Lectio Divina – Viernes después de Ceniza

Jesús como camino de felicidad auténtica

Oración inicial:

Haz que descienda en mi entendimiento el espíritu de verdad, para que me guie por el camino de la salvación, hoy al acercarme a tu palabra, quiero que me hables como en el Antiguo Testamento a Moisés, que en tu silencio encuentre tu palabra. Amén.

Lectura. Mateo capítulo 9, versículos 14 al 15:

Los discípulos de Juan fueron a ver a Jesús y le preguntaron: “¿Por qué tus discípulos no ayunan, mientras nosotros y los fariseos sí ayunamos?” Jesús les respondió: “¿Cómo pueden llevar luto los amigos del esposo, mientras él está con ellos? Pero ya vendrán días en que le quitarán al esposo, y entonces sí ayunarán”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

Mateo responde a la situación que vivía su comunidad mostrando que Jesús es el Mesías, explicando que la Iglesia ha heredado la misión de Israel, e invitando a los cristianos a vivir según las enseñanzas de Jesús.

Las comparaciones con que Jesús responde a los enviados de Juan subrayan el comienzo de una situación nueva (reino) que es incompatible con lo viejo (judaísmo). Lo nuevo rompe los estrechos moldes de lo viejo.

Recordemos que Jesús todavía no hace la elección de sus apóstoles, es por esos que algunos discípulos de Juan el Bautista eran: Pedro y Juan.

Meditación:

A un observador de las cosas de este mundo parecería que el hombre debe esperar a llegar al Cielo para tener una vida sin preocupaciones. Si hay carestía de algo en el mundo, no es precisamente de preocupaciones. El que tiene hijos se preocupa por ellos, quien tiene ancianos a su cuidado se preocupa por ellos. El empresario se preocupa porque su empresa vaya adelante, el ama de casa se preocupa de que su hogar esté en orden y dispuesto, el estudiante se preocupa por aprobar sus exámenes. Todos tenemos nuestra ración cotidiana de preocupaciones.

Algunas sin embargo son muy pesadas, y nadie puede negar su importancia. Son enfermedades o situaciones familiares y sociales de muy difícil solución. El evangelio de hoy nos presenta un aspecto de la figura de Cristo que debe llenar deesperanza los corazones atribulados. Cristo como aquel que “tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras iniquidades”. Esto puede parecernos simple palabrería, pues el que tiene problemas no siempre encuentra una solución a ellos en la oración. Y surge la tentación de pensar que a Cristo le son indiferentes nuestras preocupaciones. Sin embargo, es cierto que Cristo vino a cargar con nuestras flaquezas.

Tal vez no como nosotros lo esperamos, pero seguro que sí como Él quiso entregarse. Porque lo que Cristo nos ofrece quizás no sea la solución material a nuestras dificultades, pero no cabe duda que nadie como Él tiene el bálsamo que cura nuestra alma, el remedio que calma nuestro espíritu, la palabra que pacifica nuestro corazón.

Oración:

Señor Jesús, hoy he descubierto que solo tú, puedes dar la alegría de mi vida, por eso te pido que nunca te alejes de mí y de mi familia, para así poder seguirte y ganar la eterna salvación que nos has prometido, también te pido que cuando este triste tú seas mi bastón para poderme levantar y no quedarme estancado, esto te lo pido con una firme fe, que he puesto en ti. Todo esto te lo pido tú que vives y reinas en la Unidad del padre y del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

Contemplación:

El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer el hombre hacia sí y solo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar.

Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha, Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, “un corazón recto”, y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.

Él anuncia la buena noticia del Reino a los pobres y a los pecadores. Por esto, nosotros, como discípulos de Jesús y misioneros, queremos y debemos proclamar el Evangelio, que es Cristo mismo. Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas.

Oración final:

Señor, dame el gozo y la generosidad en el sacrificio al saber que es el medio que me acerca a Ti. Tú te entregaste por mí hasta morir en la cruz para salvarme, yo, para corresponderte, quiero ayunar más de mí mismo y de mis cosas, no quiero escatimar nada para colaborar contigo en la salvación de los hombres mis hermanos.

Propósito:
Mortificar mi egoísmo haciendo, por amor, un acto de caridad con alguien cercano a mí.

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Homilía – Viernes después de Ceniza

Las lecturas de hoy, viernes de Ceniza, dos días después del comienzo de la Cuaresma nos hablan del ayuno como preparación para la Pascua, en la cual el cristiano debe resucitar a una vida más íntima con Cristo.

