Homilía – Martes VII de Tiempo Ordinario

La actitud de los discípulos de Cristo suele reeditarse con no poca frecuencia en nuestra vida.

Los discípulos buscaban ser los primeros.

Pero Jesús les enseña una nueva forma de valoración: la primacía en la Iglesia, lleva al servicio.

En la escala de valores del mundo, encontramos trastocados estos términos.

La Iglesia es la servidora del mundo; no está el mundo para la Iglesia, sino la Iglesia para el mundo, es decir: no está el mundo para servir a la Iglesia como de pedestal para su triunfo, sino que está la Iglesia para servir al mundo, elevándolo a un nuevo sentido de la vida y a la construcción de un mundo mejor, en el que reine la justicia, la verdad, el amor y la paz.

La Iglesia somos nosotros. En consecuencia, debemos tomar conciencia de que cada uno de nosotros debe ser un auténtico servidor de los demás. Debemos seguir el ejemplo de Cristo.

Servir a los demás, es dejar de lado nuestros gustos, nuestra tranquilidad, para estar a disposición de los demás. Cristo nos dió el ejemplo, Él dijo a sus discípulos: No vine a ser servido, sino a servir; y Él nos muestra que el verdadero camino para ser el Mayor, es hacerse el servidor de todos.

Ser el primero en el Reino de Dios, es servir, es doblarse ante algo tan pequeño como un niño.

Para ser los primeros en el Reino, tenemos que aprender a ver a Dios en nuestros hermanos y servir a Dios, sirviéndoles a ellos.

Hoy, a la luz de este Evangelio, deberíamos revisar nuestra vida, mirando cómo actuamos en la Iglesia de Cristo, cómo son nuestras intenciones cuando servimos a los demás.

Hoy el Señor nos dice a cada uno de nosotros, que aprendamos de Cristo a servir desinteresadamente. Sólo así seremos grandes a los ojos de Dios, aunque no lo seamos para el mundo.

Anuncio publicitario