar con la cruz.

A los tres apóstoles predilectos, los mismos que estarán presentes más tarde en la crisis del huerto de los Olivos, Jesús les hace experimentar la misteriosa escena de su epifanía o manifestación divina: acompañado por Moisés y Elías (Jesús es la recapitulación del AT, de la ley y los profetas), oye la voz de Dios: «Éste es mi Hijo amado». Aparece envuelto en la nube divina, con un blanco deslumbrante, como anticipando el destino de victoria que seguirá después de la cruz, tanto para el Mesías como para sus seguidores.

La voz de Dios invita a los discípulos a aceptar a Cristo como el maestro auténtico:

«Escuchadlo».

El protagonismo de Pedro también aparece resaltado en esta escena.

No es muy feliz su petición, después de la negativa anterior a aceptar la cruz: ahora que está en momentos de gloria, quiere hacer tres tiendas. Marcos comenta la no muy brillante intervención de Pedro diciendo que «no sabía lo que decía».

b)  Nosotros escuchamos este episodio ya desde la perspectiva de la Pascua. Creemos en Jesús Resucitado, el que a través de la cruz y la muerte ha llegado a su nueva existencia glorificada y nos ha incorporado también a nosotros a ese mismo movimiento pascual, que incluye las dos cosas: la cruz y la gloria.

Sabemos muy bien que, como dice el prefacio de la Transfiguración (el 6 de agosto), «la pasión es el camino de la resurrección». El misterio de la gloria ilumina el sentido último de la cruz. Pero el misterio de la cruz ilumina el camino de la gloria.

Es de esperar que nuestra reacción ante este hecho no sea como la de Pedro, espabilado él, que aquí sí que quiere construir tres tiendas y quedarse para siempre. Le gusta el Tabor, con la gloria. No quiere oír hablar del Calvario, con la cruz. Acepta lo fácil. Rehuye lo exigente. Lo cual puede ser retrato de nuestras actitudes, aunque no seamos siempre conscientes de ello. Tenemos que estar a las duras y a las maduras. No hacer censura de páginas del evangelio.

De nuevo aparece el mandato de que no propalen todavía su mesianismo. «hasta que resucite de entre los muertos», porque no veía todavía preparada a la gente. Por cierto que después de la resurrección de Jesús, Marcos nos dirá que las mujeres, temblando de miedo, se callaron y no dijeron nada a nadie de su encuentro con el ángel.

Además, también recibimos la gran consigna de Dios: «Éste es mi Hijo amado: escuchadle». Día tras día, en nuestra celebración eucarística escuchamos la Palabra de Dios en los libros del AT y los del NT, y más en concreto la voz de Cristo en su evangelio.

¿Escuchamos de veras a Jesús como al Maestro, como a la Palabra viviente de Dios? ¿le prestamos nuestra atención y nuestra obediencia? ¿comulgamos con Cristo Palabra antes de acudir a comulgar con Cristo Pan? Nuestra actitud ante la Palabra debería ser la de los modelos bíblicos: «habla, Señor, que tu siervo escucha» (Samuel), «hágase en mi según tu palabra» (María), «Señor, enséñame tus caminos» (salmista).

«La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve» (1ª lectura, I)

«Día tras día te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás» (salmo, I)

«Si hay uno que no falta en el hablar, es un hombre perfecto» (1ª lectura, II)

«La lengua nadie es capaz de domarla» (1ª lectura, II)

«Este es mi Hijo amado: escuchadlo» (evangelio)

«Tú nos invitas a escuchar tu palabra y a mantenernos siempre firmes en el seguimiento de tu Hijo» (plegaria eucarística V, b)

  1. ALDAZABAL
    Enséñame tus caminos 4

Homilía – Sábado VI de Tiempo Ordinario

En el pasaje del Evangelio de la misa de hoy se conjugan dos realidades distintas, intrínsecamente asociadas entre sí.