En la primera lectura, el profeta Isaías nos revela que el ayuno que agrada al Señor no es aquel que consiste en nada más que doblar la cabeza, sino el que rompe las cadenas injustas, desata las amarras del yugo, comparte el pan con el hambriento, viste al desnudo y ayuda al hermano.

La penitencia que enseña la Iglesia en este tiempo de Cuaresma significa un cambio profundo de corazón, bajo el influjo de la Palabra de Dios y en la perspectiva del Reino. La penitencia es el esfuerzo concreto y cotidiano del hombre para perder la propia vida por Cristo como único modo de ganarla…; para despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo…; para elevarse continuamente de las cosas de abajo a las de arriba donde está Cristo.

El evangelio de hoy, San Mateo narra que los discípulos de Juan el Bautista preguntan a Jesús ¿por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo, y en cambio, tus discípulos no ayunan?

El ayuno era en el Antiguo testamento una muestra del espíritu de penitencia que Dios pide al hombre como signo de amor y abandono al Señor.

Juan el Bautista enseñó a sus discípulos la importancia y la necesidad de la práctica de la penitencia. Pero Jesús sale en defensa de los suyos: ¿Acaso los amigos del esposo pueden andar afligidos mientras el esposo está con ellos?. El esposo, es el mismo Dios que manifiesta su amor a los hombres.

Jesús declara aquí, una vez más su divinidad y llama a sus discípulos, los amigos del esposo, sus amigos.

Están con El y no necesitan ayunar. Sin embargo, cuando les sea arrebatado el esposo, entonces ayunarán. Cuando Jesús no esté visiblemente presente, será necesaria la penitencia para verle con los ojos del alma.

Todo el sentido penitencial del Antiguo Testamento no era más que una sombra de lo que había de venir. La Iglesia en los primeros tiempos conservó en las prácticas de penitencia el espíritu definido por Jesús. Los Hechos de los Apóstoles presentan las celebraciones del culto acompañadas por el ayuno. San Pablo lo predica repetidamente a sus discípulos.

Demos a este tiempo de Cuaresma un sentido de conversión que se ponga de manifiesto en nuestra oración y en nuestras obras, como preparación para la Pascua de Resurrección.

Comentario – Viernes después de Ceniza

Mateo 9, 14-15

Puede resultar sorprendente la actitud de Jesús ante el ayuno. Parece como si no le diera importancia. En efecto, el estilo de vida que Jesús enseña es sobre todo estilo de alegría: se compara a sí mismo con el novio, y esto nos recuerda espontáneamente la fiesta y no precisamente el ayuno.

Pero también anuncia Jesús que «se llevarán al novio y entonces ayunarán».

a) Tampoco nosotros tenemos que conformarnos con un ayuno -o con unas prácticas cuaresmales- meramente externos. Sería muy superficial que quedáramos satisfechos por haber cumplido todo lo que está mandado en la Cuaresma -colores de los vestidos litúrgicos, cantos, supresión del aleluya, las pequeñas privaciones de alimentos- y no profundizáramos en lo más importante, de lo que todo los ritos exteriores quieren ser signo y recordatorio.

El ayuno, por ejemplo, debería conducir a una apertura mayor para con los demás. Ayunar para poder dar a los más pobres. Si la falta de caridad continúa, si la injusticia está presente en nuestro modo de actuar con los demás, poco puede agradar a Dios nuestro ayuno y nuestra Cuaresma. ¿Nos podremos quejar, como los judíos del tiempo de Isaías, de que Dios no nos escucha? Será mejor que no lo hagamos, porque oiríamos su contraataque como lo oyeron ellos por boca del profeta.

La lista de «obras de misericordia» que recuerda Isaías tiene plena actualidad para nosotros: el ayuno cuaresmal debe ir unido a la caridad, a la justicia, a la ayuda concreta a los más marginados, a la amnistía concedida a los que tenemos «secuestrados». Todavía más en concreto: «no cerrarte a tu propia carne», o sea, a los miembros de nuestra familia, de nuestra comunidad, que son a los que más nos cuesta aceptar, porque están más cerca.

b) Nuestro ayuno cuaresmal no es signo de tristeza. Tenemos al Novio entre nosotros: el Señor Resucitado, en quien creemos, a quien seguimos, a quien recibimos en cada Eucaristía, a quien festejamos gozosamente en cada Pascua. Nuestra vida cristiana debe estar claramente teñida de alegría, de visión positiva y pascual de los acontecimientos y de las personas. Porque estamos con Jesús, el Novio.

