Lectio Divina – Jueves I de Cuaresma

Dios padre escucha y atiende a sus hijos con un inmenso amor

Invocación al Espíritu santo:

Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, Padre de los pobres; ven, dador de las gracias; ven, lumbre de los corazones. Descanso en el trabajo, en el ardor tranquilidad, consuelo en el llanto. Amen.

Lectura. Mateo capítulo 7, versículos 7 al 12:

Jesús dijo a sus discípulos: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; toquen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que toca, se le abre.

¿Hay acaso entre ustedes alguno que le dé una piedra a su hijo, si este le pide pan? Y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Si ustedes, a pesar de ser malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, con cuánta mayor razón el Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quienes se las pidan.

Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. En esto se resumen la ley y los profetas”. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).
Indicaciones para la lectura:

En este texto del Evangelio de San Mateo, Jesús describe a los discípulos la gran confianza que debemos tener a Dios Padre, Jesús pone a Dios como un Padre amoroso que conoce a sus Hijos, y que se hace el encontradizo para aquel que lo busca.

Meditación:

El sermón de la montaña es uno de los pasajes de los cuatro evangelios en que encontramos más claridad y precisión en las palabras de Cristo. Jesús nos transmite dos cosas en este texto: la eficacia total de la oración y la ley de la caridad.

Con frecuencia se puede caer en la tentación de desanimarse en la vida de oración porque no vemos los frutos o no se nos concede aquello que pedimos. Jesús, sin embargo, nos dice todo lo contrario. Todo lo que pidamos a Dios se nos concederá, porque Él es un padre bueno que da a sus hijos aquello que le piden. ¿Qué pensaríamos de un padre que da a su hijo una serpiente, como dice el evangelio, porque este le ha pedido un pan? Dios Padre es tan bueno que no nos concede todo lo que pedimos, sino aquello que conviene a nuestra vida, aunque no nos demos cuenta.

Finalmente, Jesús concluye con la ley que sigue Dios: el amor. Dios nos concede todo por este único motivo. Nosotros, que hemos sido creados a su imagen y semejanza, tenemos que vivir este mismo amor con todos de una manera universal, como lo hace Él. Hagamos un esfuerzo especial estos días de cuaresma para amar más a todos los hombres a ejemplo e imitación de Jesucristo.

Oración:

Señor te pedimos que nos dirijamos con confianza a ti como, como hijos queridos por nuestros padres, gracias, Señor por ser tan buen padre que escucha y que procura que nada les haga falta a sus hijos, perdónanos porque esperamos de ti lo que no te pedimos y algunas veces te reclamamos.

Contemplación:

El Catecismo de la Iglesia Católica señala en el número 2086: “Quien dice Dios, dice un ser constante, inmutable, siempre el mismo, fiel, perfectamente justo. De ahí se sigue que nosotros debemos necesariamente aceptar sus Palabras y tener en Él una fe y una confianza completas.

El documento de Aparecida dice: “Jesús el buen pastor, quiere comunicarnos su vida y ponerse al servicio de la vida”.

Oración final:

Jesús, ayúdame a llevar a cabo mi misión, confiado en que Tú me darás la luz y la fortaleza para poder ser ese canal por el cual fluya tu gracia e inunde a mis hermanos de tu amor. Soy un torpe y débil instrumento, pero sé que, si te lo pido y te dejo actuar, podré lograr milagros. ¡Gracias Señor, por permitirme participar en la evangelización!

Propósito:

Dejar, con confianza, mis preocupaciones en manos de Dios y dedicar un tiempo a la evangelización.

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Homilía – Jueves I de Cuaresma

Jesús enseña de diversas maneras la eficacia de la oración. La oración es una elevación de la mente a Dios para adorarle, darle gracias y pedirle lo que necesitamos. Jesús insiste en la oración de petición, que es el primer movimiento de quien reconoce a Dios como su Creador y su Padre. Como criatura de Dios y como hijo suyo, el hombre necesita pedirle humildemente todas las cosas.

Al hablar de la eficacia de la oración, Jesús no hace restricciones: «Todo el que pide, recibe», porque Dios es nuestro Padre.

