No solo de ego vive lo humano

El ritmo de nuestra liturgia nos marca una nueva etapa:  el Tiempo de Cuaresma. Sin entrar en su significado ya conocido, origen y etimología, nos sitúa ante un momento importante en la vida de todo creyente, un tiempo interpretado de diferentes maneras y con múltiples matices. La tradición, en numerosas ocasiones, nos ha conducido a mirar este tiempo desde una visión más penitencial que de interiorización y discernimiento como nos muestra este pasaje del evangelio de hoy.

Jesús es conducido al desierto por el Espíritu. Allí le espera otro personaje, bastante retorcido, con el que va a tener una conversación profundamente interesante. En realidad, este pasaje, claramente metafórico, narra un paseo interior que Jesús necesita realizar para situarse, de la mejor manera posible, ante la vida. Podríamos pensar que él ya sabe quién es y para qué está hecho, puesto que en el relato del Bautismo se le revela su identidad: “Hijo de Dios”. Pero ese mismo Espíritu que le hizo ser consciente de su identidad divina, ahora quiere revelarle su identidad humana.

El escenario en el que se desarrolla este pasaje es en el desierto, un lugar árido, sin distracciones, en soledad, una experiencia vital que todos necesitamos conocer en diferentes momentos de nuestra vida, aunque huyamos de ella por miedo, muchas veces, a nuestra propia verdad.

Parece que en el texto aparecen muchos personajes: Jesús, el Espíritu, el diablo y Dios que permanece en un plano secundario, pero que le convierte en el rival principal de ese diablo. En realidad, está Jesús solo para discernir y conectar con su verdadera naturaleza y con el sentido de su existencia. Jesus es tentado, pero más bien, es expuesto a los desafíos que nuestra condición humana nos va presentando a lo largo de la vida. ¿Y quién nos enreda en esta maraña? Sin duda la parte de nuestro ego desajustada y hambrienta, ansiosa por colonizar nuestra identidad profunda.

Tras el Bautismo, antes referenciado, Jesús toma conciencia de que es Hijo de Dios. De hecho, el mismo diablo se lo recuerda en esta conversación para cuestionar cómo va a usar esa certeza: “Si de veras eres Hijo de Dios…”  ¿Cómo usamos y para qué nuestras potencias naturales, la fuerza de lo que somos?

Jesús se enfrenta a tres desafíos humanos por los que nuestra mente egoica queda secuestrada casi inconscientemente. Por un lado, el poder, poder sobre otr@s, cada cual, desde sus estrategias, justificaciones, manipulaciones que no siempre vienen en formato de poderío sino también de victimismo.

Por otro lado, el poseer, poseer no solo compulsivamente bienes materiales, también personas, ideologías, ritualismos, dogmas, imagen personal, creencias, roles, estereotipos, es decir, todo aquello que sacia nuestra hambre y ansia para compensar un vacío interior que queremos llenar con lo que realmente no sacia.

Y, por último, la idolatría, no solo la idolatría social que busca endiosar líderes, modas, tecnologías, etc, sino también la idolatría religiosa: adorar y vivir sumisos a una imagen de un Dios que no tiene nada que ver con el que Jesús quiso encarnar: el Dios de la vida, de la liberación, de la justicia, de la libertad, de la paz, de la luz, de la limpieza de corazón, de la inclusión, del respeto, de la verdad. Te invito a que sigas añadiendo aquello que ya hayas vivido y descubierto del Dios de Jesús.

¿Y cómo resuelve Jesús esta situación desafiante? Parece que lo primero que hace es “centrarse”, es decir, conectar con su verdadera naturaleza, y, desde ella, reconstruir su identidad y vocación. En cada respuesta que da al diablo hace referencia a Dios, es a Dios a quien desafía, es decir, a la dimensión divina como raíz y principio de lo que somos. Rechaza el poder sobre otros, pero acepta el poder con otros, rechaza el poseer para llenar un vacío, pero acepta el poseer para compartir y para que todos tengan, rechaza a un Dios dictador que mueve a su antojo los hilos del mundo, pero acepta a un Dios que se hace humano, y que vive en unidad con nuestra naturaleza.

Nuestros mundos personales están llenos de desafíos, es inevitable, es la vida misma, ahora bien ¿Cómo los resolvemos? ¿Cómo los afrontamos? ¿Cómo nos situamos frente a ellos? ¿Cedemos a otr@s el honor de resolverlos?  Y nuestra también “casa común”: guerras, dramas humanos, enfermedades, desastres naturales, económicos, sociales, añade lo que quieras pero que, nada ni nadie, nos separe de lo ESENCIAL.

¡¡FELIZ DOMINGO!!

Rosario Ramos

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No se trata de sacrificarme sino de buscar lo mejor para mí, aunque me cueste

Se nos ha repetido que la cuaresma era un tiempo de examen para sentirnos pecadores. Descubierta nuestra indignidad, pedir a Dios que nos sacara de ella y si Dios era reacio a perdonarnos, ahí estaba la muerte de Jesús que nos daba derecho a ese perdón. Pasada la alegría de sentirnos perdonados, seguía la angustia de volver a fallar. Esta actitud represiva debe dejar paso a una toma de conciencia de nuestras posibilidades de absoluto.

La cuaresma en un tiempo para analizar la trayectoria de nuestra vida y descubrir que, con frecuencia, damos pasos que nos alejan de la plenitud humana que es nuestra meta. No tiene sentido que nos paremos a analizar la piedra en la que hemos tropezado. Más importante sería poner más atención al caminar para evitar el tropiezo. Tampoco se trata de hacer penitencia, como requisito para que Dios nos perdone. Sería tomar conciencia de que alcanzar la meta supone un esfuerzo para no dejarnos llevar por la comodidad.

Más importante que mirar hacia atrás angustiándome por los pasos mal dados, es descubrir el rumbo adecuado y caminar en esa dirección. Pero resulta que no puedo saber dónde está la meta, porque nunca estuve allí. Aquí viene en nuestra ayuda la experiencia de otros seres humanos que sí han llegado a ella. Para nosotros, el hombre que más cerca estuvo de ella es Jesús, por eso debemos fijarnos en él y tomarlo como guía en nuestra vida. No para mirarlo desde fuera sino para descubrir en nosotros lo que él descubrió.