La transfiguración del Señor es un anticipo de la gloria de su Resurrección. Pero después de que el Señor permite a Pedro, Santiago y Juan ser testigos de la manifestación de la gloria divina en su cuerpo, les anuncia sus padecimientos, su Cruz y su Muerte, que precederán a su Resurrección.

La Cruz que anuncia el Señor, no es la meta sino «el camino» que permite llegar a la Resurrección.

Santo Tomás dice sobre el milagro de la Transfiguración que fue conveniente que Cristo manifestara la claridad de su gloria, inmediatamente después del primer anuncio de su Pasión y de enseñar a sus discípulos que ellos también tendrían que tomar la Cruz. Es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.

Pero la Transfiguración fue una manifestación fugaz de la gloria de la Resurrección corta y fugitiva. Pedro no lo entiende así y pretende hacer durar esa dicha mediante el recurso de construir tres tiendas. Cree que ya está, que ya se ha alcanzado lo definitivo. Pero no lo es, será necesario descender de nuevo a la llanura y a las dificultades de la condición humana. Será necesario reemprender el camino hacia la Cruz, en la noche, siguiendo a Jesús.

Durante la Transfiguración, nos dice el Evangelio que «se oyó un a voz desde la nube que decía: Este en mi Hijo muy querido, escúchenlo.»

Es la voz del Padre, la misma voz del bautismo en el Jordán, que ratifica las palabras de Pedro que poco antes había reconocido al Señor como el Mesías. Pero hay una diferencia: en el bautismo, esta voz se dirige a Jesús solo… ahora se dirige a los discípulos con este detalle suplementario «escúchenlo».

La Palabra del Padre viene a autentificar las enseñanzas de Jesús. Cuando Él nos dice que va a sufrir, morir y resucitar ¡es verdad! Hay que escucharlo

Jesús nos habla en la oración. Si sabemos estar atentos oiremos sus palabras, que nos invitan a una mayor generosidad y a seguir la voluntad de Dios.

San Marcos continúa el relato del pasaje, señalando que mientras bajaban del monte, el Señor les prohibió a los apóstoles contar a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitase de entre los muertos.

Y es muy posible que nos sintamos turbados por ese secreto constantemente solicitado por el Señor. Pero Él nos pone en guardia. Si decimos muy rápidamente «Jesús es Dios», podemos no decir nada. Se requiere una espera, …. y llenar las palabras de su contenido real. No es una afirmación fácil. Muchas veces, los cristianos de hoy, nos imaginamos que si hubiésemos sido contemporáneos de Jesús, lo hubiésemos «reconocido». Pero Jesús era de tal modo hombre que no podía verse desde el primer momento que era Dios. Dios está «escondido». Dios es misterio.

Cuando rezamos el Credo decimos demasiado maquinalmente «Verdadero Dios y verdadero hombre» . El evangelio nos devela el misterio: hubo un hombre ¡que también era Dios!. «Dios se hizo hombre», ¡y esto significa cosas mucho más inmensas que todo lo que de ellas pueda decirse! A veces es mejor callar.

Vamos a pedir hoy que nunca dejemos de reconocer en Jesús a nuestro Dios y Señor, ni aún en los momentos más duros y difíciles, y que depositemos nuestra confianza en Él que nos auxilia en nuestras necesidades.

Hemos de luchar por ser perfectos como nuestro Padre

1.- SED SANTOS, PERFECTOS.- Dios es el Santo. Nadie como Él es justo y bueno, distinto y singular, trascendente y diverso. Por eso los que ha elegido para formar parte de su Pueblo, los que creen el Él, han de ser santos, perfectos, hombres consagrados para servirle.

De hecho, al ser bautizado el creyente es consagrado, santificado. Todo su ser queda, en cierto modo, separado del uso meramente profano, su persona queda consagrada a Dios. De tal forma que cuanto el bautizado haga, si permanece unido al Señor por la gracia, viene a ser algo grato al Señor, algo también santo. El estar consagrado implica dedicación a Dios, y por eso mismo supone también perfección.

