¡Tentados a todo!

Hemos iniciado esta marcha, lenta y reflexiva, hacia la Semana Santa. Ojala sea en verdad un tiempo de tonificar y rehacer aún más nuestra amistad con el Señor.

1.- Estamos en un momento decisivo para la fe. Al igual que a Jesús, también a nosotros constantemente, desde muchos aleros del mundo, se nos invita a desertar. Al abandono. A la duda. Se nos enseña todo un mar de libertades, cuando en realidad, luego todo aquello se convierte en un fango de esclavitud.

Este primer domingo de la Santa Cuaresma nos hace caer en la cuenta de lo importantes que son los “espacios” de Dios en medio del mundo. No hace falta alejarse hasta el desierto más remoto para encontrarse cara a cara con Dios. Hoy, aquí, ahora, en este momento….dos grandes fuerzas, dentro de nosotros, están conviviendo. Están luchando. Es la fuerza del bien, que viene toda ella de Dios, y es la inclinación a lo fácil, que todos sabemos (cada uno en particular conoce) desde donde se nos insta a reverenciarlo aunque sea a costa de vender o nuestra conciencia o incluso nuestra dignidad de hijos de Dios.

Esta Iglesia, queridos amigos, es un inmenso desierto cuaresmal en cual nos podemos perder para estar a solas con Dios. Para poner a punto lo que somos, lo que tenemos y lo que soñamos ser. La cuaresma, y ese es su secreto, no es sino el grito de Dios en medio del mundo a través de Jesús. ¿Cómo perder de vista este aspecto? ¿Cómo puede ser posible que existan cristianos que han dejado desertizar su existencia por no haber acudido al oasis de la fe y del amor de Dios?

2. – No hay día, y todos somos testigos de ello, en que no asome una tentación por algo, de alguien y con algo. ¿Por qué será, que en cambio, no somos tentados a permanecer firmes en nuestro amor a Dios? ¿Dónde está nuestro amor primero? ¿Dónde hemos dejado a Dios?

¡Tentados a todo, menos a lo más importante! Y es así. Dios, siendo el centro de todo; del universo, de la tierra, del mar y del mismo hombre, es sometido una y otra vez al intento sistemático de alejarlo del mundo. Muchos, si pudieran, lo llevarían precisamente… a un desierto. A un paraje donde, por falta del alimento de sus adoradores, cayese en el olvido o en las garras de la misma muerte. ¡Pero no! Dios ha elegido la respuesta a tanta ingratitud. Y el Dios, que desde nuestros primeros padres nos regaló el don de la vida, vuelve a pensar en una de las suyas: mi Hijo vencerá al odio, a la muerte, a la incredulidad, a la mentira y a todo lo que se interponga entre el hombre y yo.

3.- Y para ello ha nacido Jesús. Por cumplir esa voluntad magnánima de Dios, Jesús, subirá al madero. Para que aprendamos que, si situamos a Dios en el centro, nunca nos faltará nada. Pero que si, por el contrario, lo colocamos como “jugador defensa” perderemos, no solamente el primer partido de nuestra existencia sino que, además, pondremos en peligro aquel otro segundo de la eternidad.

Hermanos. Iniciemos con seriedad, oración, eucaristía, compromiso y con convencimiento, con valentía y con austeridad, con orgullo y con temperamento este tiempo cuaresmal.

Integrémonos con Cristo en estos 40 días y, ya veréis como al final, todo esfuerzo merece la pena y todo trabajo dará su fruto: una Pascua santa y buena.

4.- ¡APARTAME, SEÑOR!

Quiero jugar en terreno limpio y sin piedra
Recorrer aquellos caminos que no conducen a peligro alguno
Disfrutar de aquellos valles que no sean excesivamente profundos
Más, Tú, Señor, con o sin mi permiso, te lo digo:
¡APARTAME, SEÑOR!

No me dejes en la tentación de lo fácil
No dejes que, mi vida, sea un trayecto de mínimos
No permitas que, ante las dificultades,
me repliegue por cobardía, el qué dirán o vergüenza.
¡APARTAME, SEÑOR!

Porque Tú lo sabes, aspiro a tener
aunque mil veces te diga que lo importante es “ser”
Porque disfruto recibiendo más que ofreciendo
Porque, el ser perdonado, siempre me resulta
más gratificante y hasta menos duro ante los ojos de los demás
que, ir por ahí, yo perdonando.
¡APARTAME, SEÑOR!