San Jerónimo nos dice: «Está escrito: a todo el que pide, se le da; luego, si a ti no se te da, no se te da porque no pides; luego, pide y recibirás». Sin embargo, a pesar de ser la oración de suyo, algo infalible, a veces no obtenemos lo que querríamos. San Agustín dice que nuestra oración no es escuchada porque pedimos mal, sin fe, sin perseverancia, sin humildad, y porque pedimos cosas malas, es decir, lo que no nos conviene, lo que puede hacernos daño.

En definitiva, la oración no es eficaz cuando no es verdadera oración.

La primera condición de toda petición eficaz es conformar primero nuestra voluntad a la Voluntad de Dios, que en ocasiones quiere o permite cosas y acontecimientos que nosotros no queremos ni entendemos, pero que terminarían siendo de grandísimo provecho para nosotros y para los demás. Cada vez que hacemos este acto de identificación de nuestro querer con el querer de Dios, hemos dado un paso muy importante en la virtud de la humildad.

Por tanto, hay que hacer oración, porque no hay negocio en la tierra que pueda dar más seguridades de tener éxito.

Jesús dice también en el Evangelio: Todo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos: ahí está toda la Ley y los Profetas.

Esta sentencia de Jesús, llamada «regla de oro» ofrece un criterio práctico para reconocer el alcance de nuestras obligaciones y de nuestra caridad hacia con los demás. Pero una consideración superficial correría el riesgo de convertirlo en un móvil egoísta de nuestro comportamiento: no se trata, evidentemente, de dar porque me das, sino de hacer el bien a los demás sin poner condiciones, como en buena lógica no las ponemos en el amor a nosotros mismos. Esta regla práctica quedará completada con el mandamiento nuevo de Jesucristo, donde enseña a amar a los demás como El mismo nos ha amado.

Vamos hoy a proponernos acudir al Señor en todas nuestras necesidades, confiados en sus palabras: Pidan y se les dará; busquen y hallarán. Y vamos a contar siempre con un camino que el mismo Jesús nos ha dado para que nuestras peticiones lleguen pronto al Señor. Este camino es la mediación de María, Madre de Dios y Madre nuestra. A ella vamos a pedirle que interceda siempre por nuestras necesidades.

Comentario – Jueves I de Cuaresma

Mateo 7, 7-12

Esta página del AT nos prepara para escuchar las afirmaciones de Jesús: «pedid y se os dará, llamad y se os abrirá». Dios está siempre atento a nuestra oración.

El ejemplo que pone Jesús es el del padre que quiere el bien de su hijo y le da «cosas buenas». ¡Cuánto más Dios, que es nuestro Padre, que siempre está atento a lo que necesitamos!

La oración de Ester fue escuchada. Y Jesús nos asegura que nuestra oración nunca deja de ser escuchada por Dios.

Esto nos hace pensar que, aunque a veces no se nos conceda exactamente lo que pedimos tal como nosotros lo pedimos, nuestra oración debe tener otra clase de eficacia. Como decía san Agustín, «si tu oración no es escuchada, es porque no pides como debes o porque pides lo que no debes». Un padre no concede siempre a su hijo todo lo que pide, porque, a veces, ve que no le conviene. Pero sí le escucha siempre y le da «cosas buenas».

Así también Dios para con nosotros. En verdad, nuestra oración no es la primera palabra: es ya respuesta a la oferta de Dios, que se adelanta a desear nuestro bien más que nosotros mismos. Cuando nosotros pedimos algo a Dios, estamos diciéndole algo que ya sabía, estamos pronunciando lo que él aprecia más que nosotros con su corazón de Padre. Nuestra oración es, en ese mismo momento, «eficaz», porque nos hemos puesto en sintonía con Dios y nos identificamos con su voluntad, con su deseo de salvación para todos. De alguna manera, además, nos comprometemos a trabajar en lo mismo que pedimos.

Tenemos un ejemplo en Jesús. Él pidió ser librado de la muerte. Dice la carta a los Hebreos que «fue escuchado». Esto puede parecer sorprendente, porque murió. Sí, pero fue liberado de la muerte… después de haberla experimentado, y así entró en la nueva existencia de Señor Glorioso. A veces es misteriosa la manera como Dios escucha nuestra oración.