En efecto, cuanto se consagraba a Dios había de ser intachable, sin el menor menoscabo. Por eso la consagración supone santidad, e implica también perfección y rectitud en el orden moral. El creyente, mediante el Bautismo, es un ser sagrado, queda constituido en hijo de Dios, y como tal ha de comportarse.

Lo dirá expresamente Jesús: «Sed perfectos, como mi Padre celestial es perfecto». El lugar paralelo de san Lucas formula de otra forma lo mismo al decir: «Sed misericordiosos, como vuestro Padre celestial es misericordioso». Es una aclaración muy provechosa, ya que es en la misericordia donde está el aspecto divino que podemos imitar. Hay que extirpar como mala hierba cualquier tendencia que nos incline al rencor o al odio. Más aún hay que fomentar el deseo de ayudar al prójimo en cuanto podamos, no sólo en el plano moral sino también en el material. Hay que aprender a ponerse en el lugar del prójimo, de ese que está junto a nosotros. Hay que amar al otro como a uno mismo.

En otra ocasión Jesús nos dará una medida aun mayor para la práctica de la misericordia, para vivir el amor. Como yo os he amado, nos dice, así habéis de amaros los unos a los otros. Por tanto, la medida de amor que tiene el Corazón divino de Jesús, esa ha de ser nuestra propia medida. Sólo así llegaremos a esa perfección y santidad que el Señor nos exige.

2.- OJO POR OJO, DIENTE POR DIENTE.- Este pasaje corresponde a una de las antítesis que Jesús pronuncia en el Sermón de la Montaña. Aunque es cierto que la Ley sigue en vigor, hay sin embargo un modo nuevo de vivirla, una exigencia de mayor interiorización y autenticidad en su cumplimiento. Así dirá que el mandamiento de no matar implica también un respeto hacia el hermano, hasta el punto que quien se enfade contra su prójimo, o le insulte, es reo de juicio o del fuego de la Gehena.

En el caso de la ley del Talión, Cristo abre unas perspectivas nuevas. Es cierto que el ojo por ojo y diente por diente en la ley del Talión era un modo de atemperar la venganza personal o la represalia. Se intentaba, en efecto, que quien se tomara la justicia por su mano no se excediera, llevado por su indignación ante el daño sufrido, y causara un mal desproporcionado.

Sin embargo, Cristo considera que hay que desechar todo deseo de venganza o de justa compensación por el daño sufrido. Según la doctrina evangélica, no hay que enfrentarse a quien nos perjudica, no hay que devolver mal por mal. Aunque eso sea lo normal, e incluso podemos decir que lo natural.

Jesucristo, por el contrario, desea que actuemos, no como hijos de los hombres, sino como hijos de Dios. Es decir, quiere que nos parezcamos más a nuestro Padre Dios. Y si Él no distingue entre buenos y malos a la hora de mandar la lluvia o de hacer salir el sol, tampoco quienes somos sus hijos podemos dejarnos llevar de criterios meramente humanos. Hemos de luchar por ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto, o, como dice el paralelo de Lucas, hemos de ser misericordiosos como nuestro Padre celestial es misericordioso.

Antonio García Moreno

Ama a tu enemigo

1.- En una ocasión un doctor de la ley le preguntó a al Señor: “¿Y quién es mi prójimo?” Y yo creo en, en esta ocasión que nos narra el evangelio debía haber habido otro doctor de la ley y que le hubiera preguntado: “Señor ¿quiénes son mis enemigos?”.

Y es que vosotros y yo vivimos en estado de alarma constante. Con el corazón armado hasta los dientes siempre dispuestos a apretar el gatillo contra alguien. No nos sentimos a gusto como entre amigos y hermanos, sino como ovejas entre lobos, y nuestra lengua, de vez en cuando, suelta verdaderas ráfagas de ametralladora contra el supuesto enemigo.

