La ley del Talión nos impide tener entrañas de misericordia

Mateo 5, 38-48

Soy María, discípula de Jesús de Nazaret desde hace unos meses. Me gusta escucharle, agazapada entre la multitud. Así puedo oír los comentarios de mis vecinos y percibo en sus rostros y en sus manos el eco que producen las palabras del Maestro. De este modo, voy aprendiendo a distinguir “el paño viejo del paño nuevo”, porque hasta hace poco tiempo, yo también pensaba como ellos.

Jesús se ha sentado sobre una roca, desde la que ve bien a la multitud que le rodea. Lleva un rato con los ojos cerrados. ¿Estará orando? ¿Esperará a que cese el clamor de la gente y los comentarios de todo tipo?

Hay una gran expectación, porque la última vez que predicó en esta zona la gente se alteró con sus palabras. Algunos dijeron que estaba loco y merecía ser apedreado, incluso le llamaron blasfemo. Pero un grupo de mujeres le pedimos ser sus discípulas y desde entonces le acompañamos día y noche.

Jesús hace un gesto de bendición y comienza a predicar:  

– Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.

Con voz potente, ha subrayado cada una de las palabras. Mi vecino Caifás, el fariseo, exclama al oírle:

– Así se habla, Jesús ¡Has empezado bien! Es importante que recordemos, punto por punto, el código de la Alianza que nos dio Moisés[i] y las palabras del Deuteronomio: “No tendrás compasión: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie”[ii].

– Estoy de acuerdo, Caifás -añade Nicodemo-. No debemos olvidar que “El que maltrate a su prójimo será tratado de la misma manera; fractura por fractura, ojo por ojo y diente por diente, es decir, recibirá lo mismo que le ha hecho al prójimo”[iii]

Pero Jesús, tras un breve silencio, continúa:

– Pero yo os digo: si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra.

– ¡Tú no tienes nada que decir! – se oye gritar entre la multitud- Tenemos la ley del Talión para castigar con una pena que sea idéntica a la culpa.

Los murmullos suben de tono y se convierten en griterío, incluso algunas personas amenazan a Jesús.

Entonces recuerdo que mi abuela me explicaba cuando era niña que la frase “Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra”, era muy importante en el judaísmo. Era como un refrán que recogía la sabiduría de antaño y significaba que no cerráramos las entrañas a nadie, que diéramos siempre una segunda oportunidad. Mi abuela decía: si te cierran una puerta, abre otra; pero no cierres tus entrañas. Y me repetía que no me quedara en el sentido literal de esta frase, porque entonces alimentaba al agresor.

– A quien te pida, dale, y no rehúyas al que te pida prestado – seguía diciendo Jesús- Y la gente empezó a hacer comentarios a gritos.

– ¿No estarás insinuando que tenemos que dar algo a los extranjeros que ocupan nuestro país?

– ¿Dar a los pobres o a los pecadores? ¡Estás loco, Nazareno! No han recibido la bendición del Altísimo. No se comportan como deben.

– Prestamos con el interés que nos permite la ley. No es problema nuestro si la gente puede devolver el dinero del préstamo, o no.

– Desde niños nos han enseñado a amar a los nuestros ¿qué derecho tienes a provocarnos, diciendo que amemos a los enemigos?

En medio de ese griterío, Jesús alzó más aún la voz para decir: de este modo seréis hijos de vuestro Padre celestial. Y repitió de nuevo: para que seáis hijos de vuestro Padre celestial. Se notaba que a Jesús le cambiaba la expresión de su rostro al hablar de su Padre, de su Abba. Como si tuviera en sus entrañas unas palabras de fuego, que no podía contener.

Una mujer encorvada, exclamó desde lo lejos:

– “Ni quiera soy hija de Abraham ¿cómo voy a poder ser hija de nuestro Padre celestial?” Y rompió a llorar con desconsuelo.

Mucha gente se levantó para irse; rechinaban los dientes y rasgaban una esquina de su túnica para mostrar la rabia contenida y el desacuerdo total.  Caifás, con su esposa y sus cinco hijos se alejaron; él iba diciendo entre dientes:

– ¡Nosotros somos hijos de Abraham, cumplimos la ley y no necesitamos más! Se ha vuelto loco. No volveremos a escucharle. Avisaré al Sanedrín.

Sólo nos quedamos un pequeño grupo alrededor de Jesús; había enfermos, mujeres, algunos niños y extranjeros que se habían acercado con curiosidad al oír el revuelo.

María Magdalena le dijo a Jesús que ella no podía amar a sus enemigos, porque eran muchos y le habían hecho mucho daño, pero deseaba vivamente ser hija del Padre. Y Jesús nos habló de que ser hijos e hijas del Abbá es un don que hemos recibido gratuitamente. No es el cumplimiento meticuloso de la ley lo que nos hace hijos e hijas. Y nos repitió, una y otra vez, que pidiéramos cada día, con confianza, que el Abba nos amplíe las entrañas de misericordia para que un día -ojalá- nos cupieran hasta los enemigos.

Nos fue hablando de la misericordia entrañable hasta que se puso el sol, entonces hicimos un gran círculo y oramos juntos, para que el Abba nos liberara de la ley del Talión, y pudiéramos acoger las semillas del Reino que Jesús nos ofrecía.

María, discípula amada.

[i] Éxodo 21, 23-25.

[ii] Deuteronomio 19, 21.

[iii] Levítico 24, 19-20.