Podemos estar seguros, con el salmo, y decir confiadamente: «cuando te invoqué, me escuchaste, Señor». Muchas veces nuestra oración, como la de Ester, se refiere a la situación de la sociedad o de la Iglesia. ¿No está también ahora el pueblo cristiano en peligro? También en esta dirección debe ser confiada y humilde, seguros de que Dios la oye, y entendiendo nuestra súplica también como una toma de conciencia y de compromiso. Por una parte, estamos dispuestos a trabajar por la evangelización de nuestro mundo, y por otra, le pedimos a Dios: «extiende tu brazo, Señor, no abandones la obra de tus manos».

«Concédenos la gracia, Señor, de pensar y practicar siempre el bien» (oración)

«Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor» (salmo)

«Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra» (aclamación al evangelio)

«Pedid y se os dará» (evangelio)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 2

La pasión es el camino de la resurrección

1.- En esta frase del Prefacio que leemos en este segundo domingo de Cuaresma está resumido, creo yo, el mensaje pastoral y teológico de la liturgia de este domingo de cuaresma: porque él, después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la Ley y los Profetas, que la pasión es el camino de la resurrección. Si, en el domingo anterior, decíamos que la cuaresma, como la vida, es un camino, hoy podemos añadir que este camino tiene siempre su parte de sufrimiento y de pasión. Esta vida no es un paraíso, ni una tierra prometida ya conquistada; esta vida es un camino difícil que debemos recorrer con esfuerzo y con capacidad de sufrimiento y ánimo esforzado. Sólo de los valientes y esforzados es el Reino de los Cielos. El autor del libro de Job lo expresaría con una frase escueta y rotunda: militia (lucha, combate, batalla) es la vida del hombre sobre la tierra. La niñez, la adolescencia, la edad madura, la vejez, son todas ellas etapas de una continuada y difícil transición hacia la plenitud de la muerte, de una vida nueva y resucitada. Quien no esté dispuesto a asumir la cuota de pasión que tiene siempre el camino de la vida no podrá llegar nunca a la meta de una resurrección gloriosa y anhelada. Los cristianos debemos tener esto siempre muy claro, porque este fue el camino que recorrió nuestro Maestro y Salvador: por el camino de la pasión llegó a la meta de la resurrección.

2.- Sal de tu tierra… hacia la tierra que te mostraré. Movido por la fe, el patriarca Abraham salió de su tierra, en busca de una tierra prometida. Se convirtió así en el padre de todos los emigrantes y en el padre de muchos pueblos. Yo creo que todos los emigrantes, cuando salen de su tierra, sueñan con una tierra que les va a dar lo que no podían conseguir en la suya. Y la mayor parte de ellos lo hacen no sólo pensando en ellos mismos, sino buscando también el bien de sus padres, o de sus hijos y sus familiares. A estos inmigrantes buenos, sacrificados y trabajadores, debemos ayudarles nosotros a conseguir lo que buscan: un trabajo, un salario, una casa donde reunir a su familia. La vida del emigrante es muy dura, sobre todo en los primeros años. Porque ni la tierra soñada es tan abundosa como ellos la soñaron, ni la gente es tan acogedora como ellos quisieran, ni es tan fácil encontrar el trabajo y el salario que necesitan urgentemente para poder vivir con un poco de dignidad. El patriarca Abraham se fió de Dios, y Dios no le abandonó; que tampoco nosotros abandonemos a los emigrantes con los que convivimos, para que así también ellos puedan fiarse de nosotros y del Dios en el que nosotros les decimos creer.

3.- Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios te dé. El que los trabajos del evangelio sean duros no quiere decir que tengan que ser tristes o desagradables. Los trabajos del evangelio deben ser hechos siempre con amor y por amor, y lo que se hace con amor y por amor, aunque sea duro, resulta reconfortante. Como el trabajo de los padres cuando cuidan, alimentan y educan a los hijos. Los duros trabajos del evangelio a los que se refiere San Pablo estaban dirigidos a la proclamación e implantación del Reino de Dios en la tierra: la defensa de la verdad, de la justicia y de la santidad, tal como la había hecho, con su ejemplo y con su palabra, Jesús de Nazaret. Los cristianos no trabajamos sólo para nosotros mismos y para nuestra propia salvación. Tenemos la obligación de evangelizar el mundo, para que la verdad, la justicia y la santidad de Dios reinen sobre esta tierra en la que vivimos. Siempre, naturalmente, según las fuerzas que Dios nos dé.