Llévame a un lugar donde pueda estar conmigo mismo
Donde Tú puedas habitar conmigo
En el que, cara a cara, puedas colocar a Dios
con la misma fuerza, que Tú lo tienes clavado en tu corazón.
¡APARTAME, SEÑOR!

Porque tengo miedo a dejarme llevar
por la corriente del “todo vale”
Porque tengo miedo a perder de vista
el horizonte la bandera de la Pascua ondea
Porque, simplemente Señor,
pocos me hablan de Ti…y muchos dicen no conocerte
¡APARTAME, Y LLEVAME A TI, SEÑOR!

Javier Leoz

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Lectio Divina – Sábado después de Ceniza

Cristo como enviado a sanar a los pecadores

Oración inicial:

Hoy al contemplar tu palabra, quiero que me guíes para saber lo que te es grato a tus ojos, para poder hacer tu divina voluntad, aclara en mí toda duda, para poder seguir tus caminos gloriosos y tomar lo que es bueno y rechazar lo que te es malo. Amén.

Lectura. Lucas capítulo 5, versículos 27 al 32:

Vio Jesús a un publicano, llamado Leví (Mateo), sentado en su despacho de recaudador de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.

Leví ofreció en su casa un gran banquete en honor de Jesús, y estaban a la mesa, con ellos, un gran número de publicanos y otras personas. Los fariseos y los escribas criticaban por eso a los discípulos, diciéndoles: “¿Por qué comen y beben con publicanos y pecadores?” Jesús les respondió: “No son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

Lucas intentó responder a una situación que la comunidad necesitaba de conversión y lo hiso mediante el mensaje de Jesús en su vida cotidiana y convivencia con sus discípulos.
Lucas hace ver el alcance universal de la salvación divina, mediante la persona de Cristo.
Leví es un recaudador de impuestos, y a estos el pueblo judío los veía como traicioneros, ya que trabajaban para el imperio romano que los tenía sometidos a sus leyes. También la mayoría de las veces se aprovechaban de su cargo para poder sacar más dinero para ellos mismos.

Meditación:

La cuaresma es un tiempo precioso, para enderezar nuestra vida hacia Dios. Todos de alguna u otra manera le hemos negado algo a Dios. El tiempo de cuaresma nos ayuda a responder con alegría y prontitud, como Mateo, a la llamada a la santidad que Dios nos hace.

La santidad, es algo que Dios quiere para todos, no solo los consagrados a Él deben ser santos. Dios sigue invitando cada día a responder generosamente a su llamado de amarle sobre todas las cosas. Aprovechemos este tiempo, para enfocar nuestra vida hacia Él, tomándonos de su mano misericordiosa.

Oración:

Señor hazme descubrir que lo importante en mi vida eres tú, porque si te sigo a ti, podré seguir toda tu voluntad. Afianza mi entendimiento y mi voluntad para poder hacer lo que es bueno ante tus ojos, haz que siga el camino de la verdad para que me pueda confortar en tu regazo. Todo esto de lo pido tú que vives y reinas en la unidad del Padre y del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

Contemplación:

Catecismo de la Iglesia Católica numeral 1264: No obstante, en el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales del pecado, como los sufrimientos, la enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes a la vida como las debilidades de carácter, etc., así como una inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia o metafóricamente fomes peccati: La concupiscencia, dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes bien “el que legítimamente luche, será coronado”.

Documento de Aparecida, numeral 32: Con la mirada de la fe el rostro humillado de tantos hombre y mujeres de nuestros pueblos y, al mismo tiempo, su vocación a la libertad de los hijos de Dios, a la pena realización de su dignidad personal y la fraternidad entre todos.

Oración final:

Jesús mío, gracias por acercarte a mí, que tantas veces te fallo; abre mi corazón y llénalo de tu amor. Que en esta cuaresma haga la experiencia de tu amor, que te llevó a cargar la cruz por mí. Que tu sangre, me mueva a amarte más, a ponerte en el centro de mi vida. Y que cada día responda un “sí” generoso a seguir tu Voluntad.

Propósito:

Haré una visita a Cristo Eucaristía, renovándole mi amor sobre todas las cosas.

Homilía – Sábado después de Ceniza

En este sábado después de ceniza, apenas comenzado el tiempo de cuaresma, el Señor nos llama a cada uno de nosotros a convertirnos y seguirlo.

El Evangelio recuerda el momento en que el Señor «llama» a Leví-Mateo y le dice: «Sígueme».

