En el primer domingo del Tiempo de Cuaresma, las lecturas de la misa de hoy nos presentan las tentaciones del demonio a que estamos sometidos los hombres, que nos pueden llevar al pecado. Y nos muestran que Jesucristo vence al demonio y al pecado.
El tiempo de Cuaresma que comenzó esta semana con las celebraciones del Miércoles de Ceniza, tiene como telón de fondo el relato del Evangelio de hoy. Jesús, antes de comenzar los años de su vida pública, movido por el Espíritu Santo se retira al desierto, en total ayuno durante cuarenta días, al final de los cuales es tentado por el demonio.
La Iglesia quiere que antes de celebrar el misterio de la Pascua del Señor -su Pasión, Muerte y Resurrección- nos preparemos mediante la acción del Espíritu Santo, por la oración y la penitencia, a fin de que, purificados podamos recibir los frutos de la Redención.
La primera lectura, mediante un lenguaje simbólico, describe el pecado del hombre, que ayer como hoy, consiste en querer ocupar el lugar de Dios
La segunda lectura es clave para las enseñanzas que la liturgia de hoy nos deja: existe el pecado, pero existe la victoria sobre el pecado de Jesucristo. El apóstol San Pablo proclama la victoria de la vida sobre la muerte por las gracias de Nuestro Señor.
Y en el Evangelio se relatan las tentaciones a que el mismo Jesús estuvo sometido. La Cuaresma conmemora los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, como preparación de esos años de predicación que culminan en la Cruz y en la Gloria de Pascua. Fueron cuarenta días de oración, de ayuno y de penitencia, al cabo de los cuales tuvo lugar la escena que nos relata el Evangelio de la misa de hoy.
San Lucas dice expresamente que el Señor no comió nada durante los cuarenta días y las cuarenta noches de ayuno. En este largo período vivió unido a Su Padre y contemplando el comienzo de su predicación.
Moisés había procedido de modo semejante antes de promulgar, en nombre de Dios, la antigua ley del Sinaí. También Elías caminó cuarenta días en el desierto para llevar a cabo su misión de renovar el cumplimiento de la Ley. Jesús quiso también prepararse de un modo semejante para proclamar su doctrina.
Después de estos días en los que la naturaleza humana de Jesús se encuentra debilitada, se acercó el Demonio para tenderle la primera trampa.
Jesús quiso someterse a las tres tentaciones que ordinariamente más estragos hacen en los hombres: la falta de templanza, la soberbia y la avaricia. Quiso darnos un ejemplo de fortaleza contra las intenciones de nuestro enemigo de perder nuestra alma por uno de esos caminos.
Estas tentaciones del Señor son difíciles de comprender por nosotros. Jesús, como dice la Carta a los Hebreos, «quiso ser tentado para compadecerse de nuestras debilidades y servirnos de ejemplo». Tienen además, estas pruebas, un sentido mesiánico, en cuanto que el demonio trataba de averiguar si Jesús era el Mesías. Si era así, trataría de atraerle a un mesianismo popular y triunfal, según la idea más extendida de esa época. Le propone la comodidad, en vez de la cruz. Los milagros aparatosos, en vez de la vida trabajosa. La dominación política del universo, en vez del reinado en las almas. Nunca pudo imaginar el diablo que aquel hombre era el Hijo de Dios, Dios mismo.
Las tentaciones al Señor se sitúan en un contexto más amplio: el de la lucha entre Satanás y el Hijo de Dios, el Mesías, tan señalada en los evangelios. Jesús sufre los ataques de Satanás, quien, a pesar de emplear todos los medios a su alcance, es vencido siempre y en todo.
El Demonio emplea sus poderes contra Jesús para que oriente su misión en provecho propio y, y a espaldas de la voluntad del Padre. De hecho, el Señor debió rechazar a lo largo de su vida las presiones del ambiente, e incluso a veces, la de sus discípulos, que le empujaban en una dirección contraria al plan del Padre. Es la misma tentación que promueven los judíos al final de su vida cuando, estando el Señor clavado en la cruz dicen: Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz, y creeremos.
Se trata de tentaciones numerosas y reales que Cristo vence con perseverancia. El gran tentador de Jesús es Satanás, pero la tentación brotará también más tarde de sus enemigos, del ambiente, de sus mismos discípulos.
Para que la experiencia de la tentación sea real, y su vencimiento una auténtica victoria, no es necesario que el corazón del hombre esté inclinado al mal. En Jesucristo no hay ninguna aproximación al mal; no reina en El ninguna ley del pecado, pero fue tentado verdaderamente. Sus victorias sobre estas tentaciones no tienen sólo un sentido pedagógico – el enseñarnos a luchar- forman parte además de su lucha y de su victoria sobre el príncipe de este mundo.
La victoria de Cristo sobre el diablo se consumó en la cruz; pero comenzó ya -en forma contundente- mucho antes. Uno de los momentos cruciales de esa lucha y victoria fueron precisamente estas tentaciones en el desierto de Judea
Tengamos siempre presente que contamos en todo momento con la gracia de Dios para vencer cualquier tentación. Pero para ello, también necesitamos armas para vencer la batalla espiritual. Y esas armas son la oración, la Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia, la humildad del corazón y una profunda devoción a la Santísima Virgen.