Marifé Ramos

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Se ha dicho a los antiguos…

El domingo pasado hacíamos un análisis general sobre las propuestas del evangelio. Hoy vamos a analizar cada una de las cinco advertencias sobre temas muy concretos.

También decíamos que todo cristiano debía estar haciendo siempre un análisis serio de la segunda parte y estar dispuesto a ir más allá. De ahí el «pero “yo” os digo…». Al decir “yo” no me estoy arrogando ninguna superioridad; tú puedes decir lo mismo.

Habéis oído que se dijo: no matarás. Jesús dice: todo el que esté peleado contra su hermano será procesado. No cabe duda de que es una visión mucho más profunda que la anterior, pero debemos ir mucho más allá de esa propuesta.

Pero “yo” os digo: no se trata solamente de no hacer ningún daño al otro, ni siquiera ignorarle y no hacerle caso. Debo estar dispuesto a hacerle todo el bien que pueda. Quedarme sólo en lo negativo no expresa bien la intención y el deseo de Jesús.

Se dijo: no cometerás adulterio. Jesús dijo: el que mira a una Mujer deseándola en su corazón, ya ha cometido adulterio. No olvidemos que el precepto de no cometerás adulterio del AT, no tiene nada que ver con la sexualidad o con el amor, sino con la propiedad privada. El texto dice: no desees la mujer de tu prójimo ni su buey ni su casa ni nada que sea de él. La propuesta de Jesús está hecha desde esa perspectiva.

Pero “yo” os digo: la relación de pareja debe estar fundada en un amor recíproco. Debemos superar la idea de que el marido es propietario de la mujer y que debemos respetar esa propiedad. En este tema nos queda mucho por andar. No podemos esperar que Jesús haya dicho la última palaba porque estaban en otra perspectiva.

Habéis oído que se dijo: no juréis en falso. Jesús dijo: no juréis en absoluto; a vosotros os basta decir sí o no, lo que pasa de ahí viene del maligno. Poner a Dios como testigo, o cualquier otra cosa sagrada para no pronunciar el nombre de Dios es un abuso de todo lo sagrado. Por eso “yo” os digo: Conformaos con la verdad. La confianza mutua se debe apoyar en la autenticidad. Si necesita apoyo externo, demuestra su debilidad.

Está mandado: “ojo por ojo y diente por diente». Jesús dijo: no hagáis frente al que os agravia. El ‘ojo por ojo’ ya era una norma de justicia muy avanzada, fue un intento de superar el instinto de venganza que nos lleva a hacer el máximo daño posible al que me ha hecho algún daño. Jesús dio un gran paso hacia la verdadera justicia que nace del amor. Tenemos asumido que la meta es la justicia, “ojo por ojo”. La racionalidad al servicio del ego y la justicia romana nos impiden comprender el mensaje cristiano.

Creemos estar muy identificados con la justicia, pero si examinamos esa justicia que exigimos, descubriremos con horror que lo que intentamos todos es hacer de la justicia un instrumento de venganza. Se utilizan las leyes para hacer todo el daño que se pueda al enemigo; eso sí, dentro de la legalidad y amparados por el beneplácito de la sociedad. Incluso se considera que los buenos abogados son aquellos que son capaces de ganar los pleitos cuando la razón está de parte del contrario.

Las frases tan concisas y profundas pueden entenderse mal. No nos dice Jesús que no debamos hacer frente a la injusticia. Contra la injusticia hay que luchar con todas las fuerzas. Tenemos obligación de defendernos cuando nos afecta personalmente, pero sobre todo, tenemos la obligación de defender a los demás de toda clase de injusticia. Lo que nos pide el evangelio es que nunca debemos eliminar la injusticia con violencia.

Si utilizamos la violencia para eliminar una injusticia, estamos manifestando nuestra incapacidad de eliminarla humanamente. No convenceré al injusto si me empeño en demostrarle que me hace daño a mí o a otro. Pero si soy capaz de demostrarle que con su actitud se está haciendo un daño a sí mismo, sin duda cambiaría de actitud.

Habéis oído que se dijo: “amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo». Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos. La dificultad mayor, para comprender este amor, está en que confundimos amor con sentimiento. El amor evangélico no es instinto ni sentimiento. Por lo tanto, no podemos esperar que sea algo espontáneo. El verdadero amor, sea al enemigo o a un hijo, no es el instinto que nace de mi ser biológico. El amor de que estamos hablando es algo mucho más profundo y humano.

Hay que aclarar que la frase “aborrecerás a tu enemigo” no se encuentra en la Escritura. Pero si tenemos en cuenta que para ellos el prójimo era el que pertenecía a su pueblo, a su raza, a su familia. El resto era siempre el “enemigo” que atentaba real o potencialmente contra la seguridad el pueblo. Para poder subsistir, no tenían más remedio que defenderse de las agresiones. Jesús da un salto de gigante y podemos apreciar que la diferencia entre ambas propuestas es abismal.

Pero “yo” os digo: En realidad, no hay enemigo. No debo hacerlo por hacer al otro un favor sino por alcanzar yo mi plenitud. El amor al enemigo no es más que una manifestación del verdadero Ser, que, por ir en contra del instinto de conservación, se ha convertido en la verdadera prueba de fuego del AMOR.

Si somos incapaces de amar a otro porque le considero enemigo, podemos tener la certeza de que, todo lo que hemos llamado amor no tiene nada que ver con el evangelio, y por lo tanto con el amor que nos ha exigido Jesús. El evangelio no es ciencia, ni filosofía ni moral, ni teología ni religión. El evangelio es Vida. El evangelio no intenta enriquecer la inteligencia sino a todo el ser. Tu felicidad, tu plenitud de humanidad radica en ti y nadie te la puede arrebatar.