Y Mateo: se levanta, lo deja todo y sigue a Jesús.

Y para celebrar su conversión, ofrece un gran banquete.

«Conversión» y «alegría».                             

«Ese» es también el tema de Isaías en la primera lectura de la Misa de hoy. La Palabra de Dios, nos da hoy, sugerencias muy concretas que pueden ayudarnos en el esfuerzo que la cuaresma nos pide para convertirnos a Dios: poner suavidad y bondad en todas nuestras relaciones… estar atentos a los deseos de los demás… y a las necesidades imperiosas de muchos para hacerlos más felices…

Siguen las sugerencias para vivir nuestra cuaresma con la mirada fija en la Resurrección del Señor. Ahora la Palabra de Dios nos sugiere valorizar a fondo nuestros «domingos».

Para nosotros los cristianos, el domingo es el día del Señor. Y ese día debemos dedicar un tiempo a la Reflexión y a la oración, debemos olvidar un poco nuestras preocupaciones, nuestros asuntos- demasiado humanos-, para considerar los asuntos de Dios.

Entonces…, encontraremos la alegría.

Dios no quiere el «esfuerzo» y el «sacrificio» por sí mismos.

Dios quiere el sacrificio para el gozo y la alegría.

La cuaresma es tiempo de conversión, y esa conversión, lleva a renunciar, a dejarlo todo, como Mateo, pero con alegría –como lo hizo Mateo-.

Este pecador deja su vida anterior y sigue a Jesús.

Y esa conversión y ese renunciar a todo, le produce alegría. Por eso Mateo festeja su conversión con una fiesta. Y el Señor, asiste a esa fiesta, comparte y aprueba esa alegría de Mateo.

Por eso hoy vamos a renovar nuestro propósito de «convertirnos a Dios», de despojarnos de todo lo que nos separa de Él; para seguirlo y encontrar la «alegría» que sólo Él puede dar.

Comentario – Sábado después de Ceniza

­Lucas 5, 27-32

La llamada del publicano Mateo para el oficio de apóstol tiene tres perspectivas: Jesús que le llama, él que lo deja todo y le sigue, y los fariseos que murmuran.

Jesús se atreve a llamar como apóstol suyo nada menos que a un publicano: un recaudador de impuestos para los romanos, la potencia ocupante, una persona mal vista, un «pecador» en la concepción social de ese tiempo.

Mateo, por su parte, no lo duda. Lo deja todo, se levanta y le sigue. El voto de confianza que le ha dado Jesús no ha sido desperdiciado. Mateo será, no sólo apóstol, sino uno de los evangelistas: con su libro, que leemos tantas veces, ha anunciado la Buena Nueva de Jesús a generaciones y generaciones.

Pero los fariseos murmuran: «come y bebe con publicanos y pecadores». «Comer y beber con» es expresión de que se acepta a una persona. Estos fariseos se portan exactamente igual que el hermano mayor del hijo pródigo, que protestaba porque su padre le había perdonado tan fácilmente.

La lección de Jesús no se hace esperar: «no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan». «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos».

a) Lo que el profeta dice con respecto al sábado -hay que observarlo, pero con un estilo de vida que supone bastantes más cosas- se nos dice hoy a nosotros con respecto a la Cuaresma. No se trata sólo de unos pocos retoques exteriores en la liturgia o en el régimen de comida. Sino de un estilo nuevo de vida. En concreto, una actitud distinta en nuestra relación con el prójimo, que es el terreno donde más nos duele.

Lo que Isaías pedía a los creyentes hace dos mil quinientos años sigue siendo válido también hoy:

– desterrar los gestos amenazadores: palabras agresivas, caras agrias, manos levantadas contra el hermano;

– desterrar la maledicencia: no sólo la calumnia, sino el hablar mal de los demás propalando sus defectos o fallos;

– partir el pan con el que no tiene, saciar el estómago del indigente.

