Lectio Divina – Viernes V de Cuaresma

Crean en mis obras

Invocación al Espíritu Santo:

Ven, Espíritu Santo llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor. Tú eres la fuerza que vigoriza nuestro trabajo. Tú el alimento que vivifica nuestra alma. Tú la luz que ilumina nuestra mente, Tú, el motor de nuestras obras. Danos docilidad para seguir tus mandatos y que gocemos siempre de tu protección.

Lectura. Juan capítulo 10, versículos 31 al 42:

Cuando Jesús terminó de hablar, los judíos cogieron piedras para apedrearlo. Jesús les dijo: “He realizado ante ustedes muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?”

Le contestaron los judíos: “No te queremos apedrear por ninguna obra buena, sino por blasfemo, porque tú, no siendo más que un hombre, pretendes ser Dios”. Jesús les replicó: “¿No está escrito en su ley: Yo les he dicho: Ustedes son dioses? Ahora bien, si ahí se llama dioses a quienes fue dirigida la palabra de Dios (y la Escritura no puede equivocarse), ¿cómo es que, a mí, a quien el Padre consagró y envió al mundo, me llaman blasfemo porque he dicho: ‘Soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a las obras, para que puedan comprender que el Padre está en mí y yo en el Padre”. Trataron entonces de apoderarse de él, pero se les escapó de las manos.

Luego regresó Jesús al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado en un principio y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían: “Juan no hizo ninguna señal prodigiosa; pero todo lo que Juan decía de este, era verdad”. Y muchos creyeron en él allí.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

La perícopa del día de hoy se encuentra dentro de los siete milagros que toma Juan para manifestar que Jesús es el Hijo de Dios. El pasaje de hoy se encuentra después de que Jesús se proclamara como el Buen Pastor, la Puerta de las ovejas. Ante la malintencionada pregunta sobre su condición de Mesías, Jesús no contesta directamente, sino que remite su testimonio a sus obras.

Meditación:

De Dios provienen todas las cosas, nosotros somos una simple herramienta en sus manos. La humildad nos ayuda a no llenarnos de soberbia, que es creer que todo lo que hacemos lo hacemos con nuestras propias fuerzas. Con la humildad, dejamos que Dios actúe en nosotros y que Él haga el bien al hombre por nuestro medio.

Esta misión Dios ya la ha puesto en mis manos antes de que yo naciera, y, además, no me deja solo, sino que me da su fuerza para que la lleve a cabo (confrontar Jeremías capítulo 1, versículos 1 al 10). Por eso, debo de ser muy humilde, o al menos tender a la humildad todos los días para poder escuchar mejor la Santísima voluntad de Dios, que me la expresa todos los días por medio de la oración y de los sacramentos.

Faltan pocos días para terminar de acompañar a Cristo en su travesía a Jerusalén. Durante la cuaresma hemos caminado junto Él y llega el momento en que se demostrará cómo ha sido nuestra cercanía a lo largo de estos días. Una vez más Cristo prepara no solo a sus apóstoles, sino sobre todo pretende enseñar los preceptos de su Padre a los escribas y fariseos. Enseñanzas muy difíciles de aceptar por los eruditos en la ley, por no decir imposible. Sin embargo, Cristo debe actuar guste o no los “expertos” en la ley.

Convendría examinar cuál es la única confianza humana de Jesús en sus predicaciones. Y no es otra que la certeza de predicar y vivir lo que su Padre le enseña. El amor a Dios y al prójimo. Por este motivo buscan apedrear a Jesús y como no apagarán su odio solo con unas piedras, buscarán llevarlo a la cruz.

No nos debería parecer extraña la actitud de los fariseos, porque que un hombre como ellos se declare el Hijo de Dios sí que debió ser costoso aceptarlo. Lo que nos debería asombrar de los fariseos es la forma cómo estaban viviendo pues, ya era tanto su orgullo que ya no defendían la doctrina que enseñaban sino la fama y el honor que habían logrado hasta entonces. Por eso, ni siquiera eran capaces de aceptar el testimonio de un ciego recién curado, o la resurrección de Lázaro o los pasos de un paralítico curado en sábado. ¿Le condenarían también por predicar el mandamiento del amor, por enseñar doctrinas como “ama a tus enemigos” o “perdona a quien te ha ofendido”? ¿Por cuál de todas ellas le van a apedrear?

Cobremos ánimo y fuerza para continuar acompañando a Cristo hasta el pie del calvario. Hemos seguido sus huellas du- rante estos 40 días y no vamos a abandonarle en el momento más difícil. Es necesario seguir acompañándole con nuestra oración diaria, con nuestra responsabilidad en nuestros compromisos y con todo aquello que nos mantenga unido a Él.