Las tentaciones de Jesús nos advierten de la necesidad de esfuerzo para no ser engañados por el placer inmediato. Los animales disponen de un piloto automático que les conduce en todo momento a su propia meta. Al ser humano se le han entregado los mandos de la nave y no tiene más remedio que dirigirla. No podemos conducir un vehículo si el volante está bloqueado. Las normas que nos llegan de fuera pueden impedir hacernos cargo de nuestro propio vehículo. Tampoco nadie puede conducirlo por nosotros, ni siquiera Dios.

La primera tentación pretende convertir a Jesús en oprimido y le ofrece liberarse a cambio de pan. La segunda le ofrece honor y gloria a cambio de servidumbre. La tercera es una oferta de poder desmedido sobre todo y sobre todos. Tanto oprimir a otro como dejarse oprimir son ofertas satánicas. La opresión es el único pecado, porque es lo único que nos impide ser humanos. Vamos a analizar las tentaciones de Jesús en lo que tienen de común con las nuestras que, con apariencia de bien, nos arrastran al mal.

A nadie se le ocurrirá hoy tomar el relato del Génesis como un hecho histórico. El pecado de Adán es un mito ancestral que encontramos en muchas culturas. Esto no quiere decir que sea mentira. El mito es un intento de explicar conflictos vitales del ser humano, que no se pueden entender de una manera racional. El relato de Adán y Eva intenta explicar el problema del mal, y lo hace partiendo de las categorías de aquel tiempo.

Tampoco el relato de las tentaciones es histórico. Se trata de un relato mítico igual que el de Adán y Eva. Jesús se retiró muchas veces al desierto para entrar dentro de sí y descubrir su auténtico ser. El relato resume todas las pruebas que tuvo que superar Jesús en toda su vida. En Jesús la tentación tiene una connotación especial, porque se plantea conforme a su situación personal. La talla de su humanidad tiene que darla en relación con la tarea que se le ha encomendado: cómo desarrollar su auténtico mesianismo.

Los posibles tropiezos al recorrer su camino mesiánico, se relatan condensados en un episodio al comienzo de su vida pública, pero expresan la lucha que mantuvo durante toda su vida. A Jesús no le tentó ningún demonio. La tentación es algo inherente a todo ser humano. Es el mejor argumento a favor de su humanidad. Quien no se haya enterado de que la vida es lucha, tiene asegurado el fracaso absoluto. A todos se nos dan infinitas posibilidades de plenitud, pero alcanzarlas supone poner toda la carne en el asador.

A ver si consigo haceros ver que no se trata de una elección entre el bien y el mal. El ser humano no es el lugar de lucha de dos fuerzas contrarias: el Espíritu y el diablo. Esa alternativa no es real porque el mal no puede mover la voluntad. Se trata de discernir lo bueno y lo malo, yendo más allá de las apariencias. La lucha se plantea entre el bien real y el aparente. El plantear una lucha contra el mal no tiene ni pies ni cabeza. Una vez que descubro que algo es malo para mí, no tengo que hacer ningún esfuerzo para evitarlo.

Las tres tentaciones de Jesús no son zancadillas puntuales que el diablo le pone. Se trata de contrarrestar una inercia que, como todo ser humano, tiene que superar. Ni el placer sensible, ni la vanagloria, ni el poder, pueden ser el objetivo último. El poder y las seguridades, como base de la relación con Dios, quedan excluidos. El poder podía haber dado eficacia a su mesianismo, pero no le llevaría a la libertad. La salvación tiene que llegar al hombre desde dentro de sí mismo, por lo que tiene de específicamente humano.

No necesitamos ningún diablo que nos tiente. Somos lo bastante complicados para meternos solitos en la trampa. La tentación es inherente al ser humano, porque en cuanto surge la inteligencia y tiene capacidad de conocer dos metas, no tiene más remedio que elegir. Como el conocimiento es limitado, la posibilidad de equivocarse está siempre ahí. Y suele suceder que adhiriéndose a lo que creía bueno, se encuentra con lo que es malo. Si no lo tengo claro, pondré el fallo en la voluntad que elige el mal, lo cual es imposible.

Si el problema no está en la voluntad, no lo resolveremos con voluntarismo. Aquí está una de las causas de nuestro fracaso en la lucha contra el pecado. Nos han insistido en la fuerza de voluntad para superar la tentación, pero esa estrategia es ineficaz. Si el problema es del conocimiento, solo se podrá resolver por el conocimiento. Mi tarea será descubrir lo que es bueno o malo para mí. Ese “para mí”, se refiere a mi verdadero ser, no al yo individualista. Ni siquiera podemos esperar de Dios que me saque del dilema.

En nuestra sociedad tendemos a considerar bueno lo que la mayoría acepta como tal. El esfuerzo por alcanzar una verdadera humanidad es todavía una actitud de minorías. A través de la historia, han sido muy pocos los que han alcanzado una plenitud humana. La mejor prueba es que los consideramos seres extraordinarios. La mayoría de los mortales nos contentamos con vivir cómodamente sin valorar el esfuerzo por llegar a ser algo más.

El “está escrito” es vital. Adán y Eva pretendieron ser ellos los dueños del bien y del mal, es decir, que sea bueno lo que yo determine como tal y que sea malo lo que yo quiero que lo sea. Es la constante tentación del hombre. Cuando Jesús repite por tres veces “está escrito”, reconoce que no depende de él lo que está bien o lo que está mal, está determinado, no por una voluntad de Dios, sino por la naturaleza del nuestro ser. Si no descubro esa naturaleza nunca descubriré, lo que me deteriora o me construye.

Fray Marcos

Un camino de fidelidad

«Tu única obligación en cualquier período vital consiste en ser fiel a ti mismo», proclamaba Richard Bach en Juan Salvador Gaviota. La fidelidad a sí mismo es, a la vez, señal y fuente de armonía. Y lo es porque nos unifica por dentro, teniendo en cuenta todas nuestras dimensiones.

Queriendo poner luz en esta cuestión, podemos empezar con una pregunta: ¿cómo vivo o desde dónde me vivo cuando no soy fiel a mí mismo? Porque, indudablemente, conscientes o no de ello, siempre que no somos fieles a nosotros mismos, vivimos alienados, es decir, sometidos a otras instancias a las que otorgamos el poder de manejar nuestra existencia. ¿Cuáles son esas instancias?

A simple vista, parecen ser dos: los otros y el propio ego. En el primer caso, vivimos en la práctica a merced de los demás, tratando de agradar o reaccionando a lo que dicen o hacen. En el segundo, giramos en torno al propio ego, sus gustos y sus esquemas, en un bucle narcisista.