Pero a la vez esta presencia no es transparente del todo. A Cristo Jesús no le vemos. Aunque está presente, sólo lo experimentamos sacramentalmente. Está y no está: ya hace tiempo que vino y sin embargo seguimos diciendo «ven, Señor Jesús». Y la presencia del Resucitado tiene también sus exigencias. Las muchachas que esperaban al Novio tenían la obligación de mantener sus lámparas provistas de aceite, y los invitados al banquete de bodas, de ir vestidos como requería la ocasión.

Por eso tiene sentido el ayuno. Un ayuno de preparación, de reorientación continuada de nuestra vida. Un ayuno que significa relativizar muchas cosas secundarias para no distraernos. Un ayuno serio, aunque no triste.

Nos viene bien a todos ayunar: privarnos voluntariamente de algo lícito pero no necesario, válido pero relativo. Eso nos puede abrir más a Dios, a la Pascua de Jesús, y también a la caridad con los demás. Porque ayunar es ejercitar el autocontrol, no centrarnos en nosotros mismos, relativizar nuestras apetencias para dar mayor cabida en nuestra existencia a Dios y al prójimo.

Como dice el III prefacio de Cuaresma: «con nuestras privaciones voluntarias (las prácticas cuaresmales) nos enseñas a reconocer y agradecer tus dones (apertura a Dios), a dominar nuestro afán de suficiencia (autocontrol) y a repartir nuestros bienes con los necesitados, imitando así tu generosidad (caridad con el prójimo)».

Muchos ayunan por prescripción médica, para guardar la línea o evitar el colesterol y las grasas excesivas. Los cristianos somos invitados, como signo de nuestra conversión pascual, a ejercitar alguna clase de ayuno en esta Cuaresma para aligerar nuestro espíritu (y también nuestro cuerpo), para no quedar embotados con tantas cosas, para sintonizar mejor con ese Cristo que camina hacia la cruz y también con tantas personas que no tienen lo suficiente para vivir dignamente.

El ayuno nos hace más libres. Nos ofrece la ocasión de poder decir «no» a la sociedad de consumo en que estamos sumergidos y que continuamente nos invita a más y más gastos para satisfacer necesidades que nos creamos nosotros mismos.

No es un ayuno autosuficiente y meramente de fachada. No es un ayuno triste. Pero sí debe ser un ayuno significativo: saberse negar algo a sí mismo, en el terreno de la comida y en otros parecidos, como signo de que queremos ayunar sobre todo de egoísmo, de sensualidad, de apetencias de poder y orgullo. «Tome su cruz cada día y sígame». No hace falta que vayamos buscando cruces raras: la vida de cada día ya nos ofrece ocasiones de practicar este ayuno y este «via crucis» hacia la Pascua.

«Confírmanos, Señor, en el espíritu de penitencia con que hemos empezado la Cuaresma» (oración)

«El ayuno que yo quiero es éste: partir tu pan con el hambriento» (lª lectura)

«Yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado» (salmo)

«Señor, enséñame tus caminos e instrúyeme en tus sendas» (comunión)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 2

Pregón de Cuaresma

Los que hemos sido bautizados,
los que hemos acogido la revelación del Dios vivo,
los que hemos descubierto que somos sus hijos,
los que seguimos escuchando la voz del Espíritu,
¡adentrémonos en el desierto sin miedo
y caminemos con paso ligero!

Cuaresma es ese tiempo de preparación e inicio,
tiempo para vivirlo en camino,
sin instalarse, sin retenerlo, sin lamento,
con la esperanza siempre mantenida
y la mirada fija en otro tiempo, la Pascua,
que siendo tiempo de paso es definitivo.

Entremos en Cuaresma convencidos,
listos para el combate, ligeros de equipaje,
con mente despejada, calzado apropiado,
entrañas llenas de ternura y misericordia
y mucha paciencia con nosotros mismos…
¡Bien equipados en cuerpo y espíritu!

Dejémonos mecer por la brisa del Espíritu;
pongamos nuestro corazón en sintonía
con los latidos de Dios y el grito de los afligidos,
desprendámonos de todo lo accesorio,
bebamos en los manantiales de la vida
y no nos dejemos engañar por los espejismos del desierto.