Enemigo es el que agrede, no el que sufre la agresión. El enemigo no tiene por qué obtener una respuesta igual. Alguien puede considerarse enemigo mío, pero yo puedo mantenerme sin ninguna agresividad hacia él. En ese caso, yo no convierto en enemigo al que me ataca. Si le constituyo en enemigo, he destrozado toda posibilidad de poder amarle. Esa armonía con todos es lo que daba tanta paz y felicidad a los místicos.

Así seréis hijos de vuestro Padre… Aquí encontramos una de las mejores muestras de lo que se entendía por hijo en tiempo de Jesús. Hijo era el que salía al padre, el que era capaz de imitarle en todo. También muestra la idea de Dios que tenía Jesús. Un Dios que ama a todos por igual sin distinción alguna. El AMOR que nos pide Jesús es el mismo amor que es Dios y está desplegándose en mí en todo instante.

Fray Marcos

Amar a los enemigos y ser perfectos

Mt 5, 38-48

La radicalidad de la que hablábamos la semana anterior parece llegar al extremo en la doble fórmula que da título a este comentario: amar a los enemigos y ser perfectos. ¿Realmente es algo que se puede pedir a los seres humanos?

El amor a los enemigos únicamente es posible desde la comprensión experiencial de lo que somos. Gracias a ella, podemos reconocer que cada persona hace en cada momento lo mejor que sabe y puede. Por lo que el mal o daño que se hace es siempre fruto y consecuencia de la ignorancia (entendida, no como falta de inteligencia, sino como no saber lo que realmente somos). Más aún, la comprensión nos muestra que, hablando con propiedad y desde el nivel profundo, no hay nadie que haga nada. De manera similar a como los personajes del sueño creen ser actores, pero el único hacedor real es la mente del soñador, aquí también creemos ser sujetos de los actos, pero el único sujeto real, que merece ese nombre es la consciencia (la vida o la totalidad).

La comprensión, por tanto, hace posible el amor al enemigo, porque incluso nos impide verlo como “enemigo”. Sigue siendo, también él, no-otro de mí. Sin embargo, esto no quita que nuestra sensibilidad reaccione al daño recibido, sobre todo en circunstancias que lo agravan o lo hacen particularmente doloroso. Es legítimo, por tanto, el sentimiento de enfado, rabia e incluso ira. Lo que hará la comprensión será evitar que nos apropiemos de tales sentimientos, alimentándolos y eternizándolos. Habremos de acogerlos, entender su porqué… y soltarlos.

En cuanto a la “perfección” de que habla el texto, me parece importante destacar dos cuestiones: por una parte, en el plano profundo -y mirando desde ahí-, todo es perfecto: “y vio Dios que todo era muy bueno”, como dice el libro del Génesis; por otra, en el plano de las formas -en concreto, de nuestra personalidad- la “perfección” es imposible, ya que todo lo humano es imperfecto. En este caso, perfección significa completitud, es decir, la capacidad de aceptar nuestra realidad completa, con sus luces y sus sombras. La persona capaz de aceptarse a sí misma con toda su verdad es la persona “lograda”, unificada, armoniosa, humilde, comprensiva y compasiva…

¿Sé apreciar los “dos niveles” de lo real?

Enrique Martínez Lozano

Convivir en plenitud

«Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian»

La antigua Ley es ley, es decir, un conjunto de preceptos dados por el Señor a Moisés para ayudar al hombre a salir del pecado y de todas las calamidades asociadas al pecado. La Ley garantiza —hasta cierto punto— el orden social y propicia la convivencia, pero no sana la maldad del corazón.

Lo de Jesús no es ley, es evangelio; buena Noticia. El evangelio pone al ser humano ante el amor del Padre y le invita a responder con el mismo amor hacia los demás, y este modo de entender las relaciones humanas nos muestra a los cristianos el camino para transitar por la vida.

El propósito último del texto de hoy —y el de tantos otros de Jesús— es invitarnos a caminar hacia la plenitud individual y colectiva; individual, porque esta forma de vivir nos humaniza y nos proporciona felicidad; y también colectiva, porque propugna una convivencia basada en la paz, la benevolencia y la ayuda mutua, y éste es el bien más preciado al que un colectivo humano puede aspirar. Toda sociedad, sean cuales sean sus creencias, se esfuerza en lograr la mejor convivencia entre sus miembros, pero hay dos formas distintas de hacerlo: una, al estilo del mundo, reprimiendo el mal, y otra, al estilo de Jesús, sembrando el bien.

La propuesta del mundo es la ley. Quien se salta la ley es perseguido y en su caso juzgado y condenado. Y esto está muy bien, y es necesario, pero refleja una sociedad todavía muy inmadura a la que le falta aún mucho trecho por recorrer. Además, la experiencia nos dice que la ley no es suficiente; que por ese camino nunca vamos a lograr una convivencia medianamente aceptable; que la convivencia solo se alcanza cambiando los corazones, es decir, sembrando en ellos unos valores que la propicien de forma natural.

La propuesta de Jesús es el Reino. Y el Reino, en palabras de Ruiz de Galarreta, se puede definir como «una sociedad de Hijos que solo amándose como hermanos podrá realizarse». El Reino se siembra. No crece por la fuerza del dinero o la presión del poder, sino por la fuerza interior de la Palabra. En el Reino todo es al revés: desde dentro, por conversión, no por imposición; desde abajo, desde el servicio, no desde el poder. Para el mundo, el primero es el que más tiene; para el Reino, el primero es el que más sirve. Para el mundo, el más importante es el más dotado; para el Reino, el más importante es el más necesitado.