Al mirar más detenidamente, observamos que, en realidad, lo que nos hace vivir alienados son nuestras necesidades pendientes -no respondidas en su momento- y desproporcionadas, en particular, la necesidad de seguridad.

Porque, con mucha frecuencia, lo que buscamos, tras el ansia del tener, del poder o del aparentar, es sentirnos más seguros. Nos hacemos dependientes de los otros buscando su aprobación y reconocimiento. Y giramos en torno al propio ego por dos motivos: en búsqueda de seguridad o como mecanismo de defensa para compensar carencias antiguas que todavía nos siguen pensando hoy.

Nos aferramos así a nuestras creencias y mapas mentales, porque (creemos que) nos aportan seguridad, aun a riesgo de caer en la rigidez; exigimos tener razón o quedar por encima de los demás; tratamos de construirnos un pequeño paraíso narcisista que alivie nuestros malestares…, sin ser conscientes de que todo ello nos aleja del único camino que merece la pena: ser fieles a nosotros mismos.

Porque no se trata de una fidelidad a nuestro ego ni a nuestras creencias, ni siquiera a nuestros principios morales, por más nobles que nos parezcan. Se trata de ser fiel a lo mejor de sí, a nuestra verdadera identidad. Y entonces se produce una paradoja significativa: la fidelidad a uno mismo es, sencillamente y a la vez, fidelidad a la vida. Y se va plasmando en lo concreto de nuestro vivir cotidiano en el aprendizaje de vivir diciendo sí. Aquí van cayendo creencias y mapas para vivirnos como cauces por los que la vida pasa. Es la sabiduría del fluir.

¿Voy creciendo en fidelidad a lo mejor de mí?

Enrique Martínez Lozano

Vencer la tentación

«Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo».

Cuando se escribe el cuarto evangelio ya hace tiempo que están en circulación los sinópticos que recogen los hechos y dichos de Jesús, y quizá por ello, está concebido como un amplio tratado teológico donde no se hace ningún esfuerzo por resaltar la humanidad de Jesús, sino todo lo contrario. En cambio, lo sinópticos nos presentan un hombre verdadero que se cansa, se enfada, se angustia… y que está sometido a tentación como cualquiera de nosotros.

El texto de hoy es un relato de alto contenido simbólico en el que se muestra a Jesús ayunando en el desierto tras su visita al Bautista; probablemente para poner a prueba su vocación antes de abrazarla definitivamente. Y la primera conclusión podría ser que la vocación de Jesús no fue algo tan fulgurante, patente y arrollador que no dejaba lugar a dudas, sino algo mucho más humano que le obligó a un proceso de oración y penitencia para ponerla a prueba y superar las dudas que le asaltaban.

Mateo nos presenta en un solo relato las tentaciones más profundas de Jesús, las que sin duda sufrió su espíritu durante toda su vida; como todo ser humano. Y tratando de interpretar los símbolos que nos ofrece el evangelio, cabría pensar que se sintió tentado a volver a la tranquilidad de Nazaret (las piedras convertidas en panes), o pedirle a Dios una señal antes de comprometerse con la misión (el pináculo del templo), o afrontar la misión desde la tradición de Israel, es decir, dejándose encumbrar a la posición de mesías davídico a la que el pueblo le empujaba, e instaurar el reino de Dios desde el poder (los reinos de la tierra) …

Pero todas estas conjeturas no tienen más valor que satisfacer nuestra curiosidad, pues lo realmente importante es que Jesús fue tentado como cualquiera de nosotros, y que venció la tentación. Como decía Ruiz de Galarreta: «En Jesús vemos la situación humana completa: el ser humano acosado por debilidades y oscuridades… y lleno de la fuerza de Dios que le hace superar todo eso para cumplir el plan de Dios».

Y esto nos pone frente a un dilema ancestral que nos atañe muy directamente, y es el referido a nuestra capacidad, o no, de vencer la tentación. El cronista del tercer capítulo del génesis —el mito de Caín y Abel— trató de afrontarlo en su versículo siete, donde Yahvé le dice a Caín: «¿No es verdad que si obraras bien andarías erguido, mientras que si no obras bien, estará el pecado acechando a tu puerta como fiera acurrucada, a la que tú “debes dominar”?»

La traducción del original hebreo de esta última expresión, “tú debes dominar”, ha dado lugar a diversas interpretaciones que nos sitúan en distintos escenarios frente al mal (el pecado). La traducción que hemos elegido (Nácar Colunga) la presenta como mandato de Dios: «debes dominar al pecado», pero otras traducciones la presentan como promesa de Dios: «dominarás al pecado». Por último, también se traduce como: «puedes dominar al pecado», donde Dios reconoce la capacidad del ser humano para vencer al mal. El libro de John Steinbeck “Al Este del Edén” nos ofrece una preciosa reflexión en torno a este tema.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Comentario – Domingo I de Cuaresma

(Mt 4, 1-11)

Este relato de las tentaciones de Jesús muestra otro aspecto de la humanidad de Jesús, el Hijo de Dios que se hizo semejante a nosotros en todo, menos en el pecado. Porque, si bien Jesús no podía caer en la tentación, sin embargo experimentó lo que experimentamos nosotros cuando somos tentados, y por eso sabe bien lo que nos sucede por dentro cuando sufrimos la tentación.

La primera tentación, de convertir las piedras en pan, expresa nuestra inclinación a querer liberarnos de todo límite (el obstáculo de las piedras), y de pretender vivir el paraíso en la tierra. Las piedras convertidas en pan nos brindan una imagen paradisíaca, donde tenemos a disposición inmediata lo que necesitamos y donde nada nos frena en el camino. La actitud contraria es la de aceptar y soportar serenamente los límites propios de nuestra existencia terrena y enfrentar los desafíos de la vida sorteando los obstáculos y asumiendo que siempre hay dificultades y carencias.

La segunda tentación está relacionada con la anterior, y consiste en el fideísmo: pretender exigir a Dios un milagro permanente, que él solucione los problemas sin nuestro esfuerzo y cooperación. Eso se llama “tentar a Dios”, ya que él puso en nosotros las capacidades que nos permiten encontrar soluciones, y él respeta esa capacidad que nos dio; por eso no interviene milagrosamente cuando somos nosotros los que podemos hallar una salida, aunque eso suponga a veces un camino duro y sacrificado. La tercera consiste en la búsqueda del poder y la gloria a costa de lo que sea. Y Jesús responde que hay un límite, porque sólo Dios puede ser adorado.