4.- Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Son los dulces y maravillosos momentos de Tabor que, alguna vez, todos tenemos en la vida. Pero son siempre momentos breves y fugaces. La felicidad, como la vida, es huidiza y camina siempre hacia delante, por un camino que tiene más momentos de pasión de los que quisiéramos. Es bueno buscar de vez en cuando estos breves y maravillosos momentos de Tabor, pero sin renunciar nunca a bajar después al llano y a caminar, con todas las fuerzas que Dios nos dé, por el duro, oscuro y rutinario camino de la vida. ¡A la luz por la cruz!, nos decían los antiguos maestros ascetas de la vida espiritual. A la resurrección por la pasión, nos dicen hoy a nosotros las lecturas de este 2 domingo de cuaresma. El Tabor es un monte muy alto al que sólo podemos ascender en momentos privilegiados; los demás días, casi todos, tenemos que conformarnos con caminar por un camino llano y dificultoso. Pero si sabemos caminar cada día con amor, esfuerzo y pasión, según las fuerzas que Dios nos dé, alcanzaremos la meta anhelada, que no es otra que la felicidad de la resurrección.

Gabriel González del Estal

Se Transfiguró delante de ellos

Señor Jesús,
hoy el Evangelio me muestra
un encuentro trascendente
que tuviste con Dios Padre.
Por una vez en tu vida te transfiguraste.
Por una vez en tu vida les descubriste
algo más de lo que sus ojos veían.

Subiste, Señor Jesús, a la montaña
con Pedro, Santiago y Juan
para darte a conocer mejor

y fortificar así la fe de los Apóstoles
en tu Persona,
una vez que les anunciaste

tu Pasión, Muerte y Resurrección.

Tus Apóstoles sabían de tu humanidad,
habían recorrido contigo

los caminos de Palestina,
habían comido muchos días contigo,
te habían escuchado innumerables historias…
y Tú ahora les muestras también tu divinidad:
Te transfiguraste delante de ellos

«sus vestidos se volvieron blancos como la luz»

Todo esto sucede en la montaña.
¿Dónde está mi montaña?
¿Dónde está nuestra montaña?
Mi montaña está sobre todo
en la Eucaristía de cada día,
allí, Tú también, te trasfiguras:
el pan se convierte en tu Cuerpo
y escuchamos tu Palabra…

Mi montaña está en los Sacramentos
y en todos los momentos de oración.

Mi montaña está también al final de la jornada
cuando le hago presente a Dios Padre
los encuentros del día

y cuando me acerco al Evangelio
del día siguiente

para que tu Palabra me arrope
a lo largo de la noche.

Mi montaña está en la reunión
del Equipo de Vida de cada semana.
Mi montaña está…

Pedro, Señor Jesús,
te dice de quedaros para siempre en la montaña,
lejos de los llantos, los gritos y los jolgorios…
de las gente del mundo.

Pero Tú has salido del seno del Padre
para encarnarte, para estar en el mundo,
para ser luz del mundo y levadura en la masa.page3image12276224

Por eso bajas con los Apóstoles
de nuevo a la vida
que es de tantos colores como el arco iris.
Bajaste para tocar de nuevo a los leprosos,
para seguir anunciando la llegada del Reino,
para conmoverte ante los que difícilmente
soportaban tanto sufrimiento.

Tú bajaste para alegrarte de todo lo bueno,
aunque fuese pequeño,

que surge en tu entorno.

Va muy bien subir, de vez en cuando,
o mejor con cierta frecuencia, a la montaña
para verte transfigurado

y así ir transfigurándonos a tu imagen.

Va muy bien tener momentos
de diálogo personal

con el Padre.

Va muy bien trabajar
por transformar nuestras realidades cotidianas

y tratar de acomodarlas a tu Proyecto.

Señor Jesús,
que busque y procure esos tiempos
de “montaña”

para escuchar lo que Dios Padre
quiera decirme.

Que en la vida te encuentre,
Señor Jesús,

y en la “montaña” también.

Que en la vida sea
lo que he descubierto en la “montaña”.
Que tanto la vida como la montaña
sean espacios, momentos de realización
de tu Reino.