Lo más convincente de la propuesta de Jesús es que no nos exige huir de la realidad humana, sino dar pleno sentido a toda realidad humana. Pertenecer al Reino no consiste esencialmente en renunciar a nada, sino en dirigirlo todo a crear humanidad. Ninguna dimensión humana está fuera de esa categoría esencial: medios para construir el Reino; para crear humanidad.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Comentario – Domingo VII de Tiempo Ordinario

(Mt 5, 38-48)

Prosiguiendo con el discurso del domingo pasado, que nos invitaba a responder al Señor con un estilo de vida que brote de un corazón transformado, este texto nos presenta las mayores exigencias del evangelio, que tienen que ver con nuestra relación con los hermanos. De hecho, después de presentarnos estas exigencias, Jesús pide que seamos perfectos «como es perfecto el Padre celestial» (cf. v. 48). Así nos indica que estas exigencias marcan un camino de perfección, son un ideal que nunca alcanzamos del todo, como no podemos alcanzar la perfección del Padre, aunque intentemos imitarla lejanamente en nuestras acciones.

Jesús quiere completar el «ojo por ojo, diente por diente» que enseñaba el Antiguo Testamento (Éx 21, 24), porque en realidad con esa expresión se había querido limitar la costumbre de vengarse con creces, que existía en el mundo antiguo. Es decir, se le pedía a alguien a quien se le había quitado un ojo, que no reaccionara asesinando a la esposa y a los hijos del que lo había agredido. Lo que hace Jesús es profundizar ese paso que había dado el Antiguo Testamento y pide que ni siquiera se acuda a la venganza, que ni siquiera se acuda a la violencia para cobrarse el ojo perdido, sino que seamos capaces de reaccionar ante el mal con una respuesta generosa; no sólo nos pide que no entremos en la misma dinámica del que actúa con odio, sino que mostremos el comportamiento opuesto, que ofrezcamos al mundo el testimonio de otra manera de actuar. Pero eso no significa que no se pongan límites a los que actúan mal, ya que en el mismo evangelio de Mateo aparece la posibilidad de sancionar con dureza cuando es necesario (Mt 18, 15-17).

Finalmente, este texto presenta el ideal del amor a los enemigos, como imitación perfecta de la forma de actuar de Dios, que llena de bienes también a los que lo rechazan.

Oración:

«Padre Dios, rico en misericordia, infunde en mí tu Espíritu Santo para que ya no reaccione de manera puramente humana, sino que ponga amor donde hay odio, ponga perdón donde hay ofensas. Ayúdame a reaccionar amando, como Jesús».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Amor: ¿Qué es lo que Jesús nos quiere decir?

1.- Echemos un vistazo a nuestro alrededor. Incluso, aquí dentro de la iglesia… Hay personas que por timidez, o soberbia, o miedo a no se sabe que contagio, ni siquiera aceptan dar la paz a sus vecinos. Y si dicho vistazo acontece fuera del templo, pues, incluso, la cosa de agrava mucho más. Caras hoscas en el metro o por la calle. Silencio sepulcral en un ascensor con las miradas puestas en el techo. ¿Esto es amor? ¿Y si somos así con los más cercanos, con los que tienen que ser nuestros amigos, nuestros próximos, que no haremos con quienes nos ofenden, nos zahieren o, incluso, nos persiguen? Es decir, si ni siquiera somos capaces de amar a los más próximos, a los prójimos, ¿cómo es posible que Jesús de Nazaret nos pida amar a los enemigos? ¿Qué nos pide? ¿Un amor imposible? No, no. Es un amor posible si nos dejamos de inundar del Espíritu de Cristo y de su amor surgido desde lo más profundo de la divinidad.

2. – El Sermón de la Montaña ha sembrado nuestra inquietud. Lo hace siempre, cada año, cuando se inicia por el sacerdote que proclama el Evangelio, la enumeración de las bienaventuranzas. Hemos oído muchos comentarios, numerosas homilías, hasta leído libros enteros dedicados a la gran proclama de Jesús de Nazaret. Pero seguimos sin entender. No son dichosos los que lloran, ni los que son perseguidos por causa de su creencia justa. No están contentos los pobres, más bien reniegan de su falta de buena suerte. ¿Y, entonces, que es lo que pasa? ¿Qué es lo que Jesús nos quiere decir?

3.- Una preocupación que siempre me asalta es si, verdaderamente, nos tomamos en serio a Jesús de Nazaret y a su Evangelio. Hay muchas formas de obviar lo que es obvio. Jesús nos dice: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”. Pero nosotros interpretamos esto como un algo figurado. O como máximo: aguantar a los que nos fastidian, a los que nos caen mal, aunque sean buenísimos. Pero no es eso. Tenemos que amar a nuestros enemigos y hemos de rezar por los que nos persiguen y nos calumnian. ¿Habéis visto algo más terrible que el efecto de una calumnia, las implicaciones de una mentira que una vez propalada por alguien nos hace mucho daño, provoca la desconfianza de los más cercanos, de la gente que más nos quiere? Sabemos que se nos ha calumniado para hacernos daño, mucho daño, para hundirnos, para perder nuestro trabajo y hasta nuestra familia. Y, sin embargo, Jesús me dice que tengo que rezar por quien me calumnia y desearle bien y paz. ¿Es soportable? Parece que no, pero… Lo peor, desde luego, es no aceptar el consejo de Jesús por su imposibilidad y dejarlo todo pasar como si no fuera con nosotros. ¿No será mejor, en el caso de la duda, que le preguntemos al mismísimo Maestro lo que podemos hacer? Y que nos ayude con su fuerza y amor a seguir el camino que nos marca. La terrible, insisto, en dejarlo pasar y así no hacer sitio en nuestro corazón al mensaje de Jesús y dejarnos vencer por lo que nos rodea. Por un mundo de egoísmo y de desamor.