Oración:

Te damos gracias Padre por habernos enviado a tu Hijo para salvarnos. Por las obras de Cristo te reconocemos a ti como Padre y a él como tu imagen, nuestro salvador y nuestro hermano mayor. Haznos capaces de descubrirte y ayúdanos a que tus obras también sean las nuestras y podamos así compartir el mensaje de la salvación a los demás. Amén.

Contemplación:

Catecismo de la Iglesia Católica numeral 591: Jesús pidió a las autoridades religiosas de Jerusalén creer en Él en virtud de las obras de su Padre que el realizaba. Pero tal acto de fe debía pasar por una misteriosa muerte a sí mismo para un nuevo nacimiento de lo alto atraído por la gracia divina.

Oración final:

Señor, Tú sabes mejor que nadie cuán frágil soy y cuánta ayuda necesito para obrar como Tú deseas. Por eso, vengo ante ti este día, para pedirte perdón por no escucharte ni ver el gran amor que me tienes. Este día quiero ser un reflejo de tu amor; que los demás vean en mí el gran amor por el cual Cristo se hizo el más humilde de todos para salvarnos.

Propósito:

Buscaré ver a Dios en todo lo que hago, dándole gracias por lo bueno y lo malo.

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Homilía – Viernes V de Cuaresma

Los judíos eran reacios a creer en la divinidad de Jesús. Por eso el Señor recurre a dos argumentos que no podrán rebatir: uno es el testimonio de la Sagrada Escritura, y el otro son sus obras.

Jesús les hace ver que si no les creen a él, por lo menos tienen que creer en sus obras.

Ese pueblo, a pesar de ver los milagros de Jesús, a pesar de ver que se cumplían las profecías del Antiguo Testamento, no quería creer en Jesús.

Se resistían a creer.

En primer lugar Jesús los remite al salmo 82, a la sagrada escritura que dice: Dioses son, todos ustedes, Hijos del Altísimo.

Según este salmo, los hijos de Israel son llamados dioses e hijos de Dios. Con cuánta mayor razón entonces merece Jesús el ser Dios. Pero ellos no creen.

Y entonces el Señor los remite a sus obras, les dice: Crean por mis obras.

Jesús se da a conocer por sus obras. Y cada uno de nosotros, debemos convencer a los demás no con palabras, sino en primer lugar con las obras de vida.

Por eso nuestra carta de presentación tienen que ser las obras, lo que primero debemos comparar es cómo es nuestro modo de vivir con lo que el Señor nos propone.

Los hombres de hoy, conocen mucho menos que los judíos de la época de Jesús, las sagradas escrituras. Y Jesús no está presente en nuestra época para realizar los milagros que realizó hace dos años.

Por esos para que otros crean en Jesús, cada uno de nosotros debe presentar obras. Esas obras que glorifiquen a Dios, son el testimonio que hará que no se puedan oponer razones a nuestra fe.

El argumento que Jesús les da a los judíos. Que crean en sus obras, no puede rebatirse, y entonces los judíos furiosos tratan de apedrearlo.

Esta misma práctica de atacar cuando no se pueden oponer razones, es la misma en aquel tiempo que hoy.

También hoy hay quienes cuando no pueden oponer razones contra Cristo o contra su Iglesia, los persiguen. Pero como la virtud se prueba en la adversidad, cuando una obra es realmente de Dios, él va a cuidar de esa obra y la va a hacer dar fruto. Para eso, siempre debe estar puesta nuestra confianza en el Señor.

Comentario – Viernes V de Cuaresma

Juan 10, 31-42

Contra Jesús reaccionan más violentamente aún que contra Jeremías. Sus enemigos de nuevo agarran piedras y le quieren eliminar. Es el acoso y derribo.

Una vez más se suscita el tema crucial: «blasfemas, porque siendo un hombre, te haces Dios». Por eso le quieren apedrear. Su «yo soy» escandaliza a los judíos. Los razonamientos de Jesús están llenos de ironía: «¿por cuál de las obras buenas que he hecho me queréis apedrear?», «¿no está escrito en la ley (salmo 82,6): sois todos dioses, hijos del Altísimo?».

En parte, Jesús les da la razón. Si él no probara con obras que lo que dice es verdad, serían lógicos en no creerle: «si no hago las obras de mi Padre, no me creáis». Pero sí las hace y por tanto no tienen excusa su ceguera y su obstinación. Otras veces le tachan de fanático, o de endemoniado, o de loco. Hoy, de blasfemo. Cuando uno no quiere ver, no ve.

Menos mal que «muchos creyeron en él».