Señor Jesús,
que sepamos transformar
este mundo según tu Proyecto.

Notas para fijarnos en el Evangelio

• Este relato de la transfiguración está situado en el Evangelio de Mateo después de la confesión de Pedro en la que le dice a Jesús que Él es el Mesías y a continuación del anuncio que Jesús hace de su muerte y resurrección.

• Jesús sube a la montaña como el nuevo Moisés para estar con Dios, escucharle y hablarle. (1)

• ¿Qué quiso Jesús transmitirles con su transfiguración? ¿No fue una forma de asegurar su fe, a pesar del final trágico por el que tenía que pasar que venía de anunciarles? Antes de que los enemigos de Jesús, en la Pasión y Muerte, desfiguren su rostro, Dios Padre le transfigura, muestra su gloria última y definitiva.

• ¿No nos estará Dios diciendo con este hecho de la transfiguración al principio de la Cuaresma el deseo de Dios Padre de que también nosotros nos transfiguremos, nos asemejemos cada día más a la imagen de Jesús, el Hijo de Dios? Por medio del Bautismo ya hemos estado transfigurados y lo seremos más todavía después de nuestra muerte.

• ¿No querrá decirnos también la transfiguración de Jesús que estamos llamados a trabajar por transfigurar nuestro mundo, y hacerlo lo más parecido a lo que Dios quiere?

• Los Apóstoles conocían el rostro humano de Jesús, ahora con la transfiguración Jesús les muestra su naturaleza divina. Jesús además de ser hombre es Dios, es la presencia de Dios entre nosotros.

• No podemos quedarnos solo en el rostro humano de Jesús estamos llamados también a reconocer su naturaleza divina.

• Este relato tiene muchas semejanzas con la narración del Bautismo. Se trata de dos momentos que nos muestran la identidad de Jesús: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco». (5)

• La voz del cielo nos invita a escucharlo: “Escuchadlo”. (5)

• ¿No sería este todo un programa bien concreto y amplio para llevar a la practica a lo largo de la Cuaresma? Leer cada día el Evangelio del día, escuchar a Jesús todos los días y poner en práctica lo que nos vaya diciendo para poder imitarlo, para ir, también nosotros, transfigurándonos a su imagen, buen plan de cuaresma.

• “No temáis” (7) les dice Jesús a los Apóstoles. Es el temblor ante lo sagrado, ante el misterio de Jesús. Jesús no quiere que le teman sino que le amen y que le sigan. Esto vale también para nosotros.

• No se quedan en la montaña como pretendía Pedro: “¡Señor! qué hermoso es estar aquí hagamos tres chozas…” (4). Con Jesús los Apóstoles están invitados a bajar de la montaña, a volver a la vida, a implicarse en los quehaceres del momento, a trabajar por transformar nuestras personas, y mejorar nuestro mundo según el Plan de Dios.

Comentario al evangelio – Jueves I de Cuaresma

Si ayer las lecturas nos proponían la figura de un profeta, hoy nos presentan otra figura bíblica, una mujer: la reina Esther, mujer de fe, mujer de su pueblo. Esther es ejemplo de valor, de coraje, pero sobre todo, de oración confiada, que es lo que nos recomienda hoy Jesús en el evangelio.

Para poder pedir con fe, primero tenemos que haber sabido escuchar con la misma fe. Escuchar la realidad, escucharnos a nosotros mismos, escuchar el clamor de nuestros hermanos anteponiéndolo a las propias necesidades… en definitiva, escuchar como Dios quiere. Sólo entonces, desde la obediencia (auténtica escucha) de la fe, podremos invocar a Dios. Quizá tengamos que sabernos y sentirnos realmente solos e indigentes, como sola se sintió Esther; quizá tengamos que fiarnos tanto de Dios como nos fiamos de nuestro mejor amigo, de quien más queremos y nos quiere.

Y será entonces, cuando pidamos de tal manera que podamos creer que ya se nos ha concedido, pues “si nosotros siendo malos, damos cosas buenas a nuestros hijos, ¡cuánto más nuestro Padre del cielo nos dará lo mejor!”. ¿Acaso no nos lo ha dado ya? ¿Acaso no es un hijo lo mejor que tiene un padre? Nos ha dado a su Hijo y tenemos una Cuaresma por delante para hacernos conscientes de semejante don. Nos ha dado su vida, su humanidad, su muerte y su resurrección… ¿puede dejarnos indiferentes sin provocar en nuestro interior el deseo de responder a tanto amor entregando nosotros la vida?