4.- Y si la exigencia de Jesús para nosotros hoy es casi inabordable, decir que lo era mucho más para sus hermanos de religión de aquel entonces. Lo que entendemos como la Ley del Talión, y que aparece, por ejemplo, en el Antiguo en Éxodo 21:23-25, en Levítico 24:18-20 y en Deuteronomio 19:21, era una limitación en el exceso de venganza. Es decir, proporcionar la respuesta al mal recibido y no propasarse. Al final el “ojo por ojo” y el “diente por diente” obligaban a que el ofendido tuviera que respetar la vida de quien le había agredido, cosa que no era muy frecuente, la vida no valía mucho. Por eso los judíos se creían virtuosos en esa forma de contención. Pero Jesús no admite la devolución de la ofensa, ni siquiera limitando su efecto al, como decía, mal recibido. Todo el evangelio de Mateo de hoy y el correspondiente al domingo anterior es ir corrigiendo la ley mosaica para llevarla al principio del amor. Lo que queda por saber es si, incluso, los más cercanos, sus discípulos, entendían o aceptaban lo que Jesús decía. La lectura de todos los textos de los cuatro evangelistas nos demuestran que mucho, mucho, no le entendían; y que tuvo que llegar, primero, la Resurrección y, luego, la fuerza del Espíritu Santo para que comenzaran a hacer suya la doctrina de Jesús.

5.- Nuestro caso no es igual. La Iglesia lleva más de 20 siglos leyendo y analizando las Escrituras. Y algo, aunque sea conceptualmente, está en nosotros. Pero fuera del conocimiento de los textos, tenemos poco de lo que Jesús desea que debiéramos tener. Los enemigos son los enemigos y, ya se sabe, “al enemigo ni agua”. Pero no puede ser así. No podremos dormir tranquilos sabiendo que no aceptamos lo que Jesús nos enseña por su dificultad. Tampoco es válido decir que todo está dicho de manera figurada y que merece un análisis actualizado. La frase de “amar a nuestros enemigos es clara y sólo puede entenderse en el sentido claro que expresa. Lo demás sería mentir u ocultar el mensaje de Cristo.

Puede, finalmente, que tenga algo de amor imposible lo que Jesús nos pide, que sintamos amor por nuestros enemigos. Pero ello viene a desactivar la violencia surgida de la venganza. Además el sentimiento vengativo enloquece. Eso está claro. Lo que hemos de hacer es tan sencillo como lo que sigue: leer con atención todo el capítulo quinto de Mateo y pedirle a Dios ayuda para poder desarrollarle. Pedirle que su amor nos llegue y sane nuestras heridas. Dios es amor. Y nosotros hemos de implorar que ese amor no sea un imposible para nosotros. Pedir a Dios fe en el Amor.

Ángel Gómez Escorial

Lectio Divina – Domingo VII de Tiempo Ordinario

“Amen a sus enemigos”

Oración:

Padre, llénanos de los frutos de tu Espíritu Santo. Que tu espíritu de amor sea fuente de comunión contigo y con mis hermanos. Que celebre con alegría tu presencia en cada momento de mi vida. Que constituya la civilización del amor, donde reine la paz como efecto de la justicia. Padre, lléname con los frutos de tu Espíritu, para ser feliz y hacer felices a los demás. Amén.

Lectura. Mateo capítulo 5, versículos 38 al 48:

Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente; pero yo les digo que no hagan resistencia al hombre malo. Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda; al que te quiera demandar enjuicio para quitarte la túnica, cédele también el manto. Si alguno te obliga a caminar mil pasos en su servicio, camina con él dos mil. Al que te pide, dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda.

Han oído ustedes que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo; yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos.

Porque si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludan tan solo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso mismo los paganos? Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

Continuamos con el evangelio de Mateo, en el mismo pasaje en el que Jesús da plenitud a la antigua ley, mediante la ley del amor.

Jesús proclama que la ley de talión, que permitía vengarse con un acto de igual intensidad que la ofensa recibida, no aplica más. Debemos perdonar a quien nos ofende, pues en el Reino de Dios no caben el resentimiento ni la venganza.

La frase final “sean perfectos como su Padre celestial es perfecto”, son la clave para entender lo que Jesús propone: vivir desde la actitud de quien tiene su mirada fija en Dios y no pone límites ni barreras al amor.

Meditación:

“El Yo de Jesús sobresale en un grado que ningún maestro de la Ley puede permitirse (…). No enseñaba como los rabinos, sino como uno que tenía “autoridad” (Mateo capítulo 7, versículo 28; confrontar Marcos capítulo 1, versículo 22; Lucas capítulo 4, versículo 32). Con estas expresiones, evidentemente, no se nos hace referencia a una cualidad retórica de los discursos de Jesús, sino a la clara reivindicación de ponerse a la altura del Legislador –a la altura de Dios”, (Benedicto XVI).

¿Y por qué Jesús no enseñaba cómo los rabinos? ¿Por qué su autoridad era tan diversa?

