Homilía – Miércoles de Ceniza

Jesús nos trasmite un principio esencial. Una fuente de paz infinita. Que nuestra vida sea «en la interioridad».

No buscar elogio, ni aprobación, ni recompensa…

No temer la reprobación, ni el olvido, ni la ingratitud.

Vivir con Dios, para Él…, ante Él…, en su presencia.

No se trata de encerrarse en uno mismo, con una especie de satisfacción orgullosa e íntima: «Yo tengo razón…., Dios piensa como yo…., los otros pueden pensar como quieran».

Pensar así sería una caricatura del pensamiento de Jesús.

El objetivo de Jesús es el desprendimiento completo de uno mismo: es un dejarse juzgar por Dios, dejarse interrogar por Él, dejarse corregir por Dios. Es una exigencia mucho más fuerte y más radical que la de los hombres: ¡agradar a Dios exige un desprendimiento de uno mismo infinitamente mayor que el de agradar a los hombres!.

Pero esta exigencia es apaciguadora porque procede del interior…, no busca vanidad ni ventajas humanas.

Los más hermosos gestos de la verdadera religión –la limosna, la oración y el ayuno-, pueden, por desgracia, ser desviados de su sentido resultando simplemente una búsqueda de uno mismo.

Y la hipocresía religiosa es la peor de todas las hipocresías, porque falsea una de las mayores virtudes y aparta de Dios a los hombres sencillos.

Los fariseos del tiempo de Jesús eran gente sin duda admirables por su fidelidad a los mandatos de la Ley. Y Jesús, no les reprocha «lo que hacen bien», sino su «manera de hacerlo». Ellos hacían lo que la Ley mandaba, pero con intención de dar lecciones a los demás.

Y hoy también hay fariseos…, e incluso hay «un fariseo» en cada uno de nosotros»…

Por eso también nosotros, tenemos que poner en práctica los consejos de Jesús: hacer gestos de caridad verdadera que nadie reconocerá, y que procuraremos olvidar…, rezar en un lugares retirados en los que nadie pueda ser testigo del tiempo que pasamos en oración…, sacrificar algunos gustos, sin que nadie pueda darse cuenta ni adivinarlo.

Nuestro Dios, es un Padre, que está atento a todos esos pequeños regalos, que nosotros le hacemos, y recompensa todos aquellos gestos nuestros que los hombres no ven.

Hoy vamos a pedirle a María, poder hacer vida los consejos que Jesús nos da en este evangelio.