1.- En primer domingo de Cuaresma se “enfrenta” en todos los ciclos litúrgicos –A, B y C—al tema de la tentación. Jesús, nada más recibir el bautismo de Juan se va al desierto impulsado por el Espíritu. Y allí va a ser tentado. Pero, ¿por qué? ¿Era necesario que la tentación alcanzase a Jesús de Nazaret que era en todo igual al hombre salvo en el pecado? ¿Y si no iba a tener pecado, por qué habría de ser tentado? Y otra pregunta que los “sabios” se han hecho durante siglos: ¿Es que el demonio no reconoció en Jesús al Hijo de Dios? No sé, sinceramente, si estas preguntas tienen respuesta. Ni tampoco si, a veces, merece la pena responderlas. Pero en fin… Jesús era un hombre igual a nosotros. En sus tiempos, allá en Israel, internarse en la soledad del desierto era una práctica asumida por algunos judíos con gran sentido espiritual. Dicen que los miembros de las comunidades de Qumrán, los esenios, preconizaban esa vida en soledad para acercarse lo más a posible a Dios. Jesús, por tanto, asumiría un camino de reflexión y perfección para mejor prepararse a la misión que le esperaba: la predicación del Reino de Dios.
Pero, de todos modos, es oportuno repetir, textualmente, lo que nos ha dicho Mateo hace un momento: “En aquel tiempo Jesús fue llevado al desierto para ser tentado por el diablo”. Y la mejor explicación a este hecho es que en nada de diferenciaba de cualquier otro hombre y mujer de ese tiempo, o de cualquier tiempo: era tentado, tenía tentación. Ante eso, hay que aclarar un hecho sencillo, pero no siempre entendido bien. La tentación no es pecado. Ser tentado no es pecar. Aunque, a veces, somos nosotros mismos los que alargamos las tentaciones por no tener una respuesta clara e inmediata a las mismas. Algunos confunden las tentaciones con los deseos propios de los instintos, prescindiendo del Tentador, del demonio. Y, sin embargo, existen proposiciones de hacer o no hacer, o dedicarse o no dedicarse a algo, basadas en un engaño manifiesto, pero bien urdido. El demonio es el padre de la mentira. Y tentación sin engaño, sin mentira, sin fabulación no es tal. Intenta, sobre todo, engañar. No dar algo a cambio. Sólo engañar. Pero no se trata de hacer aquí un tratado antropológico, con atisbos de ciencia psiquiátrica, sobre deseos y tentaciones. Porque la realidad es que, todos, absolutamente todos, terminamos sabiendo que estamos ante engaños bien trazados, ante tentaciones que llegan de fuera.
2.- Esta claro, asimismo, que las tentaciones planteadas por el demonio a Jesús contienen, sobre todo, no la búsqueda de un pecado, de una transgresión, sino, simplemente, apartarle del camino trazado. Busca el tentador que Jesús, dominado por presuntas dudas, quiera confirmar aquello sobre lo que no estaría seguro. Como, por ejemplo, ser Hijo de Dios. Y de ahí es donde surgen algunas versiones en las que se habla de que Tentador no sabia, con exactitud, a quien se enfrentaba. Pudiera ser. Pero hemos de entender que los evangelios tienen siempre un afán didáctico, catequético, y buscan menos la expresión de un hecho de índole científica, o, incluso, de alta teología. Lo que queda claro es que, desde el episodio del desierto, el diablo se iba a oponer a la misión de Jesús. El negro momento del Huerto de los Olivos lo demuestra. Y nosotros, hoy, del evangelio de Mateo hemos de sacar la enseñanza de que el demonio nos va a tentar con lo que es más importante para nosotros, aquello que supone nuestra vida, nuestra misión. Y dependiendo de la fuerza de que esa verdad, o esa misión, tenga en nuestro interior saldremos triunfantes o no. Hay una receta espiritual muy antigua es saber que nunca Dios permitirá que una tentación supere nuestras fuerzas y que la mayoría de las veces sucumbimos a tentación porque, esta en el fondo, nos agrada. Hacemos posible en nuestro interior lo que se nos propone.
3.- Hemos de tener las ideas claras y el espíritu entrenado. Las ideas claras sobre cual es nuestra misión y el espíritu entrenado para no sucumbir a cualquier engaño que nos promete algo sublime, tal vez, pero que no tiene el menor sentido. Es verdad que también el cuerpo debe estar entrenado, sin debilidades propiamente internas o provocadas por otros hechos. Mucha gente dice –y repite—que las mayores “tonterías” de su vida las ha cometido, por ejemplo, por influjo del alcohol, tras haber bebido en exceso. Cuando en cuaresma se nos pide austeridad es una receta ascética, es un sistema para estar siempre más seguro de uno mismo. El ayuno, por ejemplo, ha sido preconizado por todas las culturas como medio de purificación y como una buena herramienta para discurrir mejor sobre nuestro interior. En el Antiguo Testamento se habla del ayuno como camino de perfección. Y hoy en día hay quien lo sigue practicando por razones parecidas. El fraile benedictino alemán Anselm Grün –y escritor espiritual de gran éxito—tiene un excelente volumen dedicado al ayuno. Y en él dice que a veces le piden dar cursos sobre ayuno, en los cuales, sin olvidar su vertiente de validación religiosa, está también un aprendizaje para no convertir la comida en un ídolo.
4.- Y en este primer domingo de Cuaresma pues deseo ofreceros una reflexión que ya he hecho en otras ocasiones. No podemos dejar pasar esta Cuaresma, sin que sea “la definitiva”. Sin que arroje una “ganancia” clara en nuestra conversión en otras palabras: que no perdamos el tiempo y que nos dejemos ganar por los mensajes que la liturgia y las devociones de estos días nos muestran. Es cierto que siempre nos estaremos convirtiendo, pero no es malo pensar que esta Cuaresma puede ser la más “rentable” de nuestras vidas. Tengamos los ojos del alma muy abiertos para asistir con fe, esperanza y amor lo que nos enseña este tiempo de preparación. En la lontananza los “días grandes” de la Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Ángel Gómez Escorial