Enemigo es todo aquel que nos quita la paz y nos crispa los nervios:

–es el muchacho de la moto que nos adelante malamente.

–es el del coche que nos va pidiendo paso pegado a nosotros cuando no podemos apartarnos en un atasco.

–es el que es tan distinto de nosotros en gustos, ideas, carácter… que hasta el tono de su voz se nos hace insoportable.

–el de la NASA, que lo sabe todo y no permite que yo sepa más, porque él está al cabo de la calle.

–el que no respeta las conversaciones de los demás sino que entra en ellas como un elefante en la tienda de un anticuario.

–el pelmazo que, como no tiene nada que hacer, nos viene a contar nimiedades de sus problemas infantiles.

–el insustancial, cabeza de chorlito, simpático y alegre, pero que va llevando de aquí para allá chismes que acaban creando graves problemas familiares.

De estos enemigos tenemos todos y contra ellos hemos soltado metralla y granadas, todos. Y eso es matar moscas con cañón. Porque es suficiente para deponer nuestras armas una gran dosis de paciencia y una gran bondad de corazón que nos haga ver en ella a los hijos de Dios y hermanos a los que podemos querer con sus defectos y todo, como hace Dios. Apañados estaríamos si Dios no nos quisiera con nuestros defectos.

2.- Pero algunos de los que estamos aquí reunidos pueden haber sido otros enemigos:

–el que nos ha jugado una mala pasada.

el que en nuestro trabajo nos margina por nuestras ideas políticas o religiosas

–el que a fuerza de echar tinta o veneno consigue que mi verdad no quede clara entre los de arriba.

–el que ha destrozado la vida de alguien de nuestra familia.

El Señor no nos pide que dejemos impunes los delitos, lo que no quiere es que anide el odio y la venganza en nuestro corazón. Porque como el amor crea amor, así el odio no hace más que crear más odio.

Como nuestro Padre del cielo hace llover sobre justos y pecadores, el Señor Jesús que vivió víctima del odio de los hombres ha dado su vida también por ese a quien odio. Su Sangre se ha derramado también por él y lo ha hecho hermano mío de sangre.

3.- En nuestros tiempos hemos sido testigos de perdones ejemplares. De quien ha pagado la educación del hijo del que le secuestró, por ejemplo. Y lo que uno puede lo puede el otro.

Lo que Jesús se pregunta, y nos pregunta, es “por qué el hombre que ha sido creado por Dios para vivir con los demás como hermano ha hecho una historia sangrante de odio y guerras. Por qué, cada uno no ha sido capaz de apagar en el corazón en su corazón las pequeñas llamas de odio antes del que el incendio se nos escapara de las manos.

Mirad, es verdad, que es difícil controlar la afectividad herida y sangrante. Pero una cosa si es posible y es tratar de no andar hurgando en la herida, como los niños que andan siempre quitándose la pequeña costrita de la herida y así nunca se cura. Tratemos de olvidar y tengamos en cuenta que el “perdono, pero olvido” no es cristiano. La gran cualidad humana es poder olvidar.