Bajemos del monte a los caminos de la vida,
no nos acomodemos en las alturas,
descendamos sin miedo y llenos de misterio,
y vayamos al encuentro de quienes andan perdidos
y necesitan salud y consuelo.
¡No profanemos los templos de Dios vivos!

Acudamos a los pozos de agua fresca de nuestra tierra
y, como aquella mujer samaritana,
dialoguemos con quien nos pide e interroga
aunque no sea de nuestra cultura, fe y cuerda.
¡Quizá así conozcamos el don de Dios:
cómo nos ama, busca, sueña y espera!

No miremos nuestra ceguera y vida rota
como consecuencia y castigo de nuestra historia.
Él no viene para que todo siga tal como está
sino para ofrecernos la novedad de Dios y su amistad,
para abrirnos los ojos, cambiarnos por dentro
y deshacer tantos e insoportables montajes y miedos.

En Cuaresma, y en todo tiempo, los cristianos
estamos amenazados no de muerte sino de vida,
aunque seamos unos parias o unos lázaros cualquiera.
Vivamos en paz y sin atormentarnos
a pasar de los afanes de la vida y de la historia,
pues Él pasa junto a nosotros, nos ama y cura.

Los que hemos sido bautizados,
vivamos la Cuaresma bien despiertos,
caminando en fraternidad, sin miedo,
con fe, esperanza y amor sostenidos,
y fijos los ojos en Jesús Nazareno
que va junto a nosotros abriéndonos camino.

Florentino Ulibarri

Misa del domingo

El evangelista relata cómo después de recibir el bautismo por parte de Juan el Señor Jesús fue conducido o «llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo». La tentación en sentido amplio es una prueba. Tentar es someter a alguien a prueba, y de este modo quedará determinada su consistencia o inconsistencia. La tentación ciertamente busca encontrar en quien es sometido a la prueba una fisura, una debilidad, una fragilidad, con la intención de quebrar su fidelidad a Dios y a sus Planes. En el desierto el Señor Jesús, antes de iniciar su ministerio público, será sometido a esta durísima y exigente prueba por el Demonio mismo, el tentador por excelencia.

«Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre». Los cuarenta días de ayuno que el Señor pasó en el desierto remiten a los cuarenta años que Israel pasó en el desierto del Sinaí. También Israel experimentó la prueba en el desierto, una prueba que serviría para «conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos» (Dt 8,1ss).

No es extraño que el Señor no haya sentido hambre sino hasta el final. Cuando alguien inicia un ayuno el hambre desaparece pronto, para volver luego de muchos días con una intensidad inusitada. Este es un fenómeno que los médicos llaman gastrokenosis.

Es en esta situación de fragilidad y debilidad que aparece el tentador con la primera sugestión: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Por la fuerza del hambre la tentación de saciarla inmediatamente debe haber sido terrible.

La tentación se plantea como un desafío: «Si eres Hijo de Dios…». Jesús es verdaderamente Hijo de Dios. Satanás lo reta a demostrar su identidad realizando un milagro que sirva para calmar su hambre y quebrar el ayuno propuesto. Como muchas tentaciones, la sugestión invita a responder a una urgente necesidad o pasión inmediatamente, sin alargar más la espera. Es como si dijera: “¿Por qué esperar, si tienes el poder para saciar tu hambre en este mismo instante?” Mas el Señor responde: «Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”». Tanto a esta como a las sucesivas tentaciones responderá no con argumentos propios, sino citando la Escritura. La respuesta del Señor opone a la tentación una enseñanza divina, es cortante, y no da pie a ningún tipo de diálogo posterior. En este caso toma una cita del Deuteronomio: «no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Yahveh» (8,3). El Señor Jesús afirma que más importante que el pan o la demostración de su identidad por medio del milagro es la Palabra de Dios, su Ley, su Plan divino. Convertir milagrosamente piedras en pan para saciar su hambre sería dejar de confiar en Dios o en su Plan de dar el pan a su tiempo y a su manera. Con su respuesta el Señor Jesús afirma que su alimento, antes que el pan material, es hacer la voluntad del Padre y llevar a cabo su obra (ver Jn 4,34). Es al Padre a quien Él escucha y obedece, a nadie más.