Rosa Ruiz

Meditación – Jueves I de Cuaresma

Hoy es jueves I de Cuaresma.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 7, 7-12):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre.
Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden!
Así, pues, todo lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos; pues esta es la Ley y los Profetas».

La liturgia en este primer jueves de Cuaresma trata de que profundicemos en el mensaje que nos presenta la Palabra de Dios. El aspecto en el que pone el acento la enseñanza en el día de hoy es en la: «oración». Por tanto, vemos como de alguna manera se conjuga la invitación que nos hace la cuaresma a la oración, con el deseo que Jesús propone al discipulado desde la clave de oración: «Pide, busca, llama».

En el camino de discernimiento y maduración que nos presenta la fe, la oración se muestra como uno de los puntales esenciales de este camino. Nuestra vida está llamada a una continua transformación, a la conversión en el día a día, a la invitación que Jesús nos hace a vivir en clave del mandato nuevo: «Como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13,34). Transformación que nos habla de que hemos sido capaces de interiorizar la vida de Cristo, hacerla nuestra, para captar así, la voluntad de Dios en nuestra vida, que no es otra cosa que la de recibir el amor de Dios y proyectarlo en nuestras relaciones fraternas.

Con esos tres verbos que aparecen en el relato evangélico: «Pedid, buscar, llamar» se nos invita a tener una vida orante fuerte. A que el mensaje del evangelio haya profundizado hasta el interior de nuestro corazón. De esta manera, cumpliremos con nuestro deber de cristianos, con alegría y entrega, porque hemos hecho nuestro el mensaje y buscamos hacer su voluntad, como lo expresa san Pablo: «Es evidente que sois carta de Cristo, redactada por nuestro ministerio, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones de carne» (2 Cor 3,3).

La dimensión orante hace que nuestra vida se convierta en ofrenda, no tanto en una retahíla de peticiones, con lo que deseamos sino en buscar y aceptar la voluntad de Dios en nuestra vida. Saboreando la Palabra de Dios: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (Sal 118,105) encontramos la luz que necesitamos en nuestra oscuridad. Meditando la Palabra de Dios: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,3) nuestra alma se sacia del alimento que necesita en medio de las noches oscuras. De este modo, vinculados desde la dimensión orante a la Palabra de Dios, nos transformamos y comprendemos el mensaje de los profetas y de Jesús de vivir en amor: «Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas» (Is 58,10). Y, de este modo, ya solo buscas vivir en el amor de Dios: «Todo lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos» (Mt, 7,12).

Fray Juan Manuel Martínez Corral O.P.

Liturgia – Jueves I de Cuaresma

JUEVES DE LA I SEMANA DE CUARESMA, feria

Misa de la feria (morado)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio Cuaresma.

Leccionario: Vol. II

            La Cuaresma: Renovar la fe en la oración.

  • Est 4, 17k. l-z. No tengo más defensor que tú.
  • Sal 137. Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor.
  • Mt 7, 7-12. Todo el que pide recibe.

Antífona de entrada          Sal 5. 2-3
Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos, haz caso de mis gritos de socorro, Rey mío y Dios mío.

Monición de entrada y acto penitencial
La oración da a conocer toda la riqueza de la bondad de Dios para con nosotros. Dios no puede rechazarnos cuando nos volvemos con confianza a él desde nuestra miseria humana, desde nuestras necesidades, también desde nuestras alegrías, incluso desde nuestro silencio cuando no sabemos qué decir. Pero la razón última de su generosidad no es tanto lo que le pedimos, sino su bondad. Él es bueno; goza dando, y dándose. Da con alegría. Y da siempre más de lo que se le pide.

  • Señor, ten misericordia de nosotros.
    — Porque hemos pecado contra Ti.
  • Muéstranos, Señor, tu misericordia.
    — Y danos tu salvación.