Tenemos múltiples ocasiones para ejercitar estas consignas en la vida de cada día. No vale protestar de las injusticias que se cometen en Yugoslavia o en Ruanda, o del hambre que pasan en Etiopia o en Haití, si nosotros mismos en casa, o en la comunidad, ejercemos sutilmente el racismo o la discriminación y nos inhibimos cuando vemos a alguien que necesita nuestra ayuda. ¿Qué cara ponemos a los que viven cerca de nosotros? ¿no cometemos injusticias con ellos? ¿les echamos una mano cuando hace falta? Sería mucho más cómodo que las lecturas de Cuaresma nos invitaran sólo a rezar más o a hacer alguna limosna extra. Pero nos piden actitudes de caridad fraterna, que cuestan mucho más.

b) Siguiendo el ejemplo de Jesús, que come en casa del publicano y le llama a ser su apóstol, hoy nos podemos preguntar cuál es nuestra actitud para con los demás: ¿la de Jesús, que cree en Mateo, aunque tenga el oficio que tiene, o la de los fariseos que, satisfechos de sí mismos, juzgan y condenan duramente a los demás, y no quieren mezclarse con los no perfectos, ni perdonan las faltas de los demás?

¿Somos de los que catalogan a las personas en «buenas» y «malas», naturalmente según nuestras medidas o según la mala prensa que puedan tener, y nos encerramos en nuestra condición de perfectos y santos? ¿damos un voto de confianza a los demás? ¿ayudamos a rehabilitarse a los que han caído, o nos mostramos intransigentes? ¿guardamos nuestra buena cara sólo para con los sanos, los simpáticos, los que no nos crean problemas?

Ojalá los que nos conocen nos pudieran llamar, como decía Isaías, «reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas». O sea, que sabemos poner aceite y quitar hierro en los momentos de tensión, interpretar bien, dirigir palabras amables y tender la mano al que lo necesita, y perdonar, y curar al enfermo…

Es un buen campo en el que trabajar durante esta Cuaresma. Haremos bien en pedirle al Señor con el salmo de hoy: «Señor, enséñame tus caminos».

«Mira compasivo nuestra debilidad» (oración)

«Cuando destierres de ti la maledicencia, brillará tu luz en las tinieblas» (la lectura)

«Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad» (salmo)

«Convertíos a mí de todo corazón, porque soy compasivo y misericordioso» (aclamación al evangelio)

«No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan» (evangelio

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 2

Drama en el desierto

“En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu, para ser tentado por el diablo Y allí permaneció ayunando durante cuarenta días con sus noches”. San Mateo, Cáp.4.

1.- Hombres tentados y también falibles. Lo comprueba nuestra diaria experiencia. El pesimista nos señalará encadenados al mal y rodeados además de demonios. El optimista resaltará, a la luz de la psicología y del progreso, nuestras capacidades de superación. Mientras tanto el cristiano nos mirará de forma serena y bondadosa, repitiendo aquella frase del papa Paulo VI: “Toda persona humana es capaz de lo mejor y de lo peor”. Pero tentados significa a la vez hombres libres, lo cual nos deferencia del mundo inanimado y de otras especies vivas. Así en toda ocasión podemos apostar por el bien, o por el mal. Y cuando escogemos lo primero – apoyados en Dios obviamente – añadimos a nuestra hoja de vida un punto de grandeza. Por el contrario, si no fuéramos libres, como dice un autor, si en todo momento y coyuntura estuviéramos determinados al bien, nuestro mundo sería “un maravilloso campo de concentración”.

2.- El Señor Jesús, quien tomó nuestra naturaleza, no como un disfraz, sino aceptando todas sus consecuencias, se nos muestra tentado antes de iniciar su vida pública. Pero en la realidad el Maestro sufrió la tentación durante toda su vida temporal. Es decir, cada día tuvo ante sí la posibilidad de ceñirse al plan de Dios, o de negarse a realizarlo. Los evangelistas lo cuentan de forma dramática. Jesús, en mitad del desierto, acosado por el demonio que lo invita: A convertir unas piedras en panes. A lanzarse desde el pináculo del templo, buscando ser aclamado por la gente. A adorar al espíritu del mal, a cambio de poseer toda la tierra. En otras palabras, a orientar su mesianismo de forma fácil y egoísta.

Sobre estas tentaciones del Señor se han extendido los comentaristas. Algunos defienden que este episodio ocurrió de forma real y visible. Otros, que fueron situaciones interiores que el Maestro comentaría luego a sus discípulos. Algunos más señalan que las comunidades cristianas plasmaron en este relato, de forma colorida, su fe en un Jesús plenamente hombre. El que no conoció pecado, pero que sí padeció la tentación.