Las tres son una inclinación a rechazar los límites de nuestra vida pequeña y pretender ser divinos, capaces de realizar lo que queremos con solo desearlo. En definitiva son una forma de expresar la antigua tentación de Satanás: “seréis como dioses” (Gn 3, 5). Jesús, siendo verdadero hombre, aceptó humildemente los límites y compartió las incomodidades y contrariedades que debe sufrir todo hombre en este mundo.

Oración:

“Señor Jesús, que experimentaste lo que yo mismo siento cuando soy tentado, hazte presente en mi vida cuando me acosa la tentación y hazme fuerte con tu presencia, para que pueda mantenerme firme en tu camino”.

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Paraíso y desierto

1.- Hay días que me gustaría poder pasar un rato largo comentándoos las lecturas. Hoy es uno de ellos. Me esforzaré en resumir lo que os quisiera decir con más extensión. La visión del Paraíso es encantadora. Tal vez nosotros diríamos que en el lugar había edelweis y orquídeas. Quiwis y cacao para hacer chocolate. Lo del árbol de la prueba, el texto se refiere a él sin determinar de cual se trataba. La tradición latina dice que era un manzano, la griega un higo. Ciertamente que los orientales gozan de más lógica en su elección. Si habían grandes hojas de higuera, capaces de simular un vestido, lo lógico es que también el árbol diera frutos. De todos modos se trata de un precioso y ejemplar cuento. El fragmento del Génesis que se nos ofrece en la misa de hoy, aunque se haya saltado los detalles de la tentación, no deja de ser encantador. No queráis encontrar detalles que no son necesarios, ni pecado sexual, ni robo. Se trata de deslealtad motivada por el orgullo. Una manera de explicar que desde que apareció el hombre en la tierra, hay pecado. Una manera de contar, que pese a ello, desde el principio el hombre contó con la misericordia de Dios.

2.- El relato evangélico es sorprendente. El paisaje era de sobras conocido para los primeros destinatarios. El desierto de Judá era lugar de paso para cualquier desplazamiento entre Judea y Galilea. Lo he cruzado muchas veces. La primera por una carretera de poca monta, que permitía salirse, observar el paisaje y su escasa vegetación y caminar un rato. Hoy en día la cosa se ha vuelto un poco más difícil. Aquella vereda es ya una autovía. No obstante aun puedo apartarme del alquitrán. Como desierto es pequeñito, no más de 35 Km. de este a oeste. Lo podéis ver a vista de pájaro, o mejor dicho de satélite, en BibleMap.org Solo es necesario que señaléis en libro: Mateo y en capítulo, el 4. Ampliarlo hasta que os sea suficiente. Os gustará.

3.- Pues en un rincón de este enmarañado amasijo de montañitas y wadis que las separan, de clima suave, que si en verano podía llegar a sofocante, pero sin ser necesario gastar energías para compensar el frío, allí se retiró el Señor a librar una batalla total. Contra su biología, pasó hambre, contra su enemigo, que se mezclaba acechándole. El tentador acudía al ataque sin otra cosa que el odio y el rencor, algo desconcertado. Sin saber del todo con quien le tocaba lidiar. El Maestro acudió al trapo decidido.

4.- En el primer encuentro se le propone una cosa simple: satisfacer su necesidad más elemental: el hambre, su hambre. Podía haber contestado, legítimamente: primero yo, después yo y siempre yo. Pero el apetito se puede dominar. Las apetencias del hombre son superiores. No, no seguirá la insinuación, por lógica que sea. Está allí preparándose para cosas superiores. Uno a cero.

El segundo es un encuentro pensado acertadamente para un varón. Hemos de suponer que le diría: podrás, si quieres dominar. Una buena salida profesional se te ofrece, es la gran oportunidad de tu vida. Has estado hasta ahora aprendiendo, llega la hora de que te aproveche lo adquirido. Una cosa es precisa, un pequeño detalle. Hay que pasar por el tubo. No es humillarse, que el tentador ya sabía que era capaz de hacerlo. Se trataba de doblegarse, reconocer y dejarse dominar por el mal a toda costa. En todos los sitios hay corrupción. No puede haber dominio en la tierra sin chapucerías y juegos sucios. De siervo, de productor, de pinche, de subalterno, de administrativo anónimo, a gobernar el mundo. Ser un hombre importante, reconocido, temido. ¡Total! Someterse no era tan importante, si tan grande era el beneficio que se podía sacar del trance. Pues no, por encima del poder está la justicia. Más elevado que el dominar es ser fiel a unos principios. Dos a cero.

4.- He estado mirando el BibleMap.org, yo, que he estado en el lugar, sé imaginarme la espectacularidad. El alero del Templo es un gran podium, abajo el valle del Cedrón, un amplio espacio de atención. Tirarse y llegar abajo suavemente, una satisfacción magnífica de la vanidad. El que lo lograse fardaría ante todo el mundo, todos se acercarían a él buscando autógrafos, las miradas femeninas estarían pidiendo un simple gesto de atención, rindiéndose con facilidad a un beso apasionado. Nunca sería ignorado. Viviría satisfecho. Todas las puertas se le abrirían. El éxito sería total. Tampoco aquí acierta el demonio. Más aun es expulsado de su presencia.

No está seguro de quien se trata. Evidentemente, piensa, sirve a Dios, al que él no quiso reconocer. Goza de dominio de sí mismo. Se rige por la fidelidad a unos principios. Tendrá que buscar una oportunidad mejor. Acepta la derrota. Huye. Tres a cero.

Tal vez fue un escenario ficticio, a lo mejor ni siquiera hubo desplazamientos. Puede uno pensar que la batalla fue real, aunque al marco le faltase geografía. Jesús no vivía encerrado en sí mismo. Había venido a compartir con los hombres. No podía quedarse para sí esta experiencia. Se la contó a sus amigos y ellos, que tampoco eran reservados, nos han trasmitido estos encuentros misteriosos del Señor con su enemigo, que también lo es nuestro. Deseo de tener y de vivir holgadamente y sin esfuerzo. Orgullo de mandar y satisfacer sus legítimas ambicionas. Causar admiración, presumir de triunfo. A nosotros estas tentaciones se nos presentarán de otro modo, la respuesta debe ser la misma, por mucho que carezca de lógica mundana. Y no seáis reservados. No os quedéis encerrados. Es preciso compartir. Los demás se aprovecharán

El Señor, el Maestro, Cristo, continuó siendo tentado. Llegó la final, fue en Getsemaní, aquello si que fue difícil. Pero también supo ser fiel. Otro día lo hablaremos.