Parte de la respuesta está en el “Yo” de Cristo. Él no habla como patriarca, ni como profeta, ni mucho menos como unrabino. Jesús habla como el Hijo, como la segunda persona de la Santísima Trinidad. La segunda parte la encontramos escondida en los diversos actos que describe el evangelio (como un retrato anticipado de lo que sería su pasión y muerte): “Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda; al que te quiera demandar en juicio para quitarte la túnica, cédele también el manto. Si alguno te obliga a caminar mil pasos en su servicio, camina con él dos mil. Al que te pide, dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda”.

La autoridad de nuestro Rey no solo son sus palabras sino sobre todo su testimonio. Una autoridad esculpida con su amor, firmada con su sangre y promovida con su servicio a los demás.

La caridad, el perdón, la comprensión, la generosidad sin límites son nuestro “a-b-c” como cristianos. ¿Podemos no seguir el testimonio de tan insigne Maestro? ¿Quién no pondrá una mejilla cuando Él ofreció su cuerpo entero? ¿Quién no dará su vestido cuando él nos vistió con su gracia? ¿Quién no podrá caminar con sus dificultades cuando Él no solo caminó, sino que cargo con nuestros pecados? ¿Quién puede dar la espalda cuando Él abrió sus brazos en la cruz? ¿Quién no puede amar su enemigo cuando Él los perdonó y los amó hasta el extremo?

Oración:

Dios Padre de bondad, que das tu sol a buenos y malos, haznos semejantes a ti para que reflejemos tu amor a todos. Nos cuesta mucho hacer el bien a quienes nos tratan mal, perdonar a quienes nos odian y olvidar las ofensas pasadas. Suscita, Señor, muchos testigos de la no violencia. Escucha los gemidos de los torturados y oprimidos. Concédenos ver a los demás detrás de las apariencias, como los ves tú mismo, para amar como tú amas y perdonar como tú perdonas. Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

Contemplación:

Catecismo de la Iglesia Católica numeral 581: […] La misma Palabra de Dios, que resonó en el Sinaí para dar a Moisés la Ley escrita, es la que en él se hace oír de nuevo en el Monte de las Bienaventuranzas. Esa palabra no revoca la ley, sino que la perfecciona aportando de modo divino su interpretación definitiva: “Habéis oído también que se dijo a los antepasados, pero yo os digo”. Con esta misma autoridad divina, desaprueba ciertas tradiciones humanas de los fariseosque anulan la Palabra de Dios.

Oración final:

Mi Señor, aquí está mi alma arrodillada ante ti. Tú sabes que quiero cumplir tu mandato del amor, que quiero descubrirte en los demás, que quiero corresponderte. Ayúdame a llenarme de ti, ayúdame a conocerte, ayúdame a serte fiel. Así sea.

Propósito:
Trataré de escuchar con paciencia las necesidades de los que me rodean y buscaré servirles sin esperar recompensa.

Con Dios, es posible

No resulta fácil, por propia voluntad, el amor a los enemigos por parte del ser humano. ¿Responder al odio con amor? ¿A la violencia con la mansedumbre? ¿A la afrenta con la humildad? ¿Cómo llegar a ese grado de exquisitez cristiana? ¿Cómo regalar bien ante el mal? Ni más ni menos que, colocando en el centro de nuestra existencia, a Dios mismo. Él es la fuente de la bondad y, cuando Dios configura totalmente el vivir cotidiano de una persona, esa misma persona, es capaz de llegar al grado de perfección o a esa utopía que nos puede parecer el evangelio de este día. El Papa Francisco, a raíz de algunas debilidades que existen dentro de la Iglesia, afirmaba categóricamente: “Sólo se pueden entender por hacer una vida lejos de la Palabra y lejos de Jesucristo. Eso es causa de muchos males”.

1. La característica esencial de Dios es la bondad misma, el amor mismo. Y, Dios, no puede hacer otra cosa que eso: amar. Podrán muchos de sus hijos olvidarle, ultrajar su nombre y dudar de su existencia. Dios, por el contrario, responderá una y otra vez con lo que tiene y ofrece espontáneamente: amor

Dios siempre está dispuesto a perdonar. Esa es la diferencia entre EL y nosotros; por inercia y sin esfuerzo alguno, perdona, olvida y entrega amor. Nosotros, desde nuestra humanidad, dosificamos el perdón, nos cuesta olvidar y el amor lo damos también con cuentagotas. Por ello mismo, el final del evangelio de este evangelio, nos retrata: vivir con Dios significa aspirar a su perfección; ver las cosas como Dios mismo las ve y reaccionar, incluso en situaciones ilógicas y contradictorias, desde el testimonio de la fe. ¿Imposible? Con Dios desde luego que no.

2. Se suele decir que, las imitaciones, son siempre malas. Pero, la vida de un cristiano, debe ser un eco las actitudes, pensamientos, obras y deseos de Cristo. Por lo tanto, abrirnos sin desmayo y sin miedo, mirar hacia el cielo cuando se nos hace sufrir en la tierra, meditar la gran lección que Jesús nos da en la cruz (su amor universal) pueden ser perfectamente unos claros síntomas de que queremos vivir según El y que, entre otras cosas, deseamos ansiar (llevándola a la práctica) la perfección cristiana: en el encuentro con numerosos prójimos, manifestarles (y hasta asombrarles e impresionarles) por la viveza y sinceridad de nuestro amor.