La segunda tentación hace recordar las muchas ocasiones en que los israelitas pusieron a Dios a prueba en el desierto. No fueron pocas las veces en las que tentaron a Dios pidiendo una manifestación divina. Astutamente el Demonio se reviste en esta nueva tentación con un manto de autoridad divina haciendo uso de la Escritura, para confundir al Señor. Cita una promesa divina para invitar al Señor a tirarse del alero del Templo: «está escrito: “En¬cargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”» (Sal 90,11-12). Nuevamente está el desafío: “Si eres Hijo de Dios”, “demuestra lo que eres haciendo gala de tu poder, brindando un espectáculo ante nuestros ojos”. La respuesta nuevamente es tajante. El padre de la mentira no puede confundir al Señor con su retorcida y malintencionada interpretación bíblica. Él también echa mano de la Escritura para rechazar la tentación: «También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios” (Dt 6, 16)». Con ello alude al episodio del Deuteronomio en que Israel se encontraba sin agua en el desierto. Entonces se levantó una rebelión contra Moisés que en realidad era una rebelión contra Dios: «¿Está el Señor entre nosotros o no?» (Ex 17, 7). Jesús sabía que el Padre estaba con Él y vivía de esa confianza que no necesita pruebas. A nadie tenía que demostrarle que Dios estaba con Él. Arrojarse deliberadamente del alero del Templo para someter a Dios a una prueba hubiera significado una falta de confianza en Él.

La tercera tentación trae a la mente la caída de los israelitas en el culto idolátrico del becerro de oro, al pie del Monte Sinaí (ver Ex 32, 1-10). En esta ocasión el demonio lleva a Jesús a un lugar alto, le muestra todo el poder y la gloria del mundo y le dice: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras». El Señor Jesús rechaza la tentación tomando nuevamente un texto de la Escritura: «Al Señor, tu Dios, adora¬rás y a Él solo darás culto» (Dt 6, 13). En este caso no se niega a aceptar la plenitud del poder y de la gloria, pues en realidad a Él le pertenece y le está destinada (ver Mt 28,18). Pero se niega a recibirla de modo diverso al que ha determinado su Padre en sus amorosos designios reconciliadores, es decir, mediante la aceptación obediente de la muerte en Cruz (Flp 2, 8-9). Aceptar el poder mundano y la gloria vana ofrecida por Satanás sería dejar de confiar en que el Plan del Padre conduce a la verdadera gloria.

Las tres tentaciones del desierto fueron intentos de Satanás para lograr que el Señor Jesús abandonara su confianza en Dios y confiase tan sólo en sus propios planes, en sus propias fuerzas, en Satanás. En el desierto, Jesús vence al tentador por su confianza total y por su dependencia constante de Dios. Si el núcleo de toda tentación consiste en prescindir de Dios, el Señor Jesús manifiesta en que en su vida Dios tiene el primado absoluto.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

La primera gran lección del pasaje evangélico del Domingo es ésta: no podemos olvidar que tenemos un adversario invisible, el Diablo, que «ronda como león rugiente, buscando a quién devorar» (1Pe 5,8). De él enseñaba el Papa Pablo VI: «el mal que existe en el mundo es el resultado de la intervención en nosotros y en nuestra sociedad de un agente oscuro y enemigo, el Demonio. El mal no es ya sólo una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad, misteriosa y que causa miedo». Él busca tu ruina, y no descansa en su intento.

La segunda gran lección es ésta: es por medio de la tentación como el Demonio busca apartarnos de Dios, fuente de nuestra vida y felicidad. La tentación es una sugerencia a obrar en contra de lo que Dios enseña (verGén 3,3). Por la tentación el Diablo introduce en el corazón del hombre el veneno de la desconfianza en Dios, haciéndolo aparecer como enemigo de su felicidad y realización: “¿Cómo es posible que Dios te haya prohibido…?” (ver Gén 3,4). Al mismo tiempo la tentación aparece como confiable, y se hace tremendamente atractiva porque promete a la criatura humana “ser como dios”, es decir, alcanzar el poder, la gloria y la felicidad si en vez de Dios adora a otros “dioses”, a los ídolos del poseer-placer, del tener o del poder, o adorando incluso al mismo Satanás (ver Mt 4,9).