Oración colecta
Concédenos, Señor,
la gracia de conocer y practicar siempre el bien,
y, pues sin ti no podemos ni siquiera existir,
haz que vivamos siempre según tu voluntad.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Oremos a Dios, nuestro Padre del cielo, que da siempre cosas buenas a los que le piden.

1.- Para que la Iglesia juegue con entusiasmo su papel de intercesora, considerando y asumiendo las necesidades de todos como suyas propias, roguemos al Señor.

2.- Para que el pueblo de Dios ore no solamente para pedir auxilio cuando tiene problemas y necesidades urgentes, sino también para expresar su admiración, gratitud, alabanza y alegría, roguemos al Señor.

3.- Para que los que no saben a quién acudir en sus miserias encuentren al Señor, que se les haga visible en hermanos bondadosos, generosos y compasivos con ellos, roguemos al Señor.

Señor, Dios nuestro, te invocamos con fe y confianza; escúchanos, y haz que experimentemos tu poder y tu amor. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Atiende, Señor, los deseos de tu pueblo,
y, al escuchar nuestras plegarias
y aceptar nuestras ofrendas,
convierte hacia ti nuestros corazones.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio de Cuaresma

Antífona de comunión          Mt 7, 8
Todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre.

Oración después de la comunión
Señor, Dios nuestro,
concédenos que este sacramento,
garantía de nuestra salvación,
sea nuestro auxilio en esta vida
y nos alcance los bienes de la vida futura.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo
Te rogamos, Señor,
que la misericordia esperada
descienda sobre los que te suplican
y concédeles la abundancia de los bienes del cielo,
de modo que sepan bien lo que han de pedir
y obtengan lo que han solicitado.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Samta Cunegunda

En la antigua ciudad de Lutzelburg (hoy Luxemburgo) nació, a fines del siglo X, Cunegunda, hija del conde Sigfrido, cuyo nombre significa «luchadora atrevida»

La leyenda le ha dado el nombre de «la santa de las tres coronas»: la reina, por haberse casado con Enrique II de Alemania; la corona imperial y la corona de espinas que rodeó las sienes de esta emperatriz consagrada a Dios.

Cunegunda, que había sido aleccionada en la más estricta doctrina cristiana, se casó con Enrique II en el año 1002 y ambos, doce años más tarde, recibieron en Roma la corona imperial de manos del papa Benedictino VIII.

La pareja recorría el territorio, fundando escuelas y hospitales. Los desdichados eran oídos, protegidos los huérfanos. Parecía que todo el dolor de la humanidad podía ser aliviado por este hombre y esta mujer, a quienes la nación adoraba.

Tristes días llegaron para ambos. Los celos de Enrique II angustiaron a Cunegunda. La calumnia enloqueció de dolor a la esposa, quien rogaba a Dios: «Tú solo puedes esclarecer el alma de este hombre, que es mi esposo, a quien respeto y amo después de ti. Vuelve, Dios mío, a sus ojos y a su corazón, ahora extraviados, la verdad que nos devolverá la paz.

Cunegunda exigió, para probar su inocencia, un «juicio de Dios»: con los pies descalzos, logró pasar sobre una hilera de rejas candentes sin dañarse.

Así volvieron los días felices para los esposos, que tanto bien hacían al país. Cunegunda sobrevivió muchos años a Enrique II, muerto en 1024.

Una mañana -corría el año 1025- la emperatriz viuda se presentó en la iglesia benedictina en Kaufungen, Se oficiaba la misa. Al concluir el evangelio, se vio a Cunegunda acercarse al altar mayor y despojarse de sus resplandecientes joyas y atavíos imperiales. En manos del arzobispo de Maguncia depositó la corona.

Los asistentes al oficio religioso vieron con asombro que la emperatriz recibía otras ropas: un rudo sayal tejido por ella durante el primer año de viudez; era el hábito negro de las benedictinas, y un velo también negro cubrió su cabeza, coronando la frente una simbólica corona de espinas.

Recordó aquel lejano día de san Lorenzo del año 1002 cuando el pueblo exclamaba: «¡Viva la novia! ¡Viva Cunegunda, nuestra reina y bienhechora!» Pero ahora las palabras novia y reina habían sido reemplazadas y le decían: «santa bendita».

Falleció en el convento de Kaufungen, el 3 de marzo del año 1040. Después de su muerte Dios la honró con numerosos milagros.