Pedrojosé Ynaraja

Lectio Divina – Domingo I de Cuaresma

La tentación como medio de salvación

Oración inicial:

Señor, haz que mi entendimiento solo medite lo que tú nos has predicado, para así fortalecer mi espíritu, que me lleve por sendas de luz y no me haga perder en las oscuridades superfluas del dinero, tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo. Amén

Lectura. Mateo capítulo 4, versículos 1 al 11:

Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Pasó cuarenta días y cuarenta noches sin comer y, al final, tuvo hambre. Entonces se le acercó el tentador y le dijo: “Si tú eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”. Jesús le respondió: “Está escrito: No solo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios”.

Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: “Si eres el Hijo de Dios,échate para abajo, porque está escrito: Mandará a sus ángeles que te cuiden y ellos te tomarán en sus manos, para que no tropiece tu pie en piedra alguna” Jesús le contestó: “También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”.

Luego lo llevó el diablo a un monte muy alto y desde ahí le hizo ver la grandeza de todos los reinos del mundo y le dijo: “Te daré todo esto, si te postras y me adoras”. Pero Jesús le replicó: “Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo servirás”.

Entonces lo dejó el diablo y se acercaron los ángeles para servirle. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda). Indicaciones para la lectura:

Mateo quiere darles a conocer a los judíos que formen parte de una nueva comunidad, donde deben poner en práctica la voluntad del Padre, siguiendo las enseñanzas de Jesús.

Lo que quiere el diablo es que Jesús reniegue de su condición de Hijo de Dios, enviado por el padre.

Jesús con esta perícopa hace ver que él sí puede superar las pruebas y dificultades que un día tuvo el pueblo de Israel, ya que ellos no las pudieron superar.

Meditación:

“Dos amores quisieron construir dos ciudades –escribe san Agustín en su famosa obra teológica ‘De Civitate Dei’-: el amor de Dios hasta el desprecio del mundo y de sí mismo, y el amor del mundo y de sí mismo hasta llegar al desprecio de Dios”. Ésta es la historia de cada ser humano, de cada uno de nosotros: o escogemos a Dios y renunciamos a todo lo demás –al pecado, al egoísmo, a los vicios del mundo-, o nos preferimos, a nosotros mismos hasta negar y rechazar a Dios. Como aquellos hombres que quisieron construir la torre de Babel para escalar al cielo y destronar a Dios.

Esto es lo que nos enseña el Evangelio de hoy, con el que iniciamos este período litúrgico de la Cuaresma: las tentaciones de Jesús en el desierto.
En los ejercicios espirituales se presenta esta meditación como “las dos banderas”: la bandera de Cristo está representada en las bienaventuranzas y en el Sermón de la montaña, que acabamos de meditar hace apenas dos domingos; y la bandera de Satanás, cuyo programa de vida se resume en las tentaciones.

Jesucristo nuestro Señor, a pesar de ser Dios, no quiso verse libre de las tentaciones porque quiso experimentar en su ser todas las debilidades de nuestra naturaleza humana y poder, así, redimirnos: “Se hizo semejante a nosotros en todo, excepto en el pecado –nos dice la carta a los hebreos (Hb 4, 15)— para poder expiar los pecados del mundo”. Pero no solo. Además, padeciendo la tentación, quiso darnos ejemplo de cómo afrontarlas y vencerlas. Nos consiguió la gracia que necesitábamos y nos marcó las huellas que nosotros debemos seguir para derrotar a Satanás, como Él, cuando se presente en nuestra vida.

San Agustín, en efecto, nos dice: “El Señor Jesucristo fue tentado por el diablo en el desierto y en Él eras tú tambiéntentado. Cristo tenía de ti la condición humana para sí, y de sí la salvación para ti; tenía de ti la muerte para sí y de sí la vida para ti; tenía de ti ultrajes para sí, y de sí honores para ti. Y también tenía de ti la tentación para sí, y de sí la victoria para ti. Si en Él fuimos tentados, en Él venceremos al diablo. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que Cristo venció la tentación? Reconócete, pues, a ti mismo tentado en Él, y reconócete también a ti mismo victorioso en Él. Hubiera podido impedir la acción tentadora del diablo; pero entonces tú, que estás sujeto a la tentación, no hubieras aprendido de Él a vencerla”.

¿Y cuál ese ejemplo que Cristo nos dejó para que nosotros aprendamos de Él? El Evangelio de hoy es sumamente elocuente y pedagógico en este sentido. Veámoslo.

Ante todo, el demonio es un hábil oportunista que sabe sacar el mejor partido de las ocasiones peligrosas y de nuestras debilidades. Después de que nuestro Señor había ayunado cuarenta días y cuarenta noches –en la Biblia el número cuarenta es simbólico, y quiere decir “bastante tiempo”, un tiempo de plenitud y perfección— el demonio lo tienta por el lado débil: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”.

Siempre juega con premeditación, alevosía y ventaja. Y, además, quiere que Jesús use sus poderes divinos para satisfacer sus propias necesidades personales; o sea, quiere que cambie e invierta el plan de Dios para poner a Dios a su servicio y comodidad.

Pero nuestro Señor no se deja vencer. Él no dialoga ni un instante con el tentador ni se pone a considerar si esa propuesta es buena o interesante… No. Jesús rompe enseguida, y usa como único argumento la Palabra de Dios: “Está escrito: No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.

El segundo asalto de Satanás: la vanagloria, la ostentación, la búsqueda de triunfos fáciles y rápidos. El demonio quiere que Jesús use ahora su poder para impresionar y “apantallar” a toda la gente. Si se tira del pináculo del templo y los ángeles de Dios lo recogen en sus manos, todo el mundo sabrá que de verdad Él es el Hijo de Dios y quedará conquistado en un instante.

Pero Jesús vuelve a ser tajante con el tentador y de nuevo usa como arma la Palabra de Dios: “También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”. Está claro que Dios puede hacer lo que quiera, porque es Omnipotente, pero Cristo sabe que no debe “obligarle” a actuar de determinada manera haciéndole peticiones inoportunas que no están dentro de su plan de salvación.