Nosotros pertenecemos a este grupo de los que sí han creído en Jesús. Y le acogemos en su totalidad, con todo su estilo de vida, incluida la cruz que va a presidir nuestra celebración los próximos días.

Tal vez en nuestra vida también conocemos lo que es la crisis sufrida por Jeremías, porque no hemos tenido éxito en lo que emprendemos, porque sufrimos por la situación de nuestro pueblo, porque nos cuesta luchar contra el desaliento y el mal. Tal vez más de uno de nosotros está viviendo una etapa dramática en su vida y puede exclamar con el salmo: «me cercaban olas mortales, torrentes destructores».

Ojalá no perdamos la confianza en Dios y digamos con sinceridad: «en el peligro invoqué al Señor y me escuchó… yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, mi roca, mi libertador… desde su templo él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos». Como tuvo confianza Jeremías. Como la tuvo Jesús, que experimentó lo que es sufrir, pero se apoyó en Dios su Padre: «mi alma está triste hasta la muerte… no se haga mi voluntad sino la tuya… a tus manos encomiendo mi espíritu».

Es lo que meditaremos en los próximos días. Y lo que Jesús quiere comunicarnos, a fin de que seamos fieles como él en nuestro camino, y participemos en su dolor y en su triunfo, en su cruz y en su resurrección. O sea, en su Pascua.

«Mis amigos acechaban mi traspiés» (1ª lectura)

«El Señor está conmigo, como fuerte soldado» (1ª lectura)

«En el peligro invoqué al Señor y me escuchó» (salmo)

«El Padre está en mí y yo en el Padre» (evangelio)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 2

Domingo de Ramos

El Evangelio de San Mateo nos ofrece el siguiente relato:

“Cuando se aproximaron a Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al monte de los Olivos, entonces envió Jesús a dos discípulos, diciéndoles: “Id al pueblo que está enfrente de vosotros, y enseguida encontraréis un asna atada y un pollino con ella; desatadlos y traédmelos. Y si alguien os dice algo, diréis: El Señor los necesita, pero enseguida los devolverá”. Esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del profeta: Decid a la hija de Sión: He aquí que tu Rey viene a ti, manso y montado en un asno y un pollino, hijo de animal de yugo. Fueron, pues, los discípulos e hicieron como Jesús les había encargado: trajeron el asna y el pollino. Luego pusieron sobre ellos sus mantos, y él se sentó encima. La gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” ( Mt 21,1-9)

¿Por qué el Domingo de Ramos recibe también el nombre de Domingo de la Pasión?

Aunque al comienzo de la Misa de ese domingo, cuando se bendicen las palmas y ramas de olivo, se lee el Evangelio de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, el Evangelio que se lee ese día durante la Liturgia de la Palabra es el de la Pasión. Esto marca el comienzo solemne de la conmemoración de la Pasión y Muerte del Señor.

¿Por qué va Jesús a Jerusalén el Domingo de Ramos?

El Catecismo de la Iglesia Católica nos lo explica en sus párrafos 559 y 560:

“¿Cómo va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey, pero elige el momento y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de “David, su padre”. Es aclamado como hijo de David, el que trae la salvación (“Hosanna” quiere decir “¡sálvanos!”, “Danos la salvación!”). Pues bien, el “Rey de la Gloria” entra en su ciudad “montado en un asno”: no conquista a la hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad.

Por eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños y los “pobres de Dios”, que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores. Su aclamación “Bendito el que viene en el nombre del Señor”, ha sido recogida por la Iglesia en el Sanctus de la liturgia eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor. La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo mediante la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su celebración, el domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la gran Semana Santa”.

¿Qué simboliza el Domingo de Ramos?

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice en su párrafo 570 lo siguiente:

“La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías, recibido en su ciudad por los niños y por los humildes de corazón, va a llevar a cabo por la Pascua de su Muerte y de su Resurrección”.

Misa del domingo

Se acercaba ya la celebración anual de la Pascua judía y Jesús, como todos los años (ver Lc 2,41), junto con sus apóstoles y discípulos se dirige a Jerusalén para celebrar allí la fiesta.

Mientras se encuentra de camino el Señor recibe un mensaje apremiante de parte de Marta y María, hermanas de Lázaro: «Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo» (Jn 11,3). Imploraban al Señor que fuera a Betania lo más pronto posible para curar a su hermano, que se encontraba al borde de la muerte. El Señor, en cambio, hace todo lo contrario: espera unos días más aduciendo que la enfermedad de su amigo «no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella» (Jn11,4). Terminada su espera, se dirige finalmente a Betania, donde realiza un milagro que rebasa el límite de todo lo que un profeta habría podido hacer: devolverle la vida a un hombre que yacía ya cuatro días en el sepulcro, cuyo cadáver se encontraba ya en estado de descomposición (ver Jn 11,39-40).