Cristo al ser tentado en el desierto nos enseña cómo podemos también nosotros desbaratar la fuerza seductora de las tentaciones: oponer a la sugestión del Maligno la enseñanza divina. A diferencia de Eva el Señor Jesús no entra en diálogo con el tentador buscando “aclararle” el malentendido (ver Gén 3,1ss). En vez de presentarle sus propios razonamientos, el Señor responde a cada una de las sugestiones del Diablo oponiendo la Palabra divina que Él ha acogido en su mente y corazón. Su método es contundente. No da pie a que la tentación siga avanzando. La enseñanza divina, la Palabra de Dios, se convierte ante la tentación en un escudo que permite detener y apagar los dardos encendidos del Maligno (ver Ef, 6,16). Sólo el criterio objetivo que ofrece la enseñanza divina nos libra del subjetivismo en el que busca enredarnos la tentación para llevarnos a optar finalmente por el mal, que por arte de la seducción del maligno el ingenuo termina viendo como un “bien para mí”: “¡serás como dios!”

En este sentido enseñaba Lorenzo Scupoli: «Las sentencias de la sagrada Escritura pronunciadas con la boca o con el corazón, como se debe, tienen virtud y fuerza maravillosa para ayudarnos en este santo ejercicio, por esta causa conviene que tengas muchas en la memoria, que se ordenen a la virtud que desees adquirir, y que las repitas muchas veces al día, particularmente cuando se excita y mueve la pasión contraria. Como por ejemplo, si deseas adquirir la virtud de la paciencia, podrás servirte de las palabras siguientes o de otras semejantes: “Más vale el hombre paciente que el héroe, el dueño de sí que el conquistador de ciudades” (Prov 16,32)».

Al mirar a Cristo entendemos que las enseñanzas divinas son armas necesarias para luchar y vencer en el combate espiritual. Quien se nutre «de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Dt8,3; Mt 4,4), quien la medita y guarda haciendo de ella su norma de vida, se reviste de las «armas de Dios» (ver Ef 6,11.13) necesarias para vencer al Maligno y sus astutas tentaciones.

Por otro lado, para no dejarnos engañar por el Maligno es necesario habituarnos a examinar todo pensamiento que viene a nuestra mente, aprender a discernir bien es esencial, pues como escribe San Juan: «no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo» (1Jn 4,1; ver Lam 3,40).

No toda “idea mía” es necesariamente “mía”, ni es necesariamente buena por ser mía, y aunque tenga la apariencia de buena, me puede conducir al mal, apartándome de Dios, haciéndome daño a mí mismo y a otros. Por ello es bueno desconfiar sanamente de nosotros mismos, de nuestros propios juicios y criterios, mantener siempre una sana actitud crítica frente a nuestros propios pensamientos. Un criterio muy sencillo para este discernimiento de espíritus es éste: “si esto que se me viene a la mente me aparta de lo que Dios me enseña, no viene de Dios, por tanto, debo rechazarlo de inmediato; pero si objetivamente me acerca a Dios, entonces viene de Dios y debo actuar en esa línea”.

Así, en vez de actuar porque “se me ocurre”, o “porque me gusta/disgusta”, o “porque así soy yo”, o por dejarme llevar por un fuerte impulso pasional o inclinación interior, hemos de actuar de acuerdo a lo que Dios nos enseña.

Comentario – Viernes después de Ceniza

Hoy le toca el turno al ayuno. De las tres propuestas que la Palabra de Dios nos hacía para vivir con intensidad la Cuaresma, nos centramos este primer viernes de Cuaresma en ésta. Podríamos generalizar un poco y aplicar lo que las lecturas nos dicen al esfuerzo ascético, a los sacrificios. El Evangelio recoge la queja que los judíos “observantes” plantearon a Jesús. Al parecer, sus discípulos no hacían ayuno, lo que les convertía en sospechosos de ser poco observantes para los fariseos y judíos cumplidores de la Ley. Hoy, igual que entonces, a veces juzgamos a otros sólo por las apariencias. Jesús, que siempre mira el corazón, sabía bien de las renuncias y sacrificios que aquellos discípulos habían hecho por seguirle. Lo habían dejado todo por Él y por su causa, el amor, en especial a los que más sufrían. Ese es el verdadero sacrificio que Dios quiere: la entrega de nuestra vida por Jesús y por su causa. Por eso, ¿qué importancia podía tener para ellos el ayuno, cuando habían dejado ya todo por amor a Jesús?: “¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos?”. El ayuno cristiano sólo tiene sentido si se hace por amor: como un gesto de amor que te une a Jesús en la Cruz, dando su vida por todos; y como un gesto de amor que te une a tantos crucificados de hoy en cuyos sufrimientos Cristo sigue padeciendo y muriendo.