Tercer asalto: la ambición del poder, la apostasía, el tratar que Jesús renuncie a la total dependencia de Dios. El demonio lo lleva ahora a una montaña altísima y le muestra todos los reinos del mundo y su esplendor, y le dice: “Todo esto te daré si te postras y me adoras”. ¡Esta tentación era mucho más terrible, insolente y descarada que las dos anteriores!
Así es siempre Satanás. Primero se insinúa y provoca con una hábil y sutil estratagema; luego es un poco más atrevido; y después, cuando ve que Jesús ha resistido los primeros intentos, se vuelve tremendamente avasallador y descarado.

Diríamos que esta vez “va por todas” con tal de vencer. Es su última oportunidad y va a poner todas sus baterías para hacer caer a Jesús. Ahora pretende que Jesús se postre a sus pies y lo adore. Tal cual. ¡Tamaña desfachatez! Si algo no podía hacer Jesucristo era precisamente eso: ir en contra de Dios, sucumbir al pecado de idolatría. Eso fue lo que hizo Luzbel cuando cedió a la tentación de rebeldía contra Yahvé: “¡No lo serviré!”. Y ahora quiere que Jesús haga otro tanto…

Pero nuestro Señor tampoco va a ceder esta vez. Si ahora es más descarado y frontal el ataque del enemigo, Jesús también se vuelve ahora mucho más enérgico y radical con el tentador: “¡Vete, Satanás, porque está escrito: ¡Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo darás culto!”. Nuestro Señor pone por tercera vez el argumento de la Palabra de Dios y no se hace sofismas ni fáciles razonamientos para engañar su conciencia. Dios no se equivoca.

Fijémonos en un detalle más: el demonio siempre usa la mentira y el engaño para tratar de seducirnos, y desafía nuestro orgullo y amor propio para que nos rebelemos. Las tres veces comienza la tentación con esta provocación: “Si eres Hijo de Dios…” y promete unos reinos que no son suyos ni le pertenecen.

Ésta es siempre la táctica de Satanás. Fue lo que hizo con nuestros primeros padres en el paraíso. Y ésta es la “psicología” de la tentación y de la caída. Aprendamos muy bien la lección y no permitamos jamás que el demonio nos aparte de Dios. Vigilemos y oremos para no caer en la tentación. No juguemos con el tentador. Seamos tajantes. Y con el arma segura de la Palabra de Dios -o sea, con la Sagrada Escritura, el Evangelio, la enseñanza autorizada de la Iglesia y la voz de nuestros pastores y de nuestro director espiritual- no nos engañaremos y venceremos al enemigo. Permanezcamos al lado de Cristo y aprendamos de Él para ser buenos discípulos suyos.

Oración:

Seños haz en mi un corazón resistente a las tentaciones del demonio, dame la fuerza que tuviste en el desierto para soportar con paciencia las tentaciones, para así poder levantarme y mirar la voluntad para construir el reino que nos has encomendado. Amén.

Contemplación:

El catecismo de la Iglesia católica nos dice en el numeral 2119: La acción de tentar a Dios consiste en poner a prueba, de palabra o de obra, su bondad y su omnipotencia. Así es como Satán quería conseguir a Jesús que se arrojara del templo y obligase a Dios, mediante este gesto, a actuar. Jesús le opone las palabras de Dios: «No tentaras al Señor, vuestro Dios» El reto que contiene este tentar a Dios lesiona el respeto y la confianza que debemos a nuestro Creador y Señor. Incluye siempre una duda respecto a su amor, su providencia y su poder.

Documento de Aparecida numeral 44: Quien excluye a Dios de su horizonte, falsifica el concepto de realidad y solo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas.

Propósito:

El señor nos invita hoy, hacer prudentes en la tentación, si no se puede alejar de la tentación y si es muy pesada, nos invita a ponernos en sus manos y él nos ayudará.

Homilía – Domingo I de Cuaresma

En el primer domingo del Tiempo de Cuaresma, las lecturas de la misa de hoy nos presentan las tentaciones del demonio a que estamos sometidos los hombres, que nos pueden llevar al pecado. Y nos muestran que Jesucristo vence al demonio y al pecado.

El tiempo de Cuaresma que comenzó esta semana con las celebraciones del Miércoles de Ceniza, tiene como telón de fondo el relato del Evangelio de hoy. Jesús, antes de comenzar los años de su vida pública, movido por el Espíritu Santo se retira al desierto, en total ayuno durante cuarenta días, al final de los cuales es tentado por el demonio.

La Iglesia quiere que antes de celebrar el misterio de la Pascua del Señor -su Pasión, Muerte y Resurrección- nos preparemos mediante la acción del Espíritu Santo, por la oración y la penitencia, a fin de que, purificados podamos recibir los frutos de la Redención.

La primera lectura, mediante un lenguaje simbólico, describe el pecado del hombre, que ayer como hoy, consiste en querer ocupar el lugar de Dios

La segunda lectura es clave para las enseñanzas que la liturgia de hoy nos deja: existe el pecado, pero existe la victoria sobre el pecado de Jesucristo. El apóstol San Pablo proclama la victoria de la vida sobre la muerte por las gracias de Nuestro Señor.

Y en el Evangelio se relatan las tentaciones a que el mismo Jesús estuvo sometido. La Cuaresma conmemora los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, como preparación de esos años de predicación que culminan en la Cruz y en la Gloria de Pascua. Fueron cuarenta días de oración, de ayuno y de penitencia, al cabo de los cuales tuvo lugar la escena que nos relata el Evangelio de la misa de hoy.

San Lucas dice expresamente que el Señor no comió nada durante los cuarenta días y las cuarenta noches de ayuno. En este largo período vivió unido a Su Padre y contemplando el comienzo de su predicación.

Moisés había procedido de modo semejante antes de promulgar, en nombre de Dios, la antigua ley del Sinaí. También Elías caminó cuarenta días en el desierto para llevar a cabo su misión de renovar el cumplimiento de la Ley. Jesús quiso también prepararse de un modo semejante para proclamar su doctrina.

Después de estos días en los que la naturaleza humana de Jesús se encuentra debilitada, se acercó el Demonio para tenderle la primera trampa.

Jesús quiso someterse a las tres tentaciones que ordinariamente más estragos hacen en los hombres: la falta de templanza, la soberbia y la avaricia. Quiso darnos un ejemplo de fortaleza contra las intenciones de nuestro enemigo de perder nuestra alma por uno de esos caminos.