El desconcierto inicial daba lugar a un indescriptible estado de euforia al ver a Lázaro salir vivo de la tumba. Tan impactante y asombroso fue este milagro que muchos «viendo lo que había hecho, creyeron en Él» (Jn 11,45). La espectacular noticia se difundió rápidamente por los alrededores, de modo que muchos acudieron a Betania a ver a Jesús y a Lázaro. ¿No era suficiente ese signo para acreditarlo ante el pueblo, ante los fariseos y sumos sacerdotes como el Mesías esperado? No es difícil imaginar el estado de exaltación en el que se encontrarían los apóstoles y discípulos al ver actuar a su Maestro con tal poder. Probablemente pensaban que al fin se acercaba ya la hora de su gloriosa y poderosa manifestación a Israel, la hora en que liberaría a Israel de la opresión de sus enemigos e instauraría finalmente el Reino de los Cielos en la tierra.

Algunos corrieron a toda prisa a Jerusalén llevando la noticia, comunicándosela a los fariseos, quienes reuniéndose en consejo se preguntaban: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales. Si le dejamos que siga así, todos creerán en Él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación» (Jn 11,47-48). Con tal argumento finalmente «decidieron darle muerte» (Jn 11,53).

Y como gran número de judíos al enterarse de lo sucedido acudían a Betania no sólo a ver a Jesús sino también a Lázaro (ver Jn 12,9) los sumos sacerdotes decidieron darle muerte también a él, «porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús» (Jn 12,11). ¿Cómo podía llegar a tanto la cerrazón, la ambición y la ceguera de aquellos fariseos? Lo cierto es que mientras muchos por la evidencia de los hechos se abrían a la fe, éstos endurecían más y más el corazón.

Hasta entonces el Señor había insistido en que a nadie dijeran que Él era el Mesías (ver Lc 8,56; 9,20-21). Sin embargo, sabiendo que pronto iba a ser “glorificado” (ver Jn 11,4), es decir, que se acercaba ya la hora de su Pasión, Muerte y Resurrección, cambia su actitud. Esta vez, cerca ya de Jerusalén y acompañado por la enfervorizada multitud, da instrucciones a sus discípulos para que le traigan un borrico para realizar, montado en él, el último trecho y la entrada a la Ciudad Santa. Les dice dónde encontrarán al joven animal que aún no había sido montado por nadie, y los discípulos hacen exactamente lo que el Señor les pide (Evangelio antes de iniciar la procesión de ramos).

No era raro que en aquel entonces personas importantes usaran un borrico para transportarse (ver Núm 22,21ss). ¿Y qué importancia tiene el que nadie lo hubiese montado aún? Los antiguos pensaban que un animal ya empleado en usos profanos no era idóneo para usos religiosos (ver Núm19,2; Dt 15,19; 21,3; 1Sam 6,7). Un pollino que no hubiese sido montado anteriormente era, pues, lo indicado para transportar por primera vez a una persona sagrada, al mismo Mesías enviado por Dios.

¿Y qué significado tenía esta entrada a Jerusalén montado en un asnillo? El Señor tiene en mente una antigua profecía: «¡Exulta sin freno, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna… Él proclamará la paz a las naciones. Su dominio irá de mar a mar y desde el Río hasta los confines de la tierra» (Zac 9,9-10). El mensaje que quería dar el Señor era muy claro: Él era el rey de la descendencia de David, el Mesías prometido por Dios para salvar a su pueblo; en Él se cumplía la antigua profecía.

El mensaje lo comprendió perfectamente la enfervorizada multitud de discípulos y los admiradores que lo acompañaban, de modo que mientras que el Señor Jesús avanzaba hacia Jerusalén montado sobre el pollino algunos tendían sus mantos en el suelo como alfombras para que pasase sobre ellos, mientras muchos otros acompañaban la jubilosa procesión agitando alegremente ramos de palma, signo popular de victoria y triunfo. Era la manera popular de proclamar que reconocían en Él al rey-Mesías que traería la victoria a su pueblo.

Mientras tanto, llevados por el entusiasmo y la algarabía, todos gritaban una y otra vez: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!». Los términos empleados son típicos. Al decir el que viene en nombre del Señorhacían referencia al Mesías, y al decir el reino que viene… de David (ver Mc 11,9-10) se referían al reino mesiánico inaugurado por el Mesías, el hijo de David. Más ellos pensaban en un reino mundano, en una victoria política, en un triunfo militar garantizado por una gloriosa intervención divina.