3. Cinco enemigos se levantan en contra de esta aventura del amor a los enemigos y del deseo de agradar a Dios siendo, allá donde estamos, imagen de su amor: el egocentrismo ( mirarnos a nosotros mismos); el egoísmo (querernos demasiado); individualismo (vivir como si todo dependiese de nosotros); el racionalismo (pensar en lo que perdemos o ganamos, cuando prima el pensamiento antes que la fe o la religión) y la ausencia de Dios (cuando en el centro instalamos exclusivamente nuestro propio bienestar y dejamos a un lado al Señor). Frente a estos enemigos tendremos muchas armas para hacerles frente: la oración, la solidaridad, la fe, la comunidad y las promesas de Jesús que, por la fuerza del Espíritu, nos asiste hasta el día en el que vuelva definitivamente. ¿Cómo nos encontrará? ¿Luchando contra los enemigos de la vida cristiana o sometidos a ellos? ¿Amando a “los nuestros” o brindando nuestra amistad a los que piensan de distinta manera a nosotros? ¿Con las puertas abiertas a la fraternidad o con los balcones cerrados a lo que ya tenemos conquistado? Ojala que, el Señor, nos ayude a hacer de nuestra vida una ofrenda y un amor que no sea excluyente. Lo tenemos difícil pero, con El en medio, puede ser posible.

4.- ¿CÓMO ME PIDES TANTO, SEÑOR?

¿Sonreír al que deteriora e invade mi vida,
perdonar a quien me afrenta
ayudar a quien me arruina
y asistir a quien me olvidó un mal día?
¿CÓMO ME PIDES TANTO, SEÑOR?
¿Amar al que tal vez nunca me amó,
abrazar al que, ayer, me rechazó,
llorar con el que, tal vez,
nunca yo encontré consuelo en la aflicción?
¡Cómo, Señor! ¡Dime cómo!
Cuando ya es difícil amar al que nos ama
Caminar con el que queremos
entregarnos al que conocemos
o alegrarnos con el que nos aplaude
¡Cómo, Señor! ¡Dinos cómo hacerlo!
Cuando nos cuesta rezar por los nuestros
o prestar nuestra mejilla
a quien ya nos da un beso
Cuando es duro el ser felices
con aquellos que con nosotros conviven
¿CÓMO NOS PIDES TANTO, SEÑOR?
Ayúdanos a estar en comunión permanente con Dios
y entonces, Señor,
tal vez no nos parezca tanto ni un imposible
ser cómo Tú eres y llevar a cabo lo que Tú quieres:
AMOR SIN CONDICIONES.
Amén.

Javier Leoz

Lo que distingue a los seguidores de Jesús

1.- ¿Pide Jesús algo imposible? El amor rompe la cadena del odio. En las civilizaciones mesopotámicas se estableció la Ley del Talión para evitar venganzas desmedidas. La venganza sería proporcional al daño recibido. Jesús, en cambio, propone el perdón absoluto. Amor y perdón, dos palabras claves en el mensaje de las lecturas de este domingo. Fáciles de pronunciar, pero difíciles de practicar. Amar a los que nos aman puede ser interesado. El mérito está en amar a aquél que no nos puede devolver el amor, e incluso a aquél que nos odia. El Levítico advierte al pueblo para que deje a un lado el odio, el rencor y la venganza. Llega incluso a decir que cada uno debe “amar al prójimo como a uno mismo”. Jesús no sólo habla de amor al prójimo, también de amor al enemigo. ¿Cómo voy a amar a quien me hace daño? ¿Pide Jesús algo imposible de practicar?

2.- Ver con nuevos ojos. Amar también a los enemigos. ¿Por qué perdonar a nuestros enemigos? Porque Dios es el primero que nos perdona a nosotros, porque, como proclamamos en el salmo, “el Señor es compasivo y misericordioso”. Él no nos trata como merecen nuestros pecados y derrama raudales de misericordia con nosotros. A mi recuerdo viene aquella anécdota en la que un niño, intrigado por las palabras de su catequista que le decía que Dios con su providencia infinita está siempre despierto velando por nosotros, le preguntó a Dios si no se aburría teniendo que estar todo el tiempo despierto. Dios le contestó al niño con estas palabras: “no me aburro, me paso el día perdonando”. Contrasta la “ternura” de Dios con aquella imagen de Dios “eternamente enojado”, que me parece muy poco acorde con el Evangelio. ¿Cómo puedo llegar a amar a un enemigo? Miremos a Jesús en la cruz. Dijo «Perdónalos porque no saben lo que hacen». Estas palabras solo se pueden pronunciar cuando se ve algo distinto de un populacho excitado sádicamente. Sólo lo puede decir cuando en todos los que rodean su cruz ve hijos pródigos y equivocados. El amor al prójimo no reside en un acto de la voluntad, con el que intento reprimir todos mis sentimientos de odio, sino que se basa en una gracia: en que se me dan unos nuevos ojos para ver al prójimo.

3.- Amor gratuito. Es la mirada de amor la que puede transformar el corazón de piedra del agresor. No cabe duda de que la violencia engendra violencia y esta rueda sólo se puede parar con la fuerza del amor. Hay un lado “provocador” en las palabras de Jesús en el Sermón del Monte: poned la otra mejilla, rezad por los que os persiguen, amad al enemigo, no juzguéis y no seréis juzgados. El amor puede hacer que el enemigo deje de ser enemigo y se convierta en un hermano, que reconozca su mal y trate de repararlo, que cambie de forma de pensar y de actuar. Es el amor: a diferencia de la justicia, y más allá de la justicia, el amor es por esencia gratuito y no responde a ningún derecho. No consiste, pues, en un intercambio: esto por aquello. Pues el amor sólo puede revelarse sin equívocos cuando es amor al enemigo, ya que nada cabe esperar del enemigo. Esto no quiere decir, claro está, que el amor consiste sólo en amar a los enemigos; pero sí quiere decir que el verdadero amor se manifiesta en el caso extremo de amar a los enemigos.