3.- Los evangelistas presentan este drama de Cristo, de acuerdo al ambiente donde el Señor inició su tarea. Pero también cada cristiano pudiera escribir el relato de sus propias tentaciones. Las hemos vivido en distintos escenarios, con otros personajes, en relación con otros proyectos negativos. En la palestra del propio corazón, dos fuerzas contrarias se baten a duelo diariamente. Pero el hecho de ser tentado no es tan simple. No basta que el Maligno se nos acerque. Hay algo más que podemos calificar de misterioso y cuenta en el conflicto. Como quien dice, el ejército contrario tiene varios aliados dentro del castillo.

4.- Por lo tanto, no toda tentación viene de fuera. Las fuerzas negativas que nos rodean: Ambiente social, malos ejemplos, amigos desleales, pecados anteriores no tienen la culpa de todo. Cuando pecamos, somos nosotros en mayor o menos escala, los culpables. Pero san Pablo hace el balance de todo esto: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia». Y además: “Fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas”.

Gustavo Vélez, mxy

La ruta que nos conduce a la paz y a la alegría

1. – De barro.- Allá en los principios, cuando la tierra acababa de estrenarse, hundida aún en el silencio y en la soledad, sin nadie capaz de transformarla, de contemplarla y de cantarla. Entonces Dios creó al hombre. El libro sagrado nos relata con palabras sencillas, cargadas de poesía y de simbolismo, lo que ocurrió en aquellos instantes decisivos para la Historia. Dios, como alfarero que hunde sus dedos en el barro blando y rojizo. Como escultor que modela con mimo los perfiles de esa figura hecha a su imagen y semejanza, al hombre. Infundiéndole el soplo de su Espíritu, animando aquel cuerpo muerto, dándole vida, haciéndolo partícipe de su propio hálito vital.

Misterio del hombre. Barro y espíritu. Extraña mezcla de tierra fangosa y de cielo limpio. Ansias de eternidad y avidez por lo sensible, hambre de grandeza y deseos de lo material y caduco. Dos fuerzas en tensión continua. Hacia arriba, muy arriba. Y hacia abajo, muy abajo… Señor, compadécete de la obra de tus manos, corta esas amarras que nos frenan en nuestro vuelo vertical y ascendente de seres racionales. Sigue el relato con sus matices ingenuos y casi míticos, transmitiendo una verdad profunda con su ropaje de palabras sencillas al alcance de todos los hombres, también de aquellos que, con una mentalidad casi infantil, escucharon por vez primera cuanto ocurrió en el principio de la Historia. Pero a través de esas palabras se descubre entre líneas la presencia del maligno. Ese espíritu infernal, esa fuerza maléfica, ese demonio horrible que acecha y engaña con mentiras descaradas, con tentaciones que seducen y que arrastran.

Seréis como Dios. Y la mujer se lo creyó, y el hombre también. Cayeron en la trampa, quedando aprisionados en la miseria y en el dolor, en la angustia y en la muerte… Y el padre de la mentira, el diablo, sigue susurrando al oído del hombre sus palabras malditas, dulcemente envenenadas… Señor, haznos sordos a sus insinuaciones, ten compasión de tus hijos. Manda de nuevo a Miguel Arcángel para que venza a Luzbel, para que nos defienda en la lucha y nos ampare contra la perversidad y asechanzas del demonio. Reprime las fuerzas del infierno, que el Príncipe de la celestial milicia lance con el divino poder a Satanás y a los otros malignos enemigos que, para perdición de las almas, andan dispersos por el mundo.

2.- Dejarse llevar por el Espíritu El Espíritu Santo conduce a Jesús hasta el desierto, para que se retire a orar y ayunar, preparándose así para la vida pública. También entonces tuvo lugar la primera refriega con el enemigo por antonomasia, con Satanás. El Señor sigue las mociones del Espíritu, esos impulsos internos que le empujan suavemente hacia la lucha y la entrega. Aunque de modo diferente, también en nuestro interior actúa el Espíritu Santo, y trata de conducirnos por caminos de santidad. La pena es que con frecuencia nos resistimos y no secundamos su acción santificadora.

Ahora que se inicia la Cuaresma es buen tiempo para rectificar y seguir las indicaciones que el Espíritu Santo, por medio de la Iglesia y sus ministros, insinúa en nuestros corazones. Emprendamos otra vez la ruta que nos conduce a la paz y a la alegría, rompamos las ataduras de nuestras pasiones y pecados. Hagamos frente con energía a la tentación que, como en el caso de Cristo, nos viene de Satanás. Ese enemigo que no descansa en su afán por perdernos. Por tanto, ahora es tiempo propicio para romper con el demonio y esforzarnos, mediante la confesión sacramental, por purificar nuestras almas.