Ciertamente el Señor se aprestaba a manifestar su gloria, se disponía a liberar a su pueblo, pero de otra opresión: la del pecado y de la muerte. La hora de la manifestación de su gloria no sería otra que la de su Pasión y su elevación en la Cruz (Evangelio). Conociendo su doloroso destino, anunciado ya anticipadamente a sus discípulos en repetidas oportunidades (ver Mt 16,21; Lc 9,22), Él no se resiste ni se echa atrás. (1ª. lectura) Confiado en Dios, Él se ofrecerá a sí mismo, soportará el oprobio y la afrenta para nuestra reconciliación. De este modo Dios exaltó y glorificó al Hijo que por amorosa obediencia, siendo de condición divina, se rebajó a sí mismo «hasta la muerte y muerte de Cruz» (2ª. lectura). Ante Él toda rodilla ha de doblarse y toda lengua ha de confesar que Él «es SEÑOR para gloria de Dios Padre».

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

La liturgia del Domingo de Ramos nos introduce ya en la Semana Santa. Asocia dos momentos radicalmente contrapuestos, separados tan sólo por pocos días de diferencia: la acogida gloriosa de Jesús en Jerusalén y su implacable ajusticiamiento en el Gólgota, el “hosanna” con los saludos desbordantes de júbilo y el “¡crucifícalo!” con los improperios cargados de desprecio.

Acaso nos preguntamos sorprendidos: ¿Qué pasó en tan breve lapso de tiempo? ¿Por qué este cambio radical de actitud? ¿Cómo es posible que los gritos jubilosos de “hosanna” (es decir: “sálvanos”) y “bendito el que viene” con que reconocían y acogían al Mesías-Hijo de David se trocasen tan pronto en insultos, golpes, burlas, interminables latigazos y en un definitivo desprecio y rechazo: “¡A ése no! ¡A Barrabás!… a ése ¡crucifícalo, crucifícalo!”?

Una explicación sin duda es la manipulación a la que es sometida la muchedumbre. Como sucede también en nuestros días, quien carece de sentido crítico tiende a plegarse a la “opinión pública”, a “lo que dicen los demás”, dejándose arrastrar fácilmente en sus opiniones y acciones por lo que “la mayoría” piensa o hace. ¿No hacen lo mismo hoy muchos enemigos de la Iglesia que hallando eco en los poderosos medios de comunicación social presentan “la verdad sobre Jesús” para que muchos hijos de la Iglesia griten nuevamente “crucifíquenlo” y “crucifiquen a Su Iglesia”? En el caso de Jesús, como en muchos otros casos, la “opinión pública” es continuamente manipulada hábilmente por un pequeño grupo de poder que quiere quitar a Cristo de en medio (ver Lc 19,47; Jn 5,18; 7,1; Hech 9,23).

Pero la asombrosa facilidad para cambiar de actitud tan radicalmente con respecto a Jesús no debe hacernos pensar tanto en “los demás”, o señalar a la masa para sentirnos exculpados, sino que debe hacernos reflexionar humildemente en nuestra propia volubilidad e inconsistencia. ¿Cuántas veces arrepentidos, emocionados, tocados profundamente por un encuentro con el Señor, convencidos de que Cristo es la respuesta a todas nuestras búsquedas de felicidad, de que Él es EL SEÑOR, le abrimos las puertas de nuestra mente y de nuestro corazón, lo acogemos con alegría y entusiasmo, con palmas y vítores, pero poco después con nuestras acciones y opciones opuestas a sus enseñanzas lo expulsamos y gritamos “¡crucifícale!”, porque preferimos al “Barrabás” de nuestros propios vicios y pecados?

También yo me dejo manipular fácilmente por las voces seductoras de un mundo que odia a Cristo y busca arrancar toda raíz cristiana de nuestros pueblos y culturas forjados al calor de la fe. También yo me dejo influenciar fácilmente por las voces engañosas de mis propias concupiscencias e inclinaciones al mal. También yo me dejo seducir fácilmente por las voces sutiles y halagadoras del Maligno que con sus astutas ilusiones me promete la felicidad que anhelo vivamente si a cambio le ofrendo mi vida a los dioses del poder, del placer o del tener. Y así, ¡cuántas veces, aunque cristiano de nombre, grito cada vez que dedico hacer el mal que se presenta como “bueno para mí”: “¡A ése NO! ¡A ése CRUCIFÍCALO! ¡A ese sácalo de mi vida! ¡Elijo a Barrabás! ”!