José María Maruri, SJ

La perfección humana y la perfección de Dios

1. Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. En este relato del evangelio, según san Mateo, Jesús sigue explicando a sus discípulos lo que significa, no sólo cumplir la Ley, sino darle plenitud. Les pone unos ejemplos fáciles de entender para ellos: la ley del talión permitía a los judíos el cobrarse el “ojo por ojo y diente por diente” a la hora de aplicar una venganza al enemigo que les había ofendido; pues bien, Jesús les dice que la perfección de esta ley va mucho más allá que el mero cumplimiento de la misma, y aconseja a sus discípulos que no sólo no se venguen, sino que traten a los que les han ofendido con benevolencia y hasta con generosidad. Lo mismo, les dice, debéis hacer con el mandamiento del amor, amando no sólo al prójimo, sino también al enemigo. Porque eso es lo que hace el Padre celestial con todos los hombres, haciendo salir el sol sobre buenos y malos, y mandando la lluvia a justos e injustos. En este sentido, les dice que también ellos deben ser perfectos, como el Padre celestial es perfecto. No quiere decir que la perfección de los discípulos tenga que ser igual que la perfección de Dios, algo que resultaría imposible, lo que les dice es que ellos también deben ser perfectos, porque su Padre celestial es perfecto. La perfección a la que deben aspirar los discípulos será siempre una perfección humana, mientras que la perfección de Dios siempre será perfección divina. Perfecto, nos dice el diccionario, es el que tiene el mayor grado posible de bondad o excelencia en su línea. La perfección humana será, pues, tener el mayor grado de bondad o excelencia humana, teniendo, eso sí, como modelo de nuestra perfección la perfección divina. Aspiremos, pues, siempre a ser perfectos, es decir, a ser lo más buenos que podamos ser, dentro de nuestras limitaciones y fragilidades humanas. Y para conseguir esto, nosotros, los cristianos, debemos tener siempre como modelo a Jesús, que fue un hombre semejante a nosotros en todo, menos en el pecado. Por nuestras propias fuerzas esto no lo podríamos conseguir nunca, pero sí podemos conseguirlo con la gracia de Dios: Dios siempre está dispuesto a ayudarnos con su gracia, porque, como nos dice el salmo, el Señor es compasivo y misericordioso, no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas.

2.- Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo. En este mandato del Levítico, a la perfección humana se la llama santidad y se dice lo mismo que Jesús decía a sus discípulos: que ellos debían ser santos, porque el Señor, su Dios, es santo. Pero el mandamiento del amor, tal como está mandado en el libro del Levítico, sólo se refiere al amor al prójimo, a los cercanos y parientes, a los que se manda amar como a uno mismo. El mandamiento de Jesús supera a este mandamiento del Levítico, ampliando el mandamiento del amor al prójimo al amor a los enemigos. Jesús recomienda no sólo cumplir el mandamiento del Levítico, sino darle plenitud, poniendo también en este caso como ejemplo el amor de un Dios santo, es decir, perfecto.

3.- ¿No sabéis que sois templos y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Cuando san Pablo les dice aquí a los fieles de Corinto que ellos son templos de Dios, se refiere a la comunidad de Corinto en cuanto comunidad cristiana, que en aquellos momentos se encontraba bastante dividida: unos decían que eran de Pablo, otros de Apolo, otros de Cefas (Pedro); Pablo les dice que todos son de Cristo. Entre todos forman el cuerpo de Cristo, el templo donde debe hacerse visible Cristo; destruir esta unidad es destruir el cuerpo, el templo de Cristo. Los primeros cristianos de Corinto andaban divididos porque se fijaban únicamente en la sabiduría humana de los predicadores, de Pablo, de Apolo, de Pedro; Pablo les dice que no se fijen en la sabiduría de este mundo, sino en la sabiduría de Cristo, que es la única verdadera sabiduría. En este sentido, les dice, la sabiduría con que yo me he presentado ante vosotros no ha sido la sabiduría humana, sino la sabiduría de Cristo, que me ha sido revelada directamente por Dios.

Gabriel González del Estal

La cordialidad

No es la manifestación sensible de los sentimientos el mejor criterio para verificar el amor cristiano, sino el comportamiento solícito por el bien del otro. Por lo general, un servicio humilde al necesitado encierra, casi siempre, más amor que muchas palabras conmovedoras.

Pero se ha insistido a veces tanto en el esfuerzo de la voluntad que hemos llegado a privar a la caridad de su contenido afectivo. Y, sin embargo, el amor cristiano que nace de lo profundo de la persona inspira también los sentimientos, y se traduce en afecto cordial.

