En el pasaje del Evangelio de la misa de hoy se conjugan dos realidades distintas, intrínsecamente asociadas entre sí.
La transfiguración del Señor es un anticipo de la gloria de su Resurrección. Pero después de que el Señor permite a Pedro, Santiago y Juan ser testigos de la manifestación de la gloria divina en su cuerpo, les anuncia sus padecimientos, su Cruz y su Muerte, que precederán a su Resurrección.
La Cruz que anuncia el Señor, no es la meta sino «el camino» que permite llegar a la Resurrección.
Santo Tomás dice sobre el milagro de la Transfiguración que fue conveniente que Cristo manifestara la claridad de su gloria, inmediatamente después del primer anuncio de su Pasión y de enseñar a sus discípulos que ellos también tendrían que tomar la Cruz. Es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.
Pero la Transfiguración fue una manifestación fugaz de la gloria de la Resurrección corta y fugitiva. Pedro no lo entiende así y pretende hacer durar esa dicha mediante el recurso de construir tres tiendas. Cree que ya está, que ya se ha alcanzado lo definitivo. Pero no lo es, será necesario descender de nuevo a la llanura y a las dificultades de la condición humana. Será necesario reemprender el camino hacia la Cruz, en la noche, siguiendo a Jesús.
Durante la Transfiguración, nos dice el Evangelio que «se oyó un a voz desde la nube que decía: Este en mi Hijo muy querido, escúchenlo.»
Es la voz del Padre, la misma voz del bautismo en el Jordán, que ratifica las palabras de Pedro que poco antes había reconocido al Señor como el Mesías. Pero hay una diferencia: en el bautismo, esta voz se dirige a Jesús solo… ahora se dirige a los discípulos con este detalle suplementario «escúchenlo».
La Palabra del Padre viene a autentificar las enseñanzas de Jesús. Cuando Él nos dice que va a sufrir, morir y resucitar ¡es verdad! Hay que escucharlo
Jesús nos habla en la oración. Si sabemos estar atentos oiremos sus palabras, que nos invitan a una mayor generosidad y a seguir la voluntad de Dios.
San Marcos continúa el relato del pasaje, señalando que mientras bajaban del monte, el Señor les prohibió a los apóstoles contar a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitase de entre los muertos.
Y es muy posible que nos sintamos turbados por ese secreto constantemente solicitado por el Señor. Pero Él nos pone en guardia. Si decimos muy rápidamente «Jesús es Dios», podemos no decir nada. Se requiere una espera, …. y llenar las palabras de su contenido real. No es una afirmación fácil. Muchas veces, los cristianos de hoy, nos imaginamos que si hubiésemos sido contemporáneos de Jesús, lo hubiésemos «reconocido». Pero Jesús era de tal modo hombre que no podía verse desde el primer momento que era Dios. Dios está «escondido». Dios es misterio.
Cuando rezamos el Credo decimos demasiado maquinalmente «Verdadero Dios y verdadero hombre» . El evangelio nos devela el misterio: hubo un hombre ¡que también era Dios!. «Dios se hizo hombre», ¡y esto significa cosas mucho más inmensas que todo lo que de ellas pueda decirse! A veces es mejor callar.
Vamos a pedir hoy que nunca dejemos de reconocer en Jesús a nuestro Dios y Señor, ni aún en los momentos más duros y difíciles, y que depositemos nuestra confianza en Él que nos auxilia en nuestras necesidades.