Qué importante es aprender a ser fieles hasta en los más pequeños detalles de nuestra vida, para no crucificar nuevamente a Cristo con nuestras obras! ¡Qué importante es ser fieles, siempre fieles! ¡Qué importante es desenmascarar, resistir y rechazar aquellas voces que sutil y hábilmente quieren ponernos en contra de Jesús, para en cambio construir nuestra fidelidad al Señor día a día con las pequeñas opciones por Él! ¡Qué importante es fortalecer nuestra amistad con Él mediante la oración diaria y perseverante! De lo contrario, en el momento de la prueba o de la tentación, en el momento en que escuchemos las “voces” interiores o exteriores que nos inviten a eliminar al Señor Jesús de nuestras vidas, descubriremos cómo nuestro “hosanna” inicial se convertirá en un traidor “crucifícalo”.

¿Qué elijo yo? ¿Ser fiel al Señor hasta la muerte? ¿O cobarde como tantos, me conformo en señalar siempre como una veleta en la dirección en la que soplan los vientos de un mundo que aborrece a Cristo, que aborrece a su Iglesia y a todos aquéllos que son de Cristo?

Comentario al evangelio – Viernes V de Cuaresma

Las palabras y las obras de Jesús son manifestación de la gloria del Padre. A través de su palabra Jesús quiere comunicar al mundo la sabiduría de Dios, su voluntad amorosa. Con su palabra Jesús nos manifiesta a un Dios que dialoga con la humanidad, un Dios comunicativo; no encerrado en su esfera celeste, sino siempre abierto a la escucha. Por medio de las obras, sus gestos, sus signos milagrosos, Jesús revela la vida en abundancia que el Padre quiere para su pueblo. Dios es misericordioso con los pobres, los enfermos, los pecadores y lo expresa claramente con actos de salvación. Jesús como Hijo amado del Padre, es la mayor expresión de cercanía compasiva de Dios con la humanidad.

En el texto evangélico de hoy, aparecen de nuevo los enemigos de Jesús queriendo asesinarlo. Su ceguera espiritual les impide ver la acción de Dios en las obras del nazareno. No alcanzan a comprender cómo el Dios de la Alianza pueda estar presente y manifestarse en Jesús. Mucho menos son capaces de comprender eso de que “el Padre y yo somos uno” (v. 30) y le acusan de que siendo hombre se hace Dios (cf. v. 33). Según el esquema teológico del evangelista, no es que Jesús se haga Dios, sino que el Verbo es Dios, y éste se ha hecho carne, ser humano. Dios sale de su transcendencia, y baja a la realidad de nuestro mundo en su Hijo para salvarnos.

Jesús se despoja de todo poder mundano y egoísta y se entrega por completo a llevar la alegría a los excluidos de la sociedad y convoca a la gran familia de los hijos de Dios. Por ello, hoy se nos llama a vivir la auténtica alegría que brota de la Buena Noticia de la cercanía de Dios. Como seguidores de Jesús, debemos pensar con más conciencia en las necesidades de tantas personas que no tienen siquiera condiciones dignas de vida. La fe y el amor a Cristo nos exigen a actuar como Él, sembrando esperanza en aquellos lugares donde el mal tiene sus dominios. Jesús es el mediador que reconcilia a los hermanos con el Padre y que abre el camino para vivamos plenamente en nuestro mundo como una familia universal.

Ciudad Redonda

Meditación – Viernes V de Cuaresma

Hoy es viernes V de Cuaresma.

La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 10, 31-42):

En aquel tiempo, los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús.
Él les replicó:
«Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?».
Los judíos le contestaron:
«No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios».
Jesús les replicó:
«¿No está escrito en vuestra ley: “Yo os digo: sois dioses”? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios, y no puede fallar la Escritura, a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros: “¡Blasfemas!” Porque he dicho: “Soy Hijo de Dios”? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre».
Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí.
Muchos acudieron a él y decían:
«Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de este era verdad».
Y muchos creyeron en él allí.

En este fragmento del Evangelio de San Juan se pone una vez más de manifiesto que las palabras de Jesús han dividido nuevamente a los judíos y en esta ocasión quieren apedrearle porque lo tienen como blasfemo, ya que siendo hombre se hace Dios.

Realmente veían en Jesús algo diferente ya que hacía buenas obras y milagros pero hasta el punto de hacerse pasar por Dios, era demasiado ¿cómo podía un ser humano hacerse pasar por Dios?

Jesús habla de las obras que realiza, obras de Dios que lo acreditan, de cómo puede darse el título de Hijo de Dios y decir, Yo y el Padre somos uno. Está claro, se hace igual a Dios. Él habla desde unas categorías difíciles de entender para sus adversarios, les habla desde el seguimiento y el compromiso con su persona que hacen que Jesús sea conocido y amado.

Jesús lucha por presentar argumentos que puedan aceptar, pero el intento es en vano. En el fondo morirá por decir la verdad sobre sí mismo, por ser fiel a sí mismo y a su misión.