Cristo ha vencido al diablo. Las falacias y promesas mentirosas de Satanás fueron rebatidas con prontitud y con decisión por nuestro Señor Jesucristo. Apoyados en la gracia de Dios, que no nos ha da faltar, también nosotros venceremos a nuestro más encarnizado enemigo, a Lucifer. Entonces, como Jesús, hallaremos el consuelo y la paz, la satisfacción de nuestras ansiedades y deseos.

Por otra parte, aprendamos la gran lección que Jesús nos da en este pasaje sobre la verdadera índole de su mesianismo. En las tentaciones vemos cómo lo más importante no es lo material, ni siquiera lo más perentorio, como es el satisfacer el hambre, ni lo es el ser aplaudido por la gente, o poseer el poder y la gloria humana. Lo más importante está en vivir de la Palabra de Dios; en abandonarse y confiar en Él pero sin presunción; en adorarle y amarle con toda el alma. Él es, por tanto, un Mesías abnegado que busca antes la Palabra de Dios que el pan y el alimento, un Mesías que no quiere el triunfo temporal sino el espiritual, y que nos recuerda la grave obligación de adorar y servir tan sólo a Dios.

Antonio García Moreno

Desierto y tentación

1.- El desierto, lugar simbólico de prueba y encuentro con Dios. Jesús se retiró al desierto para orar y prepararse para su misión. La experiencia del desierto nos muestra la evidencia de la fragilidad de nuestra vida de fe. El desierto es carencia y prueba, nos abre a la realidad de nuestra pobreza. Pero también el desierto es lugar privilegiado de encuentro con Dios. Tenemos miedo a entrar en nuestro interior, sentimos pavor ante el silencio. No queremos arriesgarnos, pues puede surgir la prueba o la tentación….Sin embargo el exponerse a una prueba es lo que hace progresar al deportista o al estudiante.

2.- Las tentaciones de Jesús en el desierto son las nuestras.

– El hambre, que simboliza todas las reivindicaciones del cuerpo.

– La necesidad de seguridad, aunque sea al precio de perjudicar al prójimo.

– La sed de poder, el terrible instinto de dominación.

La diferencia entre las tentaciones de Jesús y las nuestras es que donde nosotros sucumbimos, El triunfó. Para vencer, Jesús se apoya en la Palabra de Dios tomada del Deuteronomio. Durante el Éxodo el pueblo de Israel fue también tentado y se olvidó fácilmente de que Dios estaba con él. Jesús rechaza las tentaciones con frases tomadas del Deuteronomio. También nosotros podemos apoyarnos en la Palabra de Dios para rechazar la tentación. No confundamos la tentación con el pecado, es decir con la caída. La tentación en sí no es buena ni mala. Jesús también fue tentado, pero salió airoso de la tentación. También nosotros podemos hacerlo, pero necesitamos la ayuda de Dios. Si por debilidad humana pecamos, seamos humildes y reconozcamos con el autor del Salmo 50: “Misericordia, Señor: hemos pecado”. Pidamos que Dios nos conceda un corazón puro y que sintamos de verdad la alegría de la salvación.

3.- Constatamos nuestra debilidad, pero también la ayuda de Dios. Desde el principio somos tentados y seducidos. Se multiplican las manzanas que nos engañan y corrompen: el poder, el tener, el placer. Hay una caída original, que nos lleva al pecado y la muerte. Todos pecaron, todos pecamos… La Buena Noticia es que Jesús también fue tentado y además nos enseñó a superar la tentación. Se hizo débil como nosotros para que seamos fuertes. Las tentaciones de Jesús se refieren a las actitudes mesiánicas, pues se le pide actuaciones gloriosas y triunfadoras. Pero Jesús reafirma su condición de Siervo. Nos salvará desde la Cruz. No todo es barro en nuestra naturaleza e historia. Hay también un soplo de espíritu. Y contamos sobre todo con la fuerza de la Palabra y el Espíritu. La Biblia abierta en el altar es un signo de que “nuestro alimento es la Palabra de Dios”, pues no sólo de pan vive el hombre.