Estas tentaciones del Señor son difíciles de comprender por nosotros. Jesús, como dice la Carta a los Hebreos, «quiso ser tentado para compadecerse de nuestras debilidades y servirnos de ejemplo». Tienen además, estas pruebas, un sentido mesiánico, en cuanto que el demonio trataba de averiguar si Jesús era el Mesías. Si era así, trataría de atraerle a un mesianismo popular y triunfal, según la idea más extendida de esa época. Le propone la comodidad, en vez de la cruz. Los milagros aparatosos, en vez de la vida trabajosa. La dominación política del universo, en vez del reinado en las almas. Nunca pudo imaginar el diablo que aquel hombre era el Hijo de Dios, Dios mismo.

Las tentaciones al Señor se sitúan en un contexto más amplio: el de la lucha entre Satanás y el Hijo de Dios, el Mesías, tan señalada en los evangelios. Jesús sufre los ataques de Satanás, quien, a pesar de emplear todos los medios a su alcance, es vencido siempre y en todo.

El Demonio emplea sus poderes contra Jesús para que oriente su misión en provecho propio y, y a espaldas de la voluntad del Padre. De hecho, el Señor debió rechazar a lo largo de su vida las presiones del ambiente, e incluso a veces, la de sus discípulos, que le empujaban en una dirección contraria al plan del Padre. Es la misma tentación que promueven los judíos al final de su vida cuando, estando el Señor clavado en la cruz dicen: Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz, y creeremos.

Se trata de tentaciones numerosas y reales que Cristo vence con perseverancia. El gran tentador de Jesús es Satanás, pero la tentación brotará también más tarde de sus enemigos, del ambiente, de sus mismos discípulos.

Para que la experiencia de la tentación sea real, y su vencimiento una auténtica victoria, no es necesario que el corazón del hombre esté inclinado al mal. En Jesucristo no hay ninguna aproximación al mal; no reina en El ninguna ley del pecado, pero fue tentado verdaderamente. Sus victorias sobre estas tentaciones no tienen sólo un sentido pedagógico – el enseñarnos a luchar- forman parte además de su lucha y de su victoria sobre el príncipe de este mundo.

La victoria de Cristo sobre el diablo se consumó en la cruz; pero comenzó ya -en forma contundente- mucho antes. Uno de los momentos cruciales de esa lucha y victoria fueron precisamente estas tentaciones en el desierto de Judea

Tengamos siempre presente que contamos en todo momento con la gracia de Dios para vencer cualquier tentación. Pero para ello, también necesitamos armas para vencer la batalla espiritual. Y esas armas son la oración, la Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia, la humildad del corazón y una profunda devoción a la Santísima Virgen.

La tentación existe

1.- En primer domingo de Cuaresma se “enfrenta” en todos los ciclos litúrgicos –A, B y C—al tema de la tentación. Jesús, nada más recibir el bautismo de Juan se va al desierto impulsado por el Espíritu. Y allí va a ser tentado. Pero, ¿por qué? ¿Era necesario que la tentación alcanzase a Jesús de Nazaret que era en todo igual al hombre salvo en el pecado? ¿Y si no iba a tener pecado, por qué habría de ser tentado? Y otra pregunta que los “sabios” se han hecho durante siglos: ¿Es que el demonio no reconoció en Jesús al Hijo de Dios? No sé, sinceramente, si estas preguntas tienen respuesta. Ni tampoco si, a veces, merece la pena responderlas. Pero en fin… Jesús era un hombre igual a nosotros. En sus tiempos, allá en Israel, internarse en la soledad del desierto era una práctica asumida por algunos judíos con gran sentido espiritual. Dicen que los miembros de las comunidades de Qumrán, los esenios, preconizaban esa vida en soledad para acercarse lo más a posible a Dios. Jesús, por tanto, asumiría un camino de reflexión y perfección para mejor prepararse a la misión que le esperaba: la predicación del Reino de Dios.

Pero, de todos modos, es oportuno repetir, textualmente, lo que nos ha dicho Mateo hace un momento: “En aquel tiempo Jesús fue llevado al desierto para ser tentado por el diablo”. Y la mejor explicación a este hecho es que en nada de diferenciaba de cualquier otro hombre y mujer de ese tiempo, o de cualquier tiempo: era tentado, tenía tentación. Ante eso, hay que aclarar un hecho sencillo, pero no siempre entendido bien. La tentación no es pecado. Ser tentado no es pecar. Aunque, a veces, somos nosotros mismos los que alargamos las tentaciones por no tener una respuesta clara e inmediata a las mismas. Algunos confunden las tentaciones con los deseos propios de los instintos, prescindiendo del Tentador, del demonio. Y, sin embargo, existen proposiciones de hacer o no hacer, o dedicarse o no dedicarse a algo, basadas en un engaño manifiesto, pero bien urdido. El demonio es el padre de la mentira. Y tentación sin engaño, sin mentira, sin fabulación no es tal. Intenta, sobre todo, engañar. No dar algo a cambio. Sólo engañar. Pero no se trata de hacer aquí un tratado antropológico, con atisbos de ciencia psiquiátrica, sobre deseos y tentaciones. Porque la realidad es que, todos, absolutamente todos, terminamos sabiendo que estamos ante engaños bien trazados, ante tentaciones que llegan de fuera.

2.- Esta claro, asimismo, que las tentaciones planteadas por el demonio a Jesús contienen, sobre todo, no la búsqueda de un pecado, de una transgresión, sino, simplemente, apartarle del camino trazado. Busca el tentador que Jesús, dominado por presuntas dudas, quiera confirmar aquello sobre lo que no estaría seguro. Como, por ejemplo, ser Hijo de Dios. Y de ahí es donde surgen algunas versiones en las que se habla de que Tentador no sabia, con exactitud, a quien se enfrentaba. Pudiera ser. Pero hemos de entender que los evangelios tienen siempre un afán didáctico, catequético, y buscan menos la expresión de un hecho de índole científica, o, incluso, de alta teología. Lo que queda claro es que, desde el episodio del desierto, el diablo se iba a oponer a la misión de Jesús. El negro momento del Huerto de los Olivos lo demuestra. Y nosotros, hoy, del evangelio de Mateo hemos de sacar la enseñanza de que el demonio nos va a tentar con lo que es más importante para nosotros, aquello que supone nuestra vida, nuestra misión. Y dependiendo de la fuerza de que esa verdad, o esa misión, tenga en nuestro interior saldremos triunfantes o no. Hay una receta espiritual muy antigua es saber que nunca Dios permitirá que una tentación supere nuestras fuerzas y que la mayoría de las veces sucumbimos a tentación porque, esta en el fondo, nos agrada. Hacemos posible en nuestro interior lo que se nos propone.