Al meditar este pasaje nos recuerda que Jesús fue condenado por las autoridades judías al hablar en nombre de Dios, ellos tampoco comprendieron nada de su misión.

No hay palabras para definir su capacidad de amarnos hasta el extremo de dar su vida para redimir a toda la humanidad.

La indicación de que Jesús se retira al lugar donde había estado bautizando Juan, marca una especie de inclusión, que preludia el fin próximo del ministerio público del Nazareno.

¿Qué imagen tengo yo de Dios?

Como cristiano, ¿soy fiel a mi misión?

Dña. Montserrat Palet Dalmases

Liturgia – Viernes V de Cuaresma

VIERNES DE LA V SEMANA DE CUARESMA, feria

Misa de la feria (morado)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio de Cuaresma

Leccionario: Vol. II

            La Cuaresma: El Señor está con nosotros.

  • Jer 20, 10-13. El Señor es mi fuerte defensor
  • Sal 17. En el peligro invoqué al Señor, y él me escuchó
  • Jn 10, 31-42. Intentaron detenerlo, pero se les escabulló de las manos

Antífona de entrada          Sal 30, 10. 16. 18
Piedad, Señor, que estoy en peligro, líbrame de mis enemigos que me persiguen; Señor, no quede yo defraudado tras haber acudido a ti.

Monición de entrada y acto penitencial
Sean todos bienvenidos a la celebración eucarística en el último viernes de Cuaresma, preparándonos con mucha más intensidad para las celebraciones pascuales.

En 8 días estaremos celebrando la pasión y muerte de Cristo. Hoy la Palabra nos anuncia, tanto en la primera lectura como el en salmo y el Evangelio, el destino del justo.

Unamos nuestros sentimientos a los de Cristo y comencemos esta santa misa

  • Señor, ten misericordia de nosotros.
    — Porque hemos pecado contra Ti.
  • Muéstranos, Señor, tu misericordia.
    — Y danos tu salvación.

Oración colecta
PERDONA las culpas de tu pueblo, Señor,
y que tu bondad nos libre de las ataduras del pecado,
que hemos cometido a causa de nuestra debilidad.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Reflexión
Reconociendo a Jesús como Mesías, los judíos tendrían que haber reconocido y aceptado igualmente sus enseñanzas. En cambio –llenos de obstinación y carentes de toda razonable apertura– lo rechazan. Más aún, intentan apedrearlo como blasfemo, ya que había dicho abiertamente que Él era el «Hijo de Dios». De nada les servirán ya las declaraciones y los argumentos de Jesús, y mucho menos las obras por Él realizadas. Sin embargo, muchos descubren en sus milagros lo pronosticado por el Bautista acerca de su persona y de su misión.

Oración de los fieles
Jesús realizó «muchas obras buenas» (Jn 10, 32) entre los judíos. Pidamos al Señor el don de la fe, a través de nuestras oraciones.

1.- Por la Iglesia, que es madre y maestra. Para que, en medio de las contradicciones, las confusiones, las falsedades que atraviesan nuestra historia, sea signo luminoso de la esperanza y de la paz del Señor, muerto y resucitado por nosotros. Roguemos al Señor.

2.- Por el Papa Francisco, los obispos y los sacerdotes. Para que su enseñanza esté siempre iluminada por la Palabra acreditada del Evangelio, para guiar los pasos del hombre a reconocer y creer en las obras que Jesús realiza cada día. Roguemos al Señor.

3.- Por los jefes de las naciones, especialmente los de nuestro país, para que vivan su misión con responsabilidad y atención por el pueblo que les ha sido confiado, sin hacer prevalecer la violencia, los intereses parciales o personales y la injusticia. Roguemos al Señor.

4.- Por las personas que, en los países dominados por dictaduras, son encarceladas, objeto de violencia y de injusticia. Que el Señor se ponga de su lado «como valiente y valeroso»  y mantenga encendida en ellas la llama de la fe. Roguemos al Señor.

5.- Por todos nosotros, para que sepamos sobrellevar las dificultades que la vida nos presenta, siendo fieles a Dios, a quien invocamos en cada necesidad y viene siempre en nuestro auxilio. Roguemos al Señor.

Señor, en nuestro miedo, en nuestra incredulidad, en nuestra inseguridad, sostennos con tu fuerza y escucha nuestras oraciones. Tú que eres Dios y vives reinas con Dios Padre por los siglos de los siglos. Amén.

Oración sobre las ofrendas
CONCÉDENOS, Dios misericordioso,
servir siempre a tu altar con dignidad
y alcanzar la salvación por la participación constante en él.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio de Cuaresma

Antífona de comunión          Cf. 1 Pe 2, 24
Jesús llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia; con sus heridas somos curados.