José María Martín, OSA

El camino de la Cuaresma

1.- La vida es un camino hacia la Vida, el tiempo es un camino hacia la eternidad, la cuaresma es un camino hacia la Pascua. Pero ni la vida humana es un camino lineal y monótono, ni el tiempo es un camino reposado y llano, ni el año litúrgico es un camino incoloro. El año astronómico tiene estaciones y no es lo mismo la alegre primavera que el oscuro y frío invierno, o el caluroso y veraneante verano, o el melancólico y decadente otoño. También en el año litúrgico se suceden los colores y las estaciones: no es lo mismo el morado penitente del adviento y la cuaresma, que el blanco puro de la Navidad y la Pascua, o el rojo fuego de Pentecostés, o el verde esperanza del tiempo ordinario. La cuaresma, como tiempo de preparación para la Pascua de Resurrección, según nos encomienda la liturgia, debe ser un tiempo de preparación interior, de purificación del alma, hecha, sobre todo, a base de penitencia y conversión. El ayuno, la limosna, la penitencia cuaresmal, no son dietas para mejorar el cuerpo, sino para embellecer el alma. El camino de la cuaresma debe ser un camino que discurra siempre en relación con otros caminos, en relación con el Camino. Porque la vida misma es una sucesión de caminos: el camino de la infancia, el camino de la adolescencia, el camino de la edad adulta, el camino de la vejez. Lo importante es que, en cada tiempo, caminemos, hagamos el camino, en la dirección acertada, sin perder nunca de vista la única y verdadera dirección del Camino. Todos los caminos litúrgicos, incluido el de la cuaresma, deben caminar siempre en dirección hacia la única meta anhelada: hacia el encuentro con Cristo, que es el único y verdadero camino.

2.- Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Sí, la tentación está en la entraña del camino, en la estructura misma del mundo y de la carne. Dios nos ha hecho débiles y limitados, somos imperfectos desde que nacemos, en la entraña misma de nuestro ser hay como un pecado original que nos empuja hacia el mal. Es un mal que no queremos hacer, pero que, a veces, hacemos, o un bien que buscamos, pero que no siempre alcanzamos. Como le pasaba a San Pablo, según él mismo nos cuenta. El diablo del dinero, o el de la vanidad y el orgullo, o el de los placeres materiales, nos empuja siempre a la tentación. Dios, el Espíritu, nos ha puesto también a nosotros en el desierto de este mundo, para que luchemos y venzamos las tentaciones del diablo.

3 – No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. En la cultura en la que vivimos nosotros, los que escribimos estas reflexiones homiléticas, mucha gente muere por exceso de pan. El pan, el exceso de comida, engorda, afea y perjudica el cuerpo y, probablemente, también el alma. El piropo más bonito que le podemos decir a un joven o a una joven es decirles que no están gordos. Vivir sólo de pan, vivir sólo o principalmente para comer, es una manera de degradar nuestra naturaleza. Tenemos que saber escuchar las bonitas palabras que salen de la boca de Dios: bien, belleza, amor, trabajo, sobriedad, ilusión, entusiasmo, sensibilidad hacia el que no tiene pan. Porque, sí, hay espacios geográficos y culturas en los que mucha gente muere por falta de pan. En un lado se muere por exceso de pan y en otro lado se muere por falta de pan. Si los que nos sobra el pan ayunáramos un poco más, para que pudieran comer los que no tienen pan, el mundo sería más justo. La palabra que sale de la boca de Dios nos dice a nosotros que no engordemos tanto, para que otros no tengan que adelgazar demasiado.

-No tentarás al Señor, tu Dios. Tentamos demasiado al Señor con nuestra arrogancia, con un ingenuo exceso de confianza en nosotros mismos. Nos creemos dioses y pensamos que ya hemos descubierto los secretos del árbol de la vida y del árbol del conocimiento del bien y del mal. Seguimos tan ingenuos y tan pretenciosos como nuestros primeros padres y resulta que, cuando menos lo pensamos, nos encontramos fuera del paraíso, tropezando con las piedras del camino y quejándonos de Dios, o de sus ángeles, porque no han cuidado de nosotros y no nos han sostenido con sus manos. No tentemos al Señor, nuestro Dios, y pongámonos a trabajar, a vivir, con humildad y perseverancia. Colaboremos con Dios, no abusemos de Dios.

-Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto. No queremos ser esclavos de falsos dioses, no queremos adorar a ningún otro señor. Nuestro único Señor es Dios y ante él solo nos postraremos y a él solo adoraremos. No nos dejaremos sobornar con el injusto dinero que nos ofrecen los poderosos de este mundo, ni con el ilusorio poder que nos prometen los que quieren ser dominadores de la tierra. Preferimos vivir en un mundo de hermanos, con un solo Dios como Padre y Señor de todos.