4.- Seamos compasivos. El amor al enemigo es un amor que acaba con el enemigo, pero no con el hombre. Es la única fuerza que puede batirse cuerpo a cuerpo con el odio. Frente al enemigo se pueden adoptar varias actitudes: suponer que no es enemigo, imaginar que aquí no ha pasado nada y no tomarlo en cuenta, en cuyo cosa todo seguirá igual; o enfrentarse al enemigo y responder a su agresión con las mismas armas, oponiendo odio al odio, en cuyo caso siempre vencerá el odio y caeremos en la espiral de la violencia; o, finalmente, y ésta es la actitud que nos pide Jesús, amar al enemigo y hacer bien a los que nos odian, conscientes de que el mejor bien que podemos hacer al enemigo es despojarlo de sus armas para ganarlo como hombre. Al rezar hoy el Padrenuestro no seamos hipócritas. Seamos sinceros al decir “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Seamos comprensivos y compasivos como lo es Dios con nosotros. Sólo así nos daremos cuenta de que lo que parece imposible es posible.

José María Martín OSA

Figura paterna

Aunque hoy en día hay corrientes de pensamiento que fomentan la minusvaloración de lo masculino, la gran mayoría de psicólogos está de acuerdo en que la figura paterna desempeña un papel necesario en el desarrollo y educación de un niño. Las dos figuras, la materna y la paterna, son indispensables para el desarrollo de la personalidad y una correcta socialización. Los niños necesitan modelos de referencia en su crecimiento y maduración personal, y el papel del padre es fundamental, siempre que se trate de un padre que se tome en serio su función: de lo contrario, el niño buscará otros modelos o no sabrá cómo afrontar determinadas situaciones de su vida.

Como buen educador, hoy el Señor nos ha dado, en el Evangelio, una serie de indicaciones utilizando un esquema repetitivo: Habéis oído que se dijo… pero yo os digo. Jesús parte de unos principios recogidos en la Ley: ojo por ojo, diente por diente, que aparece en Ex 21, 24; Amarás a tu prójimo, que aparece en Lv 19, 18 y hemos escuchado en la 1ª lectura; y aborrecerás a tu enemigo, que no está ordenado en la Ley pero sí aparece sugerido en diversos textos del Antiguo Testamento.

Estos principios nos resultan humanamente lógicos y aceptables; pero Jesús quiere nuestro crecimiento y maduración y, por eso, nos propone ir más allá, para “dar plenitud” (cfr. Mt 5, 17), para llevar a sus últimas consecuencias lo que esos principios nos indican.

Y así, frente al ojo por ojo…, Jesús nos dice: no hagáis frente al que os agravia…; en vez de aborrecer al enemigo, Jesús nos dice: Amad a vuestros enemigos. Jesús nos invita a superar los deseos de venganza y de odio, para sustituirlos por el amor, materializado en comportamientos concretos: preséntale la otra mejilla… dale también la capa… acompáñale dos millas… rezad por los que os persiguen.

Y, recogiendo lo indicado en la 1ª lectura, Sed santos, Jesús termina diciendo: Sed perfectos. Incluso parece que nos quiere crear mala conciencia si no llegamos a ese nivel, diciéndonos: Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles?

Ante estas palabras de Jesús, nos puede parecer que ha colocado el listón demasiado alto, y podemos sentirnos culpables pensando que no vamos a ser capaces de llegar a ese nivel, porque son cosas que nos superan y no sabemos cómo podemos cumplir lo que nos pide.

Pero Jesús, como Maestro, nos dice también que no estamos solos, y por eso ha añadido: Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto. Jesús nos recuerda la Figura Paterna en quien debemos fijarnos para que nos guíe en nuestro crecimiento y maduración y que, como hemos escuchado en el Salmo, es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia, que no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas, ese Padre que siente ternura por sus hijos.

La perfección de nuestro Padre celestial consiste en su amor universal, que no excluye a nadie; un amor infinito, que se mantiene a pesar de nuestro pecado. Y nosotros seremos “perfectos” en la medida que, como hijos de Dios, sabiéndonos amados así por nuestro Padre celestial, reproduzcamos ese amor en nuestra vida, especialmente en quienes humanamente no merecerían que les amáramos porque nos han agraviado o son nuestros enemigos.

Como nos ha recordado san Pablo: ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? El templo de Dios es santo: y ese templo sois vosotros. Podemos ser santos, podemos ser perfectos como nuestro Padre celestial, porque el Espíritu de Dios, el Amor de Dios, ya habita en nosotros.

¿He tenido la suerte de disfrutar de una buena figura paterna? ¿Cómo influyó en mi crecimiento y maduración humana? En mi vida de fe, ¿me siento llamado también a crecer y madurar? ¿Busco la santidad, la “perfección”? ¿Tengo presente que soy templo de Dios, habitado por su Espíritu?

Jesús, el Hijo de Dios, nos revela que Dios es Padre, que tenemos una Figura Paterna que nos acompaña. Y nos pide que pongamos nuestra mirada en ese Padre que siente ternura por sus hijos, para que, sabiéndonos amados por Él gracias al Espíritu Santo que habita en nosotros, reproduzcamos ese amor en nuestra vida y así lleguemos a ser “perfectos”, dignos hijos de nuestro Padre.