¿No tienen valor entonces la ascesis, el sacrificio, el ayuno? Claro que lo tienen, pero sólo si son expresión de amor. Sólo si nacen del amor y nos llevan a amar más. Pobres de nosotros sí nos empeñamos en sacrificarnos sólo porque nos lo mandan así (porque lo manda la ley), o porque así voy a ser “mejor” que otros. “El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne”. Sólo cuando van unidos al amor el sufrimiento, la renuncia o el sacrificio tienen sentido: cuando nacen de tu amor a los que más sufren, a quienes quieres entregar tu vida, y de tu amor a Aquél que entregó la suya en la Cruz para salvarnos. Así, tu sacrificio, que nace del amor, se convertirá en energía y fuerza que te impulsará a amar cada vez más. Y esto se aplica a todo en el campo de la ascesis: desde el pequeño sacrificio del ayuno de un viernes o de dejar de fumar (sacrificio no tan pequeño, por cierto, que mucho es lo que cuesta) hasta la entrega completa de toda tu vida.

Cuando decidas a qué renuncias en esta Cuaresma como gesto de sacrificio, o qué pequeños o grandes sufrimientos que ya te está dando la vida vas a asumir y aceptar con buena cara, plantéate sobre todo hacerlo por amor a Jesús y por amor a los que más sufren. Que sea un medio para amar más. Ese es “el ayuno que Dios quiere”.

Ciudad Redonda

Meditación – Viernes después de Ceniza

Hoy es viernes después de Ceniza.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 9, 14-15):

En aquel tiempo, los discípulos de Juan se le acercan a Jesús, preguntándole:

«¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?».
Jesús les dijo:
«¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán».

Nos parece que se han puesto de acuerdo el profeta y el evangelista en una cosa: que el Señor está con nosotros y que no es algo inconveniente mostrarnos alegres y confiados.

La teóloga Dolores Aleixandre nos sugiere aprender a vivir en esta nueva “escuela de danzantes” que es la Cuaresma, agradecidos al Señor que nos ha devuelto la alegría de la salvación (Sal 50, 12) que nos ha cambiado nuestro mortificante sayal por un vestido de fiesta, poniendo fin a nuestro aburrido luto (Sal 30, 12). Termino con sus alentadoras palabras, palabras que nos animan a vivir una Cuaresma diferente: 

Vivir la Cuaresma desde la insistencia en nuestra necesidad de conversión como única “banda sonora”, puede tener el efecto contrario de lo que pretende y convertirnos (mira por dónde…) en gente frustrada por no alcanzar tan altas metas de perfección o, siguiendo la metáfora de la danza, agarrotados tímidamente en un rincón de la sala de baile, torpes de pies y duros de oído para captar la música que intenta seducirnos con su ritmo, incapaces de aventurarnos en un movimiento que no sabemos dónde puede conducirnos.

¿Bailamos?

Dña. Micaela Bunes Portillo OP

Liturgia – Viernes después de Ceniza

VIERNES DESPUÉS DE CENIZA, feria

Misa de la feria (morado)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio Cuaresma.

Leccionario: Vol. II

            La Cuaresma: Ayunar mientras se espera al Señor.

  • Is 58, 1-9a. Este es el ayuno que yo quiero.
  • Sal 50. Un corazón quebrantado y humillado, oh, Dios, tú no lo desprecias.
  • Mt 9, 14-15. Cuando les sea arrebatado el esposo, entonces ayunarán.

Antífona de entrada          Sal 29, 11
Escucha, Señor, y ten piedad de mí; Señor, socórreme.

Monición de entrada y acto penitencial
En el Evangelio de hoy los discípulos de Juan, que ayunaban, preguntan a los discípulos de Jesús por qué no ayunan. En otros pasajes del Evangelio, Jesús da una respuesta semejante a la del profeta Isaías, pero en este pasaje de hoy Jesús dice que sus discípulos no ayunan porque él ha venido y está con sus discípulos; éstos deberían regocijarse más que ayunar.

  • Señor, ten misericordia de nosotros.
    — Porque hemos pecado contra Ti.
  • Muéstranos, Señor, tu misericordia.
    — Y danos tu salvación.