Oración después de la comunión
QUE nos acompañe, Señor,
la continua protección del sacramento recibido
y aleje siempre de nosotros todo mal.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo
DIOS todopoderoso, concede a tus siervos,
deseosos de la gracia de tu protección,
que, libres de todo mal, te sirvan con ánimo sereno.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Lectio Divina – Jueves V de Cuaresma

Fe y obras que dan vida eterna

Invocación al Espíritu Santo:

Ven, Espíritu Santo llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor. Tú eres la fuerza que vigoriza nuestro trabajo. Tú el alimento que vivifica nuestra alma. Tú la luz que ilumina nuestra mente, Tú, el motor de nuestras obras. Danos docilidad para seguir tus mandatos y que gocemos siempre de tu protección.

Lectura. Juan capítulo 8, versículos 51 al 59:

Jesús dijo a los judíos: “Yo les aseguro: el que es fiel a mis palabras no morirá para siempre”.

Los judíos le dijeron: “Ahora ya no nos cabe duda de que estás endemoniado. Porque Abraham murió y los profetas también murieron, y tú dices: ‘El que es fiel a mis palabras no morirá para siempre’. ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Abraham, el cual murió? Los profetas también murieron. ¿Quién pretendes ser tú?”

Contestó Jesús: “Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, aquel de quien ustedes dicen: ‘Es nuestro Dios’, aunque no lo conocen. Yo, en cambio, sí lo conozco; y si dijera que no lo conozco, sería tan mentiroso como ustedes. Pero yo lo conozco y soy fiel a su palabra. Abraham, el padre de ustedes, se regocijaba con el pensamiento de verme; me vio y se alegró por ello”.

Los judíos le replicaron: “No tienes ni cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?”. Les respondió Jesús: “Yo les aseguro que desde antes que naciera Abraham, Yo Soy”.

Entonces recogieron piedras para arrojárselas, pero Jesús se ocultó y salió del templo. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

Los cristianos a los que se dirige el Evangelio de Juan, están en una situación difícil y compleja. Los cristianos son perse- guidos por los judíos; pero no son ya los maestros de la ley del tiempo de Jesús, sino son judíos del año 70 después de Cristo que ha impuesto la tradición farisaica como la única verdadera, rechazando la interpretación de la ley que hacían otros judíos. Es por eso que el escritor sagrado en el evangelio de hoy nos muestra a Abraham padre de los judíos como patriarca que intuyó la venida de Jesús para el total cumplimiento de la promesa que Dios le hizo.

Meditación:

“Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. Es mi Padre el que me glorifica”, ante estas palabras, Jesús nos muestra su íntima unión con su Padre, sabe que el amor del Padre es más fuerte que los problemas e insultos que los judíos le tienden para hacerlo caer. Jesús nos quiere enseñar esa confianza filial en el Padre sin la cual la vida del cristiano no tiene sentido. Veamos el ejemplo de los niños, de cómo se sienten seguros junto a su padre porque se abandonan totalmente a la protección de su papá, saben que a su lado nada les podrá hacer daño. Así debe de sentirse el cristiano con su Padre Dios, seguro de que nada le podrá hacer daño seguro de que nunca está solo y que siempre tiene a un Padre amoroso que está a su lado.

Jesús nos invita en este evangelio a proclamar con nuestra vida y nuestras acciones el amor misericordioso del Padre. Solo el amor a Dios dará la vida y el sentido al mundo. Nuestra misión es la de trasmitir el amor de Dios y su misericordia. Hagamos de nuestra vida una auténtica vocación al amor, viviendo para servir a los demás.

Oración:

Dios de Abraham, Dios de los que creen y esperan, te bendecimos por tu Hijo Jesucristo, el Hijo de la promesa y bendición tuya para todos los pueblos. En Jesús brilla la esperanza de nuestra vida, porque él nos dio la victoria definitiva sobre la muerte. Ayúdanos a creer más en Jesús, a conocerlo cada día mejor, y a poner en práctica toda su Palabra, para algún día gozar de su presencia en la vida eterna. Amén.

Contemplación:

Catecismo de la Iglesia Católica numeral 150: La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado.

Oración final:

Señor Jesús ayúdame a trasmitir tu amor. Ayúdame a ser un mejor hijo tuyo que viva con fidelidad mis compromisos cristianos. Te pido por todos mis hermanos que no te conocen y viven alejados de ti. Dales la gracia de sentirse verdade- ramente hijos tuyos. Amen.

Propósito:

Vivir, como hijo, una especial unión con Dios Padre, a lo largo del día, a través de jaculatorias y comuniones espirituales.