Amar al prójimo exige hacerle bien, pero significa también aceptarlo, respetarlo, valorar lo que hay en él de amable, hacerle sentir nuestra acogida y nuestro amor. La caridad cristiana induce a la persona a adoptar una actitud cordial de simpatía, solicitud y afecto, superando posturas de antipatía, indiferencia o rechazo.

Naturalmente, nuestro modo personal de amar viene condicionado por la sensibilidad, la riqueza afectiva o la capacidad de comunicación de cada uno. Pero el amor cristiano promueve la cordialidad, el afecto sincero y la amistad entre las personas.

Esta cordialidad no es mera cortesía exterior exigida por la buena educación, ni simpatía espontánea que nace al contacto con las personas agradables, sino la actitud sincera y purificada de quien se deja vivificar por el amor cristiano.

Tal vez no subrayamos hoy suficientemente la importancia que tiene el cultivo de esta cordialidad en el seno de la familia, en el ámbito del trabajo y en todas nuestras relaciones. Sin embargo, la cordialidad ayuda a las personas a sentirse mejor, suaviza las tensiones y conflictos, acerca posturas, fortalece la amistad, hace crecer la fraternidad.

La cordialidad ayuda a liberarnos de sentimientos de indiferencia y rechazo, pues se opone directamente a nuestra tendencia a dominar, manipular o hacer sufrir al prójimo. Quienes saben comunicar afecto de manera sana y generosa crean en su entorno un mundo más humano y habitable.

Jesús insiste en desplegar esta cordialidad no solo ante el amigo o la persona agradable, sino incluso ante quien nos rechaza. Recordemos unas palabras suyas que revelan su estilo de ser: «Si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario?».

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado VI de Tiempo Ordinario

Jesús había comenzado a enseñarles a sus discípulos lo que significaba ser seguidores suyos. Tras advertirles que pronto tendría que morir, pero que luego resucitaría (Marcos 8, 31), Jesús llamó a Pedro, Santiago y Juan y les ofreció una visión de la gloria venidera.

El anuncio de su Pasión, Muerte y Resurrección había dejado perplejos y preocupados a los discípulos, totalmente desorientados y desanimados; por eso, les hizo presenciar su Transfiguración, porque la visión de la divinidad les daba una fugaz muestra del Reino celestial. Así es como en la Transfiguración, Cristo anticipa la victoria después de la cruz. También les quiere dejar claro que la traición, y  el sufrimiento que esta genera, no tienen la última palabra. Se trata de hacerles ver que el desenlace de la pasión no está en la oscuridad, sino en el esplendor dela victoria pascual. Es la interpretación diacrónica, es como una contraposición de la cruz, al milagro de la transfiguración.

Ese momento, que debió de quedar para siempre grabado en el recuerdo de los tres discípulos que tuvieron ocasión de presenciarlo, se encuentra a mitad de camino entre los inicios del ministerio de Cristo en Galilea y su patético desenlace en Jerusalén. En Galilea abundaron los aplausos y las aclamaciones; en Jerusalén abundaron los insultos y las bofetadas; en medio de ellos, el monte de la transfiguración es como un balcón magnífico para ser testigos de la grandeza del misterio de Cristo y sobre todo para escucharlo, como nos dice la voz del Padre.

Para entender este imperativo hay que centrar la atención en las palabras que el Padre Dios dice de Jesús: “Éste es mi hijo querido. Escúchenlo”. La voz que sale de la nube clarifica que ya no es Moisés ni tampoco Elías quienes revelan el designio amoroso del Padre. Es el hijo, el único autorizado delante de Dios. Pedro quiere quedarse con la experiencia externa, y como muchos de nosotros, quiere quedarse con lo individualista de ésta experiencia.

La tentación permanente del cristiano es quedarse con lo intimista del seguimiento de Jesús, sin implicaciones sociales, pero seguir a Jesús es asumir su vida, su obra y la radicalidad de su opción. El imperativo es escucharle, obedecerle y seguirlo hasta las últimas consecuencias.

¿Estamos dispuestos?

Ciudad Redonda