Oración colecta
TE pedimos, Señor, continuar
las obras de penitencia
que hemos comenzado con tu benevolencia,
para que la práctica que observamos externamente,
vaya acompañada de la sinceridad de corazón.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Reflexión
La inesperada vocación al apostolado del “desprestigiado” Mateo (Cfr. Mt 9, 9-13), va seguida de la pregunta de los discípulos del Bautista sobre el «ayuno». Ellos, austeros como su maestro, reciben de Jesús una respuesta por demás desconcertante. La vida terrena de Jesús equivale a una «fiesta de bodas», y la práctica del ayuno no “embona” bien con ellas. Llegará un tiempo –el que luego será conocido como “tiempo de la Iglesia”– cuando Él ya no estará visiblemente presente entre los suyos. Entonces sí habrá muchas razones para ayunar.

Oración de los fieles
Oremos a Dios Padre. Él está cerca de nosotros y nos responde.

1.- -Por la Iglesia y por todos sus miembros, para que nos preocupemos seriamente de que nadie sea pisoteado o explotado, roguemos al Señor.

2.- Por los líderes de las naciones, para que lleven justicia a sus pueblos y se cuiden especialmente de los más pobres, roguemos al Señor.

3.- Por todos nosotros, para que tengamos ojos, oídos y corazón para amar a la gente en necesidad y a los que tratan de ocultar que están angustiados y golpeados por la pobreza, roguemos al Señor.

Dios, Padre misericordioso, a ti clamamos, respóndenos por tu inmensa compasión, borra nuestras culpas. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
TE ofrecemos, Señor,
el sacrificio de nuestra observancia cuaresmal,
que vuelva más aceptables a ti nuestros corazones
y nos haga más diligentes en la penitencia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio de Cuaresma

Antífona de comunión          Cf. Sal 24, 4
Señor, enséñanos tus caminos, instrúyenos en tus sendas.

Oración después de la comunión
TE pedimos, Dios todopoderoso,
que la participación en este sacramento
nos purifique de todo pecado
y nos disponga a recibir los auxilios de tu bondad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo
DIOS de misericordia, que tu pueblo
dé continuamente gracias por tus maravillas
y, teniendo presentes, mientras peregrina, los antiguos preceptos,
merezca llegar a contemplarte eternamente.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

San Roberto Southwell

Padeció martirio en el año 1595. Juntamente con él recordamos a veinte sacerdotes jesuitas más, todos ellos ingleses, quienes sufrieron idéntica muerte entre los años 1594 y 1679.

Roberto, nació en 1561 en Norfolk, en el seno de una familia noble y rica. enviado a Francia, estudió en Douai y luego en París. Ingreso en Roma en la Compañía de Jesús. En 1586, ya ordenado sacerdote, regresó a su país.

Conocía los peligros a los que lo exponía su predicación en Inglaterra, por lo cual cambiaba constantemente de lugar y muchas veces tuvo que disfrazarse para escapar a los esbirros de la reina. Durante dos años estuvo escondido en casa de la condesa Ana de Arundel, dama católica, y salía de su escondite por la noche para continuar con su apostolado. En el palacio de sus benefactores instaló una imprenta clandestina, con la cual editó artículos y poesías a fin de llevar algún aliento espiritual a los católicos.

Finalmente, se hallaba en casa de la familia Bellamy, ejerciendo su ministerio, cuando lo delataron a las autoridades.

Fue llevado a prisión. El proceso se inició el 20 de febrero de 1595. Enorme cantidad de público se había congregado en las inmediaciones del tribunal. Fue acusado de ser sacerdote jesuita y haberse levantado en rebelión contra la reina.

El padre Southwell confesó pertenecer a la compañía de Jesús, dando gracias a Dios por ello; pero negó todo intento de rebeldía contra la soberana. Sólo quería servir a Dios y a las almas.

La acusación se centró entonces en el verdadero motivo: el padre Southvell obedecía antes al papa que a la reina. El acusado respondió que no negaba acatamiento a la reina en lo temporal. «Dad al César -dijo- lo que es de César y a Dios lo que es de Dios».

Ciego de cólera lo condenaron a muerte. «Gracias, señores -dijo el mártir- me habéis dado la mejor noticia».

Conducido al patíbulo, contempló sonriente la horca, y ya puesto en ella dirigió la palabra al público allí apiñado, reiterando su respeto a la reina y haciendo profesión de fe católica, «por la que -dijo- estoy dispuesto a morir mil veces».