3.- Hemos de tener las ideas claras y el espíritu entrenado. Las ideas claras sobre cual es nuestra misión y el espíritu entrenado para no sucumbir a cualquier engaño que nos promete algo sublime, tal vez, pero que no tiene el menor sentido. Es verdad que también el cuerpo debe estar entrenado, sin debilidades propiamente internas o provocadas por otros hechos. Mucha gente dice –y repite—que las mayores “tonterías” de su vida las ha cometido, por ejemplo, por influjo del alcohol, tras haber bebido en exceso. Cuando en cuaresma se nos pide austeridad es una receta ascética, es un sistema para estar siempre más seguro de uno mismo. El ayuno, por ejemplo, ha sido preconizado por todas las culturas como medio de purificación y como una buena herramienta para discurrir mejor sobre nuestro interior. En el Antiguo Testamento se habla del ayuno como camino de perfección. Y hoy en día hay quien lo sigue practicando por razones parecidas. El fraile benedictino alemán Anselm Grün –y escritor espiritual de gran éxito—tiene un excelente volumen dedicado al ayuno. Y en él dice que a veces le piden dar cursos sobre ayuno, en los cuales, sin olvidar su vertiente de validación religiosa, está también un aprendizaje para no convertir la comida en un ídolo.

4.- Y en este primer domingo de Cuaresma pues deseo ofreceros una reflexión que ya he hecho en otras ocasiones. No podemos dejar pasar esta Cuaresma, sin que sea “la definitiva”. Sin que arroje una “ganancia” clara en nuestra conversión en otras palabras: que no perdamos el tiempo y que nos dejemos ganar por los mensajes que la liturgia y las devociones de estos días nos muestran. Es cierto que siempre nos estaremos convirtiendo, pero no es malo pensar que esta Cuaresma puede ser la más “rentable” de nuestras vidas. Tengamos los ojos del alma muy abiertos para asistir con fe, esperanza y amor lo que nos enseña este tiempo de preparación. En la lontananza los “días grandes” de la Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Ángel Gómez Escorial

Abogado del diablo

En el lenguaje común se dice que alguien hace de “abogado del diablo” cuando, en cualquier asunto, se opone, critica y pone trabas a los argumentos o a la postura comúnmente aceptada. Este apelativo de “abogado del diablo” está sacado de los procesos de beatificación y canonización, porque hasta hace unos años existía la figura así denominada popularmente (ahora se le llama “promotor de la justicia”), cuya función era poner objeciones o descubrir errores en la documentación que se aportaba para que alguien fuera declarado beato o santo. En realidad, esta función de “abogado del diablo”, al hacer una crítica profunda, lo que buscaba era que quedara más patente la veracidad de los testimonios y virtudes de esa persona propuesta como modelo de vida.

El Evangelio del primer domingo de Cuaresma nos presenta a Jesús, que fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Normalmente nos situamos nosotros como “víctimas” de la tentación y, a partir de las respuestas que Jesús va dando a cada tentación, reflexionamos cómo evitar caer nosotros en la misma. Pero en este domingo vamos a situarnos en la parte contraria: vamos a asumir el papel de “abogados del diablo”, cuestionando al Señor, sentándolo en el banquillo de los acusados, a ver cómo se defiende.

Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Jesús, si eres el Hijo de Dios, ¿por qué sigue habiendo hambre en el mundo? Presuntamente tienes poder para acabar con eso, lo mismo que para otras “hambres”: de paz, de salud, de justicia… ¿Por qué no lo solucionas de una vez?

Y Jesús nos responde lo mismo que al diablo: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Jesús no se desentiende de los dramas del hambre física o de las otras “hambres”. Con su respuesta nos propone ir más allá de la simple solución inmediata de los problemas y necesidades para, apoyados en la Palabra de Dios, buscar encontrar el alimento que necesitamos para las “hambres” de nuestra vida y, también, para la vida eterna.

Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”. Jesús, si eres el Hijo de Dios, ¿por qué estoy pasando esta mala racha? ¿Por qué has permitido que “tropezara”, que me equivocara en esta decisión? ¿Por qué me ha caído encima ahora este problema? ¿Y por qué mueren tantas personas en catástrofes naturales, en accidentes…? ¿Por qué no nos proteges?

Y Jesús responde: No tentarás al Señor, tu Dios. Antes que echar a Dios la culpa de lo que nos ocurre, Jesús nos invita a hacer un sincero exa-men de conciencia para descubrir nuestra parte de responsabilidad en ello. Y también nos invita a pensar si nuestra idea de Dios es la de un amuleto o un escudo protector que no tiene que fallarme.

Todo esto te daré, si te postras y me adoras. Jesús, yo cuido mis rezos, no falto a Misa, doy limosnas… Si haces lo que te pido, seguiré rezándote y yendo a Misa, pero si no, no querré saber más de Ti.

Y Jesús responde: Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto. A veces creemos que le hacemos un favor a Dios rezando, yendo a Misa, dando limosnas… y por eso pretendemos que Dios actúe como y cuando a nosotros nos parece mejor. Pero sólo Dios es Dios, y debemos ponerle en el centro de nuestra vida: no es Él quien nos necesita, somos nosotros quienes lo necesitamos a Él.

Nuestra tentación, muchas veces, es actuar con Jesús como “abogados del diablo”: ante algunas circunstancias personales o sociales que no se desarrollan como nosotros queremos, nos creemos autorizados a sentarle en el banquillo de los acusados y cuestionarle; y, si no encontramos la respuesta que buscamos, concluimos que “no es el Hijo de Dios” y lo dejamos de lado.

Pero Jesús hoy nos sigue dando la misma respuesta que dio al diablo, y en los tres casos comienza diciendo: Está escrito. La respuesta que buscamos ya la tenemos. Puesto que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, la Palabra de Dios ha de tener un protagonismo especial en Cuaresma, para vencer la tentación de erigirnos en “abogados del diablo” y para que nos guíe y sostenga en todas las situaciones que la vida nos presenta.