Gabriel González del Estal

Nuestros errores

Toda persona que no quiera vivir alienada ha de mantenerse lúcida y vigilante ante los posibles errores que puede cometer en la vida.
Una de las aportaciones más válidas de Jesús es poder ofrecer a quien le conoce y sigue la posibilidad de ser cada día más humano. En Jesús podemos escuchar el grito de alerta ante los graves errores en que podemos caer a lo largo de la vida.

El primer error consiste en hacer de la satisfacción de las necesidades materiales el objetivo absoluto de nuestra vida; pensar que la felicidad última del ser humano se encuentra en la posesión y el disfrute de los bienes.
Según Jesús, esa satisfacción de las necesidades materiales, con ser muy importante, no es suficiente. El hombre se va haciendo humano cuando aprende a escuchar la Palabra del Padre, que le llama a vivir como hermano. Entonces descubre que ser humano es compartir, y no poseer; dar, y no acaparar; crear vida, y no explotar al hermano.

El segundo error consiste en buscar el poder, el éxito o el triunfo personal, por encima de todo y a cualquier precio. Incluso siendo infiel a la propia misión y cayendo esclavo de las idolatrías más ridículas.
Según Jesús, la persona acierta no cuando busca su propio prestigio y poder, en la competencia y la rivalidad con los demás, sino cuando es capaz de vivir en el servicio generoso y desinteresado a los hermanos.

El tercer error consiste en tratar de resolver el problema último de la vida, sin riesgos, luchas ni esfuerzos, utilizando interesadamente a Dios de manera mágica y egoísta.
Según Jesús, entender así la religión es destruirla. La verdadera fe no conduce a la pasividad, la evasión y el absentismo ante los problemas. Al contrario, quien ha entendido un poco lo que es ser fiel a un Dios, Padre de todos, se arriesga cada día más en la lucha por lograr un mundo más digno y justo para todos.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado después de Ceniza

Otra vez Jesús escandalizando. La novedad radical de su mensaje sobre Dios y la Salvación del hombre le llevaba a romper continuamente con las estructuras y costumbres de la religión judía de su tiempo. Se acercaba a los que más sufrían; enfermos, pecadores, publicanos, prostitutas eran sus preferidos; con ellos compartía la vida, a ellos ofrecía la curación y el perdón, a ellos llamaba a la conversión, a ellos invitaba a seguirle. Y con ellos –el colmo de los colmos–, se sentaba a comer. Compartir la misma mesa para los judíos es el mayor gesto de amistad y acogida que se puede tener con alguien: es símbolo de que se quiere compartir todo, hasta la propia suerte y destino, con aquellos con quienes se comparte el pan y el vino. También nosotros, pecadores como aquellos, nos acercamos invitados por Jesús a compartir el Banquete de la Eucaristía: en él, el Señor nos declara su amistad, se encuentra con nosotros, nos entrega su vida y nosotros recibimos su perdón, su Palabra, su Amor, la Vida Nueva.

Ante aquel espectáculo de fiesta y comida compartida con pecadores indignos, vuelven de nuevo a la carga los judíos observantes: “¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?”. No conseguían entenderlo: si realmente Jesús venía de parte de Dios tendría que sentarse a la mesa con los puros y perfectos, como ellos. No comprendían que también ellos, quizás más que nadie, eran pecadores necesitados del amor y el perdón de Dios. La respuesta de Jesús no se hace esperar: Él ha venido a sanar y salvar corazones y vidas; Él ha venido para atender precisamente a los pecadores, a los que necesitan la Salvación de Dios. El problema de aquellos escribas y fariseos era el no querer reconocer que también ellos eran pecadores, necesitados por tanto del amor salvador que Jesús había venido a traer. Pero no eran conscientes de ello: se creían justos. Y así, Jesús no podía hacer nada por ellos.

Líbrenos Dios de esa terrible ceguera que nos impide ver que no somos mejores que nadie, que el pecado mancha también nuestro corazón, y que necesitamos como el que más que Jesús nos mire, nos perdone, nos ame, nos sane, nos libere, nos salve. ¡Qué inmensa felicidad cuando te das cuenta de que a pesar de no ser digno Él te invita a la mesa, te regala su vida, te perdona, te ama, transforma y convierte tu corazón y te llama a seguirle!

